martes, 1 de julio de 2008

467 -Actuales - El marketing de la amabilidad - Claudio Invernizzi

Cada vez que decimos “buenos días” ¿Pensamos exactamente lo que estamos diciendo? Y cuando no lo decimos ¿Sabemos exactamente lo que estamos haciendo?
A veces las palabras, como la pasta de dientes o los codos de los sacos, se gastan. O lo que es peor, pierden el sentido en el propio ejercicio de su uso. Aunque esto último, naturalmente, no pasa con la pasta de dientes ni con los sacos porque siempre, una será para limpiar y el otro para que abrigue.
Vamos cerca con esto de las palabras: “buenos días”, por ejemplo. Un saludo ateo cuyo antecedente puede encontrarse en aquel “¡Buenas y santas!”, que tal vez fuera aun más contundente porque a los creyentes los involucraba en su fe declarando un pedido expreso a la voluntad divina. Como el “ adiós”, digamos, que es otra forma de encomendar. Pero cuando decimos, “buenos días”, difícilmente estemos atentos al deseo expresado: que ese día sea verdaderamente bueno para el otro. Decimos sin entender o, mejor aún, sin compartir cabalmente lo dicho.
Pero hay una situación más compleja que refiere a los que prescinden o prescindimos de los “buenos días”, del “hola”, del “gracias”, del “de nada”, del “disculpe las molestias”, es como si sintieran o sintiéramos que podemos solos en este viaje .
Nadie pretende andar regenteando la simpatía de los ciudadanos, simplemente se trata del hartazgo de ver caer esas palabras que no tienen otro fin que el de la amabilidad, como manzanas podridas ante la mirada perdida de algún guarda, de una cajera de supermercado, de un funcionario público o de un cobrador de peaje.
La falta de cortesía – es decir , el no reconocer al otro, no dar muestras de su existencia- es una mancha para el sentido plural que tiene la vida, es un triunfo de la singularidad a cualquier costo, una trampa frontal del egoísmo: una cretinada.
Y esta ciudad, este país, está necesitando un poco más de reconocimiento de existencia entre nosotros. No por reglas –por favor, que de eso hay bastante- tampoco por fórmulas de urbanidad, sino por algo más visceral que es el reconocimiento al congénere. Al igual, si se quiere.
“Sonría, lo estamos filmando” , es una burla patética y genial que se lee en aquellos locales comerciales con cámara de seguridad. Es así: ante cualquier oportunidad que nos da la posteridad, sonreímos. Ahora bien, eso poco tiene que ver con lo cotidiano a que referimos. ¿Pero si fuera un principio? Entonces esos cartelitos deberían tener anverso y reverso, de tal modo que del otro lado pudiéramos escribir: sonría, usted está a punto de perder un cliente.
Entonces lo que no terminamos de aceptar como una condición de convivencia, lo haremos por el más elemental de los principios del marketing. Quién sabe, estimado lector o lectora, tal vez terminemos generando una nueva definición para una disciplina donde las definiciones abundan: el marketing de la amabilidad.
Sería como industrializar la cortesía, es verdad, pero algo sería.

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