miércoles, 25 de julio de 2007

Retinas - Moderación y anti mediocrismo - Por Roberto Bussero

Espero que no me acusen de excesivo uso, y quizás descontextualizada utilización del decadente recurso a la pretendida autoridad - ¿o influencia? – de ciertos personajes históricos en la reciente historia no contada del pensamiento – que todavía no lo es de la Filosofía ni quiere ser de las Ideologías.
Sin filosofías de por medio, y muy lejos de la hybris griega, refiriéndose a “un recorrido por las salas de exposiciones montevideanas”, un prestigioso crítico nacional (Nelson Di Maggio) dice haber confirmado “la discreta actitud de los artistas uruguayos en la creación”. Y agrega que “rara vez el riesgo, la aventura, la violenta innovación, el corte brusco en la normativa establecida. La historia de arte local es la historia del pausado ritmo de alternancias sin estridencias, salvo ráfagas aisladas y sacudidoras, aunque no siempre permanentes”.

Quizás estas consideraciones puedan aplicarse al sonado mediocrismo nacional, que se suma a la terrible postidiotez difundida por la mayoría de los medios de comunicación. Aquí “postidiotez” refiere a la incapacidad profesional y mental de hacer buenas cosas, pero también al empalagamiento ideológico de rancia estirpe conservadora, pro mantenimiento del status quo, y, en fin, a una posición servil torpemente disfrazada de profesionalismo, objetividad y otra serie de sandeces tan poco creíbles como deformadoras del sujeto democrático – concepto que he manejado en mis charlas y aún no incorporado a mis “Dialécticas…” -.

Es cierto, como apunta Umberto Eco, que el siglo 20 inauguró la comunicación instantánea. Gracias. Hernán Cortés pudo destruir una civilización y antes que el hecho se difundiese – no fue “noticia”, porque esta exige inmediatez – ya había encontrado justificativos, para los europeos, a sus emprendimientos.

Hoy, y desde hace relativamente poco, hay “noticias”, inmediatez, algo más que simples novedades – claro que hay noticias eternas en el universo subjetivo, del mismo que se abrió la mediatez en el espacio, aprieto un botón y ¡zás!, comunicación, vida, muerte.
El tema es que, vuelvo a coincidir con Eco, el siglo de las comunicaciones transformó la información – el paso de la ignorancia al problema, la duda, y el saber - conocer, novedad – en espectáculo – el de las noticias -, y se termina fundiendo actualidad con diversión.

Incluso la muerte es un acto irresponsable, tanto como el del personaje de Eça de Queiroz: toca esta campanilla y morirá un mandarín en China, su fortuna pasará a ti. Pero el tiempo lo convirtió en responsable. Hoy nos encogemos de hombros ante bombas que matan miles, millones quizás, la guerra, como “optimización” del conflicto, es un espectáculo, tanto como el hambre de los niños del Congo y el Sahara o la indigencia de las familias de Haití.

El exceso de información y de espectacularidad irresponsable convierte a nuestros mundos en compendio de noticias amorales y provoca conductas inmorales, vacías de contenidos humanos. Por lo tanto, son acivilizatorias y terminan conformando anticulturas y un nuevo sistema subcultural, poseedor de valores contradictorios con los existentes y, por tanto, absolutamente anómico.

Por supuesto, esto lleva a que se me acuse de pesimista, y no hay quien me haya endilgado la paternidad de un nuevo nihilismo, de corte posthumanista e hipermoderno.
Como siempre en estas cosas, quizás… Pero, más bien, creo en el tábano, la advertencia, del impulso filosófico, e insisto en la liviandad de esa espectacularidad hiperilusoria del mundo – universo actual.

Un colega me comentaba que cierto hombre del ambiente televisivo dijo, ante una de las disputas internas a ese medio, que lo pasa en la televisión queda en ella. Tremendo error, que no sólo indica la carencia de conocimiento y funcionamiento racional del dicente, sino que permite denunciar la insistencia en intentar crear microsistemas autónomos con conductas, reglas y valores propios, compitiendo por lograr mayores atractivos para reclutar miembros y adherentes.

Ante eso, vale la pena recordar el aserto, capaz de mejorar su calidad a una apodicticidad sistémica de que “el arte contemporáneo debe denunciar con mayor elocuencia las atrocidades políticas, sociales, económicas y medioambientales que se perpetran en el mundo”, como afirmó el artista chileno Gonzalo Díaz, quien defendió la postura de que las obras de arte visuales deben "dar más de lo que pueden dar" y enunciar “más discursos, que entreguen más explicaciones, que develen más misterios, que otorguen más sentido, que denuncien más atrocidades, que ilustren con elocuencia el discurso de la Historia".
Casi perfecta la dimensión explicativa de Díaz, autor del denominado proyecto "Eclipse", presentado en la muestra alemana Kassel y que consiste en una instalación en un recinto oscuro en la que el espectador se ve confrontado a la frase "Vienes al centro de Alemania sólo para leer la palabra arte bajo tu propia sombra".

Es una forma de enseñar sobre la relación ambivalente entre arte y poder, y de alentar, a través de la belleza, una reflexión crítica sobre lo que ocurre en el mundo, para "liberar" al espectador de la "anestesia" de ciertos medios de comunicación, indicaba una crónica, y eso es bueno – postespectacular – que se haga.
El problema es como levantar toda acusación de pesimismo mediante utopías – como proyectos realizables – que compitan sanamente por salvar al hombre, redimirlo de la Inequidad global y hacerlo degustar el proceso de mundialización que le permita gozar de su vida participando en marcos de solidaridad y felicidad.

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