miércoles, 16 de julio de 2008

480 - Alkimia . INVASION YANQUI - ELEUTERIO FERNANDEZ HUIDOBRO

* locura de escritor, o casi, digo, de tan ideologizado, tá..., red.
Nadie lo supo, pero cierta noche sorpresiva de julio, las aguas uruguayas fueron ocupadas por inmensa cantidad de buques desplegados por la IV Flota de los EEUU. Era inminente un desembarco anfibio.
El gobierno, reunido al efecto en secreto, decidió capitular antes que las cosas pasaran a mayores. Contó para ello con apoyo unánime cuando las primeras oleadas de asalto vomitaron sobre la playa del Buceo la vanguardia blindada del Cuerpo de Infantería de Marina de los EEUU.
Ya amanecido, las primeras unidades exploradoras estaban llegando por Propios a Rivera cuando observaron la llegada, como desde Ramón Anador, de una nutrida delegación oficial enarbolando banderas blancas. Tras ella avanzaban al encuentro dos ómnibus (cedidos por Salgado) pletóricos de abogados uno y escribanos el otro. "Uruguay ofrece seguridades jurídicas" fue la oración que precipitó la tajante instalación (en el boliche de Rivera y Propios) de una Mesa Negociadora para el Contrato de Capitulación ajustado a Derecho y debidamente escriturado.
Ignacio de Posadas dirigió una cosa y Gonzalo Aguirre la otra. Ambos misiles plenipotenciarios, comisionados alevosamente por Tabaré Vázquez.
Firmados (sobre el mediodía) la Rendición y el Acuerdo; ya transformado Uruguay, sin más, en una nueva colonia del Imperio, y luego de los brindis, los yanquis quisieron dar solemne sepultura, como héroe, al único "marine" muerto (por accidente) cuando supieron que Adeom estaba de paro sorpresivo y ese día le tocaba a "Necrópolis". Insistieron de mal modo y Mabel los amenazó con la solidaridad de los municipales neoyorquinos y con no juntarle la basura en Manhatan. Se sosegaron.
Luego apareció la sirena del gordo de la moto precediendo la bandada invernal de Inspectores de Tránsito que, de inmediato, procedieron a colocar sendas multas en los limpiaparabrisas de camiones, tanques, jeeps y demás vehículos yanquis matriculados en sitios ignotos, sin libreta nacional de chofer, papeles del vehículo, balizas... ¡Un festín!
A una lancha indescriptible, porque además de cañón tenía ruedas, le mandaron el guinche y a los de la playa le pusieron el cepo por estar mal estacionados. Bromatología comenzó las inspecciones decomisando millones de hamburguesas que fueron fumigadas por Sanidad Animal y Vegetal del MGAP detrás de los que llegaron en camión los aduaneros, colocaron el Sistema Lucía en un Cyber cercano, e iniciaron su alevosa masacre. La gente de Murro en camiones ululantes y prepotentes que iban taponando Propios, exigía estentóreamente (por altoparlantes desgañitados), las planillas de trabajo de la IV Flota encontrando también de inmediato gravísimas irregularidades y por ende enormes deudas, multas y recargos. Obviamente que, a los codazos, y en bulldozer, se abrieron paso los de la DGI saboreando de antemano la obvia flagrancia de incumplimientos.
El Sindicato Médico, en drástico preconflicto, prohibió el ejercicio de la medicina al Servicio de Sanidad Expedicionario, exigió la reválida y, cuando los yanquis luego de aceptar pidieron asistencia, les cobraron furibundamente el acto médico, les dijeron que los anestesistas estaban de huelga y los oftalmólogos también, porque había unos cubanos que, sin embargo si lo deseaban, podían atenderlos... Gritaron que no.
Las Intendencias instalaron carpas con azafatas en minifalda ofreciendo matrículas para la regularización urgente del parque vehicular. Chiruchi se restregaba las manos y Zymmer los convidaba, gratis, con el whisky de ellos. En pocas horas la zona se pobló con gestorías, consultorías, abogados, contadores, corredores de cambio, proxenetas, psicólogos, traficantes de droga, escribanos, contratistas deportivos, curanderos, despachantes de aduana, ONG (S), y la demás nutrida parafauna de "resolvedores" (incluso reventa de entradas).
"No se aflija: esto se arregla" fue otra oración mágica para agilizar la circulación monetaria, la seguridad jurídica y el lavado.
Las cuentas, debidamente asesoradas y maquilladas (en la Ciudad Vieja y otros antros) comenzaron a llegar al Pentágono creciendo exponencialmente.
Greenspan protestó.
Los bancos instalaron carpas de circo. Las colas de "marines" de toda graduación, infantes, aviadores y hasta generales de cinco estrellas, se agregaron a las autóctonas en las diversas oficinas públicas. La Invasión y colonización de Uruguay era nada más que puro papeleo y coima.
Fueron vistas en UTE, Antel y OSE, ya que como es dable imaginar, los invasores debieron pedir la consabida instalación de contadores y servicios correspondientes, sorteando para ello los mismos escollos que los "indígenas", ya baqueanos, sortean desde su nacimiento.
No se sabe cuando fue (pero fue rápidamente) que alguien descubrió las muy abundantes botellas de whisky "de a bordo" y otras lindezas por el estilo, que la logística invasora traía en sus bodegas, ni tampoco cuando fue que "arreglaron" con el Estado Mayor y el Comandante Supremo la traída, con loables e indiscutibles excusas, de mucho más, incluido material médico, perfumería, afeitadoras, cigarros, lavadoras, televisores...
Muy pronto, el aguerrido jefe de la Invasión, ya de camisa desabrochada, por afuera el pantalón y sin corbata, instaló su Cuartel General en el Conrad que lo traía y llevaba en limusina (hasta que se compró tres). La alta oficialidad estadounidense fue degradando lentamente; como quien dice civilizándose, en el sentido de irse transformando en civiles; por la noche estacionaban sus flamantes Ferrari y Porsches en la Ciudad Vieja (que reservaron). Al mismo tiempo las camionetas Hummers y otros vehículos, hasta un avión de bombardeo pesado y dos helicópteros Apache, aparecieron sin matrícula en Paraguay.
Los soldados devenían soldadesca a simple vista; se incorporaban a ciertos ambientes y barras... Andaban por la calle, de cantarola, abrazados con personajes nada recomendables de la vida empresarial, social, cultural y política autóctona. "¡This is a potato!"
­gritaban.
El final se supo desde el principio: ya casi insubordinada la Fuerza de Tarea y a punto de disolverse la IV Flota, Bush, reconociendo su nuevo fracaso (el más estrepitoso), declaró (plagiando sin saberlo) que "los uruguayos son ingobernables". Mandó traer dos Flotas intactas del Océano Pacífico y rescató por las buenas y las malas los restos, las reliquias, de aquélla que otrora fuera una imponente y disciplinada Fuerza Expedicionaria.
Para ello, lo primero fue enarbolar enormes banderas blancas pidiendo tregua... Desde el agua. Luego, con feroz custodia contra coimas y acomodos (no querían perder más Flotas), desembarcaron un muy selecto grupo de acérrimos abogados y escribanos internacionales para rescindir, durante el armisticio, el contrato de capitulación y firmar, a la vez, la suya. Pagaron sin chistar la última multa dejando expresa constancia de eso: "es la última" ¡Y tiene pleno poder de cancelación hasta la eternidad! De paso, abonaron muy educadamente los impuestos finales pidiendo constancia escrita de lo mismo (que eran, de verdad, finales). Les quedaron, fondeados en el horizonte, embargados, dos submarinos, una fragata y tres destructores... Figuran desde entonces en el Clearing. Y, en diversos juzgados, tienen como cuatrocientos temibles juicios inconclusos.
Ya reembarcados y recién como a mil metros de la costa, rumbo al portaviones atómico cercano, considerándose a salvo, nos rajaron en masa una formidable puteada en latín, inglés y castellano.
Igual que en Saigón, sus últimos borrachos fueron pescados con largos bicheros de titanio, desde los apremiantes, raudos y fugitivos helicópteros de rescate.
* Senador nacional, escritor

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