Elecciones argentinas (2)
Con una campaña larga, conservadora y que poco hizo para acercar a la gente a la política, se cierra un ciclo marcado por la crisis del 2001. Argentina muestra una política con una novedad, mujeres en los primeros puestos. Las estrategias, la consolidación y la rara situación que generó tanta cautela.
Por Luis Bruschtein
El voto de los argentinos decidirá hoy el perfil económico y social del nuevo ciclo en el que entró el país tras la crisis del 2001-2002, al mismo tiempo que abre la posibilidad inédita de que una mujer resulte electa presidenta de la República, ya sea por el oficialismo o por la oposición. Pese a todo, fueron muchos más ruidosos los meses previos por las explosivas denuncias sobre corrupción con fuerte impacto mediático, que los discursos de los candidatos en una campaña que poco hizo para acortar la distancia entre la sociedad y la política. La candidata oficial, Cristina Kirchner, prefirió hacer la plancha para consolidar su ventaja, en tanto que los candidatos de la oposición –con excepción del centroderecha, que recuperó el núcleo del discurso neoliberal– hicieron un difícil equilibrio para demostrar que no harán nada que altere los índices de desarrollo económico.
Al revés de los meses previos, no fue una campaña crispada, lo cual desorientó a los medios, más inclinados a la exasperación. También contribuyó a restarle interés el hecho de que las encuestas instalaron desde el primer momento a Cristina Kirchner como ganadora con una amplia ventaja sobre sus competidores. Se consagró así un resultado que parecía inamovible, aunque a último momento surgieron variantes que hicieron cambiar las estrategias de los candidatos.
La candidata oficial, primera cómoda en las encuestas, se recostó en esos resultados y se limitó a defenderlos con una estrategia conservadora, casi sin actos, sin contacto con los medios, sin grandes convocatorias. Como si tomara el ejemplo de Mauricio Macri en la segunda vuelta porteña, que prácticamente no hizo campaña, Cristina Kirchner evitó la arena de la confrontación directa con sus competidores. Aprovechó para eso la ventaja de ser la candidata oficial y primera dama y derivó al plano de las marquesinas internacionales. Las fotos con estadistas y dirigentes mundiales en Nueva York, Europa, Brasil y México, construyeron su imagen electoral.
Es probable que una campaña tan conservadora le haya permitido consolidar los buenos resultados que mostraban las encuestas en muchas provincias. Pero al mismo tiempo dejó que fuera la oposición la que construyera su imagen en distritos que no le eran favorables, como en el caso de la ciudad de Buenos Aires. Resulta paradójico que un amplio sector de las capas medias porteñas, que estaban en proceso de extinción en el 2001-2002, y que por lo tanto fueron las primeras que sintieron los efectos de la prosperidad económica, sean las que hayan asumido un activo rol militante opositor tras el triunfo de Mauricio Macri. Hay zonas de la ciudad donde el ánimo opositor es tan crispado que hace recordar a las épocas de la vieja antinomia entre peronismo y antiperonismo. En la ciudad de Buenos Aires es donde la campaña electoral resintió más la lejanía de la candidata oficial de los medios y es probable que aquí se verifiquen los resultados electorales más pobres para ella.
En Córdoba, el error de evaluación del Gobierno en la elección a gobernador disminuyó sensiblemente el respaldo a la candidata presidencial. Apoyó a Juan Schiaretti y a Luis Juez, con la presunción de que el primero ganaría con más de diez puntos de ventaja. Apostó a que la base electoral de las dos listas apoyarían a Cristina Kirchner, pero el empate técnico entre ambos candidatos y las denuncias de fraude por parte de Juez tuvieron como consecuencia una reacción contraria: las dos listas criticaron duramente la ambigüedad de la posición oficial y ahora es posible que la candidata del Frente para la Victoria no obtenga el primer lugar en el escrutinio.
A último momento los responsables de la campaña percibieron las luces rojas que ponían en riesgo su triunfo en primera vuelta y Cristina Kirchner ofreció entrevistas a algunos medios electrónicos, no a los gráficos, en un intento de ofrecer una imagen diferente a la que supieron construir de ella desde la oposición.
Los problemas de la oposición corrieron por otro andarivel. En primer lugar, porque tras ganar en la elección porteña, Mauricio Macri se convirtió en el candidato natural del centroderecha, pero no compitió en la presidencial. O sea que en el arco político que disputó la elección presidencial no figuró el candidato principal del centroderecha, que podría haberse convertido también en cabeza de la oposición. Para muchos de sus electores porteños y de otros distritos la elección perdió interés al no figurar Macri en ninguna de las boletas y derivaron sus preferencias hacia Elisa Carrió y Roberto Lavagna. La estrategia del empresario fue hacer más ominosa su ausencia y se negó a apoyar a ningún otro candidato del centroderecha para dejar en claro que ese es su lugar. Así quedó huérfana la candidatura de Ricardo López Murphy. Macri convocó, incluso, al voto útil, con lo que dejó en libertad de acción a sus electores para apoyar a los que tienen más probabilidades de llegar a una segunda vuelta.
