viernes, 10 de agosto de 2007

124/Tendencias - En el gran tema de la salud ¿es mala praxis analizar y comparar? - Por Fernando Caputi

La moda de enjuiciar por mala praxis u omisión de asistencia induce a extremar la atención al comportamiento del médico y quienes pueblan su entorno, sobre todo en términos de cirugía, pues lo irrecuperable está en juego. Un cuidado clave a ejercer antes y durante, esperando al después sólo si se prefiere permutar occiso por reparación económica.

El campo de compleja polémica ha sido abierto de par en par. De yapa, con aditivos tanto sindicales como los oficiales de intención social-revolucionaria de igualar (por lo bajo) el derecho a la asistencia, inviable tal cual se le propone pero en camino a destrabar transitando la única mano de crear comisiones de estudio interactuantes, recurso todo terreno que los incapaces manejan con el símbolo de infinito como exponente.

Del anecdotario personal y real extraigo, ante todo, el caso del niño atropellado por un rodado, un día de 1975, en Faria Lima y Cidade Jardim (São Paulo), al que en una clínica privada de las cercanías se le negó hasta la asistencia primaria porque ninguno de los peatones solidarios que lo habían llevado en andas accedió a firmar de antemano un compromiso sobre el pago de honorarios y servicio a prestar.

Final del cuento: el ejecutivo que impusiera la decisión supo que el accidentado era su propio hijo recién cuando, horas después, le entregaron el cadáver.

En aquel tiempo, esa y otras historias verídicas de cruel humor negro como la de amputar la pierna sana, por error, a un gangrenado, eran proverbiales en aquel país. Hoy podría decirse que el proceso de integración regional nos incluye en las asimetrías de ese mercado payasescamente ampliado (sin sentido) común.

Pocas semanas atrás y aquí en Montevideo, cierto galeno de apellido avícola y en grave crisis de inseguridad destrató a la dama que por vez primera usufructuaba de su mutualista y al esposo, aquél literalmente enfurecido porque la señora respondiese a sus preguntas con la estricta verdad de que rutinariamente no tomaba remedios –ser sana era intolerable–, careciera de historia clínica registrada y, en particular, mencionase que el responsable de una emergencia móvil convocada creyese comprobar ocasional alta presión nerviosa, ante lo cual dijo el arrogante sabihondo que “la presión nerviosa es un invento, no existe”.

A mi vez, marido de la paciente que, pese a todo, los agravios no transformaron en impaciente (pronto ubicó a una profesional sucedánea normal y educada), me pregunto si hago bien en comparar épocas y situaciones. Porque recuerdo con claridad cómo, contando pocos años, mis hermanos y yo curábamos rápidamente cuando desde Santa Lucía acudía a casa aquel médico de gruesos bigotes blancos, familiar y de familia, afectuoso y tan sabio como profunda su capacidad para escuchar. O, con similares resultados, mi abuela paterna, ex maestra, aplicaba infalibles recetas propias para revertir indisposiciones tipo gripe que, ahora y desde hace lustros, la medicina científica persiste en atribuír a “un virus nuevo todavía no identificado”.

Quiero optar por lo racional: mantener la fe en el facultativo, los sistemas de salud, cuanto investiguen comisiones y subcomisiones a granel, la identificación eternamente procurada del ya célebre virus nuevo.
Pero, seré honesto, no lo consigo.

Fernando Caputi es ex editor del Periódico Ciudad Vieja - 10.8.07

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