martes, 2 de septiembre de 2008

555 - Polis - Neopopulismo latinoamericano - José Sebreli

* ¿Quiénes son y cómo piensan Ernesto Laclau
y Chantal Mouffe, el matrimonio de
intelectuales que inspiró la polìtica kirchnerista?,
y me tomé el atrevimiento de sumar un artículo
de esteban valenti, un comentario del colaborador
de bussblogger santiago valledor y la breve
respuesta de ev, polis y polemos, red.
El sociólogo rastrea la genealogía de las influencias intelectuales que gravitan en la toma de decisión de Néstor Kirchner y de la presidenta Cristina Fernández. Y establece la inspiración de su característica forma de gobernar. ¿Quiénes son y cómo piensan Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, el matrimonio de intelectuales que inspiró la política kirchnerista? “Del viejo populismo y el posestructuralismo francés de los 70 surgió el modelo del neopopulismo latinoamericano que, según sueña Laclau, puede llegar a jugar un papel protagónico en el futuro”, escribe aquí Sebreli.
Durante el conflicto del campo, cartas abiertas, entrevistas radiales y televisivas y hasta un diálogo público con Néstor Kirchner han dado a conocer un nuevo estilo político, el de los peronistas posmodernos o “intelectuales K”. Conforma un derivado del impreciso “neopopulismo latinoamericano” o “socialismo del siglo XXI”, que representan Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y los hermanos Fidel y Raúl Castro, sempiternos patriarcas. Para el matrimonio Kirchner se trata de un viaje de ida y vuelta, del antiguo al nuevo populismo; ellos imitan a Chávez que, a su vez, se inspira en Perón. No hay muchas diferencias entre el viejo y el nuevo populismo, el modelo es el mismo: movimientismo opuesto al sistema de partidos, líderes autoritarios, manipulación de masas, desprecio por las instituciones republicanas y una economía mercadointernista y antiexportadora. Más sofisticados que los populistas históricos, los neopopulistas promueven un autoritarismo suave o, como decía un opositor venezolano, “un totalitarismo light”, de acuerdo a los tiempos medianamente democráticos que vive el continente.

Algunos adherentes al movimiento llamado Carta Abierta son funcionarios públicos o montoneros reciclados y algún firmante equívoco como David Viñas que luego, en un acto en la Biblioteca Nacional, declaró: “No soy un intelectual K”. En ese agrupamiento apresurado y heteróclito se destaca, con perfiles propios, un subgrupo inspirado por Ernesto Laclau, a su vez mentor intelectual de los Kirchner. Cristina Kirchner se dice discípula de Chantal Mouffe, mujer de Laclau, y En torno a lo político pasa por ser su libro de cabecera. Laclau mantuvo diálogos telefónicos desde Londres con los Kirchner aconsejándoles no transar con el campo y en su último viaje participó en un acto kirchnerista. La biografía intelectual de Laclau explica en parte sus complicadas posiciones. Hizo su primera intervención política allá por los años 50 en el FIP (Frente Izquierda Popular), agrupación trotkista-peronista presidida por Jorge Abelardo Ramos, inventor del nacionalismo de izquierda. Sin embargo, ya por entonces Laclau se acercaba más a Gramsci y al concepto de “lo nacional y popular” que al internacionalismo proletario de Trotsky, aunque se mantuvo apartado de los gramscianos argentinos a los que menospreciaba por “liberales”. También se fue alejando de Marx, difícil de conciliar con el nacionalismo, aunque se le agregara el calificativo de popular.
Esas preferencias del joven Laclau señalaban un rasgo que definiría su concepción posterior: el predominio de lo político sobre lo económico y de las particularidades nacionales sobre el universalismo. Después Laclau se estableció en Gran Bretaña, estudió en Oxford, fue profesor en la Universidad de Essex y reconoció en París su “verdadera patria espiritual”. En ese derrotero intelectual, insólito para un tercermundista, entró en contacto con las corrientes filosóficas europeas en boga: althusserismo, lacanismo, deconstructivismo. De esa mezcla rara entre el viejo populismo de su juventud porteña y el posestructuralismo francés de los 70, surgió el modelo del neopopulismo latinoamericano que, según sueña Laclau, puede llegar a jugar un papel protagónico en el futuro.
La fracción laclauista de Carta Abierta está integrada por profesores y sus discípulos de las facultades de humanidades de la UBA, incluido algún decano. Próximos a disciplinas periféricas como los estudios culturales, algunos de ellos se dedicaron a hacer filosofía de la literatura, y ahora quieren hacer literatura de la política. Su repercusión se ha reducido a los enclaves universitarios de las calle Puán o Marcelo T. De Alvear, y a engrosar las escuálidas huestes de las izquierdas en los actos kirchneristas; apenas una tormenta en un vaso de agua.