Toda la oposición comenzó su campaña resignada a los números de las encuestas que daban como ganadora en primera vuelta a Cristina Kirchner. Y se limitaban a disputar el mejor posicionamiento para el futuro. En las semanas previas al comicio vieron el resquicio que habían dejado los errores en la campaña oficial y se ilusionaron con la posibilidad de que no alcanzara el límite del 40 por ciento de los votos, lo que abriría un escenario de segunda vuelta en el que podrían competir con más expectativas.
El segundo lugar se convirtió en una meta a disputar. Carrió, Lavagna, y con el mismo entusiasmo pero con menos posibilidades Alberto Rodríguez Saá, se anotaron en esa carrera. La ventaja de la oposición en esta competencia fue que se apoyó en la durísima serie de denuncias sobre corrupción que tuvieron fuerte impacto en los medios con los casos Skanska, Miceli, Picolotti y el valijero venezolano, entre abril y julio, y en las rebeliones populares en la capital de Santa Cruz. Para ellos, las denuncias actuaron como los bombardeos de desgaste previos al desembarco. El Gobierno sufrió ese bombardeo, pero las campañas electorales no pueden ser de desgaste, sino que los candidatos deben ofrecer propuestas y demostrar capacidad de gestión. Así, las denuncias quedaron en esa etapa previa y el problema para Carrió y Lavagna fue diferenciarse nítidamente de las políticas oficiales en economía, distribución de la riqueza, salud, educación, relaciones exteriores y derechos humanos y no sólo en transparencia institucional. Pese a que también fueron ayudados por los índices de inflación y el conflicto en el Indec, el discurso de los dos candidatos perdió contundencia porque al mismo tiempo debían disputar votos del centroderecha sin desencantar a sus electores originales más inclinados al centroizquierda. Y así quedaron ubicados más al centro.
Los candidatos del centroderecha parecen no haber sido beneficiados por la ausencia de Macri. Ricardo López Murphy, Jorge Sobisch y Alberto Rodríguez Saá, poniendo mayor o menor énfasis en el folklore justicialista (Rodríguez Saá) o en la calidad institucional (López Murphy), los tres manejaron propuestas neoliberales en lo económico y coincidieron en atacar con dureza la política oficial de derechos humanos. Sin embargo, ese espacio, que quedó muy desprestigiado tras la caída de Carlos Menem, sólo parece reanimarse con Macri. Rodríguez Saá, que en otro momento intentó ubicarse en el centroizquierda, se lanzó en forma decidida a recoger los restos del menemismo y probablemente sea el que logre la mejor performance de los tres, apoyándose en la liturgia peronista pero con discurso neoliberal, como hizo Menem.
Para la izquierda esta será probablemente la peor elección desde el 2001. Hasta la aparición de la candidatura de Pino Solanas la izquierda no conseguía insertarse en el nuevo escenario que comienza a delinearse. Mientras los maoístas del PCR decidieron directamente no presentar candidatos, los partidos trotzkistas regresaron a sus disputas intersectoriales en las que lo más importante es cuál de sus candidatos, José Montes, Néstor Pitrola o Vilma Ripoll, obtiene más votos. Alejado de las posiciones trotzkistas y maoístas, con quienes aún mantiene alianzas universitarias, el Partido Comunista diseñó un frente con el Humanismo sin resolver los conflictos que le produce el posicionamiento frente al Gobierno. Se define en la oposición, pero tiene más afinidad con muchas posiciones del Gobierno que con el resto de la oposición, lo cual dificulta la visibilidad de sus propuestas.
Muchos de los que en 2001 votaron a la izquierda fueron volcando su apoyo en las últimas elecciones hacia el oficialismo, sobre todo en el distrito porteño. La aparición de último momento de la candidatura de Pino Solanas le dio un nuevo cauce a una porción de ese voto y es probable que en el resto del país suceda un fenómeno similar de captura del voto oficialista desencantado y de la izquierda. Esta especie de voto castigo drenará algunos puntos de los que podría obtener Cristina Kirchner en la ciudad de Buenos Aires, lo que da muchas posibilidades a Claudio Lozano para renovar su diputación.
Más allá del resultado, cada elección es un paso más que aleja la crisis institucional del 2001. Cada elección enfatiza el perfil de las nuevas corrientes políticas, hasta hoy tan difusas que es posible hablar de la campaña electoral sin necesidad de mencionar a los partidos. Se abre ahora un nuevo período de cuatro años que dejará una marca muy fuerte en el proceso de conformación de un nuevo escenario-país que lentamente tiende a reemplazar al que estalló en el 2001-2002.
Por Luis Bruschtein
El voto de los argentinos decidirá hoy el perfil económico y social del nuevo ciclo en el que entró el país tras la crisis del 2001-2002, al mismo tiempo que abre la posibilidad inédita de que una mujer resulte electa presidenta de la República, ya sea por el oficialismo o por la oposición. Pese a todo, fueron muchos más ruidosos los meses previos por las explosivas denuncias sobre corrupción con fuerte impacto mediático, que los discursos de los candidatos en una campaña que poco hizo para acortar la distancia entre la sociedad y la política. La candidata oficial, Cristina Kirchner, prefirió hacer la plancha para consolidar su ventaja, en tanto que los candidatos de la oposición –con excepción del centroderecha, que recuperó el núcleo del discurso neoliberal– hicieron un difícil equilibrio para demostrar que no harán nada que altere los índices de desarrollo económico.
Al revés de los meses previos, no fue una campaña crispada, lo cual desorientó a los medios, más inclinados a la exasperación. También contribuyó a restarle interés el hecho de que las encuestas instalaron desde el primer momento a Cristina Kirchner como ganadora con una amplia ventaja sobre sus competidores. Se consagró así un resultado que parecía inamovible, aunque a último momento surgieron variantes que hicieron cambiar las estrategias de los candidatos.
La candidata oficial, primera cómoda en las encuestas, se recostó en esos resultados y se limitó a defenderlos con una estrategia conservadora, casi sin actos, sin contacto con los medios, sin grandes convocatorias. Como si tomara el ejemplo de Mauricio Macri en la segunda vuelta porteña, que prácticamente no hizo campaña, Cristina Kirchner evitó la arena de la confrontación directa con sus competidores. Aprovechó para eso la ventaja de ser la candidata oficial y primera dama y derivó al plano de las marquesinas internacionales. Las fotos con estadistas y dirigentes mundiales en Nueva York, Europa, Brasil y México, construyeron su imagen electoral.
Es probable que una campaña tan conservadora le haya permitido consolidar los buenos resultados que mostraban las encuestas en muchas provincias. Pero al mismo tiempo dejó que fuera la oposición la que construyera su imagen en distritos que no le eran favorables, como en el caso de la ciudad de Buenos Aires. Resulta paradójico que un amplio sector de las capas medias porteñas, que estaban en proceso de extinción en el 2001-2002, y que por lo tanto fueron las primeras que sintieron los efectos de la prosperidad económica, sean las que hayan asumido un activo rol militante opositor tras el triunfo de Mauricio Macri. Hay zonas de la ciudad donde el ánimo opositor es tan crispado que hace recordar a las épocas de la vieja antinomia entre peronismo y antiperonismo. En la ciudad de Buenos Aires es donde la campaña electoral resintió más la lejanía de la candidata oficial de los medios y es probable que aquí se verifiquen los resultados electorales más pobres para ella.
En Córdoba, el error de evaluación del Gobierno en la elección a gobernador disminuyó sensiblemente el respaldo a la candidata presidencial. Apoyó a Juan Schiaretti y a Luis Juez, con la presunción de que el primero ganaría con más de diez puntos de ventaja. Apostó a que la base electoral de las dos listas apoyarían a Cristina Kirchner, pero el empate técnico entre ambos candidatos y las denuncias de fraude por parte de Juez tuvieron como consecuencia una reacción contraria: las dos listas criticaron duramente la ambigüedad de la posición oficial y ahora es posible que la candidata del Frente para la Victoria no obtenga el primer lugar en el escrutinio.
A último momento los responsables de la campaña percibieron las luces rojas que ponían en riesgo su triunfo en primera vuelta y Cristina Kirchner ofreció entrevistas a algunos medios electrónicos, no a los gráficos, en un intento de ofrecer una imagen diferente a la que supieron construir de ella desde la oposición.
Los problemas de la oposición corrieron por otro andarivel. En primer lugar, porque tras ganar en la elección porteña, Mauricio Macri se convirtió en el candidato natural del centroderecha, pero no compitió en la presidencial. O sea que en el arco político que disputó la elección presidencial no figuró el candidato principal del centroderecha, que podría haberse convertido también en cabeza de la oposición. Para muchos de sus electores porteños y de otros distritos la elección perdió interés al no figurar Macri en ninguna de las boletas y derivaron sus preferencias hacia Elisa Carrió y Roberto Lavagna. La estrategia del empresario fue hacer más ominosa su ausencia y se negó a apoyar a ningún otro candidato del centroderecha para dejar en claro que ese es su lugar. Así quedó huérfana la candidatura de Ricardo López Murphy. Macri convocó, incluso, al voto útil, con lo que dejó en libertad de acción a sus electores para apoyar a los que tienen más probabilidades de llegar a una segunda vuelta.
Toda la oposición comenzó su campaña resignada a los números de las encuestas que daban como ganadora en primera vuelta a Cristina Kirchner. Y se limitaban a disputar el mejor posicionamiento para el futuro. En las semanas previas al comicio vieron el resquicio que habían dejado los errores en la campaña oficial y se ilusionaron con la posibilidad de que no alcanzara el límite del 40 por ciento de los votos, lo que abriría un escenario de segunda vuelta en el que podrían competir con más expectativas.
El segundo lugar se convirtió en una meta a disputar. Carrió, Lavagna, y con el mismo entusiasmo pero con menos posibilidades Alberto Rodríguez Saá, se anotaron en esa carrera. La ventaja de la oposición en esta competencia fue que se apoyó en la durísima serie de denuncias sobre corrupción que tuvieron fuerte impacto en los medios con los casos Skanska, Miceli, Picolotti y el valijero venezolano, entre abril y julio, y en las rebeliones populares en la capital de Santa Cruz. Para ellos, las denuncias actuaron como los bombardeos de desgaste previos al desembarco. El Gobierno sufrió ese bombardeo, pero las campañas electorales no pueden ser de desgaste, sino que los candidatos deben ofrecer propuestas y demostrar capacidad de gestión. Así, las denuncias quedaron en esa etapa previa y el problema para Carrió y Lavagna fue diferenciarse nítidamente de las políticas oficiales en economía, distribución de la riqueza, salud, educación, relaciones exteriores y derechos humanos y no sólo en transparencia institucional. Pese a que también fueron ayudados por los índices de inflación y el conflicto en el Indec, el discurso de los dos candidatos perdió contundencia porque al mismo tiempo debían disputar votos del centroderecha sin desencantar a sus electores originales más inclinados al centroizquierda. Y así quedaron ubicados más al centro.
Los candidatos del centroderecha parecen no haber sido beneficiados por la ausencia de Macri. Ricardo López Murphy, Jorge Sobisch y Alberto Rodríguez Saá, poniendo mayor o menor énfasis en el folklore justicialista (Rodríguez Saá) o en la calidad institucional (López Murphy), los tres manejaron propuestas neoliberales en lo económico y coincidieron en atacar con dureza la política oficial de derechos humanos. Sin embargo, ese espacio, que quedó muy desprestigiado tras la caída de Carlos Menem, sólo parece reanimarse con Macri. Rodríguez Saá, que en otro momento intentó ubicarse en el centroizquierda, se lanzó en forma decidida a recoger los restos del menemismo y probablemente sea el que logre la mejor performance de los tres, apoyándose en la liturgia peronista pero con discurso neoliberal, como hizo Menem.
Para la izquierda esta será probablemente la peor elección desde el 2001. Hasta la aparición de la candidatura de Pino Solanas la izquierda no conseguía insertarse en el nuevo escenario que comienza a delinearse. Mientras los maoístas del PCR decidieron directamente no presentar candidatos, los partidos trotzkistas regresaron a sus disputas intersectoriales en las que lo más importante es cuál de sus candidatos, José Montes, Néstor Pitrola o Vilma Ripoll, obtiene más votos. Alejado de las posiciones trotzkistas y maoístas, con quienes aún mantiene alianzas universitarias, el Partido Comunista diseñó un frente con el Humanismo sin resolver los conflictos que le produce el posicionamiento frente al Gobierno. Se define en la oposición, pero tiene más afinidad con muchas posiciones del Gobierno que con el resto de la oposición, lo cual dificulta la visibilidad de sus propuestas.
Muchos de los que en 2001 votaron a la izquierda fueron volcando su apoyo en las últimas elecciones hacia el oficialismo, sobre todo en el distrito porteño. La aparición de último momento de la candidatura de Pino Solanas le dio un nuevo cauce a una porción de ese voto y es probable que en el resto del país suceda un fenómeno similar de captura del voto oficialista desencantado y de la izquierda. Esta especie de voto castigo drenará algunos puntos de los que podría obtener Cristina Kirchner en la ciudad de Buenos Aires, lo que da muchas posibilidades a Claudio Lozano para renovar su diputación.
Más allá del resultado, cada elección es un paso más que aleja la crisis institucional del 2001. Cada elección enfatiza el perfil de las nuevas corrientes políticas, hasta hoy tan difusas que es posible hablar de la campaña electoral sin necesidad de mencionar a los partidos. Se abre ahora un nuevo período de cuatro años que dejará una marca muy fuerte en el proceso de conformación de un nuevo escenario-país que lentamente tiende a reemplazar al que estalló en el 2001-2002.
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Se dice presidenta - Por Horacio González
No hay dudas de que hay un espíritu femenino en la historia; sólo que es muy difícil de definir. Quizá porque la virtú, concepto en que se basa buena parte de la teoría política clásica, se refiere al impulso constructor masculino. Noto más resistencia a cambiar el orden gramatical, el léxico y la sintaxis de la política, que a aceptar a la mujer en posiciones de comando. En efecto, poner o no en género femenino la palabra presidente será sin duda un próximo debate. Su importancia no es menor, pues no implicaría una sencilla partición en géneros de la institución idiomática, que es institución de instituciones. Por eso sería mejor adoptar un uso gramatical múltiple, según la inclinación de cada uno y el tenor de cada situación. Librado a la espontaneidad del usuario, el viejo vocablo “Presidente”, encarnado por una mujer, adquiere tal vez el doble rastro de conservar su forma habitual –legado de la virtú– pero ahora compenetrado de que “la fortuna es mujer”. El espíritu de lo femenino, en efecto, tiene su propia y oculta virtud en una obligada diferencia para percibir la interconexión entre lo público y lo privado. Pero ni las contemporáneas “políticas de género”, ni las grandes tradiciones del matriarcado –que sobreviven secretamente en todas las sociedades–, pueden hacerse cargo enteramente del principio de lo femenino en la historia. Es, sin duda, algo más parecido a un principio de esperanza tal como lo entiende Ernst Bloch que a una reposición de faltantes de género. En todo caso, la política en su expresión más eximia puede entenderse como el ámbito que a todos atraviesa por igual y que obliga a la seriedad, al tratamiento grave de los problemas y a agitar un patrimonio común de ideas. En tal sentido, lo femenino nunca dejó de ser la cuerda más antigua y sorprendente de lo político.
