miércoles, 3 de octubre de 2007

311/Dossier - Homenaje a Diego Rivera - recop. RB

Pérez Gay-no lo ve tan bien, ver nota

una muestra, amor por el trabajador

con Frida, amor conflictivo













Arranca homenaje - Carlos Aguilar García

Sin diegomanía de por medio, ni todo lo que ello implica, el Palacio de Bellas Artes inauguró ayer la exposición Epopeya mural con la que dio inicio el homenaje más importante dedicado al pintor Diego Rivera, pieza fundamental del arte del siglo XX quien, como nadie, fue capaz de plasmar en sus obras la historia del hombre e incluso vislumbrar la tragedia que le aguardaba.Y es que, antes que artista, antes que amante del color y las formas, Rivera fue un hombre comprometido con su tiempo, que tuvo a bien trasladar a la pintura su postura contra la guerra y su deseo porque el nuestro fuera un mundo más justo.Basta ver, por ejemplo, el mural “El hombre controlador del universo” (1934) en el que una persona de rasgos anglosajones tiene en su mano el interruptor que liberaría la energía de una bomba atómica, adelantándose a lo que ocurriría once años después durante la Segunda Guerra Mundial.O “Gloriosa victoria”, perteneciente al Museo Pushkin de Moscú, en el que Rivera denuncia las atrocidades cometidas por el gobierno de los Estados Unidos contra el pueblo guatemalteco. Su exhibición fue boicoteada pues muestra al presidente estadunidense Dwight D. Eisenhower en forma de bomba. Precisamente este mural es una de las cartas fuertes de Epopeya mural, pues por primera vez se aprecia en nuestro país.La obra se exhibió por última vez en la ciudad de Varsovia, Polonia, en 1956. Ese mismo año, en un acto de solidaridad, el muralista la donó a los trabajadores de la entonces Unión Soviética, quienes la depositaron en el Museo Pushkin, donde se mantuvo enrollada y resguardada pero no en exhibición, motivo por el que su colorido permanece intacto.Juan Coronel Rivera, nieto del pintor, y curador, junto con Américo Sánchez, de la magna muestra, fue claro al decir que Rivera fue el iniciador de las críticas políticas que ahora vemos diariamente en los periódicos. “Rivera es el precursor de lo que serían posteriormente las caricaturas políticas. (Rogelio) Naranjo no existiría sin Diego Rivera”.La noche del jueves, durante la inauguración oficial, el presidente Felipe Calderón señaló que “Rivera fue un líder de su tiempo que se atrevió a imaginar un México mejor, denunciando a través de su obra los atropellos de la historia pasada y del presente, arriesgando su propia vida”.“Colocó el interés de México por encima del propio y del de otros. Puso su talento, sus fuerzas y su inteligencia al servicio del país y de los mexicanos. Por todo ello, no sólo debemos ver en Rivera al gran artista, que sin duda lo fue, sino también a alguien que fue capaz de hacer a un lado la gran tentación humana de ser igual que siempre y que logró trabajar por algo distinto”, dijo Calderón.INVENTIVA. Además de “Gloriosa victoria”, se exhiben otros 22 murales que Rivera realizó entre 1921 y 1956 en los muros de numerosos edificios públicos y privados, tanto en México como en los Estados Unidos.Pero, ¿cómo se pueden exhibir en Bellas Artes? ¿no se supone que un mural forma parte misma del edificio en cuestión? Por lo menos no para Diego Rivera, quien fue el primero en concebir los llamados “murales transportables”.Como si fuese un cuadro tradicional, Rivera pintó algunos de sus murales sobre enormes soportes para que pudieran ser trasladados a distintos lugares.PROCESO. Una peculiaridad más de la exhibición es su interés por mostrar cada uno de los pasos que seguía Rivera para la elaboración de un mural. Así, se pueden ver desde los primeros bocetos que realizó a lápiz, sus subsecuentes modificaciones, hasta la obra terminada.Aunado a esto, el público podrá apreciar toda una serie de proyectos, bocetos, apuntes, calcas y estarcidos, procedentes de museos, instituciones y colecciones particulares.La oferta ahí está y, según los organizadores, el homenaje romperá todas las expectativas, aunque no haya una diegomanía de por medio. No hay muñecos, ni tequilas, ni playeras con su rostro; sólo las obras de un hombre que marcó el rumbo del arte en nuestro país.
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Diego Rivera - el muralista sagrado


(1886-1957) Pintor mexicano, nacido en Guanajuato y fallecido en la ciudad de México. Con Orozco y Alfaro Siqueiros, constituye la gran tríada muralista de México, nación que figura a la cabeza del mural en el mundo.
Diego Rivera estudió en la mexicana Academia de San Carlos con Santiago Rebull y José María Velasco. Luego (1907) perfeccionó sus estudios en Madrid con Eduardo Chicharro. En los años formativos de estudio y trabajo (1907-21) que pasó en Europa -España, Francia, Italia- asimiló las principales tendencias y en sus dos etapas iniciales, paradójicamente, refleja tanto la tendencia realista de Zuloaga y Chicharro como la cubista de Gris y Picasso.
Pero, identificado con el movimiento comunista, Diego Rivera reniega en su país de la educación estética recibida en Europa y, recogiendo la tradición india y negra, aunque sin olvidar la técnica europea, enarbola el mural como estandarte de su indigenismo y su apostolado marxista. Con su vigoroso y original estilo representa la resolución y síntesis de los más distintos movimientos culturales: la técnica europea, a la que debe su sabia estructuración decorativa; el más genuino sentimiento popular, que impregna sus obras de mexicanismo; y su ideario social, que hace de su arte un vehículo de propaganda.
Fundador en su país del Partido Comunista, Diego Rivera visitó la Unión Soviética en 1927-28. De regreso a México se casó con la pintora
Frida Kahlo, que había sido su modelo, y persuadió a su gobierno a que concediese asilo político a Trotski (1936), lo que le valió la expulsión del Partido.
En 1930-34 vivió en Estados Unidos, donde realizó los murales de la Escuela de Bellas Artes de San Francisco, del Instituto de Bellas Artes de Detroit y del Rockefeller Center de Nueva York, destruido después por contener un retrato de Lenin. En México decoró la Secretaría de Educación, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, el Palacio de Cortés, en Cuernavaca, el Palacio Nacional y el Palacio de las Bellas Artes (México, D. F.).
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En el altar de Diego Rivera - Rafael Pérez Gay

A algunos personajes centrales de la cultura mexicana se les perdona todo. Diego Rivera es uno de ellos. A propósito de la inauguración en el Palacio de Bellas Artes de Epopeya Mural, reunión extraordinaria de más de 170 piezas del gran pintor mexicano, he vuelto a preguntarme qué es lo que me disgusta de Rivera. No son pocas cosas. Me molestan su machismo recalcitrante, el comunismo rampante y algo cínico de su discurso pictórico (estalinismo activo para más señas), la idea más o menos hipócrita de que los indígenas son mejores seres humanos por el simple hecho de serlo, su visión maniquea del mundo (buenos y malos en blanco y negro), el disimulo con que el rebelde cobraba en la ventanilla del gobierno para pintar los muros del Estado, el convencimiento de que el pueblo debe ser la esencia de toda aventura artística; en fin, la obligación del compromiso social del arte y demás baratijas. En otras academias y otras culturas, estos rasgos históricos le habrían valido a Rivera varias palizas críticas durante la conmemoración de los 50 años de su muerte.
¿Demerita el altar de Rivera la obra de Rivera, su gran fuerza expresiva? Depende. No, si hablamos de su paso por la vanguardia, el cubismo y el surrealismo; quién sabe si hablamos del muralismo. La historia es más o menos así. Durante los años 20 la identidad cultural porfiriana, devastada por la lucha armada y la guerra civil, cedió su lugar a un nuevo impulso, la búsqueda de la esencia del país. Esta búsqueda transformó a la cultura mexicana. Su actor principal fue José Vasconcelos. La fuerza de la visión vasconcelista, que sostenía que el espíritu (la educación) transformaría a la sociedad, promovió la escuela mexicana de pintura, conocida como muralismo y representada por Rivera, Siqueiros y Orozco. El muralismo fue la expresión y la afirmación pictórica de la Revolución. Nutrido por la idea de que la lucha revolucionaria había sido un redescubrimiento de lo mexicano, el muralismo incorporó las ideas vasconcelistas del regreso a las raíces indígenas, la noción de la lucha de clases, la exaltación de los trabajadores, la crítica del poder.
Alentados y patrocinados por Vasconcelos, los muralistas se encargaron de ilustrar los muros de los edificios públicos. A partir de 1921, José Chávez Morado, José Clemente Orozco y Diego Rivera pusieron en imágenes colosales su propia historia de la Revolución, su versión de la historia de México, de la vida obrera, de la esperanza revolucionaria, de la vileza del burgués. Se consumaba así uno de los grandes momentos de la plástica mexicana. De eso se trata en buena medida la Epopeya Mural, sobre todo los 23 murales o recreaciones de los frescos producidos desde que Rivera proyectó en 1921 La Creación en los muros de la Escuela Nacional Preparatoria (hoy Antiguo Colegio de San Ildefonso).
La obra y la acción vasconcelistas se extendieron hacia las más diversas zonas culturales. Pintores, escritores y músicos formaron parte de esa expansión. Aunque se realizaron fugas extraordinarias del nacionalismo (los Contemporáneos, Carlos Mérida, Rufino Tamayo, por mencionar algunos), hasta principios de los años 50 esa corriente se impuso desde el Estado como cultura oficial. Años después, cuando los 60 tocaban a la puerta, las notas musicales del indigenismo se volvieron inaudibles y la representación de lo popular como atributo de lo mexicano quedó oculta detrás del telón. La obra nacionalista había terminado. Diego Rivera salió adelante de esa bruma y se enquistó en el gusto de la crítica, el canon académico y las admisiones reservadas del Estado cultural.
El mural Gloriosa victoria es uno de los grandes atractivos de la Epopeya Mural. Rivera lo donó al Sindicato de Pintores de la Unión Soviética en 1954, luego se perdió muchos años y al final apareció enrollado en las bóvedas del Museo Pushkin. La obra denuncia la invasión estadounidense a Guatemala y la represión contra los defensores del presidente Jacobo Arbenz. En un acto simbólico que no deja lugar a dudas, Diego Rivera pintó en una bomba el rostro de Eisenhower. Claro, se trata de una bomba antigua, de ésas que tienen aletas en la parte trasera y son regordetas. Por lo demás, el episodio histórico no fue ni glorioso ni hubo una victoria de la cual hoy tengamos que sentirnos orgullosos.
No la menor de las paradojas de esta gran exposición radica en el hecho de que un presidente panista elogie a Diego Rivera. No está mal que así ocurra; al contrario, hablamos al final de un artista superdotado, pero no dejo de pensar que la cultura del viejo priísmo oficial pesa como un piano en una noche de lluvia
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UNA VIDA PASIONAL

