martes, 2 de septiembre de 2008

551 - Ponencia - NEOFASCISMOS Y MITOS IZQUIERDISTAS - Emilio Cafassi

Ciertas transformaciones en América del Sur han hecho surgir síntomas tan novedosos como preocupantes en materia de reconfiguración de las derechas, especialmente en algunos países, permitiendo poner en tensión algunos mitos largamente custodiados por las tradiciones de izquierdas. Ya sea por imperio de transformaciones normativas o iniciativas políticas, o como resultante fáctica de acciones de protesta y lucha, el instituto revocatorio se instaló en el imaginario de legitimación política ni bien entrado el Siglo XXI. La innovación consiste en que, tanto su defensa como su implementación práctica, se invoca sin distinción necesaria de signos ideológicos polares. La derecha también lo hizo propio.
En algunos casos, la instalación original proviene de proyectos de transformación constitucional del progresismo, acotadamente realizados, en el que el dispositivo plebiscitario de destitución actuaría como mecanismo de contrapeso respecto al personalismo inherente al instituto reeleccionario y a la concentración del poder. La reelección, sin embargo, se erigió como una suerte de común denominador indubitable en todos ellos, naturalizándose, con el consecuente constreñimiento de la posibilidad de profundizar normas socializadoras del poder colectivo. La última ­y única hasta el momento- derrota de Chávez lo expresa con elocuencia. No deja de llamar la atención esta compleja convivencia contradictoria de objetivos, ya que fueron las izquierdas, al menos algunas de ellas, las que enfatizaron la potencia del colectivo por sobre lo personal, de la organización por sobre el carisma y de la programática por sobre la delegación sin mandato. Inversamente, las derechas se encargaron de ensalzar al líder, al pragmatismo errante tan atado a sus intereses materiales inmediatos y carente de principios y a la influencia mediática. La realidad, sin embargo, es más matizada, ya que el culto a la personalidad también fue un combustible importante de las prácticas políticas pretendidamente transformadoras, más ampliamente que el conocido extremo del unicato partido-estado del modelo stalinista, obviamente cultor de ilimitado "reeleccionismo" que sin tener que retroceder en la historia, encuentra su expresión actual en Cuba.
Más allá de los ejemplos de carácter normativo, en otros, provino por la vía de los hechos. El más significativo antecedente revocatorio por medio de la movilización de masas fue el proceso argentino iniciado en diciembre de 2001 que derrocó al presidente De la Rúa y abrió una sucesión de interinatos hasta la asunción del senador Duhalde. Se trató de una experiencia singular que en la oportunidad caractericé como de revocación sonora en la que una amplia y ruidosa mayoría de actores urbanos tomaron las calles y la escena pública para hacer propia la voluntad destituyente y asumir un compromiso cívico de cierta atención y vigilia. No fueron sindicatos ni partidos políticos los generadores de esta dinámica social, aunque a posteriori la izquierda orgánica pretendiera montarse sobre las formas embrionarias de organización asambleística (con una actitud cooptativa que sólo consiguió ahogar toda vigorización ciudadana, expulsando a los protagonistas que retornaron al remanso privado y al culto de la videopolítica).
La amplitud y profundidad de este proceso de movilización popular y de cuestionamiento al neoliberalismo, a la corrupción y a las miserias de la democracia formalmente articulada por un mero dispositivo representativo-fiduciario explica la sorprendente pirueta que realizó Kirchner desde su inicial adhesión al menemismo, su posterior giro duhaldista -hereditariamente gratificado- para culminar con una discursividad, aunque débil ejecución, de pretendido progresismo actual.
