jueves, 4 de octubre de 2007

312/Dossier - ¿Juan Pablo II pidió la eutanasia? - Recop. RB


Polémica moral, ética y hasta teológica a través de varias notas, para leer con atención, rb

Desata polémica anestesista italiana que sostiene que a Juan Pablo II se le aplicó la eutanasia - Agencias en El Vaticano

Dos años y medio después de su muerte, el papa Juan Pablo II sigue acaparando reflectores, pero ahora tras ventilarse que fue ayudado a morir para terminar con su agonía. A decir de la doctora italiana, Lina Pavanelli, médico anestesista y profesora en la Universidad de Ferrara, el Pontífice recibió la eutanasia que prohíbe la Iglesia católica.La doctora Pavanelli publicó su acusación en la edición de septiembre de la revista de asuntos sociales MicroMega, y el miércoles pasado lo reafirmó en una conferencia de prensa. Según ella, Juan Pablo II fue privado de alimentación. Sin embargo, para frenar estos comentarios, médicos que trataron a Karol Wojtyla rompieron el silencio para rebatir las declaraciones de la anestesista: dicen que se basa en datos erróneos para llegar a conclusiones falsas.El elemento central de la tesis de Pavanelli es la fecha en que a Juan Pablo II le fue colocada una sonda nasogástrica. El Vaticano señaló en su momento que la sonda, que permitía introducir alimento a través de la nariz, fue implantada el 30 de marzo de 2005, tres días antes de su muerte el 2 de abril.TARDANZA. Lina Pavanelli desmiente esta versión y sostiene que la sonda fue utilizada demasiado tarde, cuando el pontífice había perdido ya al menos 15 kilos de peso y se acercaba a la agonía. “Sólo la decisión del paciente de rechazar el tratamiento puede explicar el comportamiento del equipo médico”, asegura la doctora, quien advierte que tuvo acceso a documentos en los que se especifican los procedimientos clínicos que aplicaron al Papa Peregrino durante su etapa crítica.El equipo médico papal, en declaraciones anónimas al periódico Corriere della Sera, y el médico personal de Juan Pablo II, Renato Buzzonetti, en declaraciones a La Repubblica, señalaron que, en efecto, la sonda fue colocada de forma permanente el 30 de marzo, pero que desde mucho antes se utilizaba para alimentar al Papa: se limitaban a colocarla y retirarla después, para que el pontífice pudiera tener apariciones públicas. Pero llevaba la sonda casi todo el día bastante antes del 30 de marzo.El 25 de marzo, durante la retransmisión televisiva de la procesión de Viernes Santo, Juan Pablo II fue filmado de espaldas para que no se vieran los tubos conectados a la nariz.CAMPAÑA. Parece claro que las acusaciones de la doctora Pavanelli están relacionadas con una campaña sobre la eutanasia, un tema muy polémico en Italia.Durante su rueda de prensa, la doctora estuvo acompañada por la viuda de Piergiorgio Welby, un enfermo de distrofia muscular que durante meses rogó que le desconectaran el respirador artificial. Un anestesista apagó el respirador en diciembre de 2006 y el cardenal Camilo Ruini, vicario papal en la Diócesis de Roma, se enfureció hasta el punto de prohibir un funeral religioso para Welby.
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Venta en la web de reliquias que usó el Papa peregrino
El Vaticano quiere beatificar al papa Juan Pablo II, muerto en abril de 2005, cuanto antes, y para ello inició una campaña que incluye la venta por internet de reliquias del Pontífice. El anuncio ha provocado una avalancha de visitas que inundó la página de la Diócesis de Roma, según informa la cadena BBC.Algunos de los que han conseguido una de estas reliquias, que por un lado tienen una oración y por otro un “ex-indumentis” trozo de una casulla (manto) de Juan Pablo II, las venden ahora en internet.Esto ha obligado al Vaticano a publicar una carta en la que se asegura que “es sacrilegio negociar con reliquias”. A partir de este jaleo, en la página donde se podían adquirir las reliquias hay ahora un mensaje que asegura que son gratuitas (con una pequeña donación en concepto de gastos de envío, y que “no tiene sentido intentar coleccionarlo o venderlo en internet”.
