miércoles, 18 de junio de 2008

432 -Dialéctica - Histeria del "fin de la historia" - Emilio Cafassi

Cafassi es un sociólogo argentino, amigo de las especulaciones dialécticas filosóficas, como esta joyita, red.
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A nadie escapa que el capitalismo se debate desde mediados de los 70 en una crisis recesiva e inflacionaria de proporciones casi inéditas. Los propios economistas americanos han llamado a este fenómeno "stagflation", que significa algo así como estancamiento más inflación. Esto no evita divergencias en distintos planos, pero el reconocimiento de la situación, prescindiendo de matices, no escapa de hecho a ningún observador. El espectro de discusión se sitúa fundamentalmente en la caracterización de las fuentes genéticas del fenómeno, en las perspectivas de salida y en la intervención en la coyuntura.
Esta crisis capitalista aparece en un estadio histórico en el que tiene lugar una verdadera revolución tecnológica, que impone en diferentes etapas y a un ritmo desigual según el sector del mundo de que se trate, una profunda reconversión industrial que altera decisivamente la división social del trabajo a escala nacional y la división internacional del trabajo. Tampoco pueden los diversos analistas soslayar mayormente las consecuencias de este proceso, aunque luego se las pretenda cubrir con un manto justificatorio.
Esto supone en primer lugar una explosión ominosa de la miseria en el tercer mundo, a la vez que un crecimiento ­ciertamente desigual, pero también inocultable­ del desempleo en el centro, que por su inequidad expande aún más la brecha existente entre estas fracciones inescindibles del mundo. En términos de Fukuyama, la separación entre el universo poshistórico y el fango de la historia, lejos de homogeneizarse y universalizarse bajo predominio del primero, se cristaliza cada vez más como caricatura deformada.
En palabras aún más simples, esto quiere decir que se produce una retracción no necesariamente aguda, aunque palmaria, del empleo y el consumo en el centro, y un derrumbe cataclísmico de estas variables en la periferia. Lo último no significa otra cosa que un crecimiento de la condición proletaria en su más amplia acepción. Contiene un incremento de la inseguridad ­y consecuente angustia­ frente a las condiciones de existencia, aunque es de reconocer que esta inseguridad no guarda relaciones de magnitud entre las grandes metrópolis y el tercer mundo.
No puede sorprender que esto genere un justo y vigoroso interés por el consumo cuando éste se encuentra por amplias franjas de estas sociedades en el límite de la infrasubsistencia.
A la vez, la realización de estas profundas transformaciones de las sociedades de la periferia capitalista se implementó al ritmo de una brutal represión. No puede obviarse que desde mediados de los 70, gran parte del tercer mundo, y en especial América Latina, se encontraba asolada por dictaduras militares sangrientas (dicho sea de paso, sostenidas por la poshistoria), que no ahorraron esfuerzo en imponer a cualquier costo la adaptación de sus economías a esta nueva división social e internacional del trabajo. Tampoco puede sorprender que ante este panorama, surja un también justo interés por la democracia política, aún aquella meramente representativa.
Lo que esta simple contrastación con la realidad más cruda, conjuntamente con la hinchazón exitista de Fukuyama entierra verdaderamente es la inveterada tesis izquierdista del "cuanto peor, mejor", variante consignística vergonzante del determinismo histórico más grosero y de la manipulación autoritaria de los padecimientos de los desposeídos. Si algo podemos concluir de lo expuesto es contrariamente que "cuanto peor, peor".

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