miércoles, 27 de mayo de 2009

650 41-09 - Papeles y cenizas -Llamale H - Gustavo Wojciechowski

* un texto que puede parecer extraño,
pero ubica, red.
EXISTEN TRES grandes revoluciones en la historia de la tipografía. La primera fue 1500 años antes de Cristo, cuando un pueblo semita, los fenicios, crean el primer alfabeto, es decir: la construcción de un sistema donde cada signo representa cada uno de los sonidos consonantes. Antes de esto teníamos pictogramas, figuras o dibujos que representaban cosas o situaciones.
De aquellos primarios 22 signos que guardaban cierta similitud con la escritura hierática egipcia, se pasa por vía comercial a los griegos, y de estos a los etruscos, hasta desembocar en el imperio romano y la columna trajana. Y si bien todavía quedan por aparecer algunos signos y las minúsculas, ya está la base de lo que es la representación gráfica del lenguaje.
La segunda revolución se produjo en Maguncia, Italia, a mediados de la década de 1450. Se trata de la impresión de la llamada Biblia de 42 líneas del orfebre Johannes Gutenberg y con ello la invención de los tipos móviles (al menos para Occidente, ya que en China se había trabajado con los tipos móviles de cerámica desde el siglo XI).
Dicho invento posibilitó el inicio de la popularización del material impreso y por consiguiente del libro. La humanidad entra en una nueva dimensión.
Finalmente, en 1984 sale al mercado la primera computadora Apple Maccintosh. La creación de una nueva tecnología cambia radicalmente el desarrollo de la tipografía.
Esta nueva herramienta hizo mucho más rápido y accesible el trabajo con las letras, ya sea en la utilización o manejo de los textos, como en la creación de fuentes. Deja de ser exclusiva de unos pocos conocedores del oficio (tipógrafos, diseñadores e imprenteros) y pasa a ser una cosa mucho más cotidiana. Cualquiera desde su casa puede escribir un texto y adjudicarle una fuente, un tamaño (cuerpo) y hasta un ancho (condensar y expandir), con todos los beneficios y problemas o atentados que se puedan cometer a la forma de las letras.
Posiblemente todavía estemos en medio de las ondas expansivas de esa explosión, como para poder calibrar su alcance. Pero es notorio que desde mediados de la década del 80 a la fecha se diseñaron muchísimas más fuentes tipográficas que a lo largo del resto de la historia de la humanidad.
En medio de esos estertores -con muchísimas personas interesadas en las letras, transformándose en un mercado posible- el año pasado se cumplieron 50 años de la creación de la Helvética y como nunca antes el cumpleaños de una tipografía ocupó la atención de medios de prensa.
Para la ocasión el MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) realizó una exposición monográfica en su homenaje y adquirió para su colección permanente un juego original de tipos de plomo de 36 puntos, con su correspondiente caja de madera. Exposiciones similares se realizaron en Europa y en el resto del mundo. Se estrenó el documental Helvetica (www.helveticafilm.com) de Gary Hustwit, impecablemente realizado, con muchísima información, buen ritmo y bellísima fotografía. Incluye además entrevistas a algunos de los más prestigiosos diseñadores como Massimo Vignelli (quien diseñó la señalización del Metro de Nueva York utilizando esta tipografía), o maestros tipógrafos como Hermann Zapf y Matthew Carter.
A todo esto habría que agregar infinidad de artículos periodísticos y de merchandising: lapiceras, gorritos, camisetas, bolsos, paraguas, etc.
GÉNESIS DE UNA TIPOGRAFÍA. La Helvética nace a partir de un encargo realizado por Edouard Hoffmann, de la Fundición Hass (Muenchenstein, Suiza), para modernizar la tipografía Haas Grotesk (una tipografía de estilo "lineal", grotesca).
Se denomina "lineal" (o "palo seco" o "sans serif" ) al estilo de las tipografías que no tienen remate o serif. El otro gran grupo es el de las tipografías serifadas, entre las que se encuentran todas las llamadas romanas, como por ejemplo Times New Roman, la tipografía que el lector está leyendo en este momento.
Las tipografías de estilo lineal a su vez se subdividen en grotescas, geométricas y humanísticas. El auge de estas tipografías en el siglo XX surge a partir de la Underground, diseñada por el maragato Edward Johnston para el logotipo del Metro de Londres. Y tiene un desarrollo importante a partir de los años veinte, con tipógrafos como Eric Gill (creador de la Gill Sans), Paul Renner (Futura) y Jan Tschichold, entre otros. Se las llamó "la nueva tipografía" y se hizo un paralelismo con la nueva arquitectura (Le Corbusier, Walter Gropius y la Bauhaus), el Constructivismo ruso, De Stijl y todo el espíritu de las vanguardias. Esquemáticamente, las tipografías lineales simbolizaron lo "moderno" mientras que las romanas el mundo clásico.
En un principio la Helvética (de formas bastante redondeadas, de buena legibilidad y contundencia para títulos e imagen institucional o corporativa) se llamó "Neue Haas Grotesk", nombre que mantuvo hasta 1961 cuando la Fundición Stempel (de Alemania) adquiere los derechos de los diseños originales y amplía la familia incluyendo una serie más completa de pesos y anchos.
El primer nombre no resultaba muy apropiado para ingresar al mercado norteamericano y se propuso en principio sustituirlo por "Helvetia" (nombre latino de Suiza), pero tampoco parece oportuno nