martes, 31 de julio de 2007

90/Retinas - Las cosas por decir - Por Guillermo Baltar Prendez

Aunque no con exactitud, creo recordar que durante el sitio de Sarajevo, miembros de su Orquesta Sinfónica se ponían a tocar. Lo hacían diariamente sobre una acera lindera a la destruida Biblioteca Nacional, desafiando las balas de los francotiradores servios. La historia está plagada de hechos similares. Actos de valentía, donde el arte sorteaba los peores escollos de la barbarie y se imponía sobre el caos de los opresores.

Sucedió en la 2º Guerra Mundial, sucedió en el Gulap estalinista, sucedió en nuestras tierras bajo la irracionalidad y el despotismo de las dictaduras militares. En este caso, también fue el arte, es decir la cultura, la que diariamente se levantaba y a través de sus intérpretes, es decir, los hombres, esparcía su voz de resistencia contra el odio nacionalista y la indiferencia de la comunidad internacional. Es la cultura, la que en definitiva sienta las bases, nutre y promueve la identidad de todo pueblo o nación. ¿Por qué digo esto? Lo digo para recordar el valor intrínseco de las manifestaciones culturales y cómo los humanos recurrimos a ellas en los peores momentos. Lo digo también, para recordar la indefensión y el desamparo a que están sometidos en nuestro país, la gran mayoría de los trabajadores de la cultura.

Nuestro “imaginario” tradicional, el que realmente nos hizo y sentó las bases del Uruguay moderno, fue un producto resultante de la diversidad. Hemos sido un país de emigrantes, claramente europeo, mas los aportes de la comunidad africana. De eso nos hicimos, el de aceptar y valorar las diferencias y el de adquirir conocimientos y pautas culturales ajenas, que luego se estacionaron y vincularon generando así la identidad. Durante décadas el Uruguay se echó a dormir la siesta. Las vacas gordas pasaron y el país enflaqueció.

Buena parte de la cultura se burocratizo al igual que las clases políticas. El viejo Uruguay proveniente de la burguesía culta y liberal, heredero de la ilustración y del humanismo, terminó convirtiéndose en una desdibujada caricatura de sí mismo. El “imaginario” que nos hizo está en una profunda descomposición, inmerso en la enorme fragmentación social a la que asistimos. Hemos ido perdiendo gradualmente nuestro sentido de comunidad, por que gradualmente hemos perdido nuestras señas de identidad más profundas, aquellas que la cultura generaba. También es cierto que ese antiguo imaginario se fue desvirtuando a medida que la tradición cultural europea ha ido perdiendo su peso, su injerencia sobre el tejido social ante los excesos de la globalización y de las formas imperantes de poder.

Indiferencia de los Medios

Como periodista cultural, no puedo estar ajeno al impacto de los medios de comunicación y a la negativa influencia que vienen ejerciendo sobre nuestra sociedad. Los medios de comunicación han desvirtuado la génesis propia de su responsabilidad que es la de informar, instruir, generar interrogantes y cuestionamientos como elementos constitutivos de la opinión pública. En su afán por entretener sólo se han convertido en un medio representantivo de la propia mediocridad que difunden, proclives a generar audiencias o lectores cautivos y no activos. Hay un discurso sesgado por la estupidez y la banalidad, un discurso que tiende a la domesticación del pensamiento.

Las dificultades de ejercer la profesión es otro de los escollos que tiene ante sí el periodista cultural. Es preocupante la falta de interés que los medios y sus directivos tienen ante el hecho cultural. Es dramática la inexistencia de programas culturales en las cadenas televisivas, el poco espacio que dedican a difundir sus actividades y la triste asimilación que muchas veces se hace de la actividad cultural, con la del espectáculo.

