... ese insultante clown que busca dominar la escena
Uno de los lugares comunes más comunes –¿y cuánto hace de esto?– es identificar capitalismo e imperialismo como patrimonio en la política exterior de Estados Unidos.
El mote hizo innecesario y llega a prescindir cada vez más del término complementario yanqui, invocado con sentido que uso y abuso tornaron obvio y peyorativo desde antes que la orquestación por el Soviet atravesara la Guerra Fría y después; un después que mantiene viva esa raíz en países con activa militancia de idealistas adlátares/defensores a ultranza y como nunca de esa doctrica, no enterados, al parecer, de la histórica y formal autoborratina practicada por el comunismo al comprobar la propia esterilidad.
Aún así, un periodista dispuesto a no mover las cosas de sus lugares debidos mal podría sacar el sonsonete ni la partitura toda del programa que, sobre todo en América Latina, visten la cartelera política también en el incipiente Siglo XXI. Máxime si está convencido, y así es, que hubo y hay razones conducentes a esa caracterización o impronta del Gran País del Norte, al que, en cambio, por lo menos le reconoce los méritos de (1) con su intervención en la Segunda Guerra, haber salvado al Mundo de la horrorizante conjunción nazismo-fascismo, y (2) practicar una democracia real y efectiva, como –ejemplo– pudo verse claramente en el Watergate suscitado en torno y gracias a Richard Nixon.
Sí discrepa el suscrito en la pretendida exclusividad que se le asigna a una manera o naturaleza de ser que está implícita tanto en lo Estados Unidos como en Brasil, Argentina y Venezuela, por citar lo más a mano.
Acaso el terrorismo de sabotear importaciones de arroz o bicicletas de origen uruguayo o la instalación de papeleras en este suelo, empalagosa financiación de emprendimientos, misteriosas maletas con dólares descubiertas o no, y mil ejemplos más, ¿no contradicen el invocado espíritu del Mercosur que, así las cosas, se torna contradictorio? ¿No hay un deliberado propósito de ahondar diferencias y poder relativo entre países grandes y chicos? ¿Qué hace en ese incomparable Sur criollo nacido a diapasón de Artigas el bolivariano castrismo de Hugo Chávez sino entrometerse en todo bajo la figura engañosa de adinerado y generoso clown dispuesto a dominar el escenario?
Entonces: ¿cuán generalizada y latente es, en verdad, la vocación imperialista?, cuando seamos grandes ¿no ansiamos, todos por igual, el capitalismo?, más que de rasgo distintivo de algunos, ¿no se trata de una ambición común del género humano?
Conjugar respuestas puede tener mayor validez que recoger arengas planificadas para que, desde niños, las repitamos como asertos de verdad absoluta hasta odiar, maldecir e inclusive apedrear e incendiar.
El revisionismo no es apenas arma falluta a apuntar sobre desprevenidos e ingenuos.
Dando honesta respuesta a tanta interrogante, quién sabe, también podríamos ensayarlo sin revanchas en juego ni guiándonos tan solamente por apariencias inducidas.
Una vez resuelto el punto y en un mismo compromiso de no aceptar engaños, sería el momento de pasar a la cuestión mayor y no menos sorprendente de discernir qué significado político conllevan las palabras Izquierda y Derecha y/o es lícito, en rigor, asignarles.
Fernando Caputi es ex editor del Periódico Ciudad Vieja 14.8.07
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