sábado, 6 de octubre de 2007

322/Dossier - Visiones de Guevara - Montoya, Zibechi, Israel

1- Emblemática foto del Comandante. 2- El movimiento. Fidel Castro encabeza el movimiento guerrillero que en 1958 luchó contra el dictador cubano Fulgencio Batista. A su lado, segundo por la izquierda, el Che Guevara. 3-La victoria revolucionaria. Los miembros del movimiento del 26 de julio entran el 8 de enero de 1959 en La Habana tras vencer a las fuerzas del dictador Fulgencio Batista. El Che es el primero por la derecha.

"Mirar" al Ché desde ópticas convergentes y
a días de recordar su asesinato.
Cuando "recordar" debe ser "pensar", rb
ALAI, América Latina en Movimiento
Yo maté al Che

Víctor Montoya
Cuando me tocó la orden de eliminar al Che, por decisión del alto mando militar boliviano, el miedo se instaló en mi cuerpo como desarmándome por dentro. Comencé a temblar de punta a punta y sentí ganas de orinarme en los pantalones. A ratos, el miedo era tan grande que no atiné sino a pensar en mi familia, en Dios y en la Virgen. Sin embargo, debo reconocer que, desde que lo capturamos en la quebrada del Churo y lo trasladamos a La Higuera, le tenía ojeriza y ganas de quitarle la vida. Así al menos tendría la enorme satisfacción de que por fin, en mi carrera de suboficial, dispararía contra un hombre importante después de haber gastado demasiada pólvora en gallinazos. El día que entré en el aula donde estaba el Che, sentado sobre un banco, cabizbajo y la melena recortándole la cara, primero me eché unos tragos para recobrar el coraje y luego cumplir con el deber de enfriarle la sangre. El Che, ni bien escuchó mis pasos acercándome a la puerta, se puso de pie, levantó la cabeza y lanzó una mirada que me hizo tambalear por un instante. Su aspecto era impactante, como la de todo hombre carismático y temible; tenía las ropas raídas y el semblante pálido por las privaciones de la vida en la guerrilla. Una vez que lo tenía en el flanco, a escasos metros de mis ojos, suspiré profundo y escupí al suelo, mientras un frío sudor estalló en mi cuerpo. El Che, al verme nervioso, las manos aferradas al fusil M-2 y las piernas en posición de tiro, me habló serenamente y dijo: Dispara. No temas. Apenas vas a matar a un hombre.Su voz, enronquecida por el tabaco y el asma, me golpeó en los oídos, al tiempo que sus palabras me provocaron una rara sensación de odio, duda y compasión. No entendía cómo un prisionero, además de esperar con tranquilidad la hora de su muerte, podía calmar los ánimos de su asesino.Levanté el fusil a la altura del pecho y, acaso sin apuntar el cañón, disparé la primera ráfaga que le destrozó las piernas y lo dobló en dos, sin quejidos, antes de que la segunda ráfaga lo tumbara entre los bancos desvencijados, los labios entreabiertos, como a punto de decirme algo, y los ojos mirándome todavía desde el otro lado de la vida.Cumplida la orden, y mientras la sangre cundía en la tierra apisonada, salí del aula dejando la puerta abierta a mi espalda. El estampido de los tiros se apoderó de mi mente y el alcohol corría por mis venas. Mi cuerpo temblaba bajo el uniforme verde olivo y mi camisa moteada se impregnó de miedo, sudor y pólvora. Desde entonces han pasado muchos años, pero yo recuerdo el episodio como si fuera ayer. Lo veo al Che con la pinta impresionante, la barba salvaje, la melena ensortijada y los ojos grandes y claros como la inmensidad de su alma. La ejecución del Che fue la zoncera más grave en mi vida y, como comprenderán, no me siento bien, ni a sol ni a sombra. Soy un vil asesino, un miserable sin perdón, un ser incapaz de gritar con orgullo: ¡Yo maté al Che!. Nadie me lo creería, ni siquiera los amigos, quienes se burlarían de mi falsa valentía, replicándome que el Che no ha muerto, que está más vivo que nunca.Lo peor es que cada 9 de octubre, apenas despierto de esta horrible pesadilla, mis hijos me recuerdan que el Che de América, a quien creía haberlo matado en la escuelita de La Higuera, es una llama encendida en el corazón de la gente, porque correspondía a esa categoría de hombres cuya muerte les da más vida de la que tenían en vida. De haber sabido esto, a la luz de la historia y la experiencia, me hubiese negado a disparar contra el Che, así hubiera tenido que pagar el precio de la traición a la patria con mi vida. Pero ya es tarde, demasiado tarde... A veces, de sólo escuchar su nombre, siento que el cielo se me viene encima y el mundo se hunde a mis pies precipitándose en un abismo. Otras veces, como me sucede ahora, no puedo seguir escribiendo; los dedos se me crispan, el corazón me golpea por dentro y los recuerdos me remuerden la conciencia, como gritándome desde el fondo de mí mismo: ¡Asesino!. Por eso les pido a ustedes terminar este relato, pues cualquiera que sea el final, sabrán que la muerte moral es más dolorosa que la muerte física y que el hombre que de veras murió en La Higuera no fue el Che, sino yo, un simple sargento del ejército boliviano, cuyo único mérito -si acaso puede llamarse mérito- es haber disparado contra la inmortalidad.Víctor Montoya Escritor boliviano radicado en Estocolmo, Suecia.