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Historiador británico revela supuesta cara oculta de Wojtyla
El papa Juan Pablo II ha pasado a la historia como el Pontífice más cercano y mediático. Ahora, el historiador David Yallop intenta echar por tierra su imagen declarando que, supuestamente, encubrió abusos sexuales a menores y persiguió a curas latinoamericanos.Según el libro El Poder y la Gloria, en el Vaticano se conceden favores sexuales a cambio de poder. David Yallop ha criticado así la “pasividad” de Juan Pablo II, Santo Padre de la Iglesia Católica entre 1978 y 2005, año en que falleció debido a un colapso cardiocirculatorio.Según Yallop, en 1985 llegó a manos del Papa un documento de 200 páginas que denunciaba dichos casos de corrupción sexual. No obstante, asegura, “aunque Karol Wojtyla dijo que iba a tomar medidas, lo archivó y no hizo nada”. “Sabemos que no creía en la democracia, pero que incurriese en casos de pedofilia y abusos es inaceptable, sobre todo en alguien que se proclamó líder moral de una quinta parte del planeta.” (Telecinco.es)
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Estudio demuestra que Juan Pablo II no pidió la eutanasia
El doctor Puccetti contradice punto por punto un artículo de «MicroMega»ROMA, martes, 2 octubre 2007 (
ZENIT.org).- Un estudio publicado por un médico de gran prestigio en Italia demuestra que Juan Pablo II no pidió la eutanasia.El documento ha sido publicado en la agencia Zenit por el doctor Renzo Puccetti, especialista en Medicina Interna y secretario del Comisión «Ciencia y Vida» de Pisa-Livorno.
Contradice punto por punto al artículo publicado por la doctora italiana Lina Pavanelli, médica anestesista, en la revista italiana «MicroMega» (5/07) con el título «La dulce muerte de Karol Wojtyla», que ha tenido impacto entre órganos informativos de varios continentes. El estudio de la doctora Pavanelli ha sido atribuido por el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, a una campaña de opinión pública a favor de la eutanasia.En su estudio, el doctor Puccetti desmonta la acusación más grave de Pavanelli para quien en sus últimos dos meses de vida Juan Pablo II no fue suficientemente alimentado, provocando de este modo una fragilidad que le provocó la muerte.La autora, que nunca atendió a Juan Pablo II y que fundamenta su estudio en documentos encontrados por Internet o publicados, considera que si los médicos no alimentaron suficientemente al Papa de manera artificial la única razón plausible es una hipotética petición del Santo Padre para que le dejaran morir.La conclusión del estudio de la doctora es categórica: la Iglesia predica la defensa de la vida contra la eutanasia, pero sus pastores, comenzando por Juan Pablo II, actúan hipócritamente, pidiendo la eutanasia.Documentos en la mano, el doctor Puccetti demuestra que dos meses antes de morir Juan Pablo II se alimentó naturalmente, motivo por el cual no tuvo necesidad de una sonda nasogástrica. El estudio constata que los médicos introdujeron al Papa esta sonda el lunes santo, es decir desde el 21 de marzo, cuando la consideraron necesaria, y recuerda que se le retiró --como es lógico-- en los breves momentos en los que saludó a los fieles desde su ventana, algo que no acarreaba consecuencias significativas.Cuando su aparición pública fue más larga, en el Vía Crucis del Viernes Santo, las cámaras de televisión le enfocaron de espaldas, precisamente para no mostrar la sonda.Por último, el doctor Puccetti muestra cómo la doctora manipula el término «eutanasia», entendiéndolo como la omisión de toda terapia que pueda ayudar a salvar o promover la vida. Según esta visión, lo contrario de la eutanasia sería necesariamente el «encarnizamiento terapéutico», algo que no comparte la Iglesia.
Juan Pablo II no pidió la eutanasia. Hablan las pruebas
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Aclaración del doctor Renzo Puccetti, especialista en Medicina InternaROMA, martes, 2 octubre 2007 (
ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito para Zenit el doctor Renzo Puccetti, especialista en Medicina Interna y secretario del Comisión «Ciencia y Vida» de Pisa-Livorno (Italia), en el que analiza el artículo de la doctora Lina Pavanelli, médica anestesista, que con el título «La dulce muerte de Karol Wojtyla» publicó el último número de la revista italiana «MicroMega» (5/07) para afirmar que a Juan Pablo II se le aplicó la eutanasia.