Se dice presidenta - Por Horacio González
No hay dudas de que hay un espíritu femenino en la historia; sólo que es muy difícil de definir. Quizá porque la virtú, concepto en que se basa buena parte de la teoría política clásica, se refiere al impulso constructor masculino. Noto más resistencia a cambiar el orden gramatical, el léxico y la sintaxis de la política, que a aceptar a la mujer en posiciones de comando. En efecto, poner o no en género femenino la palabra presidente será sin duda un próximo debate. Su importancia no es menor, pues no implicaría una sencilla partición en géneros de la institución idiomática, que es institución de instituciones. Por eso sería mejor adoptar un uso gramatical múltiple, según la inclinación de cada uno y el tenor de cada situación. Librado a la espontaneidad del usuario, el viejo vocablo “Presidente”, encarnado por una mujer, adquiere tal vez el doble rastro de conservar su forma habitual –legado de la virtú– pero ahora compenetrado de que “la fortuna es mujer”. El espíritu de lo femenino, en efecto, tiene su propia y oculta virtud en una obligada diferencia para percibir la interconexión entre lo público y lo privado. Pero ni las contemporáneas “políticas de género”, ni las grandes tradiciones del matriarcado –que sobreviven secretamente en todas las sociedades–, pueden hacerse cargo enteramente del principio de lo femenino en la historia. Es, sin duda, algo más parecido a un principio de esperanza tal como lo entiende Ernst Bloch que a una reposición de faltantes de género. En todo caso, la política en su expresión más eximia puede entenderse como el ámbito que a todos atraviesa por igual y que obliga a la seriedad, al tratamiento grave de los problemas y a agitar un patrimonio común de ideas. En tal sentido, lo femenino nunca dejó de ser la cuerda más antigua y sorprendente de lo político.
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Cómo sucedió?
Domingo 28 de octubre de 2007. Es bueno asentar la fecha desde el inicio porque quedará marcada en la historia política argentina. El valor de este día lo dará la historia, pero el calendario quedará marcado: por primera vez tres mujeres se presentan como candidatas a la presidencia. Y es más, una de ellas, según las encuestas, será presidenta. Así, con a al final –aunque se pueda prescindir de este cambio de género para los puristas del lenguaje– muy probablemente habrá que nombrar a quien durante los próximos cuatro años será la máxima autoridad ejecutiva de este país. ¿Cómo sucedió? ¿Estamos frente a una modificación de las relaciones de género o será que la apatía general frente al proceso eleccionario enfrió hasta los posibles chistes misóginos que a diario encuentran otros blancos en los medios de comunicación?
Este hecho no parece despertar siquiera sorpresa, por lo menos en las vísperas. Tal vez porque las dos principales candidatas ya se manifestaron en contra de la despenalización del aborto, un fuerte reclamo del movimiento de mujeres. Sin embargo queda abierta la pregunta sobre las reacciones del día después, cuando un varón ocupe el silencioso segundo lugar de la vicepresidencia; o del “marido de”, un modismo hasta ahora inédito, y millones de niñas que recién arriban a la ciudadanía puedan incorporar a su lista de sueños el de ser algún día presidentas, mirándose en el espejo de la realidad más concreta.
“Sin dudas el contexto internacional hace menos inédito este momento –opina el politólogo y ex director de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA Franco Castiglioni–. Michelle Bachelet está gobernando en Chile, Angela Merkel en Alemania, hay posibilidades para Hillary Clinton en Estados Unidos y ninguna de ellas está identificada con la figura de la ‘dama de hierro’, no se les pide que adopten una impronta masculina con la que se asoció a Margaret Thatcher. De todos modos éste es un país presidencialista y entonces hay una demanda de fortaleza que las principales candidatas encarnan; tampoco se puede olvidar que tenemos un riesgo histórico de gobernabilidad.”
“Yo no sé si la Argentina se transformó tanto en relación con la paridad de género, pero sin embargo hay una modificación bastante interesante de las actitudes.” Dora Barrancos, socióloga, historiadora y doctora en Ciencias Humanas, se muestra moderadamente optimista, sobre todo porque entiende que la presencia de las candidatas se corresponde con un logro concreto del movimiento de mujeres y de la actuación de las mujeres en política que tiene que ver con la ley de cupos que rige desde 1994: “Estamos sobre un ejercicio temporalmente importante de la cuota femenina y yo creo que hay que pensar seriamente en el efecto que tuvo. Las candidatas son políticas que independientemente de su régimen de ideas tienen una experiencia concreta, no son figuras de alquiler –como se llama en Brasil a emergentes funcionales a los partidos tradicionales y de corto alcance–, que han sufrido embates de sus propios partidos en algún momento y así y todo se han sostenido en el tiempo. Si hay una fertilización en el terreno de la política de la presencia de mujeres que no es asombroso es porque ya hay al menos una base de un 30 por ciento que evidentemente van aconteciendo”.