Este populismo de cátedra es distinto al de los años 60 y 70 centrado entonces en las “cátedras nacionales” originadas en el nacionalismo católico. El nuevo populismo proviene de la progresía convencida por Laclau de que la corriente institucionalista socialdemócrata es incapaz de responder a las demandas populares; acusa a Tabaré Vazquez y a Michelle Bachelet de “traidores” y a Lula Da Silva de “ambiguo”.
Pero el verdadero pensamiento de los intelectuales K es muy difícil de desentrañar dado que la prosa de Laclau y sus continuadores es críptica, comprensible tan sólo por una elite de iniciados, extraña opción para quienes se proponen “la construcción de un pueblo”, “la constitución de un nuevo sujeto político”. El estilo de Laclau está empedrado de indefinidos plurales: “Ideales emancipatorios”, “prácticas articulatorias”, “materialidades de la estructura discursiva”, “especificidades del vínculo hegemónico”, que traen el eco del barroco krausista-yrigoyenista. Con esa misma jergosidad academicista están escritas las proclamas de los intelectuales K y con la retórica hermética de sus papers o sus tesis universitarias hablan en los medios de comunicación. Más que declaraciones políticas parecen ser ejercicios de estilo. El alambicamiento sustituye a la argumentación y a la ausencia de datos objetivos. La oscuridad oculta la trivialidad y anacronismo de consignas que compañeros de ruta menos sutiles como Luis D’Elía reducen a antagonismos simplistas como pueblo-oligarquía y patria-colonia.
Además de los posestructuralistas franceses, otra fuente inesperada de Laclau es Carl Schmitt, jurista del nazismo a quien, aunque con reservas, reivindica. Se trata de un Schmitt algo distinto del admirado por los viejos populistas Arturo Sampay y Joaquín Díaz de Vivar, que querían convencer a Perón de invitarlo a la Argentina. El neoschmittianismo ha sido blanqueado de su nacionalsocialismo por la nueva izquierda después de que el jurista elogió las guerrillas campesinas. A través de Laclau y Mouffe, los Kirchner se enteraron de que eran schmittianos sin saberlo, ya que practican la concepción política preconizada por el teórico alemán: confrontación permanente, antagonismo insuperable de amigo-enemigo y decisionismo como forma opuesta a la discusión liberal. Aprendieron de Schmitt que el poder no reside en las instituciones republicanas sino en la persona del “soberano”, el que decide en el estado de excepción ante la crisis. Esta estrategia no les ha dado, sin embargo, los resultados esperados, y hasta llegó a ser derrotada en el Parlamento por la –para ellos– desdeñable deliberación indecisa de la democracia formal.
El laclauismo K tiene su parte de razón cuando sostiene que los conceptos de izquierda y derecha no están caducos y que sólo sus contenidos deben ser reconsiderados. Pero se equivoca cuando, al analizar las situaciones concretas, identifica a la izquierda con el populismo y a la derecha con la democracia liberal o la socialdemocracia. Se equivoca al calificar despectivamente de optimismo utópico al universalismo racionalista y democrático, y oponerle las “identidades colectivas” de pueblo y nación cuando éstas se están disolviendo ante el avance conjunto del individualismo y la globalización. El resurgimiento actual de los particularismos religiosos, étnicos y nacionales parecería darles la razón a los neopopulistas. Pero en la historia de las ideas políticas siempre ha ocurrido así, el avance avasallador de una tendencia provoca la reacción crispada de lo opuesto que lucha desesperadamente antes de morir.
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La izquierda y la autoridad
Esteban Valenti (*)
"El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder"Corintios 1, atribuido a Pablo de Tarso
Nosotros vivimos en medio de varias fuerzas históricas que nos condicionan. Fuerzas y tradiciones contradictorias. Tenemos un tronco anarquista innegable, que se revuelve ante la sola mención de la autoridad, otra de origen dictadura del proletariado en sus múltiples variantes, considera la autoridad como parte esencial del poder y todos venimos de muchos cascotazos y derrumbes y vivimos en la duda.
Desde que nacimos como jacobinos sentados a la izquierda de la Asamblea nacional francesa y nos debatimos entre los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad y el ejercicio del poder contra la monarquía y luego contra nosotros mismos, o en el surgimiento del movimiento obrero con la revolución industrial, que basó su desarrollo no sólo en las máquinas sino en nuevas formas de disciplina en el trabajo, la autoridad ha sido un tema de extrema tensión para la izquierda.
Ahora en Uruguay y no es una reflexión superflua, abstracta, se trata de un tema central a la hora de gobernar. ¿Cómo y hasta donde utilizar el poder, la autoridad? El que no asuma estas preguntas y todas sus consecuencias en realidad no está preparado en absoluto para gobernar y menos para cambiar. A lo sumo será un buen comentarista.
