sábado, 28 de junio de 2008

461 - Trastienda - SOBRE LA PELÍCULA "CAFÉ DE LOS MAESTROS"

* dos visiones sobre la tangofilm,
polémica en hipercrítico.com, red

La porteñidad al palo
Adriana Amado Suárez recomienda
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A veces uno va al cine para ver una historia. Pero a veces ocurre que se topa con “la” historia, de un país, de una cultura, de una expresión popular. Y en eso anda “Café de los maestros”, tratando de dejar registro de la época de oro del tango porteño.
Es cierto que ahora andamos con síndrome de valorización de una música que no hace tanto pensábamos que era un tanto cachuda, pero que se convirtió en culto de jóvenes, de maduros arrepentidos de no haber escuchado/bailado antes tango, o de rockeros que descubren sus fuentes en el dos por cuatro. Vaya a saber si fue gracias a la demanda de turistas excéntricos, o a la persistencia de los milongueros de siempre, pero es innegable que el tango se puso en valor. Y ahí fue que vino Santaolalla a dejarnos el documental de los grandes valores de hoy y de siempre. Santaolalla (que se llama Gustavo, aunque fue presentado en cuanto programa apareció como “el Oscar argentino”) quizás descubrió antes que nosotros esta necesidad porque ve el tango desde Hollywood. Y le puso alfombra roja al país que no mirábamos.
En un reality de los ensayos, grabaciones y gran función gran en el Colón, el filme recorre las caras gastadas de musicos y cantantes que fueron glorias argentinas y son hoy un acervo de cultura popular que urge fotografiar. De hecho, algunas de las almas del tango de la película no llegaron a ver el estreno, de tan apuradas que estaban. Pero que quedaron, por suerte, ahí y en las cientos de horas de grabación que hizo Miguel Kohan.
La película hace trampa desde el inicio porque muestra rostros irreconocibles para muchos de los que tenemos la televisión como parámetro de referencia, sin darnos la pista del nombre hasta el final. Mores, Salgán, Luque, quizás Podestá. Y no muchos más pueden adivinarse. Pero está bien, nos lo merecemos: ¿cómo nos perdimos de conocer el nombre propio de los tangos que reconocemos? Pero bueno, es cuestión de ir recorriendo la película y sus fantasmas en tren de trivia del tango.
Las astillas de Buenos Aires que se incrustaban entre relato y relato, rompen la infinita ternura de las voces que sin contar nada en especial construyen la gran historia. No hablan de ellos sino del tango. El conjunto es como el tango, duro, sincopado, abrumado, pero también humanísimo y desesperado.
Vaya a saber qué suerte correrá una película tan intimista en épocas de Indiana Jones. Seguro que será millones cuando se convierta en DVD o en souvenir de la argentinidad para el mundo. Por el momento, es una buena excusa para llevarse una lección de tango y un espejo de la porteñidad a veces renegada.

No basta con adherir al tango
Por: Gustavo Noriega.
Hay películas que entusiasman por el tema que tratan, más que por lo que son en sí mismas. Es un clásico de la crítica complaciente elogiar un film porque trata de “valores humanos” o alguna fórmula parecida. Se suele decir de esas películas que son “necesarias”. Por supuesto esto no tiene el menor sentido. Necesario es respirar. Las películas son películas y están bien o mal hechas, entretienen, aburren, son interesantes o nos dejan indiferentes. No se justifican por el tema que tratan sino por cómo lo tratan. Uno podría pensar en realidad en la fórmula opuesta: que para los “grandes temas” lo que es necesario es que se hagan “grandes películas”, es decir, que la realización esté a altura de los acontecimientos.
Esto viene a cuento de la crítica aparecida en Página 12 de Café de los maestros, la película sobre músicos de tango que, como es de excesiva fama, produjo Gustavo Santaolalla. La escribe Juan Pablo Cinelli, califica a la película con un “9” (algo rarísimo en ese diario) y desborda en elogios. Lo curioso es que los elogios no son a la película… sino al tango. Uno podría decir que en realidad Cinelli le puso 9 al tango.
Leamos este párrafo:
“No hace falta ser ni conocedor ni fanático del tango para disfrutar de este Café de los maestros porque, más allá del género, de lo que se habla acá es de la pasión de un pueblo, de la nostalgia por un pasado que siempre será mejor, del berretín de la memoria individual y colectiva, llenando el presente de sangre nueva. Basta con escuchar a esos viejos diciendo una y otra vez que el tango es su vida, nada menos, que no hay forma de separar una cosa de otra. Y alcanzan un par de acordes para caer rendidos ante la evidencia: el tango es la vida de todos, de cada uno de los que dan vueltas por esas calles de esquinas mugrientas que el director Miguel Kohan utiliza para ilustrar con elocuencia los fragmentos musicales que los protagonistas van enhebrando, en un rosario de certeras postales del tango y de la ciudad que lo parió.”
Lo más sorprendente de este párrafo asombroso es la mención a la “sangre nueva” en relación con esta película.
Nuestra compañera, Adriana Amado Suárez, por su parte, en este mismo site, se muestra igualmente rara, como encendida:
“Las astillas de Buenos Aires que se incrustaban entre relato y relato, rompen la infinita ternura de las voces que sin contar nada en especial construyen la gran historia. No hablan de ellos sino del tango. El conjunto es como el tango, duro, sincopado, abrumado, pero también humanísimo y desesperado.”
Es inevitable que una película dedicada a los maestros del tango impregne de su calidad a la película y emocione a los cultores del dos por cuatro. Sin embargo, un análisis de Café de los maestros debe dar cuenta de su estructura, de la profundidad con que se mira a los personajes, con las decisiones estéticas asociadas a la música. No basta con adherir al tango: se podrían haber hecho mil diferentes con el mismo evento.
Esta película en particular es derivativa de una serie de acontecimientos. Primero fue la grabación de un disco doble. Luego, la presentación del disco en el Teatro Colón. Lo que es bueno para un disco doble, una gran cantidad de intérpretes, no es necesariamente bueno para una película, que debe sobrevolar sobre cada uno de ellos muy superficialmente. Saltamos de uno en otro, caóticamente. Apenas nos encariñamos con uno, saltamos a otro, que no es tan simpático.
La presencia de Santaolalla, viajando a Buenos Aires, “copado” escuchando a los músicos, besuqueándose con ellos, no tiene ningún tipo de justificativo. Llama la atención que en el afiche de la película no figura ninguno de los nombres de los tangueros pero sí, en tamaño muy grande, el de los productores (Gustavo Santaolalla, Lita Stantic y Walter Salles). Es rara una película sobre músicos en donde lo más destacado de su anuncio sean los nombres de los productores.
Decíamos que la película estaba subordinada a dos eventos previos, el disco y la presentación en el Colón. Esta última ocupa los últimos 25 minutos de película y es la peor decisión de montaje. Todo está apretujado y desprolijo. Un momento llamativo es cuando presentan a Horacio Salgán. El Colón se viene debajo de los aplausos. Corte y se ve a Atilio Stampone tocando el piano. Absurdo.
Respecto de esto, en Clarín, Diego Lerer, en una crítica más equilibrada y sensata dice:
“Un párrafo aparte merece el concierto en sí: en una película de 90 minutos con tantas historias y testimonios había que tomar una decisión radical. O hacer, casi, una película-concierto. O, directamente, terminarla antes, dejando el show para el disco o para una futura edición en DVD (Santaolalla anunció que así se hará: excelente decisión). Así como se ve en la película, no es ni una cosa ni la otra. Se trata de un apretado resumen del concierto, un rápido salpicado por los distintos artistas que no logra transmitir la verdadera emoción que, se siente, debió haber sido darlo y presenciarlo.-”
En fin, Café de los maestros es una película necesaria. Tan necesaria es que debe ser hecha de nuevo, con más paciencia, respetando a sus homenajeados, dándoles el tiempo y el espacio que se merecen. Sol do.

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