Casi paralelamente, en abril de 2002, también en un contexto de fuertes protestas movilizadas, acompañado de una huelga general de más de tres días convocada por la mayor representación patronal, Fedecámaras, se desarrolló el intento de derrocamiento del Presidente Chávez en Venezuela. Si bien esta experiencia no guarda relación estricta con la antedicha, salvo por el hecho de haber contado con masivas protestas y movilizaciones, comienza a insinuar los nuevos modos de articulación política de las derechas. Fue un claro intento de golpe de estado que, como tal, no pudo dejar de contar con un ala golpista de las fuerzas armadas, del gran capital nativo y transnacional, de los grandes medios de comunicación hegemónicos, de la jerarquía de la iglesia católica y de la anuencia y financiación norteamericana.
La concepción mítica de las izquierdas sostendrá que el habitus político exclusivo de la derecha es el lobbismo, la construcción mediática de la hegemonía, el electoralismo marketinizado, cuando no directamente la conspiración golpista. A la vez le atribuye una aversión a la movilización, la huelga y los métodos de protesta tradicionalmente populares. Deberá recordarse que en el siglo pasado, tanto el nazismo como el fascismo habían combinado perfectamente propósitos aberrantes con dosis importantes de movilización popular e inclusive electoralismo, aunque la hipótesis de versiones redivivas fueran minusvaloradas o directamente negadas. Complementaria de esta concepción respecto a la derecha resulta el mito izquierdista de que toda lucha de masas, toda conquista del pueblo en las calles, toda huelga, tendrían un carácter intrínsecamente crítico y hasta revolucionario, generador privilegiado de conciencia (de clase) y solidaridad. Se trata sólo de un mito.
En la Bolivia de estos días el paro, el piquete y la violencia dominan la escena política a pesar de la abrumadora consolidación del Presidente Morales en el referéndum revocatorio por más de las dos terceras partes de la población. Esto no parece importarle a la derecha que ejerce control sobre el oriente y los valles ricos. Posiblemente el objetivo no sea el golpe en este caso, sino la secesión, como reafirmación oligárquico-racial de los blancos contra la identidad indígena. En cualquier caso, con amplias movilizaciones de masas.
Argentina acaba de vivir una experiencia bastante similar. Un lockout patronal acompañado de piquetes en buena parte de las rutas del país, con el consecuente desaprovisionamiento urbano y la disparada inflacionaria se complementó con moderados cacerolazos pero fundamentalmente con grandes movilizaciones populares que atrajeron a todo el espectro político de derecha. Esto reinstaló en las primeras planas a personajes tan repudiados otrora, cuando la consigna era "que se vayan todos", tanto como permitió la emergencia de nuevos referentes tales como el vicepresidente Cobos o el dirigente entrerriano De Angeli. Las virtudes políticas halladas fueron la habilidad para la traición en el primero y, en el segundo, la disimulada convergencia de la lucha "ecologista" contra Botnia junto con la defensa de Monsanto, la soja transgénica y el glifosato. A la derecha le fascina la coherencia, como en su momento lo demostró con el presidente Menem. Mas también, honrando el mito "luchista" y de "acompañamiento de las masas movilizadas", varios grupos de izquierda de diversas procedencias ideológicas (algunos trotskistas y maoístas) aportaron su cuota militante a la ofensiva oligárquica. También los hay, tal vez en menor medida, en Bolivia y Venezuela.
El gobierno progresista uruguayo acaba de recibir la primera huelga general en su contra. Y es el país de la región con mayor nivel de sindicalización bajo una dirección unitaria y centralizada dónde encuentra su base social precisamente la expresión política en el poder. El Uruguay sin embargo está a años luz de sufrir los embates señalados en estos otros países, aunque pareciera ser una señal de alarma que debe ser leída en su doble dimensión protagónica. Por parte del gobierno, en la medida que recibe una indicación de que los pasos dados, o bien su cadencia, no acompañan las expectativas de una parte significativa de sus bases. Por las propias bases que deberían leer el contexto histórico de este sur actual en el que métodos de lucha como la huelga, el piquete, el escrache e inclusive la propia movilización, han dejado de pertenecerles en exclusividad.
el autor es profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

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