La inmensa mayoría de la izquierda uruguaya viene de sus propias experiencias de autoridad y de democracia. Todos hemos avanzado, cambiado, enriquecido nuestra propia cultura democrática. A veces a golpes y otras críticamente. O en forma combinada.
Hoy estamos en el gobierno nacional y en ocho intendencias. Y obviamente hemos tenido que ejercer la autoridad. Nadie puede decir que nuestro pecado haya sido excedernos. En lo fundamental hemos sido respetuosos de todas las normas, leyes y sobre todo de la Constitución. A pesar de que la oposición nos dedicó tres largos años de acusaciones catastróficas sobre los peligros que se cernían sobre el orden constitucional. Patrañas y poco más. Los viejos reflejos condicionados de agitar sábanas. Hemos asumido plenamente la frase de Cicerón, Somos esclavos de las leyes para poder ser libres .
El ejercicio de la autoridad no queda reducido solo a la observancia de las normas, es algo cotidiano, permanente que exige mucho equilibrio, pero también personalidad y coraje. Exige audacia, jugarse. La autoridad es algo muy peligroso y complejo, tiene que ver nada menos que con la libertad. La afecta si nos excedemos en cualquiera de los dos sentidos, si nos pasamos de la raya o si somos timoratos y asustadizos.
Un buen gobierno sabe utilizar adecuadamente la autoridad. Dentro de las normas democráticas. Repitámoslo para que no haya dudas. Un buen presidente, coordina, delega, agrupa, dialoga, discute, pero llegado el momento decide. Y asume la responsabilidad. Eso vale para cualquier gobernante dentro de los límites de sus potestades y responsabilidades.
Hay zonas de la actividad de los gobiernos nacional y departamentales, donde esa capacidad de decidir, de utilizar la autoridad no ha sido ni es tan clara. Hay en la izquierda una cierta resistencia a considerar la autoridad como parte esencial del ordenamiento democrático. Tenemos un cierto pudor con el uso de la autoridad.
Hay aparatos especializados dentro del estado, que utilizan la fuerza y la disuasión y que tienen determinadas estructuras de mando, donde si estas se debilitan lo único que avanza no es la democracia sino el desorden.
Hay temas que debe afrontar la sociedad que si les damos una justificación ideológica y social como por ejemplo el delito y su crecimiento, lo que estamos creando es una sensación térmica muy peligrosa. No me refiero a lo que tradicionalmente le llamamos sensación térmica, sino al mensaje que transmitimos a los delincuentes, a los potenciales delincuentes y a los aparatos del Estado destinados a combatir el delito. En esos temas hay que ser muy, muy cuidadosos y muy claros. Los errores se pagan muy caros.
Nuestro lema en la campaña electoral fue que seríamos duros con el delito pero más duros con las causas del delito. Son durezas diferentes, no en cantidad sino en calidad y en tiempos. La izquierda no puede ni debe transmitir la sensación de que es débil y titubeante en el uso de la autoridad en ninguno de los frentes donde esta se requiere, en particular en la lucha contra la delincuencia de todo tipo.
Pero la autoridad no termina allí. Tiene expresiones diferentes, mucho más complejas. Por ejemplo en la educación. Por algunas experiencias de las últimas semanas tengo la impresión que en muchos institutos de enseñanza media los límites entre la autoridad y el desborde están muy confusos. La reforma de la educación deberá discutirse, enriquecerse, y todo lo que haga falta, pero no habrá ni reforma ni educación, si crece el desmadre que se percibe en algunos institutos. La autoridad en estos casos es mucho más compleja, tiene que ver con las experiencias sociales y familiares de los adolescentes, pero no puede ser substituida por abundantes conversaciones sobre sociología. Hay demasiada sociología y poca autoridad.
Notoriamente yo pertenezco a otra generación. Revoltosa, llena de luchas, de tensiones, de confrontaciones muy duras con el sistema, con las autoridades, pero a la hora de entrar a clase o al liceo, había cosas y límites bien claros. Directores y profesores que nos marcaron nuestros límites y nuestras vidas. Para bien, para aprender a vivir en sociedad, para estudiar y respetar formas de convivencia. Y seguíamos queriendo y luchando por la revolución.
Yo he visto varias clases enteras asomadas por la ventana en horas de clase, detrás de barrotes y enrejados típicos de esta época insultando a todos los que pasaban por las inmediaciones. Creo que no se salvó nadie. ¿Será la nueva pedagogía, la nueva libertad de educación? ¿El nuevo orden?
