miércoles, 10 de septiembre de 2008

588 - Actuales - La televisión en la agenda política - Martín Becerra

* ¿y nosotros ché?, cuestión de
asimetrías no asimiladas, red (más
Los medios y los jóvenes - Florencia Santout)
La televisión entró en la agenda del Mercosur. El tema estuvo por lo menos presente en el reciente encuentro entre Cristina Fernández e Inácio Lula da Silva, y Argentina podría inclinarse por la norma japonesa para la televisión digital. Pero además de normas, la televisión es contenidos. ¿Qué dicen los medios de comunicación de los jóvenes?

Desde hace décadas se estudian los mecanismos de puesta en la agenda política de distintos temas a causa de su previa tematización por parte de la televisión, que los descubre y encumbra como cuestiones merecedoras de la atención social. Sólo excepcionalmente es la propia televisión la que protagoniza, como tema, esa agenda política.
La excepción está ocurriendo: el anuncio de un protocolo por el que la Argentina podría terminar adoptando la norma japonesa (ISDB-T) para la televisión digital, en el marco de los acuerdos entre Brasil y la Argentina firmados el lunes último por los presidentes Cristina Fernández y Lula da Silva, instala a la más masiva de las industrias culturales en el primer plano de las políticas industriales de las principales economías de Sudamérica.
De este modo, y por vía del vínculo con Brasil, la Argentina podría resolver el enigma de la elección de la norma digital por la “tercera vía japonesa”, ante la disyuntiva que tenía como principales contendientes a la estadounidense (ATSC, preferida por operadores televisivos en abierto y en cable, como el Grupo Clarín) y la europea (DVB, defendida por Telefónica/Telecom). Brasil ya había elegido en 2006 la norma japonesa porque le permitió intervenir en el estándar (además de otorgarle ventajas en la producción de receptores y codificadores) en un gesto de soberanía tecnológica que pasó desapercibido en otros países de la región. México fue fiel al Nafta y adoptó la norma estadounidense; más recientemente Uruguay y Colombia incorporaron la europea.
La posibilidad de complementar los estándares de funcionamiento de las industrias culturales con Brasil constituye la principal fortaleza del protocolo acordado en el viaje de Cristina Fernández. Si el acuerdo avanzara –como se amaga– en la potestad de ambos países (y no sólo de Brasil) para intervenir en la fabricación de aparatos y tecnologías; si como fruto del acuerdo se facilitara la digitalización del sistema estatal de televisión (Canal 7 y repetidoras, y señal Encuentro), y si se pudiera aprovechar la ventaja de la norma nipona para explorar la extensión del sistema inalámbrico de conexión a redes en el territorio argentino, entonces la puesta en agenda sería robustecida.
Estos avances, empero, se sitúan en el interés industrial de la decisión. Siendo significativo, no deja de ser un nivel técnico. La importancia de la televisión digital supera con creces ese plano: la cuestión de fondo es quién y cómo, con qué criterios, asigna las señales digitales en un país en el que sus ciudadanos consumen un promedio de cuatro horas diarias de televisión, casi la misma cantidad que las exigidas como carga mínima por el nivel inicial de educación.
La televisión digital permitirá crear entre cuatro y seis nuevas señales donde hoy emite un canal en analógico. ¿Nuevas señales implicarán también nuevas licencias y, por consiguiente, nuevos licenciatarios? ¿Serán las nuevas señales digitales de acceso gratuito para la población, o serán aranceladas? ¿Qué organismo tendrá a su cargo el llamado a concurso para asignar esas señales? ¿Por qué lapso y con qué compromisos por parte de los operadores se darán las licencias? ¿Qué requisitos tendrán que cumplir los interesados en operarlas? ¿Se privilegiará la diversidad de contenidos a través del estímulo de operadores no comerciales, de cooperativas, de emisores de la propia sociedad civil? ¿Se aprovechará el potencial digital para federalizar la programación televisiva, hoy dominada por el área metropolitana de Buenos Aires?
Estos interrogantes exceden el contorno del acuerdo bilateral suscripto entre Lula y Cristina. En su mayoría, no podrán responderse si el Congreso evita modificar la normativa vigente para radio y televisión, dispuesta por Jorge Videla en 1980 (decreto ley de radiodifusión 22.285), que constituye un lastre para la calidad democrática y para la articulación del espacio público. El Poder Ejecutivo se comprometió en mayo, tras reunirse con casi todos los actores de la comunicación del país, a enviar al Parlamento un proyecto de ley y la Cámara de Diputados declaró recientemente de interés público los “21 puntos” de la Coalición por una Radiodifusión Democrática.
La televisión digital podría reponer la importancia de las dos primeras funciones de la tríada prometida por la industria audiovisual, “educar, informar, entretener”, que fueron desplazadas por imperio de la tercera. Además, la posibilidad de multiplicación de señales de acceso gratuito equivaldría, en un panorama de hiperconcentración mediática como el de Argentina, a que ingresen otras voces al ruedo de la comunicación masiva. La incorporación en la agenda de la televisión digital sería incongruente si no se enmarca en una nueva ley de servicios de radio y TV.
el autor es doctor en Comunicación, Universidad Nacional de Quilmes, Conicet.

