viernes, 1 de agosto de 2008

511 -Dialéctica - Programación televisiva para una democracia fuerte - Gustavo Pereira

* seguimos tema, vinculante con los propósitos dialécticos del blog, red.
Recientemente el director de Cultura,
Luis Mardones, realizó declaraciones
sobre los contenidos de
la programación de la televisión
abierta y esto ha generado una
pequeña polémica [se refirió a poner
impuestos a la “TV chatarra”
en el diario Últimas Noticias]. Lo
que este minidebate no ha considerado
aún, o lo ha hecho marginalmente,
es la relación que tiene
la programación televisiva con la
democracia.
Si tomamos esta tarea, seguramente
podemos alcanzar un fuerte
consenso en que las sociedades democráticas
son más sólidas cuanto
más sólida sea su ciudadanía, y que
a su vez esta ciudadanía requiere
para su pleno ejercicio tanto de
valores como de capacidades individuales.
Así, se conjugan en la
imagen de un buen ciudadano los
valores de la libertad, la igualdad,
la solidaridad, el respeto y también
las capacidades que permiten que
esos valores se ejerzan y tengan una
incidencia pública. Las democracias
deben asegurar esta condición
de ciudadanía, y para ello el acceso
a la información y a la cultura son
primordiales. Esto es de vital importancia
en los sectores más vulnerables
de la sociedad donde el acceso
a medios como el cine, el teatro o
la televisión por cable está vedado,
siendo en consecuencia la televisión
abierta su fuente privilegiada
de acceso a la cultura y la información.
Por lo tanto, la televisión tiene
un rol a cumplir en la formación
ciudadana y en la democracia; en
ese sentido es más que importante
que el director de Cultura inicie un
debate sobre cómo deben establecerse
criterios de programación en
los canales de la televisión abierta,
ya que éstos usufructúan señales
que son de todos y por lo tanto deberían
comprometerse con esos
valores que también son de todos:
los valores de la ciudadanía.
Por supuesto que en un planteamiento
de este tipo surge inmediatamente
un riesgo de manipulación
e instrumentalización de la
televisión para fines políticos. No
sería nada novedoso vestirse con
el traje del interés general y culminar
realizando fines particulares,
pero si existe un verdadero interés
en promover una ciudadanía sólida,
el temor ante este riesgo no
debería paralizarnos sino que por
el contrario debería estimularnos a
buscar los mecanismos que pudiesen
evitarlo. Casi siempre en estos
casos la imposición es el peor camino
y el diálogo el mejor, por lo
que bien podría pensarse en una
instancia en la que se discutiera
este tipo de cuestiones y en la que
participaran todos los afectados,
de tal manera que los intereses
de todos se vieran reflejados: el
de los ciudadanos a través de sus
representantes políticos, el de las
empresas que tienen las señales,
el de las empresas que avisan, y
todos aquellos que puedan integrarse
como forma de garantizar
la representatividad y los criterios
normativos que puedan surgir de
esta instancia. De esta forma se podría
transformar la concepción del
televidente-consumidor en la del
televidente-ciudadano, que como
tal tiene una dimensión de consumidor
que es irreductible pero que
también es capaz de albergar un
espacio que se sitúa más allá del
interés personal y se proyecta en
el interés general.
¿Cómo podría hacerse esto?
¿En qué contenidos se piensa? Para
responder estas preguntas es imprescindible
tomar distancia de las
interpretaciones dicotómicas que
postulan como única alternativa al
entretenimiento de pésima calidad
que plaga nuestra televisión, a programas
educativos o la alta cultura
manifiesta, por ejemplo, en la ópera.
Si éste es el camino, la empresa
está destinada al fracaso porque si
sustituimos “programas basura”
por documentales, los televidentes
se reducirían y las empresas televisivas
se verían perjudicadas.
Lo que debería asegurarse es
que todos ganaran: que los televidentes
pudieran tener una programación
de mayor calidad y que las
empresas mantuvieran estable su
audiencia. Por lo tanto, para romper
la dicotomía “culto-aburrido
y entretenido-chabacano” habría
que discutir sobre diferentes formas
de entretenimiento, y en tal
sentido distinguir entretenimiento
de buena y mala calidad. Quienes
acceden a más canales que los de
la televisión abierta tienen esta
opción de entretenimiento de mayor
calidad, y reitero en que estoy
refiriéndome a entretenimiento;
por ejemplo, podemos encontrar
series en las que se tematizan y
estimulan los razonamientos morales
universalistas, el ponerse en
el lugar del otro y la formación de
juicios imparciales a través de la
narración de una muy buena historia.
Las narraciones a lo largo de
la historia han operado como un
medio privilegiado para la educación
ciudadana, desde Homero y
la tragedia griega hasta Dickens
y Jane Austen; esa función social
de los relatos es la que debería estimularse.
Cuando pensamos en
algunas series televisivas no estamos
hablando de otra cosa que
de narraciones que son capaces de
provocar la empatía con los personajes
y en consecuencia hacernos
sentir y vivir experiencias a las que
de otra forma no tendríamos acceso.
La función social de las narraciones
permite transmitir valores,
ejercitarlos o rechazarlos a través
de una asunción del rol del protagonista.
Por supuesto que esto no
agota la tarea de la formación de
ciudadanos, pero no estaría nada
mal que como sociedad reflexionáramos
sobre los contenidos que
tienen los medios que en definitiva
nos pertenecen, no para imponer
ningún punto de vista, sino para
invitar a reflexionar y construir
conjuntamente aquello que tenemos
en común y de lo que somos
responsables; esto es nuestra condición
de ciudadanía.
Seguramente todos queremos
vivir en una sociedad en que la
democracia y la ciudadanía sean
fuertes. Las razones para ello son
muchas pero tal vez una de las más
importantes es que de esa manera
la manipulación e instrumentalización
por parte de intereses particulares
sería mucho más difícil
de realizar. Bienvenida, entonces,
la valiente iniciativa de Mardones
que nos invita a discutir y resolver
a través del diálogo una cuestión
sumamente relevante para la vitalidad
y fortaleza que pueda alcanzar
nuestra democracia. Sin
imposiciones, sin dogmatismos, en
el ejercicio de la máxima libertad
ciudadana y muy especialmente
sin temas “tabú”. ■
* el autotr es Profesor Adjunto del departamento
de Filosofía de la Práctica, Facultad de
Humanidades, Udelar

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