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ALAI, América Latina en Movimiento2007-10-05Social: Social,Juventud,
Che: Un muerto que no para de nacer

Raúl Zibechi
Lejos de la opción ideológica o del “consumismo burgués”, a 40 años de su muerte, para una porción significativa de jóvenes el Che parece representar la resistencia al conformismo.Tiene sólo 20 años y ninguna camiseta con la imagen del Che en su ropero. Pero cuando tuvo que concurrir al programa de tevé Locos por Saber representando a su liceo, se decidió por el desafío. Pidió prestada una remera con la emblemática imagen a un amigo y se presentó con su mejor sonrisa ante las cámaras. “Fue por rebeldía”, razona Yamandú. “El programa lo auspicia la secta Moon…”. No hace falta dar más detalles. En las culturas juveniles las palabras sobran y las imágenes no necesitan explicaciones.
La contundencia del gesto de Yamandú lo dice todo. Entre los jóvenes la imagen del Che aparece asociada a una concepción mestiza de rebeldía, alejada de cualquier filiación política u opción partidaria. Quizá sea Maradona, con su Che tatuado en el hombro que enseña con desafiante orgullo, el mejor ejemplo de esa rebeldía espontánea lindante con el desafío. Para quienes suelen leer la vida en clave ideológica, ese mestizaje resulta incomprensible; condenable por ecléctico, poco sólido, incoherente. Sobre todo cuando la efigie del guerrillero parece intercambiable con la de personajes como Bob Marley, otro icono habitual de laos decorados juveniles, con quien comparte un aura de provocación y rechazo al doble discurso. Maxi, 22 años, estudiante de sociología, tiene por el contrario una visión diferente del personaje que en forma de pegotín luce en su matera. “Es el símbolo de la revolución, de la entrega, del sacrificio por una causa”, explica en un lenguaje que no ahorra conceptos.
Este caso representa una inequívoca construcción que hace de la coherencia su razón de ser. Aún así, Maxi combina la ideología con los afectos, una combinación que se ha mostrado imbatible en el imaginario juvenil.Entre ambos extremos, por decirlo así, viven muchos Che: desde la chica que enfatiza en la “estampa”, hasta el “porque sí” incrédulo que no entiende porqué haría falta una lógica que explique un gusto, una opción estética o una afinidad política. Ahí radica, quizá, la fuerza de la imagen que Ernesto Guevara trasmite a generaciones que no vivieron el clima de confrontación de los sesenta y los setenta, pero tampoco conocen detalles de la vida del guerrillero, más allá del constante “murió peleando” o “dio la vida por sus ideas” que repiten unos y otras. Puede sospecharse, aunque es difícil encontrar quien lo formule de ese modo, que el Che es sentido como un héroe, más cultural que político, en el sentido partidario del término. De ahí que en tantos lugares aparezca junto a otros “héroes” vinculados a la música y al deporte, en general varones que vivieron a contramano de lo establecido. En todo caso, preguntar a los jóvenes por razones a la hora de saber los motivos de una elección –como hizo este cronista- es casi herejía que se paga con indiferencia.
El historiador peruano Alberto Flores Galindo observa en su país cómo la imagen del Che acompaña a las estampas del Señor de los Milagros o a la Virgen del Carmen. Concluye que se trata de “la reelaboración de un personaje histórico desde la cultura popular”, lo que explica que se lo emparente con vírgenes y santos, y no de una herencia de los sesenta como en ocasiones se pretende. Quizá esa reelaboración popular explique porqué en el Río de la Plata, el Che aparece en las tribunas donde las barras bravas agitan banderas manyas o tricolores. Qué otra cosa podría ser el Che en estos pagos sino un icono asociado al fútbol. Si fuera cierto que estamos ante una reelaboración popular-juvenil de un mito, asentado en un personaje histórico que en sólo cuatro décadas sobrevuela invicto desde la crisis del socialismo real hasta la dificultad de las izquierdas a la hora de cambiar el mundo, sólo sería comprensible desde el interior de esa cultura, desde sus códigos, modos y formas de vivir el presente. Es en este sentido que la expansión de la iconografía del Che no puede sorprender a nadie. ¿Podrían acaso los jóvenes mitificar algún futbolista cuando asistimos al estrepitoso fracaso del principal deporte nacional? Dicho de otro modo, ¿hay algo de heroico en nuestra sociedad, en sus gobernantes, en sus intelectuales, en sus artistas, que merezca convertirse en icono, en representación de los sueños de los adolescentes? Mientras esto siga siendo así, y quizá aún aunque cambie, la imagen del Che seguirá sonriendo en el imaginario juvenil
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Huellas orientalesdel Che

La participación uruguaya en la cruzada que encabezó Ernesto Che Guevara en Bolivia comienza a develarse, cuatro décadas después de la ejecución del “guerrillero heroico”.
Sergio Israel (Brecha)
BURLANDO A LA CIA.
Una mañana de la primavera de 1966 –apenas unos meses antes de comenzar a convertirse en mito luego de su muerte en Bolivia– Ernesto Che Guevara hacía cola, algo nervioso, aguardando la revisación de pasaportes en el aeropuerto de Carrasco. Pese a que estaba caracterizado como otra persona y que había podido ingresar al país sin problemas, un viejo militante socialista uruguayo que regresaba ese día a Montevideo lo reconoció. Muchos años después confió su extraordinaria vivencia al periodista Miguel Aguirre, cuando éste comenzó a elaborar un libro acerca de la anterior visita del Che, como ministro de Industrias de Cuba, en agosto de 1961.1Los lazos entre los uruguayos y el Che se profundizaron en esa visita a la Conferencia de Punta del Este, en la cual la seguridad del argentino estuvo a cargo del Partido Comunista Uruguayo (Pcu).Hasta ahora el punto se ha mantenido en un cono de sombra, pero la escala clandestina en Montevideo y otras zonas del país fue parte de la operación para que el Che ingresara a Bolivia, según confirmaron a Brecha el ex dirigente comunista León Lev y otros.Guevara venía de hacer la guerrilla en el Congo, había pasado por Cuba y visitado a su familia y el campamento de Pinar del Río, donde se entrenaban los combatientes que irían a Bolivia, pero no se había dejado ver en público desde 1965.Cuando finalmente cayó en manos de la cia y el ejército boliviano, en octubre de 1967 en la escuela de La Higuera, tenía dos pasaportes uruguayos. Uno de ellos figuraba como expedido el 2 de diciembre de 1965 a nombre de Ramón Benítez Fernández y el otro correspondía a Adolfo Mena González, con el número 130748.
En ambos documentos el Che tenía pelo corto, estaba medio calvo y no usaba barba ni bigote. También portaba una acreditación de la oea como enviado para realizar estudios acerca de la situación económica y social de Bolivia.La operación clandestina para que el Che pudiera llegar a Bolivia, punto de partida para una guerrilla argentina y continental, fue coordinada entre el secretario general del pcu, Rodney Arismendi, y el máximo dirigente cubano Fidel Castro, con la estrecha colaboración del encargado del Departamento de América Manuel “Barbarroja” Piñeyro. Ninguno de los tres reveló nunca detalles acerca de cómo el Che obtuvo esos documentos, ni confirmó la presencia del guerrillero argentino en Uruguay luego de agosto de 1961, aunque existen testimonios y fuertes indicios de la misma.De hecho, el pasaje clandestino del Che por Uruguay antes de su ingreso a Bolivia, que habría durado entre una y dos semanas, según las distintas versiones, continúa siendo un secreto que guardan los servicios cubanos y el pcu, aunque también es posible que la inteligencia estadounidense y la uruguaya hayan accedido a más datos que los pocos que se conocen.
