viernes, 5 de septiembre de 2008

573 - Tendencias - La´pérdida de la privacidad - Umberto Eco

El profesor italiano explora el concepto
de límite desde el fondo de la historia
a la era de internet.
El fenómeno del exhibicionismo.
El primer efecto de la globalización de la comunicación por internet ha sido la crisis de la noción de límite. El concepto de límite es tan antiguo como la especie humana, incluso como todas las especies animales. La etología nos enseña que hay a su alrededor y en torno a sus semejantes una burbuja de respeto, un área territorial dentro de la cual se sienten seguros, y reconocen como adversario al que sobrepasa dicho límite. La antropología cultural nos ha demostrado que esta burbuja varía según las culturas, y que la proximidad del interlocutor, que para unos pueblos es expresión de confianza, para otros es una intrusión y una agresión.
En el caso de los humanos, esta zona de protección se ha extendido del individuo a la comunidad. El límite —de la ciudad, de la región, del reino— siempre se ha considerado una especie de ampliación colectiva de las burbujas de protección individual. Téngase en cuenta hasta qué punto la mentalidad latina estaba obsesionada por el límite que basó su mito fundacional en una violación del territorio: Rómulo traza una frontera y mata al hermano porque no la respeta.
Julio César, al pasar el Rubicón, es preso de la misma angustia que quizá embargó a Remo antes de violar el límite marcado por su hermano. Sabe que al cruzar aquel río invadirá con las armas el territorio romano. Que luego cierre filas en Rímini, como hace al principio, o marche sobre Roma es irrelevante: el sacrilegio se comete al cruzar el límite y es irreversible. La suerte está echada. Los griegos conocían el confín de la polis, y dicho confín lo marcaba el uso de la misma lengua, o de sus distintos dialectos. Los bárbaros comenzaban allí donde ya no se hablaba griego.
A veces la noción de límite (político) ha sido tan obsesiva que ha llevado a erigir un muro dentro de la propia ciudad, para establecer quién estaba de un lado y quién del otro. Y, al menos los alemanes del Este, al cruzar el límite se exponían a sufrir el mismo castigo que sufrió el mítico Remo. El ejemplo de Berlín Este nos demuestra básicamente algo que en realidad siempre ha caracterizado a toda frontera. El límite no solo protege a la comunidad de un ataque de los de fuera, sino también de su mirada. Los muros y la barrera lingüística pueden servir para que un régimen despótico mantenga a sus súbditos en la ignorancia de lo que sucede fuera de ellos, pero en general garantizan a los ciudadanos que los posibles intrusos no tengan conocimiento de sus costumbres, de sus riquezas, de sus inventos, de sus sistemas de cultivo. La gran muralla china no solo defendía de las invasiones a los súbditos del Imperio Celeste, sino que garantizaba, además, el secreto de la producción de la seda.
Los súbditos, por su parte, siempre han pagado esta privacidad social aceptando la pérdida de la privacidad individual. Inquisiciones de distinta especie, laicas o religiosas, tenían derecho a vigilar los comportamientos y a menudo hasta los pensamientos de sus súbditos,por no hablar de las leyes aduaneras y fiscales, por medio de las cuales siempre se ha considerado justo que el Estado tuviera conocimiento de la riqueza privada de los ciudadanos.
Con internet, lo que entrará poco a poco en crisis es la propia definición de Estado nacional. Internet no es solo el instrumento que permite establecer chat lines internacionales y multilingües. De hecho, hoy día una ciudad de Pomerania puede hermanarse con una población de Extremadura, encontrando intereses comunes on line y comerciando al margen de las autopistas que todavía cruzan fronteras.
Actualmente, en medio de una oleada migratoria imparable, es cada vez más fácil para una comunidad musulmana de Roma establecer vínculos con una comunidad musulmana de Berlín.
No obstante, esta desaparición de las fronteras ha provocado dos fenómenos opuestos. Por un lado, ya no hay comunidad nacional que pueda impedir a sus ciudadanos que sepan lo que sucede en otros países, y pronto será imposible impedir que el súbdito de cualquier dictadura conozca en tiempo real lo que ocurre en otros lugares. Por otro lado, el severo control que los estados ejercían sobre las actividades de los ciudadanos ha pasado a otros centros de poder que están técnicamente preparados (aunque no siempre con medios legales) para saber a quién hemos escrito, qué hemos comprado, qué viajes hemos hecho, cuáles son nuestras curiosidades enciclopédicas y hasta nuestras preferencias sexuales. Incluso el infeliz pedófilo que antes, en el cercado de su pueblo, intentaba mantener secreta su insana pasión, es animado hoy a convertirse en exhibicionista, arriesgando on line su vergonzoso secreto. El gran problema del ciudadano celoso de su vida privada no es defenderse de los hackers, no más frecuentes ni peligrosos que los salteadores de caminos de antaño que podían robar al comerciante viajero, sino de las cookies, y de todas esas otras maravillas tecnológicas que permiten recoger información sobre cada uno de nosotros.
Un reciente programa de televisión está convenciendo al público de todo el mundo de que la situación del Gran Hermano se produce cuando algunos individuos deciden (por un libre aunque deplorable acto de libertad) dejarse espiar por las multitudes, que están encantadas de espiar. Pero este no es el Big Brother del que hablaba Orwell. El Big Brother orwelliano lo crea una nomenklatura restringida que espía todos los actos personales de cada uno de los miembros de la masa, en contra de los deseos de cada individuo. El Big Brother orwelliano no es la televisión, donde millones de voyeurs miran a un solo exhibicionista. Es el panóptico de Bentham, donde muchos vigilantes observan, no observados ni observables, a un solo condenado. Pero si en el relato orwelliano el Gran Hermano era una alegoría del Padrecito estalinista, el Big Brother que hoy nos observa no tiene rostro ni es uno: es el conjunto de la economía global. Como el Poder de Foucault, no es una entidad reconocible, es el conjunto de una serie de centros que aceptan el juego, se apoyan mutuamente hasta el punto de que, el que por un centro de poder espía a los otros que compran en un supermercado será a su vez espiado cuando paga el hotel con la tarjeta de crédito. Cuando el Poder ya no tiene rostro, se vuelve invencible. O al menos resulta difícil de controlar.
Volvamos a las raíces mismas del concepto de privacidad. En mi ciudad natal se representa todos los años Gelindo, una comedia cómicoreligiosa, que se desarrolla entre los pastores de Belén en la época del nacimiento de Jesús, pero que a la vez parece que sucede en mi tierra, entre campesinos de los pueblos cercanos a Alessandria. De hecho, está hablada en dialecto, y juega con equívocos lingüísticos de gran comicidad, porque los personajes dicen que para llegar a Belén tienen que atravesar el río Tanaro, que obviamente se encuentra en la región, o bien atribuyen al malvado Herodes leyes y reglamentos de nuestros gobiernos actuales. En cuanto a los personajes, la comedia representa con obtusa vivacidad el carácter de los piamonteses, que, por tradición, son muy cerrados, celosos de su vida privada y de sus sentimientos.

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