viernes, 3 de agosto de 2007

99/Tendencias - Supurantes lloronas de alquiler - Por Fernando Caputi

El retorno de aquellas tiendas finas

Caduco, hace más de dos décadas, el prolongado esplendor de verdadera capital de Montevideo (y por ende del país) que antecediera a su inmersión en la indigna condición de resumidero urbano que aún duele apreciar, la Ciudad Vieja es sometida a innúmeros cambios circunstanciales.

De esa sucesión episódica, cada momento deja y factiblemente seguirá marcando huellas, deplorables o benignas según la ocasión, fugaces o imperecederas. Que no representan el producto de un proceso técnico inducido, menos aún evolución, sino caprichosa metamorfosis carente del rumbo conceptual que la población ponderada y honesta –cuyo remanente por suerte está ahí, todavía– gustaría interponer como paliativo en su combate a la desesperanza.

Por vía de regla, las variantes de libreto responden a fenómenos de generación espontánea o imprevisible, brotes de iniciativa privada a veces contagiables hasta configurar tendencias, rara vez a pomposos planes oficiales inspirados en la cuestión medular de repoblar la zona civilizadamente pero siempre desprovistos de aliento o convicción suficiente para cerrar con buen suceso siquiera alguna etapa concreta.

Esa sumatoria cronológica sin hilo conductor arrancó en los años 80 del siglo pasado con un vaciamiento humano de la barriada fundacional y subsecuente arribo de intrusos, idóneos en tugurizar desde ex conventillos a residencias no habitadas de categoría intacta. Fue cuando, sin piedad y sistemáticamente, la horda salvaje arrancaba, para su reventa por pesos flacos, maderas nobles de construcción, marcos, puertas, paneles, herrajes/grifería de vieja data, rosetones y demás variantes del arte vitral; en fin, todo ornamento propio de la rica arquitectura aplicada del siglo XIX y parte del XX.

En su integral clandestinaje oportunista, la barbarie invasora tuvo su marketing paralelo, es decir, seudoagentes inmobiliarios e idóneos caudillejos de un submundo al que unos y otros impusieron reglas y tasas de compra-venta, arriendo y subarriendo y hasta una tabla de honorarios para la reiterada contratación de añosas lloronas con pierna(s) supurante(s) y/o madres de muchos pequeños malcomidos-malvestidos-descalzos, unas y otras asumiendo, en la cartelera judicial de desalojos, el rol de conmover a cada magistrado actuante para obtener aplazamientos sinfín.

¿Qué modus vivendi asomó al agotarse el producido de esa piatería inicial nunca reprimida? El peor. Mendicancia agresiva, rapiñas, arrebatos, desvalijamiento en la noche-madrugada de locales activos durante el día, plantas de hurgadores con local propio expropiado y uso de la vía pública contigua para clasificar desechos. Mucho más lucrativa, la venta libre de pasta-base.

Claro está, sobrevino la contraofensiva, sujeta a derecho, de gente confiante en el ansiado resplandecimiento y contribuyente a él. Reciclajes de diferente envergadura bien o muy bien resueltos, apertura de comercios innovadores de todo porte a veces configurando redes (ateliers de auténticos artesanos y galeristas, gastronomía con delivery, pubs que sacudieron las noches). En paralelo, el público externo ya convocado, los sábados a la Peatonal Sarandí y toda la semana al afamado festival parrillero del Mercado del Puerto, se vio engrosado por otros contingentes: turistas extranjeros, de cruceros o no, dispuestos a adquirir como inversión inmuebles centenarios y venerables para recuperarlos y, por lo general, revenderlos o alquilarlos.

¿Todo termina allí? Porque el out-let de tales bienes inmuebles se está quedando sin mercancía de la buena a ofrecer. No. Seguramente habrá descubridores para otras mil riquezas que Ciudad Vieja conserva, incluso bajo su mar.

De pronto, hasta cobra fuerza capaz de planillar imitadores la irrupción, sobre y próximo a Plaza Matriz, de tiendas finas como aquéllas de antaño, y de lo que por ahora es incipiente, surge una vertiente nueva, la de representantes legales de famosas grifas internacionales.

Es factible que lo mejor de esta narración en borrador aún se esté por ver.
El epílogo, también.

Fernando Caputi es ex editor del Periódico Ciudad Vieja.

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