miércoles, 8 de agosto de 2007

120/Entre Vista - Una ciudadanía cosmopolita - a Adela Cortina Orts

Catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia. Premio Jovellanos de Ensayo 2007 por su obra Ética de la razón cordial.
Proclama la urgencia de una revolución ética porque, dice, cambiar el mundo es cuestión de «buena voluntad».

Cada vez se matriculan menos alumnos para estudiar filosofía en las universidades públicas. Parece que no está muy de moda lo de atreverse a pensar. No es sólo una cuestión de moda. El mundo de los medios de comunicación ha obligado a dejar de lado la reflexión. Y la filosofía pide reflexión, deliberación, seriedad. Lo que se demanda es un buen eslogan, una palabra punzante que llame la atención, sea verdad o no, un artículo provocativo, aunque sea absolutamente insulso, estúpido, sin ningún contenido interesante, lleno de barbaridades. Hay muy poco espacio en los medios para que la gente que reflexiona tenga presencia. Yo diría que Rawls, Apel y Habermas, son los últimos grandes filósofos. Lo que hay ahora es mucha gente que dice muchas cosas, pero no grandes pensadores.


¿A qué puede enseñar hoy la filosofía?
A reflexionar, que es uno de los elementos que se ha perdido en nuestra cultura. Una cultura de la imagen donde o hay presencia o uno no cuenta. Vivir continuamente volcados en lo exterior nos impide reflexionar, algo que, mire por dónde, es una de las características fundamentales del ser humano desde que empezó el proceso de hominización. La filosofía también enseña a argumentar. Hoy no se están empleando argumentos para convencer. Basta con observar el discurso de los políticos, se trata de ver cómo muevo las emociones de la gente, no de ofrecer argumentos. Además, la filosofía ayuda a forjar gente autónoma, con capacidad para tener su propio criterio sin necesidad de estar escuchando tertulias o leyendo editoriales. Nos enseña a ser críticos, a no conformarnos con lo que hay, nos educa la capacidad creativa de pensar el mundo mejor y tratar de transformarlo.

¿Quizá vivimos tiempos de conformismo porque, en el fondo, no vivimos tan mal?
Hay quien habla del oscurantismo de la Edad Media, pero el oscurantismo actual es tremendo. Estamos en una sociedad absolutamente conformada con lo que hay, negada para las utopías e incluso para los grandes proyectos. Los ciudadanos nos hemos conformado con una sociedad en la que podemos consumir, tener una vida de cierta calidad, y eso de transformar el mundo, que lleva mucho sacrificio, lo dejamos para otros. ¿Nos hemos vuelto más consumidores que ciudadanos? Sí, pero también podemos actuar como ciudadanos. En realidad tenemos un poder enorme. Si nos dedicáramos a consumir de determinada manera y determinados productos, obligaríamos a los productores a trabajar de otra forma.

Usted mantiene que si desconocemos lo que nos une, subrayamos lo que nos separa. ¿Es entonces cuando aparece la xenofobia o el racismo?
¿Racismo?, según con quién. Vienen alemanes, vienen británicos y, desde luego, nadie les pone ninguna traba. Hay quien dice: lo que pasa es que odiamos al diferente. Pues tampoco. Depende de qué diferencia sea. Al diferente por arriba no se le odia, se odia al diferente por abajo. Se odia al pobre. Hay una palabra griega, aporos, que significa `el que no tiene nada que ofrecer a cambio´. Yo digo que más que racismo o xenofobia lo que se extiende en nuestra sociedad es la aporofobia, el `odio a quien no tiene nada´.

Usted defiende la necesidad de una ciudadanía cosmopolita.
Cuando los estoicos pensaron lo de la ciudadanía cosmopolita, el mundo era reducidísimo y no había posibilidad de relacionarse con los otros seres humanos del planeta. La globalización, como todo, puede tomarse como un problema o como una oportunidad. Yo pienso que es una oportunidad enorme que tenemos la obligación moral de aprovechar.

¿Cuál es la revolución pendiente?

El rearme moral. En la distribución de los recursos estamos bajo mínimos de justicia. Hay medios suficientes para que nadie pase hambre ni sed. Falta voluntad. Además, yo no veo que las gentes que cuentan con todos los medios vivan tan felices. Por razones de justicia, y hasta de felicidad, me parece urgente hacer una revolución ética.
J. García Cristóbal

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