lunes, 1 de octubre de 2007

292/Papeles y cenizas - El olvidado dos de octubre - Por: Andrés Pascoe Rippey


Se cumplen el martes 39 años de la matanza que tomó lugar un trágico dos de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Casi 40 años de aquel día en que el régimen de Gustavo Díaz Ordaz optó por masacrar a los jóvenes que se atrevieron a discrepar y aquel día en que Luis Echeverría —en su calidad de secretario de Gobernación— habría ejecutado la orden.


Fue en esa época en que comenzó lo que hoy llamamos la “Guerra Sucia”, en la que el gobierno y los guerrilleros combatieron subterráneamente, usando todos los instrumentos existentes. Fue ahí cuando comenzó la época de los torturados, los desaparecidos, los secuestros y todo aquello que contaminó y ensució para siempre la historia de nuestro país. Es fácil mirar hoy hacia atrás y pensar en cuánto hemos cambiado, cuánto hemos logrado en el proceso de transición democrática y cuánto nos queda aún por hacer. Es relevante reflexionar sobre el efecto que ese aciago 2 de octubre tuvo sobre el imaginario social y sobre los actores.
Ha pasado mucho tiempo ya y las cosas sí han cambiado mucho. Hemos avanzado en la alternancia del poder, en la legalización de la política, en la apertura social. Por esa razón, este momento ya no tiene mucha gravedad y muchos la han olvidado. Pero es importante recordar ese día de sangre por dos razones.Uno, por la impunidad. A pesar de que algunos han sido juzgados, los esfuerzos por deslindar responsabilidades a alto nivel y por hacer justicia han estado empapados de negligencia e incompetencia voluntaria.
La comisión de la verdad creada por el ex presidente Fox trabajó casi a contrasentido de la necesidad de justicia, ensuciando las investigaciones y logrando prácticamente nada en el esclarecimiento de la verdad. Y sí necesitamos verdad, sí necesitamos saber qué fue lo que pasó, quiénes fueron responsables y por qué. Porque como sociedad podemos suponer que tal o cual fue responsable, que la situación política del país permitía que la sociedad perdonara los abusos del gobierno y que lo que pasó era de alguna forma inevitable.
Pero lo que no podemos aceptar es que, tras dos gobiernos no priistas, siga habiendo tantos secretos y mentiras en torno a lo que sucedió en aquella época. No podemos aceptar que, casi cuatro décadas después, cuando todos los culpables e involucrados han envejecido, sigamos sin saber qué fue lo que gatilló toda esa sangre derramada.
Seguimos sin saber qué pasó con muchos desaparecidos; seguimos sin saber quiénes los desaparecieron. No debemos olvidar el dos de octubre porque hay aún muchos responsables que ni siquiera han tenido la decencia de asumir su rol. Y en ese sentido, me refiero más que nada a los medios de comunicación. Medios como Televisa y algunos diarios que tomaron sin pudor el papel de aplaudidores del Estado asesino, contribuyendo trágicamente a alargar la violencia. Hoy, que vivimos en un país en el que los medios pueden vapulear al Congreso por una ley que les quita plata o al Ejecutivo por la razón que sea, aún no han hecho el indispensable y purificador “mea culpa” que tanto serviría para cerrar heridas. Los medios podrán decir que no tenían de otra; quizá.
Pero que digan, entonces, “mentimos porque no teníamos de otra”. Pero no lo harán. No lo harán porque, en el fondo, los medios —como todos los responsables— le apuestan primero al olvido y después a la justicia.La segunda razón por la cual debemos recordarlo es porque la llamada “generación del 68” nos falló. Nos falló a los mexicanos y se fallaron a sí mismos. Fallaron porque no supieron lidiar con lo que habían comenzado. Así, la mayor parte de aquellos que tenían que transformar al país hicieron un desmadre y se dieron a la fuga. Fue la generación siguiente la que tuvo que arreglar el rollo, y fue mi generación —la generación de 1997— la que se puso las bolas y democratizó al país.
Porque los “grandes” podrán decir lo que quieran, pero el gran logro de 1968 es una guerrilla anacrónica, inútil y desconectada de las necesidades del país.Claro, la tragedia final es que mi generación también falló y democratizó el país a lo güey.
Pero ¿qué podíamos hacer, si las opciones eran tan mediocres? Mediocres como Fox para gobernar, pero también como Cárdenas para hacer campaña. Mediocres para hacer los cambios y mediocres para implantarlos. Mediocres para mejorar al país, para ponerse de acuerdo. Y es por ese fracaso de la generación del 68 que aún hay muchos que justifican la violencia del EPR o la represión gubernamental. Es por su fracaso que casi cuarenta —¡cuarenta!— años después, seguimos siendo una nación mediocre.
Por eso lo digo y lo digo en serio, no como consigna, no como lema, sino como principio: dos de octubre, no se olvida.

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