Sorpresas te da la política
Sea porque el contexto internacional es favorable, porque en estos años se ha visto a mujeres en lugares inesperados –en el Ministerio de Economía o en Defensa– y han permanecido ahí hasta incorporarse en el escenario político sin más sorpresas que las que pueden deparar los errores o aciertos de gestión, o por el empuje que otorgó y otorga la cuota femenina; que una mujer vaya a ocupar el principal despacho de la Casa Rosada parece un hecho naturalizado, tanto como el ejercicio democrático. “Hay que señalar que es tal el nivel de separación entre la vida política y la sociedad que a muchos parece no interesarles quién va a gobernar. El desinterés que se manifestó en torno de la campaña es también porque no hay puntos de conflicto tan fuertes en los que esté jugándose un modelo de país; no se llega a pensar en un enfrentamiento entre derecha e izquierda como podría haber en otro momento, y también está la seguridad de que el oficialismo va a ganar –apunta Castiglioni–. Aunque no hay que despreciar que permanece en la memoria social lo acontecido en 2001 y entonces la sociedad sabe que más allá de quién gobierne tiene herramientas para hacerse oír, ya sea a través de cacerolazos o piquetes. La política tiene un cierto límite y la sociedad se guarda para sí la herramienta para imponerlo. No hay un cheque en blanco para nadie.”
¿Es la poca pasión que se pone en juego para elegir representantes la que permite que incluso una mujer sea una de “esos” representantes? “Hay que señalar que la aparición de las mujeres con tanta fuerza coincide con la pérdida de hegemonía de los partidos políticos tradicionales. Es posible que el desapasionamiento frente a las elecciones haya permitido cierta porosidad. No hay una reacción hostilizante frente a la candidatura de mujeres porque tampoco hay una reacción en la política hoy, no hay ninguna oposición excitada, es como que bueno, va a venir lo que va a venir, es la masa apática. La gente va a ir a votar y más allá de ciertos enfrentamientos no hay un estado de deliberación, de excitación”, señala Barrancos.
Es llamativo advertir que las críticas más claramente misóginas llegaron de boca de un viejo caudillo de un viejo partido en disolución como Raúl Alfonsín. El fue quien acusó a Cristina Kirchner de “levantar un puño crispado” al modo de Eva Perón y a Elisa Carrió por su inestabilidad emocional, algo que históricamente se achacó a las mujeres. “El puño crispado de Cristina es un gesto que tendió a moderar en los últimos días, evidentemente no es un momento en que aparezcan como necesarias las demostraciones de fuerza; este gobierno gobernó sin matar piqueteros, sin grandes represiones, se reconoce que se mantuvo la paz social, si no estaríamos viendo cifras de Blumberg o de Patti mucho más altas. A Cristina le vino bien, al contrario, el reportaje que le dio a Mónica Gutiérrez en el que incluso los escépticos la vieron mejor, en un rol más humano, hablando de su hija o de preocupaciones comunes. No es casual que esas preguntas las haya hecho otra mujer”, agrega Franco Castiglioni. Por su parte, la moderación también signó el discurso de la otra principal candidata, Elisa Carrió, que “llegó a decir que la inflación no era preocupante –apunta el politólogo–, evidentemente este país ya no necesita ni anuncios de apocalipsis ni grandes salvadores”.
Pero ¿hablamos de mujeres con nombre y apellido o de Cristina y Lilita, como se las suele reconocer públicamente? Para Dora Barrancos esta operación de pérdida de apellido que sufren las mujeres es un “trasbordar a lo doméstico las figuras públicas que sirven para que la gente las incluya en su intimidad”, aunque no puede dejar de apuntarse que siendo siempre menos, ellas también necesitan menos de su apellido para ser reconocidas. “También hay que decir –agrega Barrancos– que ninguna de las dos apeló al estereotipo hegemónico, Cristina no ha abusado del golpe bajo, de mostrarse con sus hijos, de apelar al rol materno y Carrió tampoco. El papelito del estereotipo clásico parece no correr con tanta fuerza. Es cierto también que algunos sondeos hablan de que las mujeres rechazan la candidatura de Cristina y critican su extremado arreglo. Es que está bien que se despeine un poco, que se le vean las uñas despintadas, en este momento nadie quiere que quien va a gobernar pierda demasiado tiempo en frivolidades.”
El divorcio también existe
Si es un hecho que la figura masculina va a pasar a segundo plano en el Poder Ejecutivo –como vicepresidentes– también es cierto que en el caso de que sea Cristina quien se consagre presidente Néstor Kirchner tendrá un lugar inédito para el que no hay nombre. ¿Y qué pasaría si aconteciera un divorcio? La pregunta, aún hipotética, sirve para graficar hasta qué punto patea el tablero una mujer presidente. Para Castiglioni “una ruptura entre ellos se vería como una ruptura política. Si Cristina es continuidad es porque tiene a su marido y su apellido”. Barrancos, en cambio, no imagina una gran hecatombe en ese caso: “Cristina es una política con luz propia, no creo que un divorcio podría afectar su gobierno, aunque sí hay que advertir que la reacción misógina va a llegar y ella debería tener una alianza de mujeres que más allá de lo estrictamente político o ideológico la defienda de esos embates que no son menores, repensando algunos conceptos algo ancianos que mantiene contra el feminismo. Así como no se puede pensar que las mujeres llegan al poder porque son mejores o menos corruptas, también hay que tener claro que una mujer no es todas las mujeres y me temo que cualquier traspié en su gobierno podría cargarse a todo el género”. En esto coinciden los entrevistados: así como la chance de hacer una gestión que llegue a término –que podría ser sinónimo de bueno si se lo compara con lo sucedido en 2001 y antes– habilitaría la aparición de otras mujeres incluso de partidos de la oposición, una mala gestión podría remedar el escandaloso paso de la última mujer por la presidencia, Isabel Perón. “Este es un momento histórico, no digo que sea un punto que ya no puede inflexionar pero me parece que este momento honra bien algo que las mujeres han hecho siempre en este país y es politizarse, es una historia de un país politizado desde su misma fundación. Por eso deseo que le vaya bien (a la presidenta), aquí no se trata de una apuesta política, se trata de una apuesta que tiene un interés de constituir sentidos más agregados, menos prevenciones contra las mujeres en política”, concluye Barrancos valorando esta fecha que, como se dijo, quedará marcada más allá de su valor político último y lejos todavía –además– de que por sí misma impulse la equidad de género como una política pública.