Alcira Legaspi, viuda de Arismendi, dijo a Brecha que la reserva que se mantiene acerca de ese episodio es una decisión correcta para no pasar información al enemigo, porque los partidos que aspiran a hacer una revolución no documentan ciertas cosas.El ex agente de la cia Phillip Agee reveló algunos detalles acerca del seguimiento que le realizó la inteligencia estadounidense. En una entrevista con un periodista cubano,2 Agee contó que la cia temía al Che a causa de su conocimiento de América Latina. “Se estaba librando la guerra en Vietnam y se quería evitar otra insurgencia aquí en América Latina y eso era lo que estaba promoviendo el Che organizando estas guerrillas”, evaluó el ex espía estadounidense que estuvo destinado en las estaciones de Quito, Ciudad de México y Montevideo. “En Montevideo la estación cia montó una trampa, como se hizo igualmente en toda América Latina, por si él intentaba entrar al continente por allí”, explicó Agee.Como no había foto del Che sin barba, un dibujante de la agencia hizo un retrato que fue distribuido profusamente. Pero la operación fue un fracaso: “La estación de la agencia en Uruguay dio copia de ella a cada miembro del destacamento que tenía en el aeropuerto de Montevideo. Se les dijo que trataran de grabar aquella imagen en su cerebro y no la olvidaran. Ellos en realidad estaban más motivados con el contrabando que con cualquier otra cosa. Yo por lo menos nunca supe por dónde entró, si fue por Montevideo, San Pablo, qué otro lugar. No fue detectado. Como sabemos, la cia tardó meses en enterarse de que el Che había entrado a Bolivia”.La versión difundida una década después de la muerte del guerrillero, en plena dictadura, por la inteligencia militar uruguaya, también confirma que el Che estuvo aquí, y agrega que los documentos que usó para arribar a Bolivia fueron robados del Ministerio de Relaciones Exteriores uruguayo, que en esa época era el emisor de pasaportes: “Las impresiones digitales de ambos documentos son auténticas y también los sellos hurtados del ministerio. Vale decir que Ernesto Guevara estuvo en Montevideo algunos días, realizando todas sus actividades apoyándose en la infraestructura del Partido Comunista”.3Jaime Pérez, sucesor de Arismendi al frente del pcu, escribió en sus memorias que se enteró de la estadía del Che una vez que éste se había ido, pero también confirmó que “el Che salió de Montevideo y de aquí fue para Bolivia y mientras estuvo en Montevideo fue bajo protección del partido”.
El ex diputado Ariel Collazo explicó a su vez a Brecha que aunque Arismendi nunca se lo confirmó, también tuvo la información de que el Che estuvo en Uruguay apoyado por el pcu. Collazo, que en ese tiempo como dirigente del Movimiento Revolucionario Oriental (Mro) era muy apreciado en Cuba, obtuvo la versión de que el Che llegó a Bolivia en un vuelo clandestino que salió desde Tacuarembó. Algunos ex dirigentes tupamaros consultados por Brecha señalaron por su lado que, durante la estadía clandestina del Che en Uruguay, llegó a haber una reunión entre responsables del incipiente mln y el comandante de la revolución cubana, en la cual polemizaron acerca de las tácticas de guerrilla urbana que estaba aplicando la organización uruguaya. Por el contrario, un actual dirigente del mln dice desconocer la existencia del encuentro. Lo que sin lugar a dudas hubo en Montevideo por aquellos mismos días y sobre los mismos temas, fue un prolongado encuentro entre el francés Régis Debray, estrechísimo colaborador del Che en Bolivia, y el dirigente tupamaro Jorge Torres, según relató este último a Brecha. Algunas biografías, sin embargo, sostienen que ingresó a Bolivia por vía aérea directamente desde San Pablo, previo paso por Europa, utilizando el pasaporte uruguayo, lo que indicaría que la información aportada por la dictadura acerca de su estadía en Uruguay fue equivocada o deliberadamente falsa para realzar la peligrosidad del enemigo que entonces estaba derrotado.La tesis de que el periplo fue La Habana-Moscú-Praga-París-San Pablo-La Paz es sostenida también por el periodista francés Jean Cormier, quien en 1995 publicó una biografía con la colaboración de Hilda Guevara y Alberto Granado, hija y amigo de la infancia del Che, respectivamente.

