Primero, se deberían buscar fórmulas de “identificar la identidad”, pata antropológica, social y psicosocial del turismo (o del “Turismo”, con mayúscula). Luego apuntar a un problema más terrenal, menos etéreo, aparentemente más firme, que hace al relacionamiento de la actividad con su entorno, y de sus practicantes por profesión, oficio o defecto (de otras actividades) con sus clientes, sus competidores y sus cooperadores.
Sin dudarlo, me considero un ladero de esos protagonistas de ese Turismo con mayúscula, que ha visto y escuchado gente interesante, temporadas, proyectos, fracasos y desencantos, éxitos y “agrandamientos”, desamparos, depresiones y voluntades que resurgen de enterradas cenizas.
Una obvia primera impresión sobre ese concentrado grupo protagónico es que acá hay gente que sabe, conoce y aprende, y que puede liderar cualquier movimiento o iniciativa que de dirección a la definición de productos, su promoción y venta y el arribar a, por lo menos, buenos resultados. Con exagerada tendencia a endilgar excelencias, los operadores también son proclives a lanzar culpas y hasta, en ciertos casos, ofrecer remordimientos inocuos, típicos de cada final de zafra fracasada.
Segundo: acá no siempre se obedece al que sabe-conoce-sabe aprender, y consejos y propuestas de los que deberían ser popes del rubro terminan, luego de ser aplaudidos fervorosamente en foros y destaques, encajonados en alguna oficina no necesariamente pública.
Tercero: la pedantería, el egocentrismo y el egoísmo, propios (re) sentimientos apasionales de gente de mira corta y ambición largas son propios de quienes ocupan o creen ocupar altos escalones en el universo turístico, lo que va de la mano con una estúpida y poca agradecida propensión al olvido, el abandono y la falta de reconocimiento. Ya se que esas poco loables virtudes aparecen en muchos estamentos de una sociedad global, cada vez menos mundanal y cada vez más prosaica y chabacana, pero este lado de la redondez planetaria es dónde se nota más, aún sin gozar de aguda capacidad perceptiva.
Cuarta y muy sincera impresión: aún no hay espíritu de cuerpo, antecedido (¡ojalá!) por una nebulosa cargosería que supone compartir momentos de hiper ocio, similares a los que se ofrecen a los potenciales clientes, y de aguada camaradería, donde se entrecruza munición fuerte en la exhibición de riquezas y poderes, pero no se busca asimilar conceptualmente la praxis de la actividad.
Quinta, y en ese sentido, esa cargosa actitud delata que en el turismo nacional no existen demasiados profesionales y hay poca conciencia de esa profesionalidad, lo que se percibe en dos ejemplos muy claros. Uno, la facilidad con que cualquier persona se considera capaz de liderar una empresa del rubro e incluso conducir los destinos de sus gremiales, con sólo mostrar pobres antecedentes como ejecutivo en asuntos poco vinculados a esos emprendimientos. Dos, como la antigua Dirección Nacional y el actual Ministerio son ofrecidos a, y aceptados y ejercidos por quienes no tuvieron la menor experiencia en la actividad, provocando un ambiguo desfasaje donde alternan quienes fustigan al recién llegado y los que se le acercan buscando obtener sus favores y convertirse en sus laderos de confianza.
Sexta, última por hoy y no por siempre, esta es una actividad donde la moda, la novedad y la inmediatez – propias del presente hiper posmoderno – deben ser manejadas con talento, lucidez y sereno análisis. En términos futboleros, hay que saber plantar una dura línea de cuatro, evitar la incertidumbre de la de tres y de tener un portero a los saltos ante incursiones de contrarios en masa. También se deben imponer presencia deconstructiva en el medio del campo, conseguir un firme liderazgo, abrir la cancha y lograr un nueve grandote, movedizo, cabeceador, uno entre varios goleadores en el team. Sin cargosos, uno para todos y, en lo posible, todos para uno. Muy sencillo.
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