viernes, 29 de mayo de 2009

659 60-09 - Escenarios - Reflexiones 4 - Recop. JF, JS,YS

+ TEXTOS y textitos para pensar, si se quiere pensar...
* Misterix, el nombre más fuerte - Juan Sasturain - Se cumplieron sesenta años de la aparición de una de las revistas más importantes y uno de los nombres/marcas más sugestivos de la historia de la historieta argentina: Misterix. Y lo recordamos más, acaso, porque es algo que tiene que ver con nuestra propia historia de lectores infantiles primero, de maduros escritores después. Hay una pila atómica (la del “hombre de acero”) que mantiene la energía intacta de nuestra memoria afectiva.
Fue en el primer tercio de la década del cuarenta, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando se instaló en la Argentina Editorial Abril. Su fundador fue Cesare Civita, un emigrado judeoitaliano que llegó a Buenos Aires –vía Nueva York– escapando del fascismo. Hombre con gran experiencia en la industria editorial de su país, obtuvo la representación de Walt Disney, empezó a explotar sus personajes y a publicar literatura infantil. Terminada la contienda universal, se volcó al mercado de las revistas de historietas. Así nacieron, sucesivamente, las exitosas Salgari, Cinemisterio, Misterix y Rayo Rojo. Para proveerlas, Civita fundó el sindicato Sudameris –a la manera norteamericana–, tradujo gran parte de la producción de los jóvenes creadores italianos de posguerra e invitó a algunos de ellos a trabajar en la Argentina. Así llegaron a Buenos Aires, en 1950, los dibujantes Mauro Faustinelli, Hugo Pratt e Ivo Pavone (que en estos días, casualmente estará de visita tras muchos años en la Argentina), y el guionista Alberto Ongaro. Otros, como Dino Ba-ttaglia y Paul Campani –que también publicaban en las revistas de Civita–, nunca viajaron. El cruce de estos autores con algunos de los por entonces noveles creadores argentinos –el guionista Oesterheld, los jovencísimos dibujantes Solano López, Zoppi, Vogt y Carlos Cruz– fue muy productivo.
Los semanarios de historietas de Abril –sobre todo Misterix, que apareció en septiembre de 1948, y la pequeñísima Rayo Rojo– fueron, durante la primera mitad de la década del cincuenta, el espacio gráfico en que se expresó la aventura moderna, con temas contemporáneos, de clara influencia norteamericana pero con rasgos propios. Se seguía con el concepto de “continuará”, pero el relato gráfico soslayaba la pesadez del folletín tradicional y los guiones apuntaban a un lector más maduro y exigente.
En la revista y en el personaje insignia de Abril, Misterix, lo primero que seducía era el nombre. Sólo con el tiempo descubrimos que se trataba de la versión fonética de “Mister X”. Los chicos de aquellos años cincuenta no sabían (sabíamos) inglés. La revista era apaisada y tenía la particularidad de que las historietas comenzaban directamente en la tapa, donde estaban los únicos y habitualmente desfasados colores. No siempre con la misma: a veces era Misterix, de Campani y Ongaro, a veces El Sargento Kirk, de Pratt y Oesterheld; a veces Bull Rockett, de Campani y Oesterheld, y también –pero menos– Fuerte Argentino, de Ciocca y Julio Almada. Con el tiempo, al retirarse Campani, Eugenio Zoppi pasó a dibujar Misterix y Solano López se hizo cargo de Bull Rockett.
Tanto el personaje de Misterix, como el efímero Asso di Piche de Battaglia-Pratt –rebautizado As de Espadas en la Argentina– habían nacido en Italia y eran versiones más o menos logradas del modelo de superhéroe yanqui. Los jóvenes autores italianos que habían sufrido la censura de la producción norteamericana en sus revistas durante el fascismo volvieron a esos temas y personajes en cuanto pudieron. La influencia de Caniff, de Eisner, de los héroes de Lee Falk –The Phantom, Mandrake– es evidente.
De esos héroes, Misterix fue, a la larga, si no el mejor, el único que sobrevivió, aunque con muchas transformaciones. El personaje, de origen más o menos gótico y sombrío en los inicios en la revista Salgari, derivó a aristócrata inglés colaborador habitual de Scotland Yard. Lo fundamental siguió siendo la apariencia imponente y el rasgo de modernidad tecnológica: el traje hermético e incombustible y la pila atómica que emitía rayos multiuso operada desde el centro de su cinturón. El dibujo de Zoppi tuvo la rigidez y eficaz simplicidad de las historias.
Bull Rockett, primer personaje importante de Oesterheld, fue construido por encargo y para competir con héroes aviadores de posguerra como el Steve Canyon, de Caniff, y el Johnny Hazard de Frank Robbins. Tenía la cara de Burt Lancaster –entonces de moda– y fue pronto mucho más que el original piloto de pruebas del encargo para convertirse en científico atómico, hombre de acción y eje de un grupo aventurero heterogéneo –Bull, Bob y Pic– que sería después la marca de fábrica del guionista. Precisamente, en El Sargento Kirk, ya con Hugo Pratt en su primer gran trabajo de aliento, un Oesterheld aún literario en demasía desarrollaría con plenitud su concepto de la Aventura (así, con mayúscula) como desafío interior, existencial, y no mera peripecia, y la idea del Héroe colectivo, una constante en su trabajo posterior.
En Rayo Rojo, simultáneamente, mientras se instalaba como un clásico perdurable el anónimo Colt Miller –que no era otro que el Tex Willer del italiano Sergio Bonelli, que aún hoy sigue...– nacían personajes perdurables como El Indio Suárez, de Oesterheld-Fleixas (luego Cruz), historia de un boxeador criollo que accede a pelear por el título del mundo, deviene manager y se mueve habitualmente en ese submundo; y el elegante detective Mark Cabott, de Ongaro y el jovencísimo Carlos Vogt.
La modernidad que les daban a sus historias los dibujos de Pratt, Solano López y el resto –vigorosos, cinematográficos– y los originales guiones de Oesterheld y Ongaro hicieron que Misterix y Rayo Rojo fueran líderes, en un mercado en que las revistas de historietas semanales se contaban por docenas y los ejemplares vendidos en cientos de miles. Esos “años de Misterix”, primera mitad de los cincuenta, fueron parte del epicentro de la Epoca de Oro de la historieta de aventuras argentina, un período que se extiende desde la aparición de Patoruzito, en 1945, a la desaparición definitiva de esta misma reciclada y ya desfasada Misterix hacia 1964.
Tal vez me acuerdo de todo esto porque charlé en estos días con Solano López, que acaba de cumplir ochenta años y sigue laburando como si nada, como si todo. Glorioso sobreviviente de una revista y de una época especiales: ni antes ni después hubo semejante conjunción y proliferación de medios, creadores y público.

** –¿Por qué no me cuenta qué es un microchip y qué contiene?
–Es un conjunto de transistores, así de simple. Y con el conjunto de transistores se pueden hacer muchas cosas. Es una llave muy chiquita, de unos 60 nanómetros de longitud, es decir es a nivel molecular. Más chico que un virus de gripe. Y esto va en descenso.
–Sí, pero va a llegar un momento en el que no se puede reducir más porque se llega al nivel atómico.
–Bueno, cada año dicen lo mismo, que ya se alcanza la pared insalvable, pero hasta ahora se ha logrado seguir avanzando.
–Pero el nivel atómico es el nivel atómico...
–Sí, pero todavía no se alcanzó el nivel atómico. Tenga en cuenta que en las tecnología más chicas los transistores empiezan a ser más impredecibles.
–¿Cómo está formado un transistor?
–Tiene un área en la que se producen y otra en la que se emiten los electrones. Y en el medio tiene algo parecido a un metal, que es un polisilicio que sirve para modular, trabar, abrir o cerrar el paso de esos electrones: es la compuerta del transistor.
–¿Cuántos transistores hay en un microchip?
–Un chip de computadora tiene cientos de millones de transistores en un centímetro cuadrado.
–¿Y cómo se diseñan cientos de millones de transistores en un chip?
–Es un problema; ha aumentado más la capacidad de meter transistores que la capacidad del hombre de diseñar. Es un problema enorme, por eso el circuito se divide en áreas en las que trabajan distintos grupos de trabajo y luego se hace la interconexión. Para hacer microprocesadores trabajan equipos de 300 personas durante tres años y con herramientas de software realmente muy complejas.

*** Aciertos y dificultades para el trabajo en común - Grupos desagrupados - Liñiana Amaya - sostiene que “los sucesos inaugurados en diciembre de 2001 dieron vuelta el modelo vertical en grupos e instituciones”, donde “el modelo dominador-dominado fue puesto en cuestión”. Pero el riesgo se presenta cuando “el ídolo no es el jefe ni los otros, sino el propio yo”. ¿Cuál es el rasgo particular inherente a nuestra cultura que hace complicado el trabajo en equipo? ¿Es el individualismo arraigado en el núcleo de nuestra identidad? Sin descartar esa posibilidad, pensar en factores múltiples interconectados nos permite acercarnos a una explicación razonable.
El trabajo y la vida en grupo requieren de la confianza entre sus miembros. Es a partir de esta base como se puede acceder a otro nivel, necesario para el trabajo en común: el descentramiento de sí mismo. El proceso de descentramiento de sí mismo compromete la fianza hacia los demás. Abandonar el egocentrismo en un grupo requiere seguridad en sí mismo, una experiencia práctica en actividades en grupo y confianza hacia los otros participantes. Las rupturas asentadas en la desconfianza interrumpen la necesaria continuidad para el conocimiento mutuo, la reciprocidad y la modificación de los errores pasados. Digamos que lo que se necesita es tiempo para la interiorización de los otros y placer por el mismo proceso del hacer en común.
La experiencia en nuestra sociedad indica que los períodos de confianza entre los participantes no tienen la continuidad básica como para que las actividades en grupo se sostengan sin quiebres. Las discontinuidades alteran la vida de los grupos en secuencias cuyos tramos dividen ideas, pensamientos, modos de hacer, opiniones; en fin, personalidades.
Los sucesos inaugurados en diciembre de 2001 en Buenos Aires dieron vuelta parte del modelo vertical en relación a las relaciones interpersonales. Este cambio se reflejó en los grupos y las instituciones. Las formas democráticas se impusieron como la moda y el poder se trasladó a los participantes, desconfiados de las relaciones asimétricas. Todo integrante desarrolló el derecho de plantear lo que se le ocurre en el momento en que lo siente oportuno. El modelo dominador-dominado quedó cuestionado.
La ola expansiva que produjo el movimiento contra el sometimiento a los viejos jefes dio el toque de gracia a instituciones que venían en franca bancarrota. Algunos sindicatos, partidos políticos y empresas se vieron obligados a adoptar modelos democráticos de funcionamiento. Estos modelos democráticos no se fijaron ni son permanentes, pero se imponen en momentos críticos.
Diez años después de la ruptura del modelo vertical, los integrantes de los grupos se encuentran en una mutación en la dinámica grupal: de grupos apoyados en una sólida conducción a grupos que eligen como forma de funcionamiento el vínculo horizontal entre los participantes.
De ahí que, en los últimos años, se expandiera la idea de que, si estaba aniquilada la expectativa en los antiguos caciques, las personas pudieran valorar su trabajo en común, confiar unos en los otros y poder valorar sus propios recursos en acción.
A medida que los equipos de trabajo pudieron despegarse del modelo autoritario y ponerse a trabajar en cadena horizontal, las cosas fueron cambiando. El transcurso mostró que se puede trabajar sin mandos visibles, impulsados por las distintas iniciativas de sus miembros y con una ligazón importante durante el tiempo que dura el lanzamiento del proyecto inicial. El grupo autogestivo dio lugar a la iniciativa individual y un lugar para cada uno. Una vez rota la cadena de mandos, los integrantes de los equipos se sintieron más felices, pero la dificultad apareció en el cumplimiento de la planificación previa.
Se sabe que iniciar algo no es lo mismo que mantenerlo. Algo parecido sucede con las relaciones matrimoniales: casarse no es lo mismo que sostener la relación. Nuestros grupos mostraron iniciativa, creatividad y una importante energía. El entusiasmo permitió la planificación de proyectos, discusión de ideas y puesta en acción de los primeros pasos. Pero, si observamos bien, veremos que esa fuerza se concentró en el principio. Cuando el grupo debe adaptarse a situaciones nuevas, con temas como inclusiones, incorporaciones, crecimiento y expansión, aparecen los problemas. Vuelve a surgir esa desconfianza basal, generando expulsiones, autoexpulsiones, fracturas, alianzas diádicas, coaliciones y un estallido final.
Al no poder resolverse la situación vivida como dilemática, el movimiento suele ser romper el primer grupo y formar otro, donde el entusiasmo inicial, “por haberse sacado de encima los problemas que producían los otros”, provee oxígeno para seguir. El abastecimiento de energía para funcionar en el nuevo grupo surge del recuerdo permanente del odio hacia el grupo pasado.
Los grupos asentados en la hostilidad pasada no se sustentan en la experiencia, sino en emociones primitivas. El alimento con que creen que vivirán será el veneno con que mueren. Cuando lo que une a las personas es el espanto, los resultados suelen repetir la tragedia.
Entonces suceden algunas de estas cosas: a) el grupo estalla y se rompe, empezando un nuevo vínculo con cimiento democrático; b) el grupo estalla y se rompe, pero repitiendo la vieja forma autoritaria, mala pero conocida; c) el grupo no se rompe, pero se abandonan las formas democráticas para volverse a imponer, paulatinamente, las viejas formas de conducción.
Los vínculos democráticos que se forjaron en los últimos años tienen un destino aún poco claro. La batalla contra el autoritarismo, contra los Estados burocráticos dentro del grupo y el quietismo paralizante no puede transformarse en algo tangible si el tiempo de las nuevas formas de relación se pierde. El mito del recomienzo hace creer a quienes lo practican que “ahora todo va a ser mejor”. La esperanza en un nuevo origen hace perder las enseñanzas adquiridas y muestra que nuestros grupos padecen fallas cuando de aprender de la experiencia se trata. Sin elaboración, ni evaluación, no hay aprendizaje.
“El grupo soy yo”
El poder arrancado a los jefes en los últimos años se trasladó a los participantes, dando paso al poder de múltiples jefes individuales en un intenso movimiento horizontal. En nuestra experiencia del trabajo en grupos, el valor de los hombres ha estado de continuo por encima del valor de la tarea, y la liberación del peso de conducciones autoritarias no ha mejorado los resultados del trabajo en equipo.
Si algo se logró en la vida de los grupos fue darse el gusto de que cada uno haga lo que le da la gana. Este placer alucinógeno comparte más puntos en común con la anarquía que con la autogestión, ya que las dificultades por el respeto a las reglas establecidas muestran que el obstáculo para trabajar operativa y placenteramente en los grupos sigue incólume, a pesar de haber cambiado el modo de relación.
Los grupos sin jefes visibles alardean de su democracia interna, pero suelen ocultar el desorden con que trabajan y su bajo rendimiento. El “aquí no hay jefes” es una frase limitada que disimula metas inconclusas y fines olvidados en el camino.
Suele decirse que las sociedades acostumbradas a la relación dominador-dominado tienen problemas a la hora de trabajar en equipo. Para lograr ese trabajo es necesario establecer un lazo amoroso, no sólo con los participantes, sino también con la tarea.
En nuestra sociedad está instalado el miedo a dedicarse centralmente a la tarea, como si esta dedicación pudiese descuidar el control de los otros integrantes y con ello favorecer que algunos quisieran instalarse como cabezas dentro del grupo y arruinar la vida democrática conseguida. De ahí que una gran cantidad de energía se utiliza en el control vigilante de unos con otros.
La experiencia indica que las prácticas de corrupción, pactos elaborados de espaldas al grupo, alianzas secretas y pequeños golpes de Estado están al acecho en la idiosincrasia argentina. Frente a un miembro par sospechado, los integrantes de un equipo prefieren un jefe autoritario. Una vez puesto un superior en el lugar de la jerarquía, vendrá la etapa de ambivalente amor/odio sobre él, pero esta elección será sentida menos peligrosa que aquel posible amenazante.
Gran parte de la energía que las culturas eficientes encaminan hacia la meta, en nuestro caso se consume en vigilar actos, pensamientos e ideas de cada uno. Finalmente, el factor individuo pesa más que el objetivo en común.
El nivel de descentramiento alcanzado en nuestros grupos ha conducido a la gestación de múltiples centralizaciones individuales. Estas iluminan una nueva vertiente a tener en cuenta en la dinámica grupal, el amor a sí mismo. El ídolo ahora no es el jefe ni los otros, sino el propio yo.
Este afecto hacia la propia persona se expresa en los grupos en su cara normal y en su faceta patológica. En la normal, el integrante desea ser el centro de atención y espera apoyo a sus propuestas, mientras reconoce su interdependencia con los demás y puede expresar su agradecimiento por compartir experiencias. En la patológica, el miembro exige ser el centro de atención, pero no acepta la interdependencia ni puede mostrar gratitud.
Un grupo de trabajo, cuando está constituido por personalidades intolerantes a las reglas, insensibles a los acuerdos, divididos en coaliciones de unos contra otros, evitando las evaluaciones conjuntas, obtiene en su labor pobres resultados, que dejan como aprendizaje la conclusión errada de que el trabajo en grupo no sirve.
La cultura caudillesca, generadora de grupos pasivos, es antagónica con el trabajo en equipo, pero la cultura narcisista también lo es.
La confianza mutua, la buena convivencia, el trabajo placentero, la posibilidad del reemplazo sano de uno por otro y la continencia emocional que otorga un grupo son difíciles de lograr en comunidades habituadas a ser dirigidas discrecionalmente por caudillos, intolerantes al intercambio respetuoso entre sus miembros, sujetas a penosos procesos de discordia por la competencia velada.
Trabajar en grupo requiere que los integrantes, lejos del narcisismo patológico, tengan una cosmovisión positiva del trabajo compartido, valoren el fin por el cual están unidos y puedan actuar con madurez, nobleza y desarrollada empatía.* Fragmento del libro Grupos desagrupados