URUGUAYOS A BOLIVIA.
El Pcu no solamente habría dado cobertura al Che. También envió un grupo de militantes a prepararse para combatir en Bolivia. El entrenamiento se realizó en la provincia cubana de Pinar del Río, según reconoció en octubre de 1991 en el diario La República el encargado de la brigada, Raúl Rezzano, que entonces era miembro del Comité Central. El grupo, formado por unos 18 militantes que en su mayoría habían sido reclutados entre los jóvenes integrantes del aparato armado del pcu, llegó a la isla en dos tandas a través de Checoslovaquia utilizando documentos falsos proporcionados por la embajada cubana en Praga. Luego de pasar unas semanas en La Habana, a partir de la segunda quincena de agosto de 1967 los seleccionados realizaron cursos de táctica, armamento, tiro, explosivos, sanidad, topografía y política. También recibieron entrenamiento en guerrilla urbana que incluía defensa personal, fotografía, seguimientos.Aunque oficialmente nunca fueron informados de que irían a combatir a Bolivia con el Che, todos estaban al tanto de la misión; durante el entrenamiento uno de ellos sufrió una crisis de pánico, fue dado de baja y se quedó descansando en Isla del Pino para no poner en riesgo la operación. Cuando el curso ya había finalizado y comenzaba la preparación del viaje llegó la noticia de la muerte del Che. Los frustrados expedicionarios regresaron a Uruguay recién en setiembre de 1968.Los tupamaros también recibieron una invitación para sumarse a la guerrilla del Che. A fines del verano de 1967, cuando ya había comenzado la campaña en Bolivia, los dirigentes Raúl Sendic y Eleuterio Fernández Huidobro concurrieron a una reunión convocada por el Pcu para invitarlos a sumarse al contingente uruguayo. Ambos formaban parte de una organización pequeña, que todavía no usaba el nombre mln y que se estaba reponiendo de los golpes recibidos a partir del 22 de diciembre del año anterior, cuando la muerte de Carlos Flores. Para eludir la represión habían recibido ayuda de los comunistas, que durante varias semanas alojaron en sus casas (entre ellas la de la actriz Rosa Baficco y el luego desaparecido Eduardo Bleier) a una veintena de clandestinos perseguidos por la Policía.Según relató a Brecha Héber Mejías Collazo, el único tupamaro que aceptó ir a combatir con el Che, la organización discutió la propuesta que le trasladó el pcu y resolvió dejar en libertad de acción a sus miembros. La mayoría estuvo en contra. Los tupamaros estaban abocados al desarrollo de una estructura guerrillera urbana en Uruguay (el propio Che discrepaba con esa postura) y pensaban que apoyar con combatientes el proyecto de un foco en el centro del continente sencillamente les restaría fuerzas. Mejías, sin embargo, consideraba que era una buena oportunidad para adquirir experiencia y zafar de la represión, además de ayudar al Che. El resto de sus compañeros, en cambio, interpretó que viajar demostraba una falta de confianza en el proyecto propio y que además los comunistas, cuyos dirigentes no arriesgaban el pellejo, querían mandarlos al exterior para sacárselos de encima.Finalmente Mejías, que tenía ascendencia cubana, había estado dos veces con el Che en la isla y admiraba ese proceso, no pudo incorporarse porque al poco tiempo cayó el local donde los tupamaros tenían instalado el servicio de documentos. La tensión que se produjo por el eventual viaje a Bolivia lo alejó de la organización y, aunque no era anarquista, desde 1969 terminó militando en la fau y la opr 33. Como era uno de los fundadores de los tupamaros, esa decisión le costó duras críticas e incluso una condena a muerte.Al mismo tiempo que los comunistas, pero de forma compartimentada, un grupo de militantes del mro, entre ellos Jorge Zabalza, también recibió entrenamiento en Cuba para incorporarse a la guerrilla boliviana. “Yo estaba en Cuba entrenándome con un grupo de uruguayos destinado a incorporarse a la guerrilla en Bolivia. Después de la muerte del Che hubo desconcierto entre los cubanos”, recordó Zabalza en el libro Sendic, de Samuel Blixen. En esa misma época Sendic estaba en Cuba pero, según dijo Fernández Huidobro en el mismo libro, “el relacionamiento fue malo” porque “los