viernes, 25 de julio de 2008

497 - Retinas - TV: Pena de muerte en la democracia mediática - Sandino Núñez

Luego del enloquecimiento de
las crónicas rojas de los últimos
tiempos, luego de que se soltara
el más espectacular de los infiernos,
que un sórdido carnaval de
adultos agresivos y asesinos, de
muertes infantiles, de violaciones
e incestos nos mostrara (ay de nosotros,
ay de esa indignación de
clase media fabricada por Canal
10, incapaz de no azorarse una y
otra vez por una realidad social
que descubre todos los días) que
padres y padrastros caen cotidianamente
sobre sus niños como
sombras perversas y violentas,
no resultaba demasiado extraño
que el programa de televisión
Tenemos que hablar (Canal 4)
se anunciara con una consigna
inocente y atroz: “discutamos la
pena de muerte”.
La invitación carga todo el
brillo de un mal que reside menos
en su atrocidad que en su
inocencia. Acá comienza una
catástrofe que no está tanto en
el clima de locura generalizada
que nos enfrenta a la eventualidad
siempre temible de la pena
de muerte -la autoconexión de
una máquina violenta que responde
con más violencia territorial
a la violencia territorial-,
sino en una locura contigua,
infinitamente más liviana, más
tonta, más siniestra. Hablo de la
locura amable de la tele, la sonrisa
de azafata de la conductora de
magazines Sara Perrone, que con
la misma cara con la que habla de
bricolage o de cocina, nos invita
a colocar la pena de muerte en el
orden trivial de lo opinable, de lo
debatible, de lo razonable.
Si el reaccionario, el conservador,
el miedoso o el fascista
muestran en público su opinión,
o gritan “paredón” al delincuente,
o incluso si la horda
furiosa lincha al infame, estos
episodios son atribuibles a estados
de excepción de la razón,
es decir, precisamente, al más
allá antagónico de la sociedad
política: estallidos de locura,
actings, crisis psicopáticas, mal
funcionamiento, chauvinismos
atávicos, residuos de una prehistoria
irracional. Pero acá el
asunto es distinto: el verdadero
mal es la trivialización de enormes
montos de violencia por
su mera inscripción como una
opinión posible en la polémica
liberal. “Yo no dije estar a favor o
en contra de la pena de muerte”
-dice siempre la perversa inocencia
de la tele-“simplemente
estoy a favor de que se debata”.
Y esto es lo terrible: la posibilidad
de un Estado capaz de matar
enunciada en el formato fresco
de la libre confrontación de las
opiniones, el plebiscito, el acto
eleccionario. ¿Sí o no a la pena
de muerte? Una vez más: no importa
la respuesta. El colapso de
la política es que esto se debata,
que se elija. Es la frivolidad misma
de la elección cubriendo lo
monstruoso de su tema. La pena
de muerte al diálogo mediático:
la respiración misma de la razón
democrática.
La pena de muerte no es un
asunto de debate, de opinión o
de elección. Es del orden de lo
que la razón y la responsabilidad
política deciden dejar del
otro lado de lo social o de lo humano,
de lo que no es sino un
error, un residuo de irracionalidad,
el gadget horroroso de un
poder mecánico y brutal. Pues
el verdadero acto de la política
es la decisión y no la elección,
así como la razón política es
la crítica y no la polémica. La
democracia liberal, por el contrario,
se apoya en el momento
de la elección y en la instancia
horizontal del debate (ambos,
instantáneos y exhibibles, son
la forma misma de lo que la tele
demanda). Allí donde antes la
conciencia y el saber habilitaban
el juego universal piramidal de
traducir, juzgar, comentar, interpretar
o criticar a las diversas voces
sociales, ahora se abre, para
que elijamos pasivamente, un
abanico horizontal de posibilidades
no marcadas, únicamente
separadas por el sesgo mínimo
de la opinión y el juego trivial,
insustancial e irreductible de las
pequeñas diferencias.
Así vamos, como quien recorre
en su liviana ensoñación
dilemática las vidrieras de un shopping:
¿Coca o Pepsi?, ¿sí o no a
la pena de muerte?, ¿votaré a la
izquierda, al centro, a la derecha?
(Honestamente, prefiero aquel
tiempo en el que ser de izquierda
era una decisión intelectual,
no un dilema electoral.) ■ de la diaria

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