jueves, 7 de agosto de 2008

525 - Dossier - Medios y conflictos escolares / La mano visible - Omar Tobio / Richard Maxwell y Toby Miller

Medios y conflictos escolares
O. Tobío analiza el conflicto permanente que la actualidad massmediática genera en los procesos educativos.
Por Omar Tobío *
El ministro Juan Carlos Tedesco afirmó en una entrevista (PáginaI12, 28/07/08) que los medios le están haciendo el juego a la indisciplina que los chicos plantean con la difusión de sus filmaciones colgadas en Internet. Lo dicho es cierto, aunque es importante destacar que los hechos difundidos son situaciones de excepción, de conflictos de “alta intensidad” frente a un permanente conflicto de “baja intensidad” presente en gran parte del sistema educativo. En efecto, los profesores de distintas escuelas señalan en sus relatos que a los alumnos “no les interesa nada”, pero que la situación, aunque fastidiosa, es manejable. Pero esto no es lo novedoso: siempre hubo materias (a veces todas) que resultaban insoportables para los alumnos. Hasta hace tres décadas a un profesor le bastaba con saber la propia disciplina y algunos rudimentos de pedagogía y didáctica para sentirse útil en el marco de la ficción compartida que aseguraba que en la escuela se aprendía. Esa ficción requería y se apoyaba en un potente sistema coercitivo para los alumnos, siendo en realidad ahora lo novedoso la caída de ese dispositivo y no que a los chicos “no les interese nada”. Esta caída, a su vez, arrastró consigo a la palabra autorizada de los saberes disciplinares instituidos, quedándose los docentes sin ese respaldo. Ante la crisis de la educación enciclopédica hubo que salir a emparchar la situación enseñando procesos históricos o dinámicas sociogeográficas, con la nueva dificultad que impone la actualidad massmediática: en el mejor de los casos los documentales por cable pueden competir con el discurso docente y en el peor será el movilero de los canales de televisión quien cree que explica complejos procesos sociales (como las rutas que se cortan, el problema de los pueblos originarios tras la tala en la selva o los pasajeros enfurecidos por un paro de transporte) diciendo cualquier disparate “desde el lugar de los hechos”. Así, el saber docente se torna banal para los alumnos y ya ni siquiera merecedor de respeto. El profesor, destituido, canaliza como puede el conflicto de baja intensidad emergente: pocos escuchan, otros hablan, se paran, salen, entran, tiran papeles, se graban... Hasta que, a veces, se produce un desborde: la imagen difundida por la televisión de la emergencia de un pico de “alta intensidad” en el conflicto escolar con una profesora intentando seguir dando clase fingiendo ignorar a un alumno que le faltaba el respeto lo expresa cabalmente.
Se impone, entonces, una pregunta: ¿cómo hacer para promover un cambio de la posición docente a fin de bosquejar la elaboración de un nuevo dispositivo pedagógico democrático en este contexto, independientemente de esperar algún tipo de consideración ética por parte de los canales de televisión frente a la difusión de la “alta intensidad”? Además de agregar formación en valores, adicciones o convivencia, convendría preguntarse cuáles son las posibilidades reales que tuvieron y tienen los profesores para pensar el sentido de su accionar porque ahora, además también se hace evidente la necesidad de constituirse en un sujeto político comprometido para formar a otros sujetos políticos por medio de la propia disciplina, ya sea esta Geografía, Historia o cualquier otra, lo que implica recuperar la propia palabra. Esto también significa poder decir algo frente al festín con el que se han regodeado algunos animadores de noticieros televisivos entrevistando a la profesora de la escuela de Temperley a la cual sus alumnos intentaron quemarle el pelo y le colocaron un preservativo en la cabeza, quien, frente a las cámaras, apenas pudo balbucear alguna explicación confusa y contradictoria sobre lo sucedido, lo cual no pudo ser contrastado con otro discurso docente potente que produjese otros efectos de sentido frente a lo acontecido.
No obstante, lejos de las cámaras y los micrófonos, hay indicios concretos, claras señales, de intentos de colectivos docentes de tomar la palabra. No como retórica vacía sino como posibilidad de explorar y construir un pensamiento elaborado desde cada experiencia puntual puesta en diálogo y articulación con la de otros compañeros docentes, en una tarea de búsqueda de equivalencias entre las experiencias para –desde allí– llenar las palabras vaciadas en esta destituyente conflictiva escolar. Este trabajo continúa sin perder de vista que acaso, alguna vez, llegue un acompañamiento desde las más altas esferas gubernamentales para contribuir a que este frágil florecimiento pueda aportar materiales simbólicos para la construcción de una política de Estado tanto en lo relativo a la formación inicial docente como para facilitar el tender una mano a quienes ya están constreñidos por las redes destituyentes de los conflictos de baja intensidad escolar.
* Docente-investigador. Director de la Licenciatura en Enseñanza de las Ciencias Sociales, Escuela de Humanidades, UNSAM