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Los medios y los jóvenes - Florencia Santout
La televisión entró en la agenda del Mercosur. El tema estuvo por lo menos presente en el reciente encuentro entre Cristina Fernández e Inácio Lula da Silva, y Argentina podría inclinarse por la norma japonesa para la televisión digital. Pero además de normas, la televisión es contenidos. ¿Qué dicen los medios de comunicación de los jóvenes?
¿Qué dicen los medios de comunicación de los jóvenes? Dicen muchas cosas, pero fundamentalmente que son sujetos del deterioro, que están ellos mismos “deteriorados”. Que no valoran la vida: ni la propia ni la ajena. Los asocian a la muerte.
Cotidianamente asistimos al bombardeo de noticias que nos hablan de prácticas llevadas adelante por jóvenes que ponen sus vidas en riesgo. Las noticias nos muestran unos jóvenes que parecieran por momentos optar irracionalmente por la muerte. Ir hacia ella sin fin, sin sentido, o de manera suicida. O son locos o son suicidas.
Los jóvenes aparecen en las noticias como protagonistas del malestar, construidos a través de un discurso descontextualizado y simplificador que los asocia con la muerte. Desde varios relatos: como delincuentes, como peligrosos que necesitan ser castigados o excluidos del espacio común por no valorar la vida, ni propia ni ajena. Como sujetos perdidos que entonces son capaces de salir a matar y morir; que se suben a una moto, apagan las luces, y se entregan a la velocidad infinita. Como enfermos que consumen todo tipo de droga, aun las más pesadas, hasta entrar en coma. Carentes de todo que se involucran en las conductas más riesgosas sin límite alguno, ni siquiera el de la propia muerte.
Ante esto, podríamos decir que efectivamente sí hay datos (de organizaciones de gobierno, de sociedades civiles, de universidades) que hablan de la cercanía de los jóvenes, sobre todo de ciertos jóvenes, los más vulnerables, con la muerte. Sin embargo, es imprescindible decir también que lo que no es cierto es lo que parecieran demostrar de manera tan contundente los medios: que éstos son datos sin historia.
Hay que afirmar que no es cierto que hoy los jóvenes estén al frente de la muerte y el riesgo porque son irracionales o simplemente porque sí. Las prácticas tan recurrentemente descriptas por los medios (donde la vida está y se la pone en riesgo) lejos de ser irracionales o sin sentido pueden ser comprendidas en el marco de unos jóvenes socializados en un tiempo de incertidumbre mundial y de vulnerabilidad regional.
Los jóvenes hoy tienen una clara conciencia de la vulnerabilidad de la vida. De una vida en donde no hay derechos ni garantías, donde no hay instituciones que los protejan, y que aparece construida como una selva donde no entran todos. Hay que decirlo lo más claro posible: los límites entre la vida y la muerte son vistos por los jóvenes, y especialmente por los jóvenes de sectores subalternos, como límites precarios porque viven en un mundo que se ha precarizado como nunca. Y esto no es porque sí, no es porque simplemente sucedió como parecen decirlos ciertos opinólogos y periodistas.
Pero además, y claramente ligada a la conciencia de la vulnerabilidad de la vida (que da como resultado un número altísimo de muertes violentas), la precariedad no pude ser pensada por fuera de las heridas producidas por la dictadura y por treinta años de políticas neoliberales en la Argentina y en la región de las que los jóvenes hoy portan marcas aún sin poder decirlo.
Sabemos que la muerte además de ser un dato biológico ineludible es un acontecimiento históricamente construido y culturalmente compartido: no morimos igual.
Norbert Elias (1987), en su “Sociedad de los moribundos”, trabaja la idea de que en las sociedades modernas, de la mano de la extensión de la vida por los procesos de desarrollo científico y las prácticas de la higiene y del cuidado, la muerte puede ser aquello que se sabe pero que es posible al mismo tiempo de ser “olvidada”, puesta entre paréntesis. Pero además, dirá Elias, de acuerdo con los procesos de pacificación social, la muerte podrá ser construida como un acontecimiento natural, de la vejez, en una cama.
Para nuestros jóvenes la muerte no es más eso que se espera al final, cuando duelan los huesos de viejo y haya cansancio de la vida. La muerte es, en cambio, lo que ya no es sagrado, que puede estar a la vuelta de cualquier esquina.
Los jóvenes no quieren morirse. Ningún joven dice que quiere morirse.
Pero aunque nadie quiere morir, la muerte está y los jóvenes están nuevamente en el frente. Y no porque sí, como dicen los medios, sino porque algunas de las heridas que se abrieron en la historia todavía no se han saldado. Porque sí hay consecuencias de lo ocurrido y no existe el planeta joven suspendido en el espacio.
* la autora es directora del Proyecto de Investigación: “Comunicación y Juventud: representaciones de la muerte”. FPyCS, UNLP.
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