Cómo sucedió?
Domingo 28 de octubre de 2007. Es bueno asentar la fecha desde el inicio porque quedará marcada en la historia política argentina. El valor de este día lo dará la historia, pero el calendario quedará marcado: por primera vez tres mujeres se presentan como candidatas a la presidencia. Y es más, una de ellas, según las encuestas, será presidenta. Así, con a al final –aunque se pueda prescindir de este cambio de género para los puristas del lenguaje– muy probablemente habrá que nombrar a quien durante los próximos cuatro años será la máxima autoridad ejecutiva de este país. ¿Cómo sucedió? ¿Estamos frente a una modificación de las relaciones de género o será que la apatía general frente al proceso eleccionario enfrió hasta los posibles chistes misóginos que a diario encuentran otros blancos en los medios de comunicación?
Este hecho no parece despertar siquiera sorpresa, por lo menos en las vísperas. Tal vez porque las dos principales candidatas ya se manifestaron en contra de la despenalización del aborto, un fuerte reclamo del movimiento de mujeres. Sin embargo queda abierta la pregunta sobre las reacciones del día después, cuando un varón ocupe el silencioso segundo lugar de la vicepresidencia; o del “marido de”, un modismo hasta ahora inédito, y millones de niñas que recién arriban a la ciudadanía puedan incorporar a su lista de sueños el de ser algún día presidentas, mirándose en el espejo de la realidad más concreta.
“Sin dudas el contexto internacional hace menos inédito este momento –opina el politólogo y ex director de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA Franco Castiglioni–. Michelle Bachelet está gobernando en Chile, Angela Merkel en Alemania, hay posibilidades para Hillary Clinton en Estados Unidos y ninguna de ellas está identificada con la figura de la ‘dama de hierro’, no se les pide que adopten una impronta masculina con la que se asoció a Margaret Thatcher. De todos modos éste es un país presidencialista y entonces hay una demanda de fortaleza que las principales candidatas encarnan; tampoco se puede olvidar que tenemos un riesgo histórico de gobernabilidad.”
“Yo no sé si la Argentina se transformó tanto en relación con la paridad de género, pero sin embargo hay una modificación bastante interesante de las actitudes.” Dora Barrancos, socióloga, historiadora y doctora en Ciencias Humanas, se muestra moderadamente optimista, sobre todo porque entiende que la presencia de las candidatas se corresponde con un logro concreto del movimiento de mujeres y de la actuación de las mujeres en política que tiene que ver con la ley de cupos que rige desde 1994: “Estamos sobre un ejercicio temporalmente importante de la cuota femenina y yo creo que hay que pensar seriamente en el efecto que tuvo. Las candidatas son políticas que independientemente de su régimen de ideas tienen una experiencia concreta, no son figuras de alquiler –como se llama en Brasil a emergentes funcionales a los partidos tradicionales y de corto alcance–, que han sufrido embates de sus propios partidos en algún momento y así y todo se han sostenido en el tiempo. Si hay una fertilización en el terreno de la política de la presencia de mujeres que no es asombroso es porque ya hay al menos una base de un 30 por ciento que evidentemente van aconteciendo”.
Sorpresas te da la política
Sea porque el contexto internacional es favorable, porque en estos años se ha visto a mujeres en lugares inesperados –en el Ministerio de Economía o en Defensa– y han permanecido ahí hasta incorporarse en el escenario político sin más sorpresas que las que pueden deparar los errores o aciertos de gestión, o por el empuje que otorgó y otorga la cuota femenina; que una mujer vaya a ocupar el principal despacho de la Casa Rosada parece un hecho naturalizado, tanto como el ejercicio democrático. “Hay que señalar que es tal el nivel de separación entre la vida política y la sociedad que a muchos parece no interesarles quién va a gobernar. El desinterés que se manifestó en torno de la campaña es también porque no hay puntos de conflicto tan fuertes en los que esté jugándose un modelo de país; no se llega a pensar en un enfrentamiento entre derecha e izquierda como podría haber en otro momento, y también está la seguridad de que el oficialismo va a ganar –apunta Castiglioni–. Aunque no hay que despreciar que permanece en la memoria social lo acontecido en 2001 y entonces la sociedad sabe que más allá de quién gobierne tiene herramientas para hacerse oír, ya sea a través de cacerolazos o piquetes. La política tiene un cierto límite y la sociedad se guarda para sí la herramienta para imponerlo. No hay un cheque en blanco para nadie.”