Así como las limitaciones que parecen ir en aumento, para el ejercicio cultural en los medios impresos. Para algunos, la cultura no cotiza, no trae anunciantes, para otros, la cultura no forma parte de los cánones del entretenimiento. ¿Por qué la cultura no puede ser entretenida? Quizás las respuestas haya que buscarlas en ámbitos más profundos y sutiles. Sobre todo para quién hemos vivido otras realidades.
Países donde la cultura es reconocida como un elemento esencial de la identidad nacional y donde además, se producen programas culturales de periodicidad constante, sólidos y rigurosos, algunos de alta jerarquía a la vez que amenos y entretenidos. Supongo que en gran medida, eso también depende de la conformidad de la audiencia. Si hemos construido una república de ausentismo escolar y además desterramos las manifestaciones artísticas, es lógico que cada vez menos tengamos una demanda de productos sensibles.

Además, al carecer el Estado de una infraestructura adecuada de Radio y Televisión, y siendo este quien tendría que contemplar las necesidades de las minorías, los canales de difusión cultural quedan reducidos a las transmisiones de la televisiones de pago. Al no haber programación cultural, no hay tampoco actividad crítica. Entonces no hay opinión y cuando la hay, no deja de ser conformista. No hay controversia, por lo que el ejercicio de la profesión periodística está a la baja, perdiendo injerencia entre el tejido social y permitiendo que otros factores sean los que interviene en la formación de la opinión pública.

La Ausencia Crítica

Vivimos en un país ausente de elementos críticos con los que confrontar la actividad cultural. Pasamos de tener un hipercriticismo agudo y por momentos no del todo feliz, a otro signado por la complacencia, cuando no, por la irresponsabilidad. Hemos desembocado en la avalancha sistemática de productos culturales, ausentes de conceptos cuando no de contenidos. El periodista cultural, siempre ha sido un ojo expectante de los fenómenos culturales y sociales. El arte siempre ha sido producto de su tiempo y de sus circunstancias. Un testigo de la historia y de la evolución de las sociedades que lo han generado. Hoy la crítica es prácticamente nula. Su ingerencia como motor de ideas y cuestionamiento, ha perdido poder, presencia e interés. La falta de capacitación para desarrollar dicha actividad, es otro de los problemas que deberían abordarse.

Muchos de quienes supuestamente la ejercen no están capacitados para ello, ignorando o denostando toda una tradición histórica de nuestro periodismo: el rigor crítico, la profundidad de análisis y la independencia de opinión. Ya sea por propio desinterés (por el “todo vale” tan propio de nuestra idiosincrasia) o por que no le han brindado las posibilidades de capacitación desde los diferentes centros de estudios. Quizás más interesados en generar hombres de empresas que de ideas. A su vez, la irrupción de las doctrinas posmodernas, que en Uruguay lo hicieron tarde y mal, viciaron de nihilismo la actividad crítica y auspiciaron tupidas confrontaciones internas. Denostaron el compromiso sistemático y ahondaron un peligroso proceso de desideologización.

La ausencia de la gestión “critica” generó una sociedad carente de verdaderos “líderes de opinión”, papel que irresponsablemente otros comenzaron a desempeñar. Por ejemplo, algunos programas de “entretenimiento” en la televisión privada. Programas para jóvenes emitidos poco antes y sobre la medianoche, donde se propagan valores de dudosa moral y donde se vapulea de forma sistemáticamente el lenguaje, al igual que muchos provenientes del país vecino. Lo mismo sucede con el nefasto impacto que generan la mayoría de los programas deportivos.

Se habla mucho y mal y se piensa aún peor. Estos “líderes de opinión” deberían asumir de una vez sus responsabilidades como comunicadores. Como elementos también constitutivos de la formación del pensamiento. También ellos han contribuido a generar una sociedad banal y vulgar. Por ejemplo, hay que tener una mayor envergadura para tratar los temas de la violencia en el deporte y no caer en los tópicos reduccioncitas de siempre. Este es también un tema que el periodista cultural debería abordar en sus análisis. ¿Acaso no es también un hecho cultural las ramificaciones de la violencia en nuestra sociedad? Los periodistas deportivos, en su ceguera matinal y aburrida de no ver desde décadas un triunfo histórico, no hacen más que pedir medidas extremas de coacción. Jamás he escuchado llevar esos cuestionamientos a espacios más reflexivos y profundos.