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Ha suscitado una cierta atención entre los medios de comunicación, más que nada por la relevancia de la personalidad objeto de debate, un reciente artículo publicado en una revista de política, según el cual el Papa Juan Pablo II habría muerto como consecuencia de una omisión terapéutica, voluntariamente elegida por el mismo pontífice en calidad de paciente (1). La autora, médica anestesista y activista política, reconoce directamente que el propio trabajo no es el resultado de un conocimiento directo de la situación clínica del paciente, pues nunca atendió directamente a Karol Wojtyla, sino de una búsqueda por Internet para obtener «noticias, notas de agencias y artículos de periódico», incluido el reciente libro escrito por el protomédico pontificio, el doctor Renato Buzzonetti (2). El artículo tiene dos partes. En la primera la autora, basándose en elementos recogidos con las modalidades ya enunciadas, proporciona una evaluación personal de las últimas semanas de vida del Papa Juan Pablo II. Es una reconstrucción que, al menos en la intención, debería ser de tipo técnico-científico, mientras que en la segunda parte, esta reconstrucción quiere ser una valoración bioética sobre los problemas que plantean los enfermos terminales y la eutanasiaTrataremos de mostrar cómo, siguiendo el mismo itinerario metodológico, es posible llegar a conclusiones exactamente opuestas a las referidas por la autora del artículo. La tesis sostenida en ese artículo se puede resumir así: en las últimas semanas de vida del Papa Juan Pablo II, por la dificultad de deglutir causada por el mal de Parkinson, habría sido necesario introducirle una sonda nasogástrica y activar la alimentación enteral bastante antes de lo que se hizo. Según la autora, que considera «improbables» eventuales omisiones de los sanitarios que siguieron al pontífice, el retardo en emprender la alimentación artificial habría que imputarlo, como única hipótesis «plausible», al mismo Papa Karol Wojtyla, que, aún estando «informado» y habiendo «comprendido» «la gravedad de la situación y las consecuencias de la elección», la habría «rechazado» (3); tal procedimiento habría sido considerado por el mismo paciente como un «encarnizamiento terapéutico» (4). Y sin embargo la decisión del pontífice de no alimentarse habría anticipado en mucho la crisis fatal, perjudicando las defensas inmunitarias del Papa. La autora es perentoria: «Karol Wojtyla habría podido vivir todavía mucho, pero esta opción él la descartó» (5).En el artículo afirma que la naturalidad de la muerte del Papa sería sólo aparente, «dulcemente falsa» (5). Juan Pablo II habría sido «acompañado con dulzura por un itinerario menos gravoso hacia un fin menos dramático del que habría podido encontrar» (6). Partiendo de esta aserción, cita luego varios documentos oficiales de la Iglesia, en los que se explica el deber de ofrecer hidratación y alimentación artificial a los pacientes, para acusar por último a los católicos y al mismo Papa de incoherencia (no es casualidad el que en el inicio del artículo se cita el pasaje del Evangelio de Mateo 7, 3).Según la moral católica, «cuando el paciente rechaza conscientemente una terapia salvavida, su acción, unida al comportamiento remisivo-omisivo de los médicos, debe ser considerada eutanasia, es decir, más precisamente, suicidio asistido» (7). Por este motivo, según la médica autora del artículo, no hay diferencia alguna entre el caso del italiano Piergiorgio Welby [activista político, de 61 años, enfermo de una grave distrofia muscular, a quien se le desconectó el respirador el 20 de diciembre de 2006 en medio de un debate mundial sobre la eutanasia, ndr.] y la muerte de Karol Wojtyla: «la única diferencia es que a uno se le retiró, a petición propia, la asistencia tecnológica necesaria para hacerle respirar. Al otro, en cambio, por su voluntad, la asistencia no fue nunca proporcionada. Ambos pacientes murieron por falta de un instrumento indispensable para mantenerles con vida» (6).