¿Es la poca pasión que se pone en juego para elegir representantes la que permite que incluso una mujer sea una de “esos” representantes? “Hay que señalar que la aparición de las mujeres con tanta fuerza coincide con la pérdida de hegemonía de los partidos políticos tradicionales. Es posible que el desapasionamiento frente a las elecciones haya permitido cierta porosidad. No hay una reacción hostilizante frente a la candidatura de mujeres porque tampoco hay una reacción en la política hoy, no hay ninguna oposición excitada, es como que bueno, va a venir lo que va a venir, es la masa apática. La gente va a ir a votar y más allá de ciertos enfrentamientos no hay un estado de deliberación, de excitación”, señala Barrancos.
Es llamativo advertir que las críticas más claramente misóginas llegaron de boca de un viejo caudillo de un viejo partido en disolución como Raúl Alfonsín. El fue quien acusó a Cristina Kirchner de “levantar un puño crispado” al modo de Eva Perón y a Elisa Carrió por su inestabilidad emocional, algo que históricamente se achacó a las mujeres. “El puño crispado de Cristina es un gesto que tendió a moderar en los últimos días, evidentemente no es un momento en que aparezcan como necesarias las demostraciones de fuerza; este gobierno gobernó sin matar piqueteros, sin grandes represiones, se reconoce que se mantuvo la paz social, si no estaríamos viendo cifras de Blumberg o de Patti mucho más altas. A Cristina le vino bien, al contrario, el reportaje que le dio a Mónica Gutiérrez en el que incluso los escépticos la vieron mejor, en un rol más humano, hablando de su hija o de preocupaciones comunes. No es casual que esas preguntas las haya hecho otra mujer”, agrega Franco Castiglioni. Por su parte, la moderación también signó el discurso de la otra principal candidata, Elisa Carrió, que “llegó a decir que la inflación no era preocupante –apunta el politólogo–, evidentemente este país ya no necesita ni anuncios de apocalipsis ni grandes salvadores”.
Pero ¿hablamos de mujeres con nombre y apellido o de Cristina y Lilita, como se las suele reconocer públicamente? Para Dora Barrancos esta operación de pérdida de apellido que sufren las mujeres es un “trasbordar a lo doméstico las figuras públicas que sirven para que la gente las incluya en su intimidad”, aunque no puede dejar de apuntarse que siendo siempre menos, ellas también necesitan menos de su apellido para ser reconocidas. “También hay que decir –agrega Barrancos– que ninguna de las dos apeló al estereotipo hegemónico, Cristina no ha abusado del golpe bajo, de mostrarse con sus hijos, de apelar al rol materno y Carrió tampoco. El papelito del estereotipo clásico parece no correr con tanta fuerza. Es cierto también que algunos sondeos hablan de que las mujeres rechazan la candidatura de Cristina y critican su extremado arreglo. Es que está bien que se despeine un poco, que se le vean las uñas despintadas, en este momento nadie quiere que quien va a gobernar pierda demasiado tiempo en frivolidades.”
El divorcio también existe
Si es un hecho que la figura masculina va a pasar a segundo plano en el Poder Ejecutivo –como vicepresidentes– también es cierto que en el caso de que sea Cristina quien se consagre presidente Néstor Kirchner tendrá un lugar inédito para el que no hay nombre. ¿Y qué pasaría si aconteciera un divorcio? La pregunta, aún hipotética, sirve para graficar hasta qué punto patea el tablero una mujer presidente. Para Castiglioni “una ruptura entre ellos se vería como una ruptura política. Si Cristina es continuidad es porque tiene a su marido y su apellido”. Barrancos, en cambio, no imagina una gran hecatombe en ese caso: “Cristina es una política con luz propia, no creo que un divorcio podría afectar su gobierno, aunque sí hay que advertir que la reacción misógina va a llegar y ella debería tener una alianza de mujeres que más allá de lo estrictamente político o ideológico la defienda de esos embates que no son menores, repensando algunos conceptos algo ancianos que mantiene contra el feminismo. Así como no se puede pensar que las mujeres llegan al poder porque son mejores o menos corruptas, también hay que tener claro que una mujer no es todas las mujeres y me temo que cualquier traspié en su gobierno podría cargarse a todo el género”. En esto coinciden los entrevistados: así como la chance de hacer una gestión que llegue a término –que podría ser sinónimo de bueno si se lo compara con lo sucedido en 2001 y antes– habilitaría la aparición de otras mujeres incluso de partidos de la oposición, una mala gestión podría remedar el escandaloso paso de la última mujer por la presidencia, Isabel Perón. “Este es un momento histórico, no digo que sea un punto que ya no puede inflexionar pero me parece que este momento honra bien algo que las mujeres han hecho siempre en este país y es politizarse, es una historia de un país politizado desde su misma fundación. Por eso deseo que le vaya bien (a la presidenta), aquí no se trata de una apuesta política, se trata de una apuesta que tiene un interés de constituir sentidos más agregados, menos prevenciones contra las mujeres en política”, concluye Barrancos valorando esta fecha que, como se dijo, quedará marcada más allá de su valor político último y lejos todavía –además– de que por sí misma impulse la equidad de género como una política pública.
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