658 49-09 - Escenarios - Reflexiones 3 - Recop. RB, SV, AA

* Constelaciones - JUAN JOSÉ MILLÁS - Yo, tú, él. El hecho de que estos pronombres mantengan ese orden en la conjugación verbal podría inducirnos a pensar que primero se inventó el yo, después el tú y más tarde el él. Pero quizá no fue así. Tal vez apareció primero el tú. El tú pudo ser el centro de una constelación alrededor de la que giraban el yo y el él (no sabemos si en este orden). Pero también, por qué no, es posible que apareciera primero el él. A lo mejor estaban dos individuos (aún sin nombres ni pronombres) compartiendo una pieza de carne cuando apareció a lo lejos una sombra amenazadora a la que señalaron con el dedo al tiempo que gritaban: él, él, él. De hecho, parece más racional decir él mira, tú miras, yo miro, incluso él muere, tú mueres, yo muero, que al revés. De modo que quizá el centro de la constelación fue el él, después vendría el tú, y finalmente, en la periferia, como un planeta helado, el yo. En la constelación familiar clásica, el padre, que ocupa el centro, es él; la madre, tú; el hijo, yo. Si no fuera por el padre (él), la madre y el hijo (tú y yo) apenas se diferenciarían.
Cuando se descubrió que la Tierra no era el centro del universo, deberíamos haber modificado también la situación de los pronombres en la conjugación verbal. Es mentira que todo gire en torno al yo. El centro es él, ése, el otro (el sol), y yo doy vueltas a su alrededor, atado a ese círculo por una fuerza gramatical que no comprendo y que me hace sufrir, una fuerza a la que tengo miedo, una atracción que me enloquece, pero de la que no puedo escapar como no pueden escapar los planetas de sus órbitas. Es casi seguro, en fin, que el yo y el tú se descubrieron tras la aparición del él y no al revés. Si el resto de la gramática está así de equivocada, no nos extrañan las cifras de fracaso escolar que provoca esta
asignatura. A ver si lo arreglan.
** Acerca de la situación actual del periodismo, Tomás Eloy Martínez aseguró que se "rompe la cabeza" al pensar cómo se va a salir del "atolladero en el que se encuentra el periodismo papel", y aunque reconoció que aún no se ha encontrado una salida, está convencido de que la prensa la va a hallar. El recientemente galardonado con el premio de periodismo Ortega y Gasset a la trayectoria, insistió en que "ojalá" se halle "una vía de escape a esta especie de camino cerrado", una "vía de confluencia" entre Internet y el periodismo escrito en el que él ha crecido, apuntó en un encuentro con los medios.
** BIS - Perón, un personaje decisivo - "La novela de Perón nació de la necesidad de enmendarle la plana a Perón en el momento en que me di cuenta de que cuando él dictaba sus memorias estaba ocultando hechos importantísimos de su vida o desfigurando otros y estaba usándome para construir su monumento personal", dice Martínez."Conocí a Perón en su peor momento, con López Rega al lado". Entre sus cintas, Martínez tiene grabado a López Rega leyendo un texto escrito por Perón sobre su asistencia al entierro de Mitre: "Perón tenía diez años cuando muere Mitre, el velorio se hizo a una cuadra de su casa. En el relato que Perón escribe y que López Rega reproduce con su voz, dice: 'Tal día de 1906, fui con mi abuela Dominga, mi primo Julio, mi prima Amelia, a rendir homenaje a Mitre. Mi abuela y yo caminábamos delante, mis primos detrás y con nosotros iba José López Rega'. Entonces yo le digo: 'General, estamos hablando del año 1906, López Rega nació en 1916'. Y dice López Rega: 'Yo estaba ahí, ¿no es cierto general?' 'General, López Rega, no pudo haber estado ahí'. 'Yo estuve ahí', dice López Rega. Y mira a Perón como exigiéndole mediar: 'No sé, será como López dice', se rinde Perón".

*** Jürgen Habermas, el filósofo ilustrado - El pensador propone una filosofía universal y sin adjetivos. Nada de entrevistas, nada de actos sociales y nada de homenajes para celebrar los 80 años que cumplirá en junio. Esas fueron las condiciones impuestas por el filósofo Jürgen Habermas (Dusseldorf, 1929) antes de aceptar la invitación de la Universitat Oberta de Catalunya para impartir un seminario y dar una conferencia el pasado martes en el CCCB. Consciente de la marginalidad en la que reside la filosofía, el pensador planteó -ante un público especializado- una extensa genealogía de la filosofía y terminó exponiendo la necesidad de una racionalidad dialógica, no fundamentalista. Una filosofía sin adjetivos que utilice estructuras universales que integren los distintos campos de conocimiento. "Uno de los instrumentos de la filosofía es el análisis conceptual de los textos y sus contextos, ahí se convierte en un medio para clarificar el discurso público. Pero en lo público los filósofos no tenemos ningún privilegio", afirmó el autor de Teoría de la acción comunicativa.
*** BIS - Apoyado en un atril, Habermas desgranó su conferencia poniendo un cuidado extremo en cada palabra. Cada vez que pronunció la palabra certidumbre pidió permiso para denominarla de ese modo.
"Es de una gran seriedad intelectual. Ante el mundo actual se muestra escéptico pero no derrotista. Él piensa que a través de la razón se pueden solucionar muchas cosas", comentó el doctor en Filosofía Pere Fabra a este periódico. Fabra es el puente entre Habermas y Barcelona. "Consciente de que el paradigma científico y técnico es el que impera, Habermas se rebela contra las críticas totalizadoras de la razón y defiende el proyecto ilustrado de una razón que no se perjudique en la crítica. Él defiende un proyecto que no se diluye en el negativismo ni en el escepticismo", aclaró Pere Fabra, que pasó cinco años en Frankfurt bajo la tutela del maestro.
*** PORTRES - El mundo objetivo - Habermas habló gestualizando, esbozando una sonrisa de vez en cuando, pero aún así, la densidad de su discurso no se disipó. Dejó claro que la totalidad trascendental de la metafísica ha quedado atrás, y en su exposición se detuvo en la cuestión de "la objetivación del mundo". Una idea esbozada por el empirismo y que más tarde Kant sacudió. "Es sorprendente que los hechos históricos, sociales, etc. no despertaran un interés científico hasta muy tarde". "Es sorprendente que los hechos históricos, sociales y culturales no despertaran un interés científico hasta muy tarde. Las ciencias no tienen acceso a la objetivación de la interpretación. Esta cuestión es todavía un rompecabezas, un interrogante", apuntó. "Cuando decimos objetivación, nos referimos a una descripción cada vez más imparcial de la realidad que se debe a un descentramiento de las perspectivas de percepción e interpretación. No debemos confundir la objetivación con la cosificación", advirtió. Tras charlar durante casi dos horas, el pensador todavía tuvo la paciencia de dejarse fotografiar con tres de los asistentes. Rechazó varias invitaciones para salir a cenar y cuando hubo saludado a todos los que se le acercaron se marchó con su esposa. Lo que más le apetecía era ir paseando tranquilamente hasta su hotel y descansar para poder pensar. Habermas da respuestas a cómo funciona nuestro pensamiento, pero no da recetas de cómo hemos de vivir. Eso lo deja para los psiquia
tras.

