lunes, 29 de octubre de 2007

369/Retinas - Placebo - Por Javier Castañeda


Durante siglos se ha asociado el efecto placebo con la sugestión. Y si siempre se relaciona este término con algo negativo, quizá sea porque desde siempre ha habido magos del embuste que vendían esperanza. Y gente ilusa que esperaba milagros de ungüentos de 'todo a 100' comprados a charlatanes de feria y vendedores de humo.

Los tiempos de cambio, crisis e incertidumbre, son el mejor abono para la fertilidad de toda una industria cuyo principal activo es vender ilusión.Esa anhelada vida sana y alegre que recrean los anuncios ecológicos, indica cuál debería ser nuestro estado natural; pero puesto que en apenas unos dos mil años y sin ayuda de nadie, la Humanidad se ha bastado y sobrado para complicar la existencia de tal modo que el ser ande más perdido que un pulpo en un garaje, la gente ya no duda en salir a la calle o ir hasta la luna si fuera preciso, para hallar un espacio de paz y calma; para buscar -en definitiva- cualquier remedio que traiga, aunque sea por unos instantes, un ápice de ilusión a las vidas gastadas; unas gotas de cualquier elixir mágico que engrase la maquinaria de los sueños con dulces sensaciones, para que males como la soledad, la incomunicación, la prisa o el ruido, por citar sólo un racimo de ejemplos, dejen de chirriar en su estancia.Cuenta la Wikipedia que la palabra placebo, deriva del verbo latino placere, que significa complacer, y se usaba en la Edad Media para designar los lamentos que proferían las plañideras profesionales en ocasión del funeral de alguna persona.

Por su parte, la Real Academia Española lo considera una sustancia que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo, si este la recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción. Y si imagináramos un diccionario enciclopédico del siglo XXII que incluyera un catálogo de las cosas que podrían hoy ser consideradas como efecto placebo, sólo nos salvaría del editor su formato, ya que probablemente sería algo parecido a un espacio web sin límite de espacio, que podría alojar sin penurias la gran cantidad de ejemplos que pueblan nuestras retinas.Complacer es una de las palabras por excelencia de este inicio de milenio. Vivimos instalados en la era de la comodidad donde todo está concebido para satisfacer al usuario. Lo malo es que usuario –o cliente- no siempre rima con persona; lo que nos sitúa ante una paradoja neomaquiavélica del tipo "todo para el individuo, pero sin el individuo".

En teoría, nuestras casas podrían ser sinónimo de un confortable hogar; pero la realidad nos carga con un yugo hipotecario que impide respirar dignamente a las economías domésticas. Teóricamente, en el súper hay más tipos de alimentos que nunca, pero dada la alta dosis de ansiedad que esta sociedad genera, para muchos la comida se ha convertido en un auténtico placebo, asociada a problemas de obesidad, bulimia, hipertensión, colesterol, etc. Igual ocurre con el consumo. Ir de compras se ha convertido para muchos en un insustituible placer… Pero cuando llegan los pagos aplazados, la efímera satisfacción de tener lo más 'in', se torna en segundos en in-satisfacción. Por no hablar del culto a la imagen, las tragaperras, las relaciones y… hasta las personas. La vida parece haberse convertido en un galimatías de afectos en el que complacer al/los otros, e incluso a uno mismo, se antoja casi imposible. Todo parece un juego de complacencias donde resulta complicado no perder la perspectiva y mantener el equilibrio entre la gravedad extrema y la ingravidez total. Según los resultados de una investigación, publicada en Science, el llamado efecto placebo está en el interior de nuestro cerebro y sus autores sugieren que los tratamientos a base de placebo influyen en la actividad de las partes del cerebro sensibles al dolor.

Así, el Dr. Tor Wager, de la Universidad de Columbia de Nueva York, explica que los seres humanos "tenemos más control sobre nuestra mente y nuestras experiencias de lo que pensamos". Pues si resulta cierto que en gran medida "somos lo que pensamos", quizá ya sea hora de dejar de pensar en milagros instantáneos y experiencias que tan sólo incrementan la sensación de estar perdidos. Parece más provechoso construir nuestra esencia paso a paso, que esperar un milagro complaciente basado en una experiencia de consumo.

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