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Otro análisis
Abundamos en citas para no incurrir en malentendidos y de aquí procedemos a un análisis alternativo de los hechos. Sobre el presunto retardo en el inicio de la nutrición mediante sonda nasogástrica, la autora remonta la necesidad de tal ayuda a los «dos últimos meses de vida» del Papa (6), por tanto a los inicios de febrero, presuponiendo un retardo terapéutico de unos dos meses, atribuyendo al día 30 de marzo la colocación de la sonda (8). El Santo Padre no habría sido suficientemente alimentado durante casi dos meses, desde principios de febrero hasta finales de marzo. Y sin embargo existen una serie de elementos que contradicen esta presunción, alguno referido incluso por la misma autora.La tarde del 1 de febrero, el Papa estaba cenando (9), por tanto era capaz de alimentarse, pero al no poder respirar, se dispuso su hospitalización en el Policlínico Gemelli, donde permaneció hasta el 10 de febrero. El 3 de febrero, el portavoz Navarro-Valls, informando sobre las condiciones generales del Santo Padre, añade que «se alimenta regularmente y hay que excluir alimentación alternativa» (10). La afirmación no parece convencer a la doctora Pavanelli, la cual parece sugerir que ya en este periodo, contrariamente a las declaraciones oficiales, se habría manifestado una insuficiente alimentación que hubiera hecho necesaria la sonda nasogástrica. Una hipótesis que mal se concilia con el hecho de que la eventual disfagia a menudo no se presenta sólo por los alimentos sólidos sino también por los líquidos y se acompaña con el peligro de pulmonía «ab ingestis» (11). Es una situación que hubiera hecho necesaria la colocación urgente de la sonda nasogástrica incluso con fines preventivos; el supuesto rechazo por el paciente es incongruente con su consenso a la siguiente y mucho más invasiva intervención de traqueotomía. Que el problema nutricional no debía ser especialmente relevante se deduce además del hecho de que todavía el 23 de febrero, en vísperas de su última hospitalización, el Santo Padre estaba cenando (12) y según la declaración del 24 de febrero del director del Centro Parkinson de los Institutos Clínicos de Milán, el profesor Gianni Pezzoli, el Papa «tras su primera estancia en el hospital se repuso muy bien» (5). Inmediatamente después de la operación de traqueotomía, las fuentes informan de una reanudación de la alimentación (un café con leche, diez galletitas y un yogurt) (13); es difícil pensar en una repentina recuperación de la capacidad de deglutir, si la había perdido desde casi un mes. Conociendo además la pericia de los sanitarios del Gemelli y la prolongada relación de confianza entre éstos y Juan Pablo II, junto a su absoluta y total confianza en la Madre de Dios, es difícil pensar en una negligencia en la vigilancia de los síntomas disfágicos, durante todo el periodo de la última hospitalización, que se prolongó hasta el 13 de marzo. El doctor Buzzonetti precisó a continuación que la sonda nasogástrica fue introducida al Papa desde el lunes santo, es decir desde el 21 de marzo (14) y que durante el Vía Crucis del viernes santo las cámaras de televisión le enfocaron en su capilla privada de espaldas para no mostrar la sonda.La presunta omisión no se referiría por tanto a dos meses sino, en el peor de los casos a sólo ocho días, un intervalo en el que es posible y verosímil una actitud de los médicos de espera, en la esperanza de una posible mejoría de la capacidad de deglutir. Al no presentarse esta mejoría, es posible que los médicos decidieran aplicar la sonda. No se comprende tampoco por qué motivo la doctora considera que quedó reducida la eficacia de la sonda por las breves interrupciones de pocos minutos producidas cuando el Papa se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para saludar a los peregrinos (15). No puede dejar de suscitar una cierta admiración la capacidad de la doctora para describir de manera contradictoria en dos artículos distintos la misma maniobra de remoción y aplicación de la