miércoles, 29 de agosto de 2007

184/Polis - La oposición no lee los labios de la sociedad - Por Joaquín Morales Solá

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La política suele dar muchas vueltas para terminar en el mismo lugar. Las alianzas que se inscribieron hasta ayer, cuando venció el plazo para hacerlo, son las mismas que existían hace un mes, aunque en los últimos días se barajaron tantas fórmulas que marearon hasta a los indiferentes. Quedó el Gobierno con una alianza surtida en su composición, pero indisimulable en el contenido: su eje principal es el viejo peronismo, capaz de todos los zigzagueos y las oscilaciones si está amarrado al poder. La variopinta coalición oficialista, que incluye a la izquierda y a la derecha del peronismo sin grandes distinciones, no tuvo, en cambio, una oferta parecida de parte de sus opositores. Anuncios prematuros, negociaciones con cartas escondidas y el anhelo final de la pureza, políticamente inviable, terminaron fraccionando el arco de propuestas no kirchneristas.

En tales condiciones, el oficialismo ha quedado mejor que antes, porque todas las mediciones de opinión pública indican que una mayoría social detesta la segmentación de los opositores frente a la ostentación de fuerza política del gobierno. Por ahora, prevalece en esa mayoría social el reclamo de garantías sobre el futuro control del gobierno más que la insatisfacción por los hechos de corrupción, por el alza constante en el costo de vida o por los descarrilamientos institucionales. Estos reclamos también existen, pero predomina, sobre todo, el recuerdo del vacío de poder durante la gran crisis de principios de siglo. Ricardo López Murphy se presentó ante Elisa Carrió, de manera indirecta, acompañado de su vieja coalición con Mauricio Macri. No pudo resolver un problema: ni Carrió quería estar con Macri ni Macri quería seguir a Carrió. López Murphy entendió siempre ese acuerdo como una convergencia de dos coaliciones. Nadie sabe si Carrió tiene insalvables cuestionamientos personales a Macri o si sus propios seguidores no se lo permitieron, pero lo cierto es que la fundadora del ARI no podía -o no quería- llegar a un acuerdo, aunque fuere implícito, con el jefe electo del gobierno porteño.

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En la noche del domingo, López Murphy y Carrió hablaron por teléfono. Carrió le ofreció todas las alternativas posibles, hasta las que se creían imposibles desde el lado de su ex correligionario. Ninguna incluía a Macri. "Lilita, esta alianza de dos coaliciones es para que te votemos a vos", intentó seducirla López Murphy. Carrió volvió a repetir sus ofertas de candidaturas y de listas. "Esto es muy complicado. Voy a ratificar mi candidatura presidencial", le replicó López Murphy, que no estaba dispuesto a soltarle la mano a Macri. En rigor, la encuesta de Poliarquía que los metió en la negociación incluía una fórmula que nunca existió en sus tratativas. La fórmula era la candidatura presidencial de Carrió y la vicepresidencial de López Murphy. Esa eventual fórmula cosechaba de entrada un 25 por viento de los votos y podía estirarse aún más proyectando los indecisos. Pero Carrió nunca consideró viable esa fórmula y López Murphy prefirió pelear la senaduría por la Capital.

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Carrió jura y perjura que ella preguntó de entrada si Macri venía con López Murphy. Le habrían asegurado que no, aunque el interlocutor nunca fue el ex ministro. López Murphy subraya que él siempre propuso una "coalición amplia", pero no se explaya en más precisiones. Las negociaciones excluían, por lo tanto, al autor del triunfo más importante que tuvo la oposición a Kirchner. Otra cosa es preguntarse si era posible una coalición de opositores que excluyera a Macri, que sacó más del 60 por ciento de los votos en la segunda vuelta de la Capital. Carrió se respondió que sí, convencida de que ha sido legitimada ante la sociedad tras la absolución en el inicial y absurdo juicio que pretendió termina con ella presa. Lavagna ha preservado su alianza con la estructura oficial del radicalismo. Sólo hurgó en las últimas horas algún acercamiento gestual con Macri.

¿Podía intentar un acuerdo con López Murphy sabiendo que ellos vienen de escuelas políticas y económicas muy distintas? ¿Podía hacerlo con Carrió, que le dedicó varias de sus famosas estocadas verbales? No. Prefirió quedarse donde está y jugarse a suerte y verdad por una eventual segunda vuelta. En contraste, hay que reconocer que el peronismo tiene estómago para todo. Néstor Kirchner le acaba de pedir a los barones del conurbano que se pongan a juntar voto por voto para su esposa en el cordón electoral más decisivo de la Argentina. ¿Son los mismos barones que gobernaron con Duhalde? Son los mismos. ¿No era Duhalde, acaso, el jefe de una corporación política vieja y con malas mañas? Lo era.

Sin embargo, esa corporación está intacta; sólo ha cambiado de dueño. "El duhaldismo está entero", suele decir el propio Duhalde. Kirchner, más peronista que progresista al fin y al cabo, sabe que el peronismo perdona muchas cosas, menos una: no tener poder. Vaya como ejemplo la patética decadencia del otrora intocable Carlos Menem en la propia tierra que lo vio nacer como caudillo hace más de treinta años. ¿Hay que hacerle un reproche a la oposición? Sectores sociales importantes pedían la unión de los opositores frente al poder kirchnerista, pero la sociedad pide a veces cosas que después termina rechazando. También requirió en su momento la construcción de la Alianza para sacar al peronismo del poder.

Lo consiguió en 1999. El recuerdo de esa fusión de ex opositores administrando el gobierno es uno de los recuerdos más reprobados por la misma sociedad que la prohijó. La única virtud de los actuales opositores es que han mostrado sus diferencias y sus rencillas antes de llegar al gobierno. Quizá sólo ha sucedido que las cosas están como deben estar. Por Joaquín Morales Solá Para LA NACION

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