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La mano visible
Los medios atraviesan la vida cotidiana de las personas y traen consecuencias de las más diversas para la vida de los ciudadanos. R. Maxwell y T. Miller advierten sobre los residuos peligrosos derivados de la industria mediática.
Por Richard Maxwell * y Toby Miller **
La tecnología es un índice de la modernidad y una señal de su caos. Es una mezcla de la magia y la razón, de la esperanza y la arrogancia; un espectro perfecto y monstruoso al mismo tiempo. La tecnología tiene una genealogía del milenarismo, de la racionalidad y de la redención. Ha llegado a ser casi una religión secular, ofreciendo la transcendencia en el hic et nunc, por parte de la máquina, y no de la actividad político-económica. Los derechistas han usado la idea de armonía mediática global para desviar la atención lejos de la redistribución del dinero de la elite, mientras los izquierdistas crean sus propias utopías sin reflexionar sobre la situación macroeconómica. La tecnología mediática –supuestamente– ofrece comunicación sin fronteras y con placer total. Pareciera que cada desarrollo tecnológico que se deriva de la satisfacción de esos deseos también facilita nuevas posibilidades democráticas.
Las nuevas industrias electrónicas, informáticas, y mediáticas forman parte de una nueva economía de “industrias creativas”, una utopía posfabricación para los trabajadores, consumidores y ciudadanos, donde los subproductos son los códigos y no los desechos contaminantes del industrialismo. Sin embargo, el Instituto de la Investigación Político-Económica de la Universidad de Massachusetts ha incluido cinco empresas mediáticas dentro la lista de las compañías más contaminantes de los Estados Unidos. ¿Por qué?
Hay muchísimos residuos peligrosos derivados de nuestros dispositivos mediáticos, como solventes y metales pesados (el plomo, el zinc, el cobre, el cobalto, el mercurio, y el cadmio) que pueden contaminar agua, aire y tierra. Casi todos los dispositivos digitales requieren este tipo de minerales. La acumulación global del equipo electrónico ha creado riesgos para el medioambiente y la salud, a causa de su composición química y su potencial para depositarse en los vertederos de basuras y las fuentes del agua. En China, Nigeria y la India, por ejemplo, muchos jóvenes preadolescentes trabajan sin protección para sacar metales valiosos de los televisores y computadoras descartados por el Primer Mundo.
El Convenio Basel, firmado en 1992, prohíbe el transporte del material peligroso entre miembros del acuerdo, como México y Corea del Sur. Sin embargo, algunos contaminadores muy poderosos, como Japón, Canadá, y los Estados Unidos, contravienen el convenio mandando sus residuos electrónicos a través del mundo. En los EE.UU., el estado de California exportó en 2006 un millón de toneladas de sus desechos electrónicos a siete destinos conocidos: Malasia, Brasil, Corea del Sur, China, México, Vietnam y la India. Hoy miles de empresas pequeñas en la China importan setecientas mil toneladas de residuos electrónicos ilegalmente. En América latina, sabemos que México y Brasil reciben esta contaminación, y sospechamos que Chile, Haití, Venezuela y Argentina también lo hacen.
Al destacar los efectos desastrosos de los residuos de la tecnología, cuestionamos el estatus venerable de las películas, la prensa, las telecomunicaciones y los demás. Los medios no son simplemente sitios de placer, de la propiedad capitalista, del control político o del servicio público. Son sitios donde se gesta la contaminación de nuestro propio futuro. No están meramente representando la sociedad. Están cambiando la Tierra. Si queremos detener la crisis ecológica, tenemos que plantear preguntas incómodas dirigidas a creencias asentadas en una sociedad dependiente de los medios de comunicación. ¿Cómo garantizamos la distribución igualitaria de recursos culturales e informáticos –esencial para mantener las instituciones democráticas– sin promover más el declive medioambiental? ¿Qué escala de medios de la comunicación sería suficiente para la sociedad y al mismo tiempo sostenible por la Tierra? Resultaría clave ampliar la participación en el proceso de la toma de decisiones acerca de estas cuestiones vitales.
* Catedrático. Universidad de la Ciudad de Nueva York.
** Catedrático. Universidad de California.

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