657 48-09 - Dialéctica - ¡TRAICIÓN A LAS COSAS! - Roberto Bussero

Múltiples universos y la novedad imposible

No perdí las casi dos horas en que intenté explicar a mis nietos qué implicaba “una película de “cowboys” o “vaqueros”. Deliciosa e infructuosa tarea emprendida mientras corría “La diligencia” de John Ford. En la larga escena del robo de caballos y aislamiento de los sufridos protagonistas, incluido John Wayne, la inocente interrogante acerca de por qué los sitiados no utilizaban sus celulares para pedir auxilio me llevó por una digresión ausente de infantilismo.
Este camino lamentablemente adulto me motivó al menos tres interrogantes: (1) la que refiere a la irreconciliable multiplicidad de tiempos intraculturales (entre subculturas – tribus - y generaciones/edades); (2) la que hace a la imposibilidad de la novedad – que supone una especie de paulatino agotamiento de la historia, pero no su fin, como presentía Fukiyama -; y (3) la que podría enunciarse de este modo: ¿no se ha dado una especie de “traición a las cosas”, provocada por su multiplicidad de utilidades/usos?
En realidad, estimado lector, usted podría cortar tal desarrollo proponiéndome una única interrogante, algo así como que: en una sociedad global/mundial diversificada y segmentada, cruzada por múltiples corrientes migratorias, ¿no es “natural” que el predominio de las visiones “individualistas” – subjetivas o grupales – (1), se agoten en un repertorio “finito” de creencias, valores y conductas (2), y se perciba a los contenidos objetivos como simples eventuales vínculos, y nada más (3)?
Incluso, si la respuesta a la tercera fuera afirmativa, uniéndola con las anteriores, cada grupo mantendría su identidad no por su ”ser/existir” sino por su capacidad de “exprimir” determinados contenidos de su entorno y de rechazar otros.
Más aun, podría decírseme que la mentada “traición a las cosas” sólo implica un apego al uso inicial de una “denominación de objeto”. Ejemplo: existe la máquina fotográfica, ¿a usted le molesta que yo saque instantáneas con mi celular?, si existe el televisor – mis nietos no entienden como sería la vida sin él, pura lectura y radio (¡qué belleza!) y tampoco la convivencia con un “aparato blanco/negro y sin control remoto -, ¿por qué ver TV en el PC?
Sin embargo, la pregunta de mis nietos también deriva a una cuestión ética que podría calificad como “maravillosamente humana. Pido la oportunidad de empezar por el principio, lo que, aunque parezca raro y hasta imposible, no ocurre siempre.
HOMBRE ¿NATURAL?
Permítaseme manejar un texto de Jean-Marie Schaeffer (i). Por un lado, asegura que desde hace por lo menos un siglo y medio, sabemos, que los humanos somos “seres vivientes entre otros seres vivientes (…) y que la unidad de la humanidad es la de una especie biológica”.
Entonces “la llegada a la existencia de la humanidad se inscribe en la historia de lo viviente en un planeta de mediana dimensión de ‘nuestro’ sistema solar”. Como diría Goethe, estamos a caballo sobre una piedra que gira alrededor de otra piedra más grande. Según esto, “no podríamos separarnos del conjunto complejo e inestable de las formas de vida que coexisten actualmente sobre la Tierra. Esta vida no humana constituye mucho más que nuestro ‘entorno’: ella es constitutiva de nuestro ser, que no es otra cosa que una de sus encarnaciones pasajeras”.
La otra tesis/posición es defendida por la mayor parte “de aquellos que se proponen estudiar al ser humano desde una perspectiva filosófica o en su dimensión social y cultural” y afirma que “el hombre constituye una excepción entre los seres que pueblan la Tierra, incluso que constituye una excepción entre los seres -o el ser- a secas”. Esta excepción supondría que, “en su esencia propiamente humana, el hombre poseería una dimensión ontológica emergente, en virtud de la cual trascendería a la vez la realidad de las otras formas de vida y su propia ‘naturalidad’”. Esta es la que Schaeffer llama la tesis de la excepción humana.
Esta Tesis adopta tres formas mayores: el “yo” como un “sujeto”, radicalmente autónomo; el hombre social, como “no natural”, hasta “anti natural”, y la tercera sostiene que es la “cultura” (la creación de sistemas simbólicos) lo que constituye la identidad propiamente humana del ser humano, y que la trascendencia cultural se opone a la “naturaleza” y a lo “social”.
¡ABRITE QUE SE CAE!
A pesar de las repreguntas del lector, y sobre las precisiones/tesis reseñadas, creo poder vincular esa “traición a las cosas” con ciertos procesos de desmantelamiento éticomoral de la sociedad occidental. Me apuro a aclarar que no establezco una relación “esencial” sino fenoménico (que “aparece”) y posiblemente accidental.
Quizás termine sólo refiriendo a la vertiginosa aceleración del tiempo-ciencia, que podría superar la capacidad del tiempo-psiquis, más que nada en su “imposible” versión de un yo aislado. En sí, el tiempo es sucesión de acontecimientos y, por tanto, toda sucesión de ese tipo es social y funciona por oposiciones, convergencias/divergencias.
Más allá de esa reducción, entiendo que ese tipo de proceso de alteración – altamente divergente – compromete la identidad ética y dificulta la vinculación de ésta con las acciones puntuales, que deberían poder “catalogarse” como buenas o malas.
No quiero decir que la generación de mis nietos crece hacia una impericia ética y un fracaso moral inevitables. Sí digo que prestar atención a las unidades de conducta y valor y, justamente, “valorizarlas” como formas culturales deseables por y más allá de los grupos de pertenencia – sobre todo en y desde los más inmediatos: familia, estudios, barrio – no vendría mal para el desarrollo de una sociedad “acelerada”.
Sin duda, la atención recomendada, que podría iniciarse por un “reconocimiento de las cosas”, abre expectativas para evitar traiciones mayores, sobre todo las que terminan hiriendo la convivencia, la paz y, ¿por qué no decirlo?, la participación democrática en lo local y las posteriores ”universalidades“ políticas societales.
************++++++++++++//
(i) Jean-Marie Schaeffer El fin de la excepción humana

656 47-09 - Actuales - La oligarquía sojera desespera por los avances de la ciencia argentina independiente - Alberto Jorge Lapolla

* sin duda, un punto de vista
polémicamete aceptable y sólo
fundadamente discutible, red.
Terror en el rentismo sojero
En un editorial del 24 de abril del diario de los Mitre, terroríficamente titulado ‘tierra arrasada’, refrendado por otro del día siguiente de F. Bertello llamado ‘Ante el riesgo de volver al pasado’ –pasado industrial, productivo, independiente, soberano e inclusivo, podríamos agregar-, se hace una defensa desesperada y plagada de mentiras y descalificaciones antidemocráticas hacia la acción del gobierno, del modelo de la sojización. Allí se defiende irresponsablemente la principal herramienta del pequeño poroto transgénico: la lluvia agrotóxica del herbicida glifosato que anualmente inunda nuestros campos, napas, cursos de agua, arroyos, lagunas, ríos y el ambiente circundante de las ciudades del interior. Lluvia que viene acompañada, de su secuela de teratogénesis (malformaciones en los nacimientos y abortos espontáneos) cánceres, alergias, dermatitis, enfermedades respiratorias, expansión descontrolada de la población de mosquitos, afectación de la micro-macroflora y micro-macrofauna del suelo y otros efectos nocivos que se manifiestan en toda la extensión de la cuenca sojera. Espantó a La Nación, un reciente informe preliminar dado a conocer por el Dr. Andrés Carrasco, científico argentino de renombre internacional, con más de treinta años de carrera, descubridor en los años ochenta del rol de los ‘Genes Hox’ en la morfogénesis de los vertebrados y Director del Laboratorio de Embriología Molecular del Conicet y de la Facultad de Medicina de la UBA. El informe del Dr. Carrasco versaba sobre los graves trastornos teratógenicos y protocancerígenos descubiertos en sus investigaciones de dos años de duración, en embriones de Xenopus levis, un anfibio utilizado en el mundo entero para estudiar los efectos de los fármacos y tóxicos sobre los vertebrados. Gracias a lo descubierto por el Dr. Carrasco en los años ochenta, la ciencia mundial sabe hoy que los procesos morfogenéticos de los anfibios, se reproducen de igual manera en el resto de los vertebrados, lo que incluye al ser humano. Es por ello que Carrasco, como haría cualquier científico responsable ante su sociedad, haya preferido hacer públicos a la prensa sus conclusiones, ya bastante avanzadas y con contundente seriedad académica. Palabrita ésta que le gusta a La Nación cuando la ‘Academia’ es de ella, pero que le molesta cuando la Academia le juega en contra. Carrasco salió a advertir a la comunidad, antes de publicar su trabajo en cualquiera de las medios científicos existentes, pues al descubrir un hecho que puede afectar gravemente a la salud de la población, primó su responsabilidad como científico, antes que las ataduras a los pasos burocráticos del sistema científico, que por otro lado lo autorizan perfectamente a hacer lo que hizo. De hecho las denuncias y evidencias contra los nocivos efectos del glifosato-Round up y el paquete de agrotóxicos que acompañan a la sojización, van en aumento día a día. La Nación reduce la cifra de agrotóxicos, a 160-180 millones de litros, pero en la última campaña los litros desparramados superan los 300 millones de venenos, varios de ellos prohibidos en otros países (2-4-D, Clorpirifós, Paraquat, Diquuat), con crecientes daños para el ecosistema en su conjunto y para la salud de la población en particular. Lógicamente las medidas a tomar a partir de la publicación oficial del informe, que pese a lo que tergiversa La Nación, fue entregado por el Dr., Carrasco, al Poder Ejecutivo Nacional, a ambas cámaras del Congreso Nacional y al Conicet, y un resumen preliminar nos fue entregado por correo electrónico a los investigadores ambientales y está disponible para cualquiera. Pero claro, no fue entregado con anticipación –impidiendo su ocultamiento- ni a la Nación, ni a Clarín, ni a la Cámara de agrotóxicos y fertilizantes, ni a Aapresid, ni a Monsanto, ni a los muchachos de la Mesa de Enlace, ni a ningún otro integrante del ‘agronegocio sojero’, y eso lo hace insostenible para La Nación. Peor aun, todos ellos comienzan a mirar con preocupación a sus colegas de la industria del tabaco, cuando se confirmara su relación directa con el cáncer de pulmón. Las costosas indemnizaciones que el agronegocio sojero deberá pagar al conjunto de la población contaminada con venenos agrícolas, por sus secuelas de cánceres, malformaciones, abortos espontáneos, y otras plagas parecen quietarle el sueño a La Nación y sus socios sojeros, por eso no ven la hora, ni la forma de acabar con este gobierno que permite estas investigaciones impertinentes. La sojización constituye una verdadera plaga que ha devastado el otrora poderoso y autosuficiente sistema productivo agropecuario argentino, que se caracterizaba por obtener una enorme masa de alimentos sanos y de altísima calidad sin apelar prácticamente al uso de agrotóxicos, basándose en las enormes ventajas agroecológicas de nuestras pampas y de la rotación agrícola-ganadera que por décadas permitió alimentar adecuadamente a nuestra población y al mismo tiempo poseer un alto saldo exportable de granos y carnes de altísima calidad, hoy perdida por la sojización masiva y la expansión de la producción de ‘carne- basura’ producida en el feed- lot, su lógico producto. Así dejamos de ser el ‘granero del mundo’ –que añora La Nación- para transformarnos en el ‘pastizal-sojal’ de China, la India y la UE, primarizando nuestra producción agrícola a extremos ridículos. Le vendemos soja y maíz en grano a Chile, para comprarles luego los cerdos y pollos que ellos producen con nuestros granos y que nosotros hemos dejado de producir gracias a la expansión descontrolada de la producción de ‘pasto-soja’.

Mentiras a granel
En un párrafo sin desperdicio, para el dolor de nuestra memoria histórica, La Nación se escandaliza de que la Ministra de Defensa haya prohibido sembrar soja trángencia en los campos del Ministerio a su cargo. El diario no puede dejar de mostrar su espanto ante el sistema democrático vigente y su profundización a partir de 2003. Dice La Nación: ‘Cuesta creer la ligereza con la cual la ministra de Defensa ha dispuesto prohibir la siembra de soja transgénica en inmuebles propios de las Fuerzas Armadas. Desde el momento en que el ex presidente Néstor Kirchner ordenó a su entonces jefe de Estado Mayor General del Ejército que retirara, como si hubiera sido un peón de limpieza, con sus propias manos un retrato de Jorge Videla del Colegio Militar, la época del desprecio por las instituciones del país ha seguido un curso por momentos trágico y por momentos desopilante.’ Si el párrafo no perteneciera a un editorial del diario mitrista, seguramente merecería integrar una de las mejores antologías de la picaresca político. Cuando el ex presidente Kirchner ordenó al Jefe de Estado mayor retirar la foto de Videla -pues ninguno de los colaboradores del general quiso hacerlo en muestra de rebeldía- Kirchner cerraba con esa acción decidida y valiente un largo ciclo histórico de autoritarismo militar por sobre el poder civil. Fue en ese preciso instante que la aciaga frase del ex presidente Alfonsín, sobre sus ‘Felices Pascuas’ que congelara por veinte años la construcción de un verdadera democracia en la Argentina, pasaba a ser historia. Néstor Kirchner ponía blanco sobre negro que el jefe militar era el Presidente elegido democráticamente por los argentinos, tal cual expresa nuestra Constitución. Esa que La Nación despreciara y aboliera una y otra vez a lo largo de nuestra historia, apoyando a cuanto golpe de Estado se produjera. Los genocidas y asesinos debían ser juzgados, la democracia podía seguir su curso interrumpido por las leyes de la impunidad. Kirchner hacía exactamente, lo que Alfonsín se había negado a hacer en la aciaga Semana Santa donde decidió vaciar de contenido su gobierno y traicionando a los millones de argentinos que dejando de lado sus banderías políticas, ocuparon las plazas de la Patria, rodearon Campo de Mayo y estaban prontos a destrozar al ejército asesino y genocida emergido del 24 de marzo de 1976 y dispuestos reemplazarlo por uno nuevo democrático y popular.