Diego Rivera (1886-1957) fue uno de los pintores mexicanos más importantes y un gran artista del siglo XX. Nacido en 1886, en Guanajuato, Rivera estudió estilos artísticos tradicionales europeos en la Academia de San Carlos en el Distrito Federal. Rivera combinó esta formación clásica con la influencia del artista popular José Guadalupe Posada, emergiendo a la edad de dieciséis años como un pintor talentoso con un estilo mexicano bien definido.
En 1907, Rivera viajó a España para estudiar las obras de Goya, El Greco y Brueghel en el museo de El Prado de Madrid. Después, se mudó a París y quedó fascinado con el movimiento cubista de vanguardia que había fundado Pablo Picasso. Sin embargo, después de cuatro años dedicado al cubismo, Rivera comenzó a cuestionar este movimiento.La oportunidad de poner en práctica sus nuevas ideas vino en 1921, con la inauguración de un programa cultural instituido para llevar el arte a las masas. El gobierno mexicano comisionó a José Clemente Orozco, a David Alfaro Siqueiros y a Rivera para pintar una serie de ciclos de frescos para edificios públicos, instigando lo que vino a llamarse el Renacimiento Muralista Mexicano. Estos grandes artistas pintaron sobre las paredes de edificios públicos en todo el país. Sus obras crearon una nueva iconografía que representaba complejos temas sociales y nacionales, motivos religiosos y una perspectiva global pre-hispánica.
Cuando la represión política se intensificó en México a finales de la década de 1920, a Rivera lo persuadieron venir a pintar en los Estados Unidos. Durante sus primeros dos encargos en San Francisco, en 1930 y 1931, Rivera y su esposa, la artista Frida Kahlo, encontraron una acogida cálida. Rivera, por consiguiente, se sintió muy complacido de regresar a San Francisco en 1940 para crear el mural de la Unidad Panamericana para su exhibición en la Exposición Internacional de Golden Gate. Esta obra representó la culminación de cientos de murales pintados para el público y también demostró su relación cariñosa con San Francisco.Además de ser un artista célebre y controversial, Diego Rivera fue un activista político provocativo que incitaba al debate no sólo en México, sino también en los Estados Unidos y en la Unión Soviética. Desde su muerte en 1957, sus centenares de obras de arte público, sus numerosos óleos y acuarelas, y su audacia política han seguido contribuyendo en forma inestimable al desarrollo del arte público en las Américas.

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