sonda. En el primer la considera «para nada arriesgada» (3), «sencilla y poco traumática» (16), luego la define como un tormento (15). Pero si es posible causa todavía más estupor la puesta en tela de juicio del concepto de muerte natural que, según la autora, no se verifica en la realidad con frecuencia significativa. Sorprende en efecto que la expresión del Papa Benedicto XVI «ocaso natural», sea interpretada como una muerte sin asistencia y sin modificación del curso natural de la enfermedad (5), en vez de una muerte que tenga en cuenta al hombre, su naturaleza ontológicamente racional, respetándolo, una muerte que se produzca mientras se proporcionan cuidados razonables, o, más propiamente, proporcionados a la situación. La doctora parece más de una vez querer transmitir la idea de que, atendiendo cada vez los fallos que se crean en los diversos órganos de un organismo gravemente enfermo, se pueda postergar el final en una medida casi indefinida (5; 17), casi como si, resuelto el problema nutricional, el Papa Karol Wojtyla hubiera podido vivir con toda seguridad mucho tiempo. Lamentablemente la literatura científica enseña que, tras más de diez años de enfermedad, a pesar de todas las modernas ayudas terapéuticas disponibles, los pacientes aquejados del mal de Parkinson, siguen teniendo una mortalidad en un 350% mayor que sus coetáneos no aquejados de esta patología (18).Por último, la postura de la autora parece fuertemente influenciada por una lectura retrospectiva de los hechos, olvidando, al menos así parece, que en medicina con frecuencia la naturaleza de las acciones y omisiones se revela sólo a través del tiempo que decreta sus consecuencias. Es una consideración que marca una diferencia evidente entre el caso Welby y el del Papa Karol Wojtyla. En el primer caso se sabían muy bien las consecuencias de desconectar del paciente el aparato de respiración (una consecuencia buscada, querida por el paciente y compartida por el médico). En el segundo, la honestidad impone reconocer que el teóricamente posible, si bien improbable y no demostrado, retardo en algún día en la activación de la alimentación artificial, haya sido dictado por situaciones contingentes, que desconocemos, quizá por esperar al momento oportuno para realizar una PEG (Gastrostomía Percutánea Endoscópica) (19), o en una recuperación por parte del paciente. Esto nos conduce así a la interpretación por así decir «bioética» de los hechos, proporcionada por la autora, que usa de manera impropia textos oficiales de la Iglesia y del Magisterio, junto a resoluciones de autorizados consensos bioéticos y de autores católicos, para afirmar que éstos sostienen que cualquier omisión de una terapia para salvar la vida haya que considerarla como eutanasia y que, en cuanto tal, implica al paciente que voluntariamente rechaza tales cuidados junto a los médicos que secundan tal petición (7). Esta perspectiva distorsiona completamente el mismo contenido de los documentos de la Iglesia, que siempre, junto a la clara indicación de la norma general, se apresuran a subrayar la necesidad de analizar la materia y las circunstancias, para dar un juicio moral sobre los actos.Además, la doctora no tiene en cuenta la intención del agente, como desde 1980 ha claramente indicado la Congregación para la Doctrina de Fe, en su declaración «Iura et bona», que define la eutanasia como la muerte procurada «con el fin de eliminar todo dolor» (20). Como señala el profesor Pessina, hay una gran diferencia entre una pedir la muerte y poner la propia vida al servicio de los demás a través de la categoría del «sacrificio» (21). No captar la diferencia entre la eutanasia y el comportamiento de Juan Pablo II, es no ver la diferencia entre el reservarse y el entregarse. Es una elección que une a cuantos, aún considerando la vida como un bien primario, no la han considerado como el bien absoluto, y recordando que «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Juan 15, 13), no han rechazado su ejemplo sino que lo han repetido hasta el fin: «Totus tuus» (22).
Bibliografia:1) Lina Pavanelli, «La dolce morte di Karol Wojtyla», in MicroMega 5/2007, pag. 128-140, http://micromega.repubblica.it/micromega/2007/09/la-dolce-morte-.html. 2) Ibid. pag. 129.3) Ibid. pag. 137.4) Ibid. pag. 132.5) Ibid. pag 135.6) Ibid. pag. 136.7) Ibid. pag. 138.8) Ibid. pag. 133.9) Stanislaw Dziwisz, Una vita con Karol, Rizzoli, 2007 pag. 219.10) Lina Pavanelli, op. cit., pag. 131.11) E. Alfonsi e coll, La disfagia oro-faringea nelle sindromi parkinsoniane. Aspetti clinico-elettrofisiologici e terapeutici, Presentazione orale al XXXIII Congresso Nazionale LIMPE, Stresa 15-17 novembre 2006.12) Ibid. 9, pag. 220. 13) «Dopo la tracheotomia, il Papa si alimenta normalmente e respira autonomamente», ZENIT, 25 febbraio 2005, http://www.zenit.org/article-5576?l=italian. 14) Luigi Accattoli, «Quel sondino che nutriva Wojtyla», in Corriere della Sera 15 Ssettembre 2007, http://wwwcorriere.it/Primo_Piano/Cronache/2007/09_Settembre/15/sondino_wojtyla.shtml.15) Lina Pavanelli, op. cit.16) Ibid. 1 pag. 132. 17) Ibid. 1 pag. 13418) Chen H et al, Survival of Parkinson's disease patients in a large prospective cohort of male health professionals, Mov Disord. 2006 Jul 21(7):1002-7.19) «Papa, niente udienza del mercoledì e si parla di un nuovo intervento», La Repubblica, 29 marzo 2005, http://wwwrepubblica.it/2005/c/sezioni/esteri/papa3/udienz/udienz.html. 20) Sacra Congregazione per la Dottrina della Fede, Dichiarazione sull’eutanasia. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19800505_eutanasia_it.html. 21) Adriano Pessina, Eutanasia. Della morte e di altre cose, Cantagalli 2007, pag. 49-51.22) Ibid. 9, pag. 221.
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Cardenal asegura que Juan Pablo II prefirió quedarse en el Vaticano y no ser hospitalizado
Juan Pablo II no aceptó el "ensañamiento" terapéutico y cuando le dijeron que una nueva hospitalización no servía para curarlo prefirió permanecer en el Vaticano y ponerse "en manos de Dios", según aseguró el cardenal mexicano Javier Lozano Barragán, ministro de Sanidad de la Santa Sede.
"El (Juan Pablo II) preguntó: ¿si me lleváis al Gemelli me curaré?. La respuesta fue no. Entonces replicó: me quedo aquí (en el Vaticano) y me pongo en manos de Dios", afirmó Barragán en un congreso en Milán, del que se hace hoy eco el diario Corriere della Sera. Lozano Barragán, según el diario, se preguntó "¿eso es un rechazo al ensañamiento terapéutico? y respondió que "sí, sí en el sentido de curas desproporcionadas e inútiles". El diario añade, sin especificar si son palabras de Barragán o del autor de la nota, que si al Papa Wojtyla lo hubieran conectado a una máquina en el Policlínico Gemelli de Roma "tal vez habría vivido más allá del 2 de abril (de 2005, cuando falleció). "Pero dijo a los médicos, ¿en el Gemelli me pueden curar?, ¿no?, pues entonces me quedo en mi apartamento", añade el diario. El purpurado mexicano, de 74 años, hizo esas declaraciones durante un congreso sobre "eutanasia en Oncología", en el que se mostró contrario al "ensañamiento terapéutico, siempre que se definan cuáles son las curas desproporcionadas". Expresó un "neto no" a la eutanasia y sobre el "testamento vital" dijo que siempre que sea una renuncia al ensañamiento terapéutico "no tiene objeciones morales", pero subrayó que hay que verificar que no se trata "de un pretexto para la eutanasia". "La Iglesia Católica siempre está contra la cultura de la muerte y a favor de la vida, que no es negociable", afirmó Lozano Barragán, que señaló que el "antídoto" a la petición de morir de los enfermos es el "calor humano y las curas paliativas". Las declaraciones de Lozano Barragán sobre Juan Pablo II se producen pocos días después de que una anestesista de la Universidad italiana de Ferrara, Lina Pavanelli, afirmara que el Papa Wojtyla "fue ayudado a morir", lo que, según ella, fue una aplicación la eutanasia, condenada por la Iglesia católica. Según Pavanelli, a Juan Pablo II le colocaron una sonda nasogástrica sólo pocos días antes de morir, demasiado tarde, cuando ya había perdido quince kilos y estaba prácticamente agonizando.

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