Todavía hoy, al pasar por Ituzaingó y Sarandí, me parece ver a Roberto de las Carreras entrando al Hotel Pirámides y me dispongo a no interrumpir su andar de dandy, casi felino, erótico, y menos a dejar que el tiempo – en mi pensar - me transporte a su última condición de carne de hospicio.
Eso sí. Ese es el momento en que disfruto mirando ciudad arriba y ciudad abajo, en el tiempo y en el espacio, y dejo deslizar las páginas de todas las guías históricas, culturales, arquitectónicas y turísticas, olvido nombres y años, y uno alfa con omega en la micro tarea de descubrir figuras, contornos, olores, sonidos (¿ruidos?, ¿silencios?) que todos pueden entender pero cada uno comprende a su modo.
Eso sí. Ese es el momento en que disfruto mirando ciudad arriba y ciudad abajo, en el tiempo y en el espacio, y dejo deslizar las páginas de todas las guías históricas, culturales, arquitectónicas y turísticas, olvido nombres y años, y uno alfa con omega en la micro tarea de descubrir figuras, contornos, olores, sonidos (¿ruidos?, ¿silencios?) que todos pueden entender pero cada uno comprende a su modo.
En ese momento, lamentablemente, siento como una interferencia, como si estuviera conduciendo una nave del espacio – tipo “Viaje a las estrellas” – en una situación de emergencia, donde más que temer a la falla del monstruo tecnológico que me rodea y acoge, tengo miedo a lo desconocido al cambio brusco, indefinido en sus consecuencias pero también en su origen.
No termino chocando con la Puerta de la Ciudadela ni naufrago en los vapores amigos del Mercado del Puerto, enderezo el timón pensando (¿intelectualizando?) la situación. Algo está mal.
Hay interrogantes que no se enuncian a pesar de estar en labios de todos, todo es asertórico – de hecho -; pero la Ciudad – para mí, Montevideo, quizás Maldonado – Punta del Este - tiene su sentir apodíctico, sentido de necesidad, de luz, y no se la puede abrumar.
Del otro lado, lps lugares de la Ciudad están corriendo el peligro de convertirse en lo que el querido Marc Auge llamaba un “no lugar”, esto es: un sitio no apropiado, seco de humanidad y humanismo, no apropiado ni apropiable, como un shopping center, el lobby gigante de un hotel de lujo o las salas imponentes de un mega aeropuerto.
Un lugar es objeto de posesión (estoy hablando de propiedad humana, que, a diferencia de la legal, es compartible, abarcadora, afectiva y tiende a lo absoluto).
Esto no supone la pretensión de saldar las cuentas pendientes de y con el casco viejo, la rambla, los parques, las casonas del Prado…, con menciones y nociones prefilosóficas, sino que es un intento de conceptualizar acerca de una especie de malestar – no enemistado con la sincera alegría por las mejoras, que las hay -.
Vuelvo a mi constante referencia, nuestra Ciudad Vieja, más ue yuba old city, y mucho más que una city. Quizás ese sentimiento no puede calar en quienes recién ingresan al círculo de “ocupantes”, al título que sea, ni a los que se va rescatando a fuerza de atractivos, trabajos, vivienda, ahuyentando la idea de vetustez y peligro que malamente se habían ganado sus otrora casi desérticas calles, sólo atravesadas por públicos heterogéneos con un solo propósito, que iba desde lo laboral al malandraje.
Pero la ciudad tiene memoria y contagia, y no puede soportar – mejor dicho - sus habitantes – ocupantes no pueden aguantar una cierta prepotencia de la dinámica de la novedad, una especie de agresión que sólo puede concebir el pasado en el futuro.
Hacer de Sarandí una gran peatonal que una puerta y puerto parece excepcional, cortarla estéticamente en su pavimento, como si fuese un muestrario en oferta de una barraca, supone un desliz.
Algo más chiquito pero también parte de esa prepotencia: no dudo acerca del buen propósito que dirigió la colocación de la estela que hace honor a la diversidad – poniendo énfasis en la multiplicidad de opciones sexuales más que en otras, que también existen -, castigando éticamente a los ghettos reales e intelectuales. Decir ligeramente que ese lugar puede ser algo así como un centro de peregrinación turística es obviamente un despropósito.
Mucha planificación y, después, golpe de balde, improvisación y espontaneísmo. Y la culpa no la tiene sólo el municipio.
Años de silencio, que todavía pesan y pesarán por mucho, diversificación cultural, confusión del éxito y lo ideal con lo mejor y lo posible “para todos”; confusión de difusión con participación, de marcar posición con “meter el peso”.
Y habrá más, porque cuando se está convocando a pensar la ciudad, cosa muy positiva, se está desviando, sin embargo, hacia una agresiva y poco digerible desestructuración constante de símbolos, formas, tribus urbanas y caminantes contemplativos.
Dice, sobre su amada Valladolid, Santiago Guerrero-Stracham “contemplo además de la expansión ilimitada y carente de sentido, plan y belleza, la remodelación de los que fueron barrios antiguos. Valladolid ha sido maltratada con saña por los sucesivos encargados del urbanismo, destruyendo palacios y casas de belleza contrastada y sustituyéndolas por modernos bloques de cemento, cristal y acero que han envejecido en poco menos de veinte años. Es, qué duda cabe, la obsolescencia de lo moderno, que cuando se hace sin criterio envejece incluso antes”.
Y acusa: “La ciudad ya no es para los que allí viven sino para los turistas. Hay que tener jardines que solo sirvan para mostrarlos a los turistas, plazas que luzcan aunque sea imposible pasar en ellas media hora, avenidas para los coches, y aceras para que los bares pongan terrazas donde los visitantes se acomoden y paguen su parte de impuestos indirectos con los que se sufragarán los venideros destrozos urbanísticos, y si para que todo quede muy nuevo y agradable, hay que derribar o eliminar algún edificio que contenga parte de la historia de la ciudad, se vuelven a repetir los errores del pasado y se tira de un plumazo (de grúa, por supuesto”).
Entonces, concluye, “El urbanismo de hoy en día es el agente que ocluye el pasado, al contrario de lo que fue en otros momentos, cuando buscaba que la ciudad fuera el lugar de los ciudadanos y memoria de sus acciones. No cabe duda de que tiene que ver con la pérdida del espacio público y la nueva concepción de la sociedad como asunto privado entre individuos a quienes sólo el comercio une”.
Ahí está la cuestión, y, para los que están en el asunto turístico: ¿Qué ciudad creemos que los visitantes esperan encontrar? ¡Discutan, uruguayos, discutan! Pero rápido…
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