Los años que viví en Sao Paulo sirvieron para comprobar que todo brasileño asume la lógica de que pez grande se come al pez chico, es decir, dar por sentado que país de mayor superficie y población tutela. Lo vi, por supuesto, en la teoría de las fronteras móviles con las que el maquiavélico Golbery da Couto e Silva lavó cerebros de generaciones hasta cranear una invasión al Uruguay.
Pero más novedoso hasta llenarme de estupor fue el caso de Pelópìdas Ferreira, uno entre decenas de mandaderos (contínuos) que en cantidad que exageraba lo necesario alistaba la Agencia Folhas, donde trabajé tras raudo pasaje por el diario Folha de S. Paulo.
Pelópidas, primero entre sus pares en quebrar la barrera de la timidez para presentarse y conversar con este rara avis que procedía de Uruguay sin haber huído por razones políticas, supe después que también había desafiado una imposición del director de la agencia, prohibir diálogos entre periodistas y mandaderos ¡por ser clases sociales diferentes!
Yo también ignoré el absurdo que mal podía aceptar cuando, observado por el directorcito, discutiéramos ácidamente. Pero por doble partida valió la pena.
Ferreirinha, adolescente educado y respetuoso, tenía aguda inquietud por saber de todo y repreguntar hasta entender cabalmente lo que, en un inicio, era engorroso contrapunto entre españogués y portunhol.
Para que captase en directo cómo éramos los uruguayos, le invité a almorzar en casa un sábado, día libre para ambos, con lo cual también mi esposa e hijo pasaron a ser sus amigos.
Al tiempo, Pelópidas diversificaba los mil temas a plantearme como si los programara, y así conoció mis versiones sobre Maracaná, lagrimeando pese a que no era nacido cuando la epopeya futbolística mayor (olvidable para algunos en Uruguay, nunca allá), y en torno a democracia, palabra y concepto que de hecho desconocía por no ser siquiera mencionados en la escuela donde con distinciones estudiaba.
Su afán por educarse internacionalmente no tenía límite. Tampoco su inteligencia, pasando a anticipar mis propias conclusiones, que solía aceptar y compartir, y, a su vez, enseñándome muchas cosas.
De esa puesta al día cotidiana quedaron dos únicos puntos en los que él no consintió ceder terreno alguno para cambiar su granítica opinión.
En efecto, era otro, hasta antipático y agresivo, cuando yo me negaba a compartir sus convicciones de que (1) o Corinthians é a melhor equipe do mundo, y (2) país grande tiene pleno derecho a mandar en país chico.
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De esto han pasado unos 30 años. Mi joven y consecuente amigo ingresó a un colegio de formación militar y dejé de verlo. Pero no guardo duda alguna en cuanto a que, largamente cuarentón, hoy conserva su irrebatible certeza sobre el doble desacuerdo.
Esta semana, al observar en la TV la reiterada prepotencia for export de otro país grande donde hasta entre ellos se matan entre sí, me acordé de Pelópidas Ferreira y la segunda de sus creencias irreductibles.
Fernando Caputi 31.8.07
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