Videla y el glifosato: el mismo proyecto
Resulta notable que La Nación junte al glifosato y la sojaRR con Videla, casi sin anestesia, pues como hemos explicado muchas veces, la sojziación, que ha devuelto al país al modelo agroexportador, es hija directa de la brutal desindustrialización iniciada en marzo de 1976 y llevada hasta el hartazgo por el menemato. Entre 1976 y diciembre de 2001 se destruyeron 280.000 establecimientos industriales y se perdieron 300.000 productores agropecuarios. De ese increíble retroceso histórico surgió la sojización que nos devolvió al modelo de la ‘granja británica’, vigente entre 1862 a 1943, claro que ahora remozada como ‘pastizal chino’. Le vendemos a China ‘pasto-soja’ y le compramos toda su producción industrial incluida la basura. Eso si que es retorno al pasado. Argentina es el único país en el mundo que se desindustrializó por decisión política de su burguesía, sin haber sufrido ni una guerra de invasión, o de anexión, como ocurriera con la ex Yugoeslavia, la ex Alemania comunista o Irak. La última frase del párrafo es absolutamente perversa y denuesta el correcto accionar de la Presidenta legitima de los argentinos. ‘De un día para otro se toman en el seno de un gobierno orientado desde las sombras, y no por quien fue elegida para regir por cuatro años su destino, medidas que asombran. Pasará el tiempo y muchos de los personajes de esta época revistarán como protagonistas de capítulos inverosímiles, impropios de una república cuya grandeza se celebró por muchas razones en el mundo.’ ¿A razón de qué, una medida tomada por la ministra de Defensa designada por aquella Presidenta ‘elegida para regir por cuatro años su destino’ años proviene de un supuesto ‘poder en las sombras’? O acaso la ministra Garré no habrá consultado a la Presidenta, antes de tomar la correcta decisión de prohibir la sojaRR en los campos militares? Campos que por supuesto, no debían estar destinados a la especulación rentista-sojera, sino a la producción de alimentos para nuestras fuerzas armadas. Un ejemplo que debería tomar el ministerio de Educación y prohibir que los campos pertenecientes a las escuelas Agropecuarias o a las Facultades de Agronomía de todo el país se alquilen o produzcan desvergonzadamente sojaRR como si más. Finalmente el párrafo hace mención a gobernantes ‘impropios de una república cuya grandeza se celebró por muchas razones en el mundo’. ¿A qué grandeza se refiere La Nación? ¿A que Republica se refiere el diario de Mitre? ¿A esa extraña ‘república conservadora’, sin voto universal existente entre 1862 y 1916? ¿Al país de las vacas y las estancias? ¿A ese que según Roulet, dirigente de CRA, ‘hicieron grande el campo, la Iglesia y las Fuerzas Armadas?’ Esa República sin votos es la que añora la burguesía terrateniente, hoy reconstituidos en poderosa burguesía sojera, luego de haber vendido sus empresas industriales, habiendo fugado entre 150.000 y 300.000 millones de dólares fuera del país y haber recuperado gran parte de las tierras que debiera vender durante los años del peronismo. Añoran esa ‘republica’ donde votaban los muertos, y el ‘Presidente de la Nación’ se elegía en reuniones del Jockey Club, el Banco de Londres y el Club del Progreso. ¿Será por eso que toda la oposición habla de República, y olvida hablar de democracia? Recordamos entonces una frase que Jaime Jacques Perriaux, el ideólogo del modelo económico perpetrado por Martínez de Hoz, le señalara pedagógicamente al asesino Videla: ‘conviene hablar de República y no de democracia. A la democracia hay que explicarla a la republica no’. Creemos hallar allí la explicación de tanto fervor republicano de la oposición que se niega a hablar de derechos económicos, sociales y humanos, implicados en la ‘democracia para todos’ y no solo para los propietarios de la tierra (6900 familias dueñas del 49.7% de la tierra en la Argentina, bueno es recordarlo). Nos viene a la memoria al caso, un discurso de Domingo F. Sarmiento, en el Senado Nacional que creemos expresa el pensamiento republicano de La Nación, dice allí el ‘padre del aula’: ‘La clase decente forma la democracia, ella gobierna y ella legisla.(...) Cuando decimos pueblo entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara, ni gauchos, ni negro, ni pobres. Somos la gente decente, es decir patriota.(...) las masas populares cuando llegan al poder establecen la igualdad por las patas, el cordel nivelador se pone a la altura de la plebe y !ay de las que lo excedan de una línea! El ejercicio de la soberanía popular traería como consecuencia la elevación de un caudillo, que representa en todos sus instintos la mayoría numérica en despecho de la minoría ilustrada’.(1) Parecería que para los nostálgicos de la república conservadora el voto universal y la vigencia plena de las instituciones democráticas es un problema sin solución. Por suerte.

1-Citado por Carlos Paz en Poder, Negocios y Corrupción en la Época de Rivadavia, pag., 71, De Alejandría, 2000
**Ingeniero Agrónomo genetista e Historiador, Director del Instituto de Formación y Capacitación de la CMP

miércoles, 27 de mayo de 2009

655 46-09 - Escenarios - El sol del 25 - Brienza/Peña

* dos visiones más sobre el
ingreso al bicentenario, red
*********ENGAÑOSO FESTEJO - Hernán Brienza.
Hemos vivido equivocados. Hemos festejado engañados. Durante 199 años hemos celebrado una fecha patria que no era tal. Todos nuestros actos escolares han sido falsos, nuestras proclamas apócrifas, nuestros libros viciados de apariencia. Nuestra historia está fundada sobre un mito inexacto: el 25 de Mayo de 1810. Antes de seguir quiero convenir en algo: todo lo dicho, todo lo escrito, lo debatido, lo peleado sobre aquellas jornadas inaugurales de este país-maceta forman parte de uno de los debates más ricos de nuestra historia. Equiparado, tal vez, a los combates sobre Juan Manuel de Rosas o sobre el peronismo, ya entrado el siglo XX. El problema no es lo que se diga o deje de decir sobre el 25 de Mayo de 1810, sobre saavedristas y morenistas, sobre paraguas y mazamorras, sobre serenos y patoteros como French y Beruti, sobre pueblos en la calle y cabildos abiertos. La cuestión está en que nuestra patria no nació ese día: los sueños de república, de libertad, de independencia, la Primera Junta en estas tierras no provino de esa ciudadaldea portuaria, atestada de sacerdotes ocultadores, comerciantes rapaces, contrabandistas nocturnos y pensadores liberales. No. La patria fue parida otro día: curiosamente otro 25 de mayo, pero de 1809. Exactamente un año antes. Y en el otro rincón del territorio. Allí en Chuquisaca, en el Alto Perú, en el corazón de la América andina, entre esa gente de rostros cobrizos, de caminar cansino y tonada cadenciosa. Chuquisaca pertenecía, entonces, al Virreinato del Río de la Plata, pero tenía una serie de beneficios propios: autonomía administrativa y poder de policía propios. Su gran tesoro no era la plata potosina ni las regalías de la aduana. Su riqueza era la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier, reconocida como uno de los centros de estudios más importantes del mundo. Era tan importante que era conocida como “la Atenas de América”. En sus aulas estudiaron Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo, entre otros revolucionarios jacobinos. La Universidad de Chuquisaca era el verdadero centro de las luces de principios del siglo XIX. Todo comenzó cuando llegaron a América las noticias de la caída del rey Fernando VII y la instauración de la Junta de Sevilla. La Real Audiencia de Charcas (como también se conocía la ciudad que hoy se llama Sucre en honor al mariscal Antonio José, mano derecha de Simón Bolívar) se opuso y llamó a constituir otras juntas provinciales. En noviembre de 1808, el delegado sevillano, José Manuel de Goyeneche, entró en la ciudad e intentó que ese territorio quedara en manos de Carlota Joaquina Teresa de Borbón, hermana de Fernando y reina regente de Portugal en el Brasil. Los claustros de la Universidad se convirtieron en un polvorín y rechazaron de plano las exigencias de Goyeneche. Poco después, la Audiencia reconoció la autoridad de la Junta sevillana, pero el germen revolucionario ya había despertado.Los meses que siguieron fueron de agitación y conspiraciones. Un panfleto titulado “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos”, escrito por Bernardo de Monteagudo, decía: “Habitantes del Perú… Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia. Vuestra causa es justa, equitativos vuestros designios. Reuníos, pues, corred a dar ripio a la grande obra de vivir independientes”.La revolución estalló el 25 de mayo, a las 18, cuando el presidente de la Audiencia, Ramón García Pizarro, mandó a detener a los conspiradores. Sólo pudo detener a Jaime de Zudánez. Pero el levantamiento no se hizo esperar: el pueblo lo acompañó a la cárcel y comenzó a apedrear los edificios públicos. Fue prácticamente liberado por la multitud que lo llevó en andas hasta la Plaza Mayor. Entre la gente se destacaba, dicen las crónicas de la época, Monteagudo, quien gritaba “Muera el mal gobierno, viva el rey Fernando VII”. García Pizarro renunció el 26 por la madrugada y asumió la “Audiencia gobernadora”. Había nacido la Primera Junta americana en territorio argentino. La Audiencia se enfrentó a todas las fuerzas reaccionarias y cayó unos meses después bajo la despiadada represión militar de Goyeneche. Unos meses después, Buenos Aires iba a tomar el ejemplo de Chuquisaca y se iba a levantar contra el poder peninsular. Ahora bien, ¿por qué no se reivindica en nuestro país la revolución popular de Chuquisaca? ¿Por qué se la desconoce y se la ningunea? ¿Qué significa festejar como mito fundacional la revolución porteña en vez de la de América profunda? ¿Celebrar Mayo de 1810 no es anteponer el comercio a las ideas? ¿El librecambismo al librepensamiento? ¿No es celebrar también las amputaciones a las que fue sometido este continente con complicidad de los directoriales como Juan Martín de Pueyrredón –la Banda Oriental– y de los liberales como Bernardino Rivadavia –Bolivia–? Poner el eje del Bicentenario en el año X –sin recordar Chuquisaca– es achicar otra vez el sueño de los Monteagudo, los Moreno, los San Martín, los Bolívar, los Dorrego y los Artigas.

***********
***********El festejo sano - Fernando Peña

A la gran mayoría de la gente le irritan las fechas patrias. A casi nadie le gusta ir a los desfiles ni a las celebraciones, casi nadie usa escarapela, pocos comen locro y al chocolate con churros lo miramos por tevé. Fernando Peña.
A la gran mayoría de la gente le irritan las fechas patrias. A casi nadie le gusta ir a los desfiles ni a las celebraciones, casi nadie usa escarapela, pocos comen locro y al chocolate con churros lo miramos por tevé. Nadie tiene ganas de fechas patrias, ya no es ningún secreto y tampoco nos da tanta vergüenza aceptar que no nos importan para nada. Siempre me pregunté por qué será esto, ¿serán los ejemplos nefastos que tuvimos de gobernantes? ¿Será que no existe la nacionalidad argentina aún? ¿Que somos rejunte? ¿Será falta de amor por la patria? ¿Sabemos la diferencia entre patria y país? ¿O es simplemente pereza y punto, ganas de descansar y que vaya el otro a poner la jeta y a enchufarse la escarapela? Esto que escribo es un tema viejo y es un bodrio hablar de esto, pero justamente que el tema sea o resulte un bodrio me da de algún modo la razón. Nos está diciendo que no queremos ni hablar ni escuchar del tema. Pero hoy tengo la intención de justificarnos y quedar libres de culpa y cargo para siempre. Es que he notado que en casi todos los países es así. Hasta en los Estados Unidos creo que es ficticio el festejo, lo que sucede es que se responde a un gran show al cual el pueblo no quiere faltar, ¿pero está el sentimiento profundo y concienzudo presente en el pueblo norteamericano? Tal vez en algunos pocos, como en todo siempre hay algunos pocos por suerte.La reacción general de la gente en el día del festejo en casi todos los países en los que me ha tocado estar en fechas patrias, ya sean europeos o americanos, es de hartazgo y de aburrimiento. ¿Está mal que sea así? ¿Está mal que nos harte y no tengamos ganas de ir a los festejos? ¿Es más patriota el que va? ¿Si no tomo chocolate con churros hoy seré menos patriota? ¿Si uso escarapela soy más argentino que el que no la usa? A muchos mis preguntas y mi planteo les puede parecer infantil.Pregunto entonces por qué nos obligaban y siguen obligando en los colegios a usar símbolos patrios y a festejar. ¿No es eso infantil? Muchos usan escarapela para no pasar vergüenza o por miedo a ser mirados como traidores a la patria, descorazonados y es precisamente por eso que se diluye la demostración genuina, espontánea y fogosa. Se nota esa escarapela comprada hace 15 años, esa que está en el tercer cajón de la cómoda y se saca sólo en las fechas. Usar esa cintita raída, mugrosa y triste que parece un malfatti o un moco pegado en la solapa no es patriotismo, es culpa, es miedo, es cumplir y punto. Los que tomarán hoy chocolate con churros en la Catedral tampoco son creíbles sobre todo cuando no pagan lo que deben, “tomá chocolate, pagá lo que debés…”.¿Habrá chocolate? ¿Habrá churros de verdad?¿O estarán las tazas vacías y serán los churros de cartón? ¿Tienen ganas de estar ahí los que están? ¿A cuántos de ustedes les importa realmente festejar su cumpleaños?¿Cuántos de ustedes quieren estar el día de su cumpleaños? Sin embargo se siguen cumpliendo los años sin cesar y no por eso creo que estemos tristes de cumplirlos, es simplemente no tener ganas del festejo. Por eso propongo lejos de querer ser sarcástico e irónico que pensemos si realmente los símbolos puestos por imposición o la asistencia forzada en estos casos no es totalmente contraproducente y desmorona más aún el poco sentimiento verdadero pero en silencio que en algunos queda. El amor a las cosas nace y crece solito y despacito dentro de cada uno. Siempre me chocó que los maestros nos dijeran y nos ordenaran amar a la patria, sentía que creían que éramos tarados, salvajes e insensibles. Tal vez la apatía y el desencanto en estas fechas son consecuencia de un residuo de rebeldía por ese machacar escolar. También reconozco que hay años en los que quiero festejar y años en los que no, y no está necesariamente relacionado con estar contento con quien gobierna. Festejar es finalmente estar con ánimo, si estás animado comprate la mejor escarapela y mostrala orgulloso, tragate miles de churros y empachate con chocolate y si no quedate piola que no solamente no es la muerte de nadie, sino que es tu íntimo y sano respeto hacia vos y hacia tu patria. ¡Salud!