cubanos no entendían el tema de la lucha urbana”.un problema de foco. La operación de apoyo al Che estuvo a cargo del aparato militar del pcu al mando de Arismendi y Aurelio Pérez González. Polémico aparato militar: durante muchísimos años su existencia permaneció oculta para gran parte de los propios militantes comunistas (algunos incluso la negaban), y de hecho ningún documento interno del Pcu menciona una estructura de tal tipo ni el tema fue nunca objeto de discusiones en el partido. No obstante, Rodney Arismendi habló acerca del aparato militar al menos una vez durante una conferencia que dio a exiliados uruguayos y chilenos en Cottbus (ex rda), a fines de la década de 1970.Lo cierto es que pocos discuten hoy que el aparato haya existido, hacen remontar su origen a fines de los años cincuenta, y su reestructuración hacia 1964. Todo indica que el aparato militar fue desmantelado en 1975 por el Ejército tras la caída de Álvaro Coirolo, que era encargado de la logística y colaboró con los militares tras su detención. Coirolo había participado en casi todas las etapas del proyecto Bolivia.4 El apoyo sotto voce dado por Arismendi al plan guerrillero contrastaba con la postura oficial del pcu, que a diferencia de otras organizaciones de izquierda uruguayas mantenía públicamente una actitud crítica hacia la concepción “foquista” que caracterizó a Fidel y al Che en esa época. De hecho, Arismendi no había aplaudido el pasaje final del discurso con el que Castro cerró, en agosto de 1967 –mientras el Che peleaba en Bolivia–, la conferencia en La Habana de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (olas), en el que el líder cubano hizo un llamado a la lucha armada urbe et orbi. A la primera y última reunión de la olas asistieron también otros uruguayos, como Ariel Collazo y los dirigentes socialistas Reinaldo Gargano y José Díaz.Los socialistas uruguayos habían sufrido una sangría de militantes con el surgimiento de los tupamaros y tampoco creían en el proyecto de Bolivia, ya que consideraban que no estaban dadas las condiciones para un plan de ese tipo y que los proyectos guerrilleros que comenzaban a surgir en el continente eran más que nada producto de la imitación al proceso cubano, según dijo a Brecha José Díaz. La corriente anarquista que se expresaba en la FAU y luego en la ROE y su brazo militar la opr 33 apoyó moralmente al Che, pero no participó de la expedición boliviana.El pcu, por su parte, continuó en la línea que había comenzado en 1964 y siguió perfeccionando su aparato militar. Aun después del 8 de octubre de 1967 destinó a esa tarea a decenas de sus mejores militantes, recibió 500 fusiles Colt ar-15 que los vietnamitas habían ganado al ejército estadounidense, e incluso llegó a fabricar armas. La estructura clandestina, organizada en centurias supuestamente compartimentadas, estuvo “acuartelada” en 1971, cuando se habló de la posibilidad de un golpe de Estado y una posible invasión brasileña en caso de triunfo del Frente Amplio en las elecciones de aquel año, y durante la huelga general de 1973, pero dos años más tarde cayó sin haberse “estrenado”.Para ese entonces, en todo el mundo el Che ya se había convertido en un ícono que se pintaba en los muros, imprimía en camisetas y autoadhesivos, y en la propia Bolivia hacía poco había sido derrotado el proyecto revolucionario encabezado por el general Juan José Torres. 1. Che. Ernesto Guevara en Uruguay, de Miguel Aguirre Bayley, Montevideo, Cauce Editorial, 2002.2. Publicada por Heriberto Rosabal en Juventud Rebelde el 27-VII-97 y citada en Gigante moral, de Adys Cupull y Froilán González, Capitán San Luis, La Habana, 1999.3. Testimonio de una nación agredida, Montevideo, 1978.4. Acerca de Coirolo, estudiante de ciencias económicas que era sobrino de un coronel del Ejército y primo del dirigente colorado Julio María Sanguinetti, existen dos versiones: una dice que a fines de 1975 fue detenido en Durazno cuando intentaba huir del país y que fue entonces que se pasó al enemigo para evitar la tortura y la cárcel, y otra que era un topo infiltrado en el aparato clandestino. Falleció de muerte natural en junio de 2004.

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