martes, 9 de octubre de 2007

329/Actuales - El desfallecimiento de la política en Estados Unidos - Luis Méndez Asensio

AL IGUAL QUE SUCEDE en otros tantos países del mundo industrializado, las fronteras de la política en Estados Unidos limitan cada vez más con las parcelas donde habitan los poderes fácticos, sobre todo en tiempos de guerra, aunque ésta se libre a miles de kilómetros de distancia de la metrópoli. Los continuos llamamientos de los líderes del Partido Demócrata para que las tropas estadounidenses abandonen Irak cuanto antes, no sólo están siendo torpedeados por George W. Bush y sus vetos presidenciales. Los poderes fácticos, que en este caso ejercen su vigorosa influencia desde el sector de la industria bélica y el mundo mediático y financiero, actúan también de muros de contención para las proclamas de los demócratas. Todavía más. Las arengas de la oposición estadounidense hay que leerlas sobre todo en clave electoral, habida cuenta de que muchos de sus dirigentes, como Hillary Clinton, apoyaron en su momento y sin reservas la invasión militar de Irak. Evidentemente, no se necesitaba una bitácora especial para saber de antemano que el operativo guerrero contra el país árabe iba a traer más sinsabores que delicias. Tampoco hay que ser un experto en estrategia militar para colegir que la retirada de las tropas estadounidenses de Irak, deseable por lo demás, no se puede llevar a cabo de manera apresurada, así las elecciones aprieten y los demócratas quieran sacarle provecho en las urnas a la grave crisis abierta en Oriente Medio con una ocupación que arroja saldos muy negativos, no sólo en pérdidas humanas. El margen de maniobra del que dispondrán los demócratas en la Casa Blanca, si es que tumban a los republicanos en los próximos comicios, será muy similar al disfrutado por Bush durante sus dos mandatos, aunque la administración actual acepte de mejor grado las interferencias de los lobbies y existan importantes matices en la escala de valores, nacional e internacional, que defienden unos y otros.
En un planeta gobernado realmente por los poderes fácticos que con mayor ímpetu han emergido en el último siglo (corporaciones mastodónticas y ramificadas), en el que los programas de los partidos que se perfilan como alternativa de gobierno apenas difieren en lo sustancial, la clase política necesita mucho más que buenas intenciones para recuperar su credibilidad y devolverle el protagonismo a la ciudadanía.
Como señalaba al principio del artículo, el caso de Estados Unidos no es excepcional. Los actores políticos parecen actuar cada vez más como los dobles de los auténticos figurantes que, apostados tras las bambalinas, marcan la agenda de los gobiernos con independencia de las ideologías. Los líderes del entramado empresarial, mediático y financiero, junto a los dueños de la pujante industria de guerra, están mermando la autonomía de los políticos en general y de los que llegan al Ejecutivo en particular, ya que sus programas nacen hipotecados por las deudas (implícitas y explícitas) que han contraído con los sectores a los que se atribuye buena parte del paradójico crecimiento (macroeconómico) que experimenta el mundo industrializado y sin los cuales no hay navegación que valga, tal como está prefigurado el sistema. Por ello, es urgente la reivindicación de la independencia de los políticos frente a la de aquellos actores que sin representación popular alguna, pero bien posicionados en las gradas, buscan con especial tesón incrementar su cuenta de resultados. Sólo los gobiernos democráticos, bajo el palio del Estado, están en condiciones de velar por el bienestar de la sociedad en su conjunto, aunque todo apunte a un mayor robustecimiento de esos poderes invisibles que tan malamente están condicionando (y degradando) la vida pública. Safe Democracy

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