Tengo absolutamente claro que para llegar a esos niveles se han acumulado varios años de decadencia y de desorden, pero si creemos que los cambios que la educación reclama de forma perentoria, podrán escabullirse de esos problemas, asumirlos como una fatalidad y pasar de largo, estamos profundamente equivocados.
Sin una autoridad adecuada, profundamente democrática, pero autoridad al fin, no habrá reforma que funcione y peor aún, la educación se irá precipitando en un marasmo cada día peor y más hondo. El respeto por ciertas formas de convivencia, entre los propios adolescentes, con sus profesores y con las instituciones de enseñanza no son un instrumento, son una de las bases del sistema educativo y de la propia sociedad uruguaya.
No nos asombremos cuando asistimos a manifestaciones frecuentes de violencia, de excesos, de perdida de los límites en el deporte, en las fiestas, en la puertas y en las aulas de los centros de enseñanza. Estamos a tiempo, pero hay que cambiar, hay que discutir sobre estos temas. Pero todo no puede ser una interminable e intrascendente perorata. Hay que decidir.
Cuando se decidió que el resto de los uruguayos que no fumamos no teníamos porque someternos al vicio de los fumadores, nadie creía que las medidas adoptadas se acatarían de manera unánime. ¿Cómo? ¿los uruguayos? Y allí están, firmes y claras.
Cuando el control en el exceso de consumo de alcohol en los conductores se haga práctica cotidiana, permanente y más exigente, veremos disminuir muchas cosas, sobre todo los accidentes y una parte del caos en el tráfico. Cuando la autoridad se ejerce con un sentido social, con claridad y responsabilidad republicana, es parte esencial de la democracia. Y la izquierda es cada día más claramente democrática. Por eso no sólo no debe temerle a la autoridad, debe elaborar, pensar, y actuar en por sociedad con más y mejor autoridad.
* valenti se presenta como periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.

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Ev, perdoná que te siga ocupando tiempo, pero siento la necesidad de subrayar algunas cosas.
1- no te "acusé" de ª"pragmático2, por el contrario. No veo mal actuar de ese modo para sacar/salvar un proceso que, sin duda, es millones de veces que lo anterior.
2- lo que particularmente me parecería positivo - no se si mejor - sería aplicar cierta "mano dura" con lo que llamaría una CLASE OCUPANTE, representante del capitalismo imperialista.
3- eso supondría una política de estímulo a la inversión amiga y de atención s lo que en otras épocas llamamos tercerismo, en la búsqueda de la opción tercermundista. Consolidado el bloque único, habrá que pensar en un salto dialéctico cualitativamente correcto, que no interrumpa desarrollos tan positivos como el que TABARÉ ha encabezado.
4- una vez que el UNO ha decido no buscar la reelección, ese tema se cuela en la definición de candidaturas en al menos tres etapas, a saber:
A- en cada decisión sectorial hacia el congreso, y sus respectivas repercusiones en la interna del FA y en los bombos - positivos y negativos, verdaderos y falsos, bien y mal intencionados -.
B- el desarrollo del congreso - posiciones, negociaciones, presiones, prensa, definiciones ideológicas y programáticas (que son necesarias) y decisión final (un candidato o ir a internas)
C- entre el congreso y las internas - sobre todo si hay puja interno - y su contemporaneidad con parte de la recta final del primer y exitoso gobierno de izquierda en el país.
D- de las internas a las elecciones - OJO -
E- LUEGO - -ganamos, hurraaa¡¡¡
-ballotaje, cuidado con la (s)políticas de alianzas
-ganamos, hurrrrra¡¡¡, ahora con los dientes apretados y mucho suspensor para aguantar la mayoría derechoide, sería una linda y jodida prueba.
-perdemos, recontrajodido. Habrá incluso quiénes propongan no entregar nada, y veremos qué quieren tirar abajo, con qué reforma solidaria se la agarran...NOOOOO¡¡¡¡
EN CONCLUSIÓN, HAY QUE HACER TODO PARA GANAR EN PRIMERA VUELTA, PERO ¿QUÉ ES TODO?
ROBERTO
PD, PERDONÁ, NO PUEDO CON MI CONDICIÓN DE PERIODISTA Y DOCENTE, A TUS ÓRDENES PA'SEGUIRLA O ESTIRARME DIALÉCTICAMENTE HABLANDO, UNIDAD, sv
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Gracias por tus comentarios. Pero no me siento pragmÁtico.
Creo que la izquierda debía pasar una prueba, sacar el pais del pozo
y mostrar que sabe gobernar el pais. Y lo estamos haciendo, mejor de
lo que lo han hecho todos los anteriores y mejor de lo que imagin´ÑAbamos
los más optimistas.

Ahora hay que consolidar el cambio y acompañarlo de un cambio
cultural, profundo. Nos falta mucho.EV

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