654 45-09 - Ponencia - Apuntes sobre la Revolución de Mayo - José Pablo Feinmann

¡Cuántos puntos de vista hemos trazado sobre la Revolución de Mayo! ¿Tendrá sentido seguir discutiendo? ¿Qué discutimos? Puedo decir qué discutía yo en 1975 cuando escribí Filosofía y Nación y fui duro y crítico con Moreno y los suyos. Durante esos días, la organización político-militar Montoneros se había trenzado en una guerra aparatista –al margen de todo apoyo de masas; al margen, también, de todo intento de recurrir a ellas– con los grupos terroristas de la derecha del peronismo, respaldada por el aparato del Estado que presidía Isabel Martínez de Perón bajo los mandatos de José López Rega. Las discusiones que sosteníamos eran de superficie. No sé si en la Orga se discutiría algo o se sometería todo a la conducción de Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja. Años después, Perdía habría de reconocer que el “pasaje a la clandestinidad” fue el error más grande de la Orga. Fue uno de los tantos, pero determinó la militarización y el accionar violento, la criminalidad indiscriminada, el alejamiento total de las masas, de la población y, sobre todo, del sentimiento popular, que no era el de una guerra de muertes incesantes, muchas inexplicables, o de simples policías a los que –en su totalidad– se había condenado a morir donde se los encontrara. En esta coyuntura atroz se discutió la alternativa a la opción por los fierros, que, como siempre, fue la opción por la política. Pero no hay política en medio de las balas. Y tampoco hay masas ni población que se acerque a algo o que salga con cierta tranquilidad de su casa. Era, Montoneros, la vanguardia armada. No necesitaba del pueblo y el pueblo, para la vanguardia, siempre está al margen de la comprensión profunda de la historia. Puesto a escribir sobre la Revolución de Mayo no me fue difícil llegar a un trazado de historias con similitudes conceptuales, que ayudaran a la comprensión. Moreno y sus amigos eran la vanguardia ilustrada de Buenos Aires. No voy a comparar a Moreno y a Castelli con Firmenich y Perdía, pero la política se hace con los fierros o se hace con los pueblos. Moreno y Castelli no estaban extraviados y posiblemente fueran personajes trágicos, que le pedían a su tiempo algo que no podía entregarles. Grave error político. Un gran músico o un gran escritor puede –según suele decirse– “adelantarse a su tiempo”, pagará su gesto con la soledad y la incomprensión. Estos precios no los puede pagar un revolucionario. Salvo al costo de no hacer una revolución y quedar para la posteridad como un tipo bárbaro, lleno de buenas intenciones, pero fatalmente derrotado por mediocres que no volaban tan alto como él. ¿Pasó esto con Moreno?
Concedo, si quieren, que Moreno era un enemigo del Imperio Británico. Concedo que, en alta mar, según sugiere su hermano Manuel y afirman quienes hacen de Mariano un revolucionario, lo envenenó el capitán de la nave por órdenes del saavedrismo “reaccionario” o del mismísimo Imperio contra el que bravamente había luchado. Confieso que el Plan de operaciones es un gran texto político y que con gusto lo aplicaría hoy mismo en la Argentina. Imagínense: “Centralización de la economía en la esfera estatal, confiscaciones de las grandes fortunas, nacionalización de las minas, trabas a las importaciones suntuarias, control estatal sobre el crédito y las divisas, explotación por el Estado de la riqueza minera” (J. P. F., Filosofía y Nación, p. 36 de la edición de Legasa de 1986. El libro se publicó en 1982. Lo iba a publicar Amorrortu en 1976. Por supuesto no lo hizo). Y luego, en la parte económica del Plan, Moreno propone una de sus medidas más osadas: “Se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que debe evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan”. Sería fascinante traerlo a Moreno al presente argentino. Decirle, por ejemplo, que, en 2008, un gobierno nacional, democrático, perteneciente al partido de masas más grande del país y de América latina, intentó meter levemente su mano en el bolsillo de los señores de la tierra, no confiscarles su propiedades, no controlar el crédito, no nacionalizar nada, sino meramente retenerles un 3 por ciento de la renta de la que gozan y estalló la patria indignada. Tanto, que el gobierno tambaleó y si se mantuvo aún nadie sabe bien por qué, acaso porque esos mismos que quieren tirarlo tienen, a la vez, terror de gobernar el país con la gente que cuentan entre bobos traidores y malandras pendencieros.
Moreno parecía no comprender acabadamente una regla de oro de las revoluciones: nadie hace una revolución sin una base revolucionaria. Si pretendía ser un jacobino tenía que preguntarse –ante todo– si contaba con una burguesía revolucionaria. Jacobino sin burguesía gira locamente en el aire. Tenía, en Buenos Aires, a los que buscaban comerciar libremente con Gran Bretaña (y ya lo hacían a través del contrabando). A los comerciantes españoles, cada vez menos representativos. Y a los ganaderos bonaerenses, que buscaban exportar y miraban a los países del desarrollo europeo. Esto es tan sencillo que nada les ha costado verlo a Mariátegui, Milcíades Peña o José Luis Busaniche. El país tenía que salir de la órbita española. Había que echar de América a ese imperio decadente, inútil. El Plan tiene muchas concesiones a los ingleses. Si quieren no las vemos. Pero, ¿con qué poder pensaba Moreno hacer lo que proponía ese Plan? Puede conmovernos como Guevara en Bolivia. Pero no llevarnos a decir que la de Mayo fue una Revolución. Castelli puede conmovernos a orillas del lago Tiahuanaco, lugar al que convoca a las comunidades indígenas de la provincia de La Paz, a poca distancia del Titicaca. Claro que rechazamos la broma fascista de Hugo Wast que les hace decir a los indios una burrada infame como respuesta al discurso del orador de Mayo: “¿Qué preferís? ¿El Gobierno de los déspotas o el de los pueblos? Decidme vosotros qué queréis”. Y los indios: “¡Aguardiente, señor!”. Pero aun rechazando la injuria, la tomadura de pelo racista, era cierto que los indios no entendían el idioma de Castelli ni éste el de ellos. Es como Inti Peredo aprendiendo quechua en medio de la selva boliviana. O hablándoles a los campesinos de la Revolución Cubana. Lo que lleva a Guevara a confesarse que los campesinos lo miran con una mezcla de incredulidad y temor.
Lo que hizo Moreno fue introducir en el Plata la Razón Iluminista. Esta razón se centra en Buenos Aires y se desplegará desde ahí. Desde este punto de vista (salvo el interregno “bárbaro” de Rosas) será la razón occidental, la razón del tecnocapitalismo, la razón instrumental, la que triunfará en el Plata como triunfa en todo el mundo colonial. El único sentido lateral que hubo en este país ante esa racionalidad conquistadora fue el de las masas federales. (¿Por qué no Artigas antes que Moreno? ¿Por qué regalárselo a los uruguayos, si hasta muchos de ellos dicen que fue el más grande de los caudillos argentinos? ¿Por qué no Artigas, que era un líder de pueblos, un enemigo de portugueses y británicos y partidario de repartir las tierras a los pobres?) Y las masas federales fueron aniquiladas por el poder de Buenos Aires. Poder que –según nada menos que Alberdi– fue el que vino a centralizar la Revolución de Mayo estableciendo un reemplazo del coloniaje, no su sustitución. A partir de Mayo, Buenos Aires fue la metrópoli; las Provincias, la colonia. Esa lucha duró todo el siglo XIX y concluyó en el ’80, con la conquista del desierto y la federalización de Buenos Aires. Luego de aniquilar a los negros, a los gauchos y a los indios, Buenos Aires festeja el centenario de su revolución en 1910. Ahora, el Otro absoluto es nuevo y vino de afuera: es la chusma ultramarina. La opulenta capital también sabrá castigarla siempre que intente tomar o desordenar la casa.

653 44-09 - La razón natural - Jaime Szpilka

* difícil, pero abarcable, hacia
un nuevo concepto de estructura
mental, red
El sentido común y lo inconsciente
La idealización de la naturaleza y de lo natural culmina con una lógica acerca del derecho natural, de la ética natural y de la significación natural: naturalidades todas que encuentran su expresión máxima en lo que podríamos llamar la lógica del sentido común, no cuestionado, inmediato, y que crea el cobijo del compartir con el otro el placer gozoso de lo familiar, de lo heimlich, del estar en casa. Lógica que esconde, detrás de su aparente inocencia, la negación absoluta de lo inconsciente. Su posición represora instituye un ser; como toda institución, instituye una lógica represiva, obtura lo que el inconsciente mismo instala y delata: la ruina y la imposibilidad del ser.
Vale la pena insistir en que uno de los más trascendentes descubrimientos freudianos fue el de la destitución del júbilo de la palabra. Las promesas que ese júbilo prometía a lo largo del desarrollo del pensamiento occidental –la verdad y el saber del ser– se delataron finalmente en su propia imposibilidad; lo que la propia promesa había abierto es lo que, finalmente, la hizo devenir imposible.
Pero detrás de ese heimlich, detrás de ese placer gozoso de compartir un sentido común, como lo más natural del mundo, se esconde siempre una dosis de violencia contra un tercero necesario como víctima, lo Unheimlich negado. Como que el sentido común implica siempre una complicidad narcisista, sea en la amistad, en la pareja, en los que comparten una patria, una religión, un equipo de fútbol, una ideología política, un esquema referencial, que solamente se sostiene contra un tercero hostil que implica siempre la posibilidad de una perspectiva ajena que amenaza la unidad imaginaria instituida en la complicidad.
Otro ojo, otra mirada, otra significación, otro sentido, otro significante, ponen siempre en riesgo el abrigo narcisista de lo compartido, lo común, que inevitablemente se constituye sobre algo ajeno y no común, rechazado y temido.
Por eso el psicoanálisis no puede entrar a la manera común en la clásica discusión entre el racionalismo y lo irracional, justamente porque plantea la cuestión de frontera donde lo irracional no es más que la diferencia perenne entre la razón y la verdad, entre lo que se puede decir porque se dice y lo que no se puede decir porque se dice, diferencia cuyo producto es la consideración del deseo inconsciente. Desde esta perspectiva, planteamos discutir la clásica tesis aristotélica, que define al hombre como animal racional, sustituyéndolo por: el hombre es el animal deseante.
Renegar esa falta en ser, renegar de que el ser es un efecto mítico retrospectivo por efecto del habla, constituye la esencia del pensamiento y de la ideología fascista, en tanto presenta un ser que es por naturaleza, un ser que es frente a otro ser inferior que no es y que debe ser aniquilado para no contaminar la perfección del ser superior.
Pero eso, tan evidente y caricaturesco en el fascismo burdo, también acompaña a todo pensamiento anclado sólo en el sentido común y a toda razón que se pretenda autoritaria y absoluta, que se disimula tantas veces en la complicidad gozosa de los que comparten una misma perspectiva, un determinado sentido común, una posición que puede disfrazarse tantas veces de amor, de altruismo y de ideal compartido. La razón absoluta y totalitaria es la razón que se olvida del inconsciente, del cual se olvida también el fascismo y toda formación totalitaria que implique un abrigo narcisista común, aunque se llame enamoramiento. La razón absoluta “sabe” lo que el ser es: lo que es un hombre, una mujer, una patria, una religión, el bien, el mal. En la razón totalitaria, se sabe lo que el significado significa.
Por eso desde estas posiciones absolutas y totalitarias se cree en la naturaleza, como se cree en el Paraíso. Se olvida que el paraíso es una construcción a posteriori, paraíso perdido que solamente queda constituido por la pérdida. Igual ocurre con el concepto de naturaleza, engendrado por el mito romántico de un antes construido después de su imposibilidad. No hay nada menos natural que la naturaleza, concebida como si fuera una existencia real perdida y corrompida por el hombre.
* Texto extractado de Crítica de la razón natural. La mentalidad moderna, el sentido común y lo inconsciente.

652 43-09 - Alkimia- Nuestro Mario Benedetti - Daniel Viglietti

Ante la pérdida de nuestro Mario Benedetti estamos todos consternados, como escribía él cuando la muerte del Che. Nos quedamos sin Mario, pero su pluma nos deja el alma llena de versos sencillos, sencillos en la altura, como aquéllos del cubano José Martí que él tanto admiraba. Y nos deja ramas del mismo árbol fecundo, la novela, el cuento, el ensayo, la obra teatral, el periodismo, la canción. Una pluma mágica y multifacética que generó, sin premeditación, desde todos esos géneros, modelos de conducta, un rigor ético equilibrado con la belleza de lo estético. Como se sabe, ética cabe dentro de la palabra estética, eso nos lo demostró Mario desde su creación. Imposible separar al Benedetti persona de la obra generada, de la página nacida. En ese sentido, Mario es una unidad dialéctica difícil de encontrar en otros territorios de lo cultural.
Todos sabemos que era un ser ejemplar en su modestia, en su auténtica sencillez, en su valiente ternura, en su solidaridad.
Mario no necesita que lo idealicemos porque es un ideal en sí mismo, toda su obra está tocada por un horizonte utópico en que el arriba se inquieta y el abajo se mueve indócil.
Desde su coherencia nos ha enseñado cómo el humor puede ser fértil, cómo el amor y la lucha pueden ser cómplices, cómo la confianza en el hombre, en el otro, en la otra, tiene que anteponerse a toda desconfianza. El creía en el prójimo sin necesidad de mayores pruebas. Creía, sin laberintos, en los otros y los traía cerca. A nadie le cabe duda de que, como en su poema, defendía la alegría a ultranza. Construía puentes de alegría para oponerse a la tristeza y a la muerte. Era un extremista del optimismo y de la esperanza, sin dejar de lado un agudo sentido crítico y una profunda preocupación por la gente. Un hombre, ya lo dijimos, de una modestia ejemplar, que su amigo Eduardo Galeano explica diciendo que Mario Benedetti no se daba cuenta de que era Mario Benedetti.
Los ríos de gente manifestaron su enorme cariño hacia Mario. Fue emocionante ver las largas filas de personas de diferentes generaciones y clases sociales, todo un pueblo subiendo las escaleras de entrada al Palacio Legislativo, llegando hasta las cercanías del cuerpo sin vida del poeta. ¿Sin vida? Su admirado César Vallejo decía: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”. Sin embargo, Mario logra sobrevivir en los demás por lo que ha pensado, por lo que ha escrito. Por lo que ha amado: recordemos a Luz, su compañera de toda una vida, tras cuya muerte Mario empezó a irse de a poquito. Por el cariño hacia su hermano Raúl, a quien tanto protegió siempre. Por la cantidad de amigos que fue abrazando aquí y en tierras lejanas.
Sobrevive en los demás también por su compromiso en la lucha política, antes y durante los años de plomo, cuando entre sus amigos contaba al paso del tiempo con Raúl Sendic, Zelmar Michelini, Líber Seregni.
Su permanente lucha contra la injusticia y la impunidad se manifestó recientemente en su solidaridad con familiares de detenidos-desaparecidos y su apoyo a la campaña por la anulación de la ley de caducidad.
Mario, como persona, se hacía querer con su rostro tierno, su bigote y jopo invencibles, su mirada limpia, su sonrisa que aun en medio de estos períodos de enfermedad afloraba, consolando o agradeciendo a Ariel, su leal secretario, y a los fieles, trabajadoras y trabajadores, que lo cuidaban sin falla.
Déjenme decir que he perdido a un amigo esencial que mucho me enseñó sobre la vida, sobre el arte, sobre la pasión del cambio. Un ser generoso como pocos. En lo cotidiano tendremos que acostumbrarnos a encontrar, en el recuerdo de su amistad, la fuerza y la calidez de su palabra.

651 42-09 - Papeles y cenizas - Poetas y poesía - José Saramago

* imperdible, piensen en mario - no
vamos a publicar nada de/sobre él que la
siguiente nota de daniel -.aprovecho para
declarar eliminado sección
cuentos y poemas, irán en alkimia, red---
No será con todos ni será siempre, pero a veces ocurre lo que estamos viendo estos días: que, porque ha muerto un poeta, aparecen en todo el mundo lectores de poesía que se declaran devotos de Mario Benedetti, que necesitan un poema que exprese su desconsuelo y tal vez también para recordar un pasado en que la poesía tuvo un lugar permanente, cuando hoy es la economía la que nos impide dormir.
Así, vemos que de repente se establece un tráfico de poesía que habrá dejado perplejos los medidores oficiales, porque de un continente a otro saltan mensajes extraños, de factura original, líneas cortas que parecen decir más de lo que a primera vista se cree.Los descifradores de códigos no dan abasto, demasiadas enigmas para descodificar, demasiados abrazos y demasiada música acompañando sentimientos que son demasiados: el mundo no podría soportar muchos días de esta intensidad emocional, pero tampoco, sin la poesía que hoy se expresa, seríamos enteramente humanos.
Y esto, en pocas líneas, es lo que está sucediendo: murió Mario Benedetti en Montevideo y el planeta se hizo pequeño para albergar la emoción de las personas. De súbito los libros se abrieron y comenzaron a expandirse en versos, versos de despedida, versos de militancia, versos de amor, las constantes de la vida de Benedetti, junto a su patria, sus amigos, el fútbol y algunos boliches de trago largo y noches todavía más largas.Murió Benedetti, ese poeta que supo hacernos revivir nuestros momentos más íntimos y nuestras rabias menos ocultas. Si con sus poemas salimos a la calle - codo a codo somos mucho más que dos -, si leyendo "Geografías", por ejemplo, aprendimos a amar un país pequeño y un continente grande, ahora, según las cartas que llegan a la Fundación, se recuperan momentos de amor que dieron sentido a tiempos pasados, y quién sabe si presentes. Eso también se lo debemos a Benedetti, el poeta que al morir hizo de nosotros herederos del bagaje de una vida fuera de lo común.Tania y Mario: la libertadNo es verdad que el mundo está todo descubierto. El mundo no es sólo la geografía con sus valles y montañas, sus ríos y sus lagos, sus planicies, los grandes mares, las ciudades y las calles, los desiertos que ven pasar el tiempo, el tiempo que nos ve pasar a todos. El mundo es también las voces humanas, ese milagro de la palabra que se repite todos los días, como un corona de sonidos viajando en el espacio. Muchas de esas voces cantan, algunas cantan verdaderamente. La primera vez que oí cantar a Tania Libertad tuve la revelación de las alturas de la emoción a que puede llevarnos una voz desnuda, sola delante del mundo, sin ningún instrumento que la acompañara. Tania cantaba a capella "La paloma" de Rafael Alberti, y cada nota acariciaba una cuerda de mi sensibilidad hasta el deslumbramiento.Ahora Tania Libertad canta a Mario Benedetti, ese gran poeta a quien tan bien le sentaría el nombre de Mario Libertad...Son dos voces humanas, profundamente humanas, que la música de la poesía y la poesía de la música han reunido. De él la palabras, de ella la voz.Oyéndolas estamos más cerca del mundo, más cerca de la libertad, más cerca de nosotros mismos.(*) Escritor portugués. Premio Nobel de Literatura 1998.

650 41-09 - Papeles y cenizas -Llamale H - Gustavo Wojciechowski

* un texto que puede parecer extraño,
pero ubica, red.
EXISTEN TRES grandes revoluciones en la historia de la tipografía. La primera fue 1500 años antes de Cristo, cuando un pueblo semita, los fenicios, crean el primer alfabeto, es decir: la construcción de un sistema donde cada signo representa cada uno de los sonidos consonantes. Antes de esto teníamos pictogramas, figuras o dibujos que representaban cosas o situaciones.
De aquellos primarios 22 signos que guardaban cierta similitud con la escritura hierática egipcia, se pasa por vía comercial a los griegos, y de estos a los etruscos, hasta desembocar en el imperio romano y la columna trajana. Y si bien todavía quedan por aparecer algunos signos y las minúsculas, ya está la base de lo que es la representación gráfica del lenguaje.
La segunda revolución se produjo en Maguncia, Italia, a mediados de la década de 1450. Se trata de la impresión de la llamada Biblia de 42 líneas del orfebre Johannes Gutenberg y con ello la invención de los tipos móviles (al menos para Occidente, ya que en China se había trabajado con los tipos móviles de cerámica desde el siglo XI).
Dicho invento posibilitó el inicio de la popularización del material impreso y por consiguiente del libro. La humanidad entra en una nueva dimensión.
Finalmente, en 1984 sale al mercado la primera computadora Apple Maccintosh. La creación de una nueva tecnología cambia radicalmente el desarrollo de la tipografía.
Esta nueva herramienta hizo mucho más rápido y accesible el trabajo con las letras, ya sea en la utilización o manejo de los textos, como en la creación de fuentes. Deja de ser exclusiva de unos pocos conocedores del oficio (tipógrafos, diseñadores e imprenteros) y pasa a ser una cosa mucho más cotidiana. Cualquiera desde su casa puede escribir un texto y adjudicarle una fuente, un tamaño (cuerpo) y hasta un ancho (condensar y expandir), con todos los beneficios y problemas o atentados que se puedan cometer a la forma de las letras.
Posiblemente todavía estemos en medio de las ondas expansivas de esa explosión, como para poder calibrar su alcance. Pero es notorio que desde mediados de la década del 80 a la fecha se diseñaron muchísimas más fuentes tipográficas que a lo largo del resto de la historia de la humanidad.
En medio de esos estertores -con muchísimas personas interesadas en las letras, transformándose en un mercado posible- el año pasado se cumplieron 50 años de la creación de la Helvética y como nunca antes el cumpleaños de una tipografía ocupó la atención de medios de prensa.
Para la ocasión el MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) realizó una exposición monográfica en su homenaje y adquirió para su colección permanente un juego original de tipos de plomo de 36 puntos, con su correspondiente caja de madera. Exposiciones similares se realizaron en Europa y en el resto del mundo. Se estrenó el documental Helvetica (www.helveticafilm.com) de Gary Hustwit, impecablemente realizado, con muchísima información, buen ritmo y bellísima fotografía. Incluye además entrevistas a algunos de los más prestigiosos diseñadores como Massimo Vignelli (quien diseñó la señalización del Metro de Nueva York utilizando esta tipografía), o maestros tipógrafos como Hermann Zapf y Matthew Carter.
A todo esto habría que agregar infinidad de artículos periodísticos y de merchandising: lapiceras, gorritos, camisetas, bolsos, paraguas, etc.
GÉNESIS DE UNA TIPOGRAFÍA. La Helvética nace a partir de un encargo realizado por Edouard Hoffmann, de la Fundición Hass (Muenchenstein, Suiza), para modernizar la tipografía Haas Grotesk (una tipografía de estilo "lineal", grotesca).
Se denomina "lineal" (o "palo seco" o "sans serif" ) al estilo de las tipografías que no tienen remate o serif. El otro gran grupo es el de las tipografías serifadas, entre las que se encuentran todas las llamadas romanas, como por ejemplo Times New Roman, la tipografía que el lector está leyendo en este momento.
Las tipografías de estilo lineal a su vez se subdividen en grotescas, geométricas y humanísticas. El auge de estas tipografías en el siglo XX surge a partir de la Underground, diseñada por el maragato Edward Johnston para el logotipo del Metro de Londres. Y tiene un desarrollo importante a partir de los años veinte, con tipógrafos como Eric Gill (creador de la Gill Sans), Paul Renner (Futura) y Jan Tschichold, entre otros. Se las llamó "la nueva tipografía" y se hizo un paralelismo con la nueva arquitectura (Le Corbusier, Walter Gropius y la Bauhaus), el Constructivismo ruso, De Stijl y todo el espíritu de las vanguardias. Esquemáticamente, las tipografías lineales simbolizaron lo "moderno" mientras que las romanas el mundo clásico.
En un principio la Helvética (de formas bastante redondeadas, de buena legibilidad y contundencia para títulos e imagen institucional o corporativa) se llamó "Neue Haas Grotesk", nombre que mantuvo hasta 1961 cuando la Fundición Stempel (de Alemania) adquiere los derechos de los diseños originales y amplía la familia incluyendo una serie más completa de pesos y anchos.
El primer nombre no resultaba muy apropiado para ingresar al mercado norteamericano y se propuso en principio sustituirlo por "Helvetia" (nombre latino de Suiza), pero tampoco parece oportuno nombrar una tipografía con el nombre de un país, aunque se intentaba asociar la tipografía al promocionado "Diseño suizo u objetivo"; y al final se resolvió por el actual Helvética.
El éxito de esta tipografía es tal que la transforma en una de las más utilizadas. Incluso durante la década del 60 fue la única usada por el movimiento tipográfico suizo, argumentando que todo se podía diseñar con una única tipografía. Esta imposición un poco dogmática generó tanto adeptos como detractores.
Parmalat y Nestlé; American Airlines, Lufthansa y la vieja PanAm; BMW y GM; Toyota y Kawasaki; Olympus, AGFA, Panasonic, Samsung, Sanyo, EMI, Basf, 3M y Bayer. Todos estos logotipos están compuestos con esta tipografía. Como una H está ahí, en todas partes, sin que se note demasiado. Esa, una de sus mayores virtudes, es también el punto más criticado: su falta de carácter, o mejor dicho, la austeridad de su carácter.
Una tipografía representa una época, un espíritu determinado, una necesidad de representar el mundo y las cosas. Y la Helvética vino a ocupar ese espacio que estaba en el aire, que muchos estaban buscando o necesitando en momentos en que otros tipógrafos buscaban caminos similares, como el también suizo Adrian Frutigen con la Univers.
UN NUEVO LIBRO. Un año más tarde del promocionado cumpleaños se edita el libro Helvetica forever (Story of a Typeface) publicado por Victor Malsy y Lars Müller, con tapa dura forrada en tela y un diseño limpio y depurado propio de un homenaje a la tipografía.
Esta misma editorial ya había publicado otro libro, de un formato más pequeño (12 x 16 cm), HELVETICA. Homage to a typeface, que tiene la particularidad de estar dividido en dos partes: por un lado ejemplos de piezas diseñadas con esta tipografía por algunos popes del diseño: Otl Aicher, Ikko Tanaka, Paul Rand, Emil Ruder, Josef Müller-Brukmann y Alan Fletcher entre otros; y por otro lado tomas fotográficas de la calle o circunstanciales donde aparece la tipografía en diversos usos y abusos.
Uno de los puntos altos del nuevo libro -más allá de un encuadre referencial de la época y una interesante tabla de comparación con otras tipografías- es la reproducción facsimilar y completa del primer cuaderno de la tipografía. En él se visualiza el proceso de gestación, varias pruebas y anotaciones o correcciones de Edouard Hoffmann de puño y letra: "La Y mayúscula es muy estrecha", "la A mayúscula también es muy delgada". Lo cual evidencia la importancia de Hoffmann en el desarrollo del proyecto y la claridad con respecto a lo que pretendía de la tipografía.
Además, indirectamente pone en tela de juicio el concepto de "originalidad" vinculado al diseño y más concretamente al diseño tipográfico, donde interviene una larga cadena de involucrados hasta llegar al resultado final. Casi como una carrera de postas.
La creación de una fuente tipográfica no es un acto solitario y personal. Es un arduo trabajo, con muchísimas condicionantes y con muy poco margen para caprichos, máxime si se pretende componer algo más que el nombre propio de la tipografía. La Helvética sobrepasó ampliamente ese límite y sigue tan campante.

649 40-09 - Ponencia -El “fin de la historia” y las encrucijadas del presente - Ricardo Foster

*Las consecuencias sociales de las ideas que fundamentaron la hegemonía neoliberal en los ’90 y su supervivencia bajo la forma de un “sentido común” construido por los grandes medios de comunicación.

Durante la década de los ’90 proliferaron los anuncios del fin de la historia y de la muerte de las ideologías. Francis Fukuyama, aquel empleado norteamericano-japonés del Departamento de Estado, escribió, teniendo como telón de fondo la caída del Muro de Berlín y la agonía de la Unión Soviética, un artículo que recorrió las geografías más distantes del planeta y en el que, declarándose heredero de Hegel, confirmaba que estábamos asistiendo al entierro de una época del mundo dominada por la lógica del conflicto, para dejar paso a la entrada en la era de la expansión ilimitada y definitiva del mercado y de la democracia liberal. Fukuyama realizaba unas extrañas piruetas teóricas para apuntalar su visión del fin de la historia; para ello recurría a un poco conocido, al menos fuera de los círculos intelectuales, filósofo ruso-francés llamado Alexander Kojève, quien a lo largo de unos seminarios dictados en el París de los años ’30 interpretaba de un modo harto original a Hegel, inscribiéndolo en esa perspectiva que anunciaba la llegada de un tiempo caracterizado por el reinado de la razón burguesa expandida hacia todos los confines. Lo que en Hegel era una compleja reflexión sobre la travesía del Espíritu Absoluto en la época de la Revolución Francesa y de la expansión napoleónica, y en Kojève una ardua y genial relectura del filósofo alemán a la luz de los acontecimientos de principios de siglo XX signados por la guerra, la revolución social y el ascenso de los fascismos, en el empleado del Departamento de Estado era la apología del libre mercado y de la función imperial norteamericana como punto de cierre de la historia y de sus vicisitudes.
Fukuyama desplegó su hipótesis del fin de la historia en el momento de la hegemonía neoconservadora, en esos años finales de la década del ’80 dominados por la figura bifronte y reaccionaria de Reagan y Thatcher, quienes vinieron a expresar un gravísimo giro del capitalismo que iniciaba el crepúsculo de su era bienestarista para introducirse de lleno en su etapa especulativo-financiera, esa que ha entrado en una crisis casi terminal en 2008, arrasando las expectativas neoliberales y reintroduciendo ideas y prácticas supuestamente arrojadas a los sótanos de una historia clausurada. Para Fukuyama, el final del mundo bipolar traía como resultado la evaporación de cualquier alternativa viable a la hegemonía del capitalismo, creando a su vez las condiciones para un despliegue inmisericorde y salvaje de la especulación financiera que venía a poner en evidencia que la nueva forma de acumulación ya no pasaría necesariamente por la esfera productiva. Entramos de lleno en la era de los flujos financieros, de los paraísos fiscales, de los planes de ajuste recetados por el FMI a los gobiernos del Tercer Mundo y del desmantelamiento del Estado como instrumento de control y regulación de ese mismo capital que ahora se preparaba para zambullirse en las aguas de la más absoluta de las especulaciones. Se trataba de cantar loas a una globalización que permitía la libre circulación de las mercancías, pero que clausuraba a cal y canto las fronteras de los países ricos para que entraran hombres y mujeres, en especial aquellos que provenían de las regiones más pobres del planeta y que buscaban huir de la miseria extrema generada por esas mismas políticas neoliberales. El fin de la historia venía de la mano con el triunfo, aparentemente irrefrenable, de un capitalismo despojado de cualquier eufemismo a la hora de exaltar como el bien supremo de la humanidad a la riqueza y a sus detentadores. La apología de los “ricos y famosos” se convirtió en el nuevo modelo de una ciudadanía restringida.
Pero esa época dominada por la retórica del fin de la historia y la muerte de las ideologías no tuvo sólo consecuencias económicas devastadoras principalmente para los países periféricos, multiplicando la pobreza y la marginalidad y acrecentando el proceso de concentración de la riqueza, sino que también, y de un modo radical y decisivo, desplegó aquello que podría ser denominado como una profunda revolución cultural que logró naturalizar su propia visión del mundo, arrasando con tradiciones e identidades político-culturales que quedaron reducidas a ser piezas del museo de la historia, restos arqueológicos de un pasado definitivamente cerrado a nuestras espaldas. El giro cultural-simbólico se hizo aprovechando el advenimiento de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, tecnologías que, de la mano de las grandes corporaciones mediáticas, fueron imprimiéndoles a la vida de las personas nuevas significaciones. El gigantesco esfuerzo ideológico (aunque esta palabra estaba prohibida en el diccionario de los neoconservadores) apuntó a horadar el sentido común hasta adecuarlo a la construcción de nuevos imaginarios y nuevos modos de producción de la subjetividad que quedarían asociados a las demandas y exigencias del mercado, transformado ahora en la verdad última y revelada de la vida social.
No se trató, por lo tanto, pura y exclusivamente de un giro económico ultraliberal capaz de reconfigurar el conjunto de las relaciones internacionales a partir del paradigma del libre mercado y de la lucha frontal contra toda forma de proteccionismo (claro que eso no dejó de ser una imposición hecha a los países pobres mientras fue apenas un gesto retórico en los países ricos que mantuvieron a rajatabla sus políticas proteccionistas); se trató, antes bien, de una transformación que involucró los núcleos duros de la economía del capitalismo junto con una intensa mutación de las prácticas sociales y culturales de la mano de los lenguajes de la industria del espectáculo y de la información que, herederas de la vieja usina hollywoodense –en especial la que proyectó sobre las geografías más distantes el sueño estadounidense y su estilo de vida– e incorporando las enseñanzas extraídas de la apropiación que el fascismo hizo de las tecnologías audiovisuales como ejes de su ejercicio propagandístico, supieron incidir en la producción de una nueva manera de concebir el mundo y la vida, penetrando hasta el fondo mismo de las conciencias de época.
Comprender el giro neoliberal es salirse de la simple constatación de aquello que se modificó en el plano de la realidad material para penetrar en aquellos ámbitos de la vida privada y de la fabricación de valores y modelos paradigmáticos, desentrañando la decisiva importancia que, en esa construcción novedosa, en tanto generalizada y hegemónica, tuvieron los medios de comunicación. Es inimaginable el mapa de las últimas décadas desprendido de los lenguajes comunicacionales. En el tiempo de la desideologización y de la neutralización de la política transformada en lenguaje empresarial y puramente administrativo, el eje articulador de sentido, la argamasa con la que sellar los bloques de la dominación, pasó de las viejas estructuras político-ideológicas, lo que tradicionalmente se llamaron los partidos políticos, a la máquina comunicacional-informativa que se convirtió, a partir de ese giro económico-cultural, en garante de la reproducción del sistema y de su lógica.
Lo que en el comienzo de los años ’60 Guy Débord definió como la “sociedad del espectáculo”, acabó siendo lo más propio y decisivo de nuestra propia época, el eje alrededor del cual giró la mayor parte de la vida y el ámbito principal a la hora de producir nuevas formas de la sensibilidad adaptadas a las necesidades de un capitalismo en vías de metamorfosis. Devaluadas las derechas tradicionales, astilladas las estructuras partidarias de representación, debilitadas las formas conservadoras emanadas de las retóricas moralizantes de las instituciones religiosas, fueron las corporaciones mediáticas, las grandes empresas del espectáculo y de la comunicación, las que asumieron la enorme tarea de generar una nueva “opinión pública” capaz de sentirse identificada con los valores emanados de la forma neoliberal que asumió el capitalismo contemporáneo.
La alquimia entre mercado, valores hiperindividualistas, espectacularización mediática, fragmentación social, privatización generalizada y desintegración de lo público posibilitó, entre otras cosas, que un modelo inédito en su capacidad de generar desigualdad e injusticia acabase convirtiéndose en referencia ineludible y verdadera de una sociedad capturada por las más diversas formas del prejuicio y la sospecha. Tal vez por eso resulte tan arduo modificar usos y costumbres a la hora de buscar alternativas a un modelo que, si bien hace agua por todos lados, sigue habitando el fondo de las conciencias hasta el punto de oscurecer cualquier vía de salida. Nada más difícil que ir contra el sentido común, que intentar romper la hegemonía del discurso neoliberal que viene desplegando “su imagen del mundo” desde hace varias décadas. Nada más complejo y desafiante que poner en cuestión aquello que nos habita y que se despliega entre los pliegues de nuestra cotidianidad hasta el punto de volverse indiscernible de lo que pensamos e imaginamos. Nada más arduo que ejercer la crítica contra nosotros mismos, en especial cuando esa crítica tiene como destino permitirnos ver de otro modo aquello que está aconteciendo alrededor nuestro. De eso mismo que no podemos ver allí donde seguimos capturados por un “sentido común” que transforma en impostura y ficción aquello que, en nuestro país, y desde mayo de 2003 viene pujando, con enormes dificultades y contradicciones, por doblegar el mandato neoliberal y su prolongación en esas nuevas derechas que hoy se ofrecen, a través de la corporación mediática, como los representantes de una genuina República “democrática” afirmada en la lógica de la rentabilidad de unos pocos, esos mismos que, sin decirlo, desean regresar a ese armonioso fin de la historia que, entre no-sotros, habitó la década del ’90.
* Doctor en Filosofía, profesor

jueves, 21 de mayo de 2009

648 39-09 - Tendencias - La campaña de la tele - informe Página 12

A PROPOSITO DE “GRAN CUÑADO”
Tres especialistas en medios de comunicación analizan el fenómeno de la parodia política en el programa de Marcelo Tinelli, los efectos en la disputa electoral y las reacciones de los imitados
.
/////////////////*///////////////
Por Horacio González *
Pantalla testimonial
¿Acaso no tenemos humor? ¿No poseemos –individualmente y también como pueblo– un sentido admirable de la ironía? ¿No hay ternura en el fondo de tantas cachadas bastante crueles? ¿No integra la cargada una parte esencial del carácter nacional? ¿No aprendimos con indulgencia a llamarlas “sobrada”, “gastada” o “meter presión”? ¿Y a decir “lo embocó” cuando da en el blanco alguna broma subida de tono? ¿No nos gusta de tanto en tanto “embocarlo” amistosamente a alguien, un compañero, un vecino, al infatuado superior jerárquico? Abandonémonos entonces al buen entretenimiento que nos propone “Gran Cuñado”. Es un momento de jovialidad; nadie puede ser tan amargo. Reírse de los políticos es el gesto masivo que permite tolerarlos. Si hasta ellos, los propios candidatos satirizados, dicen que les conviene. ¿No piden ser muchos de ellos aspirantes a que Tinelli les ponga un imitador, no importa si malo, si precario, si de torpe comicidad? El humor filosófico es tan viejo como las comedias de Aristófanes. La risa es quizá la viga secreta de la estructura del mundo. La representación teatral es la gran heredera del acto cómico espontáneo, del desdoblamiento de la realidad entre la fantasía y la gravedad. El humor político mantiene en su cuerda interna todo el ardor utópico que la política real demasiadas veces pareciera haber perdido. La historia moderna es de alguna manera la historia del humor político, rasgo libertario que los monarcas desearon expropiar con sus bufones y los artistas plebeyos retomaron para marcar los rumbos de la revuelta. Muchas transformaciones sociales fueron precedidas por humoristas, por el teatro satírico o el periodismo sarcástico. La ironía, instrumento romántico, era odiada por Hegel por su contenido revulsivo, capaz de quitarle fuerza al momento afirmativo de las sociedades. Pero los grandes ironistas, Jonathan Swift, lectura para adultos luego asumida por el lector infantil, y Daniel Defoe, lectura infantil luego asumida por adultos, supieron retratar el ridículo de las sociedades entumecidas.
Pero Tinelli, estación final del humor tomado como mascarón de proa de la televisión de masas, quizá sea el momento más degradado de una larga tradición picaresca, el acabóse de su largo pacto de las poblaciones con el teatro burlesco popular. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Momentos de preparación, que tuvieron la temerosa complicidad de la clase política, lo proporcionaron los programas “juveniles” que tomaban exámenes devastadores a funcionarios y aspirantes a serlo. Ingeniosos reporteros entrenados en festejables prácticas de desenfado y simpáticas insolencias, sin embargo desmontaron a diario el lenguaje político articulado. Obligaron a que cada interrogado mostrara que sabía devolver las estocadas de igual a igual, que tenía el chascarrillo en la punta de la lengua y sabía estar atento a los retruécanos. Así, la política se convirtió en un duelo en que el político fiscalizado podía salir malherido o venturoso de la requisa. La televisión humorística condujo el laboratorio en el que se aprobaba a los políticos adiestrados en la réplica feliz y se repartían bochazos a los incompetentes. Aunque a los primeros los inmovilizará como “dobles” televisivos de sí mismos y a los segundos los enviará al suplicio que se les destina a los ridículos. A “los que no saben comprender una diversión” aunque sean hombres de ideas y pasiones complejas.
El “Gran Cuñado” es el remate de todas las tendencias hacia el control biopolítico de las poblaciones, el freno burdo a la expansión libre de la sentimentalidad colectiva. Que consigue hacernos reír, lo sé. Tal o cual caracterización puede ser obra de una reflexión aguda, aunque lo habitual en ese programa es la grosería que busca complicidad humillante y no humor verdadero. Un falso aire de fiesta escolar, en el patio de recreos donde gobierna una traviesa estudiantina, recorre el programa, que es la parodia de lo que de por sí ya es una parodia de los programas de vigilancia que asumen la vigilancia misma como alegoría. Ahora, la vigilante parodia de la vigilancia parece un retorno a la realidad. A la idea real de la política que tiene la televisión, o este tipo de televisión. Se trata de la esencia misma de un estilo televisivo que organiza a diario elecciones testimoniales (todos somos “dobles” de algo) en las que pone en juego a millones de personas para educarnos sobre cuáles son los beneficios de permanecer en comunidades ficticias o ser “nominados” de ellas, concepto con el cual se confunde definitivamente una liberación con un escarnio. ¿Es bueno irse, es bueno quedarse? Nosotros, públicos televisivos, ya no lo sabemos.
De la Rúa tuvo, si se quiere, un único mérito. Fue la primera víctima de un sistema vejatorio, al que quiso encarar con astucias que no tenía y una torpeza que se revelaba en el resto de su actuación pública. Fue derrotado por los Grandes Examinadores, a los que no conseguiría engañar tratando de aprender rápido y de memoria un oficio para el que no estaba dotado. Pero así la “Televisión” –en la era de la emisión testimonial, porque ya tenían todo y lo ponen de nuevo en juego en su repetitivo plebiscito diario– mostraba que hacía tropezar a un hombre torpe que después decía una verdad inútil, increíble y jocosa. ¿Cómo no reírse de alguien que afirmaba que fue volteado por la televisión, tal como en 1890, en la Revolución del Parque, se dijo que la revolución necesitó algunos fusiles y de todas las caricaturas de Don Quijote, una de las grandes revistas satíricas de la época?
Tal vez podemos solazarnos con que “Gran Cuñado” carga las tintas con unos políticos más que con otros, que hay un mordaz salvajismo en la representación de “la Presidenta”, que “Cobos” está captado en la épica del pusilánime, que “Reutemann” exhibe una impavidez bien lograda, que tales o cuales aparecen con cancherismos que no los desfavorecen, que el guión tiene algunas ironías que ocasionalmente van más allá de la mera chabacanería, que uno u otro actor se desempeña adecuadamente, a pesar de que el conductor del programa ejerce una pesada socarronería al servicio de la cual está el programa, llegando al extremo de humillar a los propios profesionales de la actuación. Puede ser. Pero no hace falta extrañar demasiado a Tato Bores –que cultivaba un delicado hilo de dolor colectivo bajo su destreza de comediante bufo– para saber que estamos no sólo ante una grosería artística, un mal teatro de marionetas, sino ante un desfondamiento de las raíces comunitarias de la política.
Nadie tiene por qué reprimir la risa, pero en su modo más genuino, ella nos lleva a la comprensión profunda de las cosas. Tinelli hace reír a millones para obturar esa comprensión. Incauto aquel que se sienta favorecido por esas escenas o que –candidato bon vivant– crea que debe defenderse de ellas diciendo que las ve en familia comiendo pochoclo, como un acto mundano más. Cuando la televisión en su extremo funambulesco muestra todos sus recursos e incluso festeja sus propias ficciones con pobres polichinelas vacíos que abaten los cimientos cívicos de sociabilidad reflexiva, no sólo peligra la política como acontecimiento creador. No sólo se percibe que puede quedar incapacitada para reaccionar políticamente frente a lo que la desmantela –pues ella es también culpable de haber aceptado una lengua que no era la suya, poniendo en peligro las transformaciones y la justicia que de ella misma deben emanar–, sino que el propio humor que revisa los atontamientos colectivos está en riesgo, pues está a punto él mismo de convertirse en el pilar mismo de esa necedad, perdiendo la aptitud que tuvieron los grandes humoristas para denunciarla.
Vamos a votar de aquí a poco. Las escenas políticas más vistas serán sin duda las que representan esta vida de fantoches desdichados, que en “Gran Cuñado” también usurpan la idea del “doble” que dio tantas maravillas teatrales o novelísticas y llevó a tantas generaciones a reflexionar sobre la sobria precariedad de la vida. No sería digno votar dentro de ellas. Si cabe, ríase. Puede haber allí momentos interesantes, que pertenecen a todo lo que en el teatro televisivo hay de involuntario y de instintivamente desgarrador. Pero en el fondo, votar hoy en la Argentina es votar contra esta manera de la televisión testimonial, ensimismada. Que parodia la política y parodia a su vez a la televisión. Pero de la manera en que todo eso está hecho, lo primero es grave, aunque los políticos que crean beneficiarse con sus dobles –ambos vacíos de espíritu– se conformen con la “instalación”. Mientras que lo segundo es la forma habitual de la televisión que despacha ultrajes y desestimación, esos moldes pseudotestimoniales con que nos abastece a diario.
* Sociólogo, profesor de la UBA, director de la Biblioteca Nacional.

////////////////
Por Roberto Marafioti *
Nadie es mejor que su tiempo

Un poco más que cuarenta y cinco días antes de las elecciones, Tinelli reestrenó “Gran Cuñado”. La semana política se vio sacudida no sólo por el cierre de listas y los actos de presentación de candidatos, sino también por el rating de Showmatch. El desafío suponía mezclarse en el juego político y vislumbrar una actitud frente al oficialismo. Sabido es que en otras épocas la Casa Rosada fue frecuentada por Tinelli e incluso éste no dudaba en mostrarse bromeando con el ex presidente. Los tiempos cambian y la lógica mediática es implacable y sólo reconoce la racionalidad instrumental.
La escenografía del programa es circense y carnavalesca. Fiel a su época: el espectador puede devenir actor. Las cámaras son exhibidas en su función de capturar imágenes. El público asistente eleva pancartas apoyando a su favorito. Todo allí puede parecer que es desorden. Nada es estable y lo que está en un sitio puede aparecer más tarde en otro; sin embargo, siempre subyace un orden estricto. La función estética, como en el circo o el carnaval, puede ser altamente preciosista, y de hecho aquí también lo es. Las chicas de Tinelli no sólo son pulposas y sugestivas, también son buenas bailarinas. Los libretistas no son humoristas advenedizos. La producción no es improvisada, existe una sofisticación definida al servicio de un producto que puede ser compartido o no pero que no es ni inocente ni improvisado. A veces se ha denominado a esta explosión incontenible de imágenes irradiadas por los medios masivos como fenómenos de “estetización de la vida cotidiana”. Puede que así sea.
La risa, el condimento sustancial del programa, es un fenómeno serio. Llamó la atención no sólo de aquellos que trabajan en el espectáculo sino también de quienes estudian la conducta humana. Desde siempre, permitió la elaboración de diferentes teorías acerca de su funcionamiento. La cuestión central de la risa es delimitar de qué nos reímos, cómo se incluye al otro y cómo se participa de eso de lo cual nos reímos. La risa siempre es una relación con el mundo. Habla de él pero de modo diferente. Ya sea la parodia, la ironía o la sátira, allí hay un juego con el otro que es más o menos incluido. En algunos casos, se convoca a ser parte del espectáculo; en otros, la crítica es velada y denuncia un orden. El horizonte de veracidad está en esta ambivalencia.
La fórmula de “Gran Cuñado” sirve ahora para dialogar con el universo de la política en situación de paridad. Los 36 puntos de rating valen una cantidad enorme de eventuales votos y ninguno quiere quedar fuera de la partida. Incluso si no se sale bien parado. Esos puntos son tan importantes que hasta los mismos políticos se sacrifican a ser exonerados en el patíbulo mediático. La parodia de los políticos intenta hurgar en los errores, los gestos, las obstinaciones y los desaciertos de personajes que son puestos afuera pero dentro de una ficción construida según la voluntad del medio. El objetivo es la complicidad de un público descreído y dispuesto a entregarse a los brazos de la banalidad más profunda y vacua. Puede haber alguna diferencia en las caracterizaciones de De Narváez, D’Elía, Nacha Guevara o Kirchner, pero la unidad es la impugnación a una práctica degradada.
Valdría la pena poner en relación a otros programas que emplean el humor para hablar de los políticos en un tiempo en donde la política fue barrida de la televisión abierta. Caiga quien caiga y Un mundo perfecto incursionan en la política pero en una versión no tan canallesca, aun cuando en algunos momentos puedan ser más ácidos que Tinelli.
El ganador de “Gran Cuñado” es quien lo promueve, no habrá una victoria definitiva, el único que gana es el género. Llámese vodevil, circo o show político. Lo que en verdad se transmite es la anomia en que han sucumbido importantes sectores de la sociedad. Y eso marca un decaimiento generalizado. Nadie puede tirar la primera piedra ni impugnar definitivamente una realidad. Mucho menos los presentadores mediáticos, porque nadie es mejor que su tiempo.
* Semiólogo, profesor de la UBA y la UNLZ.

////////////*/////////
Por Raúl Barreiros *
Mímesis, caricatura y parodia

Toda comprensión de un texto se debe a que remite a otros textos. Todo lo que dicen “los cuñados” cruza al discurso político argentino. Los libretistas de Tinelli transforman esas máscaras metonímicas de sus personajes en repetidores de textos desviados de sus objetivos, aquellos que tenían cuando fueron dichos por sus verdaderos creadores. Las parodias son textos que se ríen de otros textos con efectos cómicos. Este desvío es posible por un dispositivo formador de sentido que es la puesta en escena. El conocimiento de esa escenificación incluye a Tinelli, Canal 13 y Grupo Clarín. Es la construcción de esa escena lo que hace que cuando un “Néstor” exclama “¡¿De qué tenés miedo, Clarín?!” se produzca un cambio que se resignifica en un “¡No te tenemos miedo, Néstor!”.
Nadie debe ni siquiera parpadear ante una lectura en clave política de este show más allá de lo obvio, pues hay una pelea política y estas luchas se dan también en los medios y en cualquier género (noticieros, debates, programas cómicos, etc.). Los personajes son políticos, sus textos también lo son. Y el enunciador, el que da sentido, es la Institución Televisión que ya tomó partido. Las marionetas no representan una pelea política, sino un “Gran Cuñado”. Toda esa puesta en escena de los personajes es una apuesta y una única posición política de cara a los espectadores: la candidatura de Mauricio Macri. Algún diario señala que “el martes las sonrisas abundaron en el Gobierno de la Ciudad (...)”. Ya Macri había dicho que “hay que tener sentido del humor” [¡Y cómo no!] (...) En el PRO consideran a ShowMatch como una fuerte herramienta de campaña electoral. Tinelli contó que le había sumado al ex presidente de Boca “‘4 o 5 puntos’ en una elección anterior”. Extendiendo esto, diría ¡minga de humor sano! El humor es uno solo, lleno de recovecos, fisuras, estallidos, y no puede sino ser así: nos reímos de éste o de aquél de diferente manera según los intertextos interpretantes que circulan entre nosotros y la propuesta escénica. Las reglas del juego son así, y está bien.
No está en nuestro imaginario la flema inglesa que, además, no existe en Inglaterra, es sólo un producto for export. Los personajes son caricaturas de existentes reales, trazos gruesos que permiten identificarlos rápidamente: a “Lilita” con Nostradamus y a “Francisco” (Narváez) con el hombre simple, pero rico, que realmente es, que pretende y simula que ayudarlo a él es ayudarse uno a sí mismo, repicando su cantinela: “quereme, querete; ayudame, ayudate; alica, alicate”, tal vez el mejor chiste nonsense de la noche.
El discurso paródico trae a escena, repetitivamente, el discurso objeto de la parodia, su texto fuente, el discurso político, ya que de no hacerlo perdería su poder crítico. Nik, el de los chistes político-morales de La Nación, es libretista de “Gran Cuñado” y dice –quiero creer que ingenuamente– que tratan a todos por igual; no sabe, ignora o se hace el que. Puede que no sepa (las estrategias enunciativas son del manejo mediático) pero su sesgo político en La Nación, la escena y su trastienda transmiten otra cosa.
¿Cómo digitará no sólo Tinelli sino ShowMatch, esta parte que nunca puede sino favorecer a Mauricio y a Francisco? En este programa las estrellas son los títeres que encarnan “Cristina” y “Néstor”, el resto es la corte. Si ellos se van rápido el programa quiebra su rating. Sin embargo, el éxito del programa depende, contradictoriamente, de su permanencia y de su nominación, sentencia y expulsión. De los laberintos se sale por arriba debe haber escrito Borges alguna vez.
* Semiólogo, investigador en Medios masivos en UNLP, UNLZ, IUNA.