El fútbol está inmerso en esa fragmentación social, cargada de violencia y asperezas. Pedir sólo medidas represivas o reducir todo al influjo de las drogas, es desconocer lo que salta a la vista: la sociedad está podrida. Varias razones han contribuido a ello. La desigualdad económica, la falta de perspectivas, descreimiento de la actividad política, empobrecimiento de los cuadros educativos, crisis de la familia tradicional, deserción escolar, analfabetismo... Los programas de debate e investigación se quedan siempre en la sumisión de la retórica, con comunicadores que en su mayoría carecen de suficiente autoridad intelectual como para debatir con equidad y de igual a igual con la mayoría de sus entrevistados, cuando no lo hacen desde la vanidad de su condición de personajes públicos.


Parece que hemos generado una sociedad ignorante.

La única forma que tiene el hombre de resistir ante los embates de los despotismos, sean estos políticos o económicos, es a través de su formación, su educación y sus referentes culturales. Lo sabía Hitler cuando quemó los libros y clausuró ese centro generador de ideas que fue la Bauhaus. Lo sabían los militares que derrocaron la democracia. Por eso la dictadura triunfó. Cumplió su cometido, asesinó o expulsó a las clases intelectualmente más preparadas. Empobreció culturalmente al país y los gobiernos sucesivos no hicieron absolutamente nada para recomponer los estamentos de la educación, dándole la espalda a los reclamos de la sociedad civil.

Somos lo que se propusieron los dictadores y las clases dirigentes de entonces. Una sociedad sometida y sin pensamiento, reducida a una manifestación atemperada de sus ambiciones. Nos hicieron más vulgares e ignorantes. Sus efectos más visibles los constatamos a través de las generaciones más jóvenes. Muchachos sin perspectivas, perdidos en su desconcierto, sin una educación responsable y en su gran mayoría provenientes de entornos familiares nada propicios y también parcelados en el hecho de esa fragmentación social. Aquí la diversidad no proviene de aspectos meramente culturales. Proviene de la enorme desigualdad económica que hay entre las diferentes clases sociales. Esa disparidad, en contraposición con la diversidad cultural, ha generado una polarización social a ojos vista.

Por un lado están los desechos residuales del neoliberalismo. Los que provienen de la extrema pobreza, de los asentamientos o de antiguos sectores acomodados caídos en desgracia. Por otro, los que aún son herederos de las empobrecidas clases medias, los hijos de la riqueza tradicional y aquellos “nuevos ricos” que accedieron a esa categoría en las dos últimas décadas. La fragmentación social ha llevado a la fragmentación cultural y esto ha exacerbado la convivencia de la comunidad.
El aumento delictivo es consecuencia de ello, y esto va mucho más allá de la necesaria renovación del sistema carcelario y de la urgente revisión de las edades de los jóvenes, para que sus actuaciones delictivas sí puedan ser consideradas punibles. ¿Acaso el periodismo cultural no debe abordar estos temas, cuando advierte que la cultura como sustento y garante de la identidad y la integración, no es tenida en cuenta como elemento sustancial, por no decir esencial para contribuir a sanar los males de la sociedad? ¿Acaso no es esto lo que buscaban aquellos músicos heroicos entre los escombros de Sarajevo? Recordarnos que el arte es un arma de la belleza. Hacernos más solidarios e iguales ante el sopor de los despotismos.

Las Urgencias

El pasado año el suplemento Que pasa de El País reproducía unas reflexiones del Senador Mújica sobre la importancia del periodismo escrito. Palabras que reproduje públicamente en un acto de conmemoración al periodista Raúl Forlan Lamarque. En dicho artículo, Mújica hacía notar la importancia que desde siempre había tenido el periodismo escrito, entre otras cosas, como garante de una profundidad crítica y reflexiva. Profundidad que hoy se ha perdido y que debiéramos reencausar y fortalecer ante el embate de los medios audiovisuales. Digo esto, para señalar una vez más, el compromiso que el periodista deberá asumir, en momentos en que hay una corrupción casi diabólica del pensamiento. Vivimos a través de los medios de comunicación, una conspiración siniestra donde la estupidez no tiene límites y encima la festejamos.

El periodista cultural debería abordar esas reflexiones de Mújica. Por eso, lo que le pediría a la administración Vázquez y al Ministro Astori, que en definitiva es quien firma los presupuestos, es que apuntara más alto, por que nos estamos quedando sin país.
No creo que los valores patrióticos se recuperen en una fecha señalada, con bandas de rock, murga, tango y platillo. Los valores patrióticos se recuperaran en la medida en que uno se sienta a gusto en su tierra, orgulloso de sus iguales y de su entorno y reconocido culturalmente en ella. No basta decir “como el Uruguay no hay”, por que eso no es más que el slogan repetido de los conformistas. Lo que le pediría es una mayor inversión en la cultura. En la investigación y en el desarrollo de las artes y las ciencias y una rápida atención a los problemas estructurales de la educación, una revitalización de todos los estamentos de la enseñanza pública para poder competir con la privada, para no generar profesionales de primera y segunda categoría.

Lo que esta administración debería tener en claro, es la urgente necesidad de un debate interno (y no eterno) en torno a su participación como elemento constitutivo de la cultura misma. Creando espectros más amplios, con políticas sostenidas, donde tengan cabida todas aquellas expresiones artísticas, que en su multiplicidad nos definen.

Habría que ver sí está decidida a ser un promotor dinámico y eficaz, tratando, por ejemplo, de subsanar las carencias profundas que existen en los organismos de formación y capacitación. Me estoy refiriendo a la imperiosa necesidad de reforma del sistema educativo y a la revisión del presupuesto del Estado en cuanto a sus aportaciones económicas. Lo que le pediría entonces, es la rápida concienciación de que la cultura es elemento más valioso que tenemos para intentar salvarnos del caótico vaciamiento ético y moral en la que está sumida nuestra sociedad.

Sí no es así, vamos a contemplar el fin de nuestra identidad, por que me temo, que esa gran franja de desposeídos, descreídos, nihilistas inconscientes de su rango, desocupados, sin perspectivas y sin estudios, imposibilitados hasta de competir en el extranjero, esa gran franja de jóvenes dentro de diez años a más tardar, quizás menos, va a explotar. Habría que estar atento a la cantidad de hechos conflictivos ocasionados por los jóvenes o acontecidos entre ellos. A la falta de un sentido de pertencia a la comunidad, al aumento de la agresividad y al odio casi explícito entre los diferentes estamentos sociales, producto de esa bipolarización económica, que ya se manifiesta en las calles, escuelas, liceos y espacios de ocio. Lo advierto como periodista cultural, crítico de la sociedad y de sus estamentos, porque quiero lo mejor para este país y para los míos. Un lugar donde los músicos y los artistas puedan expresarse en una ciudad viva y no en ruinas, y porque temo que de no ser así, estemos en los comienzos de una nueva guerra civil.

Guillermo Baltar Prendez/ Es Licenciado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Realizo estudios de especialización sobre la Información en la CEE. Ha participado y expuesto ponencias en Seminarios sobre Comunicación Social, realizados por la Universidad Complutense y la Unicef. Fue periodista cultural en Mundocolor, La Semana de EL DIA , Semanario JAQUE y la Revista POSDATA. En los 80 creo el Cabaret Voltaire de MVD. Es poeta y artista digital.

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