martes, 7 de agosto de 2007

116/Actuales - Cómo hacer para no espiar una contraseña - Por Ariel Torres

La compu

La informática personal nos ha traído una nueva forma de cortesía. Muchas en realidad, pero ésta tiene que ver con un asunto particularmente delicado y otrora inexistente.

Situación. Acompañamos a un amigo, socio, colega o pariente al cajero, o le consultamos sobre un dato que sólo puede revisar en su cuenta de correo. Esa persona deberá ingresar la contraseña en algún momento, y desarrollar luego una serie de operaciones con información privada en pantalla.

Bien educados, echamos mano, cada cual a su modo, de alguna estrategia para –casualmente– distraernos el tiempo que sea necesario. No sólo eso, debo añadir, sino que es menester que lo hagamos de tal modo que la otra persona perciba nuestro gesto.

En ambos casos apartamos nuestra atención durante toda la sesión, no sea cosa que por error veamos un mail con asunto sospechoso, sugestivo o francamente incriminatorio, o bien el saldo bermellón de una cuenta corriente, facturas adeudadas desde hace once meses, suntuosos plazos fijos o apocalípticos depósitos de dólares.

Más interesante todavía, la estrategia que usamos puede decir mucho sobre nuestra personalidad. Como fuere, algunas ideas a continuación. Estoy seguro, sin embargo, de que cada lector tiene su propio y creativo protocolo informático. Somos todo oídos.

En el cajero



Apartarse cinco o diez pasos y pegar la nariz a un ventanal, mirando a lo lejos. Al regresar, decir: “Me pareció verlo a Charly García disfrazado de Chewbacca, pero no, nada que ver”. (Exagerado, melodramático e innecesariamente histriónico. Algo mitómano. Fan de Star Wars .)
Sin moverse de lugar, mirar para el costado opuesto a la pantalla durante el tiempo que al otro le lleva operar con el cajero. Se trata de un movimiento corto y seco de la cabeza, casi castrense, y sin proferir excusas. (Eficiente y al día con la tecnología, pero algo desalmado. Confunde “cortesía” con “cortante”.)
Ir a otro cajero, poner la tarjeta y exclamar: “¡A ver, ya que estoy miro mi saldo!” (Oportunista simpaticón. Su saldo le preocupa.)
Ir a otro cajero para ver si alguien se olvidó la tarjeta. (Oportunista hostil. Cuidado con los bolsillos.)
Ir a otro cajero y escudriñar el teclado en busca de un doble teclado para capturar contraseñas. (Si lo hace hasta el punto de intentar desarmar el dispositivo y el guardia de turno viene al ataque, es un paranoico consumado.)
Rebuscar en la ropa algo que, al parecer, hemos perdido, sin decir qué es. Terminar la pesquisa en el preciso instante en que el cajero expulsa la tarjeta. No necesita excusas, pero se puede musitar algo como: “No pierdo la cabeza porque la tengo pegada...” (Inseguro, timorato, suele perder cosas.)
Leer los posters con ofertas que ponen los bancos con interés obsesivo o con síntomas de miopía avanzada. Dejar de leerlos cuando la otra persona terminó su sesión y comentar los contenidos de los avisos. (Si pondera los créditos, por ejemplo, seguro que está en bancarrota.)
Atender el celular, suene o no, y salir a la calle para hablar, puesto que en los bancos está prohibido. Cortar cuando la otra persona termine su sesión. (Evasivo, le gusta presumir, sueña con ser corredor de Bolsa o agente secreto.)


E-mail y similares

El correo electrónico y las páginas que requieren registrarse, al revés que el cajero, nos encuentran sentados, no de pie. El desafío es considerablemente mayor en estos casos. Aquí van algunas ideas.


Iniciar una serie de ejercicios cervicales y quejarse de la vertiginosa vida moderna, el calentamiento global y el cine de Hollywood. (Le gusta dar lástima.)
Desperezarse vistosamente y bostezar durante todo el rato. (Un perezoso.)
Acercarse a 3 centímetros de la computadora y empezar un interrogatorio que, claramente, excluye nuestra atención de la sesión de correo de la otra persona. ¿Intel o AMD? ¿Cuánta RAM? ¿Y el bus frontal? ¿Tiene aceleradora? ¿De cuántos mega? Y así. (No hay que responder, son preguntas retóricas.)
Decir: “Voy a la máquina de café, ¿querés uno?” (Culposo, algo fóbico, no soporta perder el control de una situación.)
Observar los detalles de decoración y comentarlos, incluyendo cuadros, tipos de luz, alfombras y revestimientos. (Alma sensible. O un criticón, depende.)


Lo que jamás hay que hacer

Por cierto, y como en otras áreas, no todos están al día con el protocolo. A más de un rebelde de cotillón puede parecerle que la cortesía está de más, y hasta que es una forma de hipocresía. Pienso diferente. A mi juicio, forma y contenido no son dos cosas, aunque tampoco son una sola. Así que importa, y mucho, cómo hacemos y decimos las cosas. De buena gana y con una sonrisa, es un favor; de mala gana y protestando, es un suplicio. Aunque se haga lo mismo.

Aquí, algunos consejos sobre lo que nunca pero nunca debe hacerse cuando la otra persona ingresa la contraseña y opera con su cajero o su cuenta de correo.


Mirar fijamente la pantalla y decir: “¡Lindo monitor! ¿Cuánto te costó?”
Preguntar: “¿Vos no deberías usar una contraseña segura?”
Peor: “¿A ver si adiviné? ¿Tu clave es F2H19J?”
Evite exclamar: “¡Increíble lo rápido que escribís la clave! Se ve que hace mucho tenés la misma”
Tampoco algo como: “¡Uh, tu casilla está que explota, qué cantidad de mails que tenés!”
Menos aún: “¡Mirá, te escribió Marcelita! Confesá, ¿pasa algo?”
Y ni se le ocurra algo como: “¡Ah, mirá, usás la misma clave en el cajero y en el celular, qué loco!”
Pero la realmente imperdonable sería: “¿Ayer tenías más plata en esa cuenta, o me equivoco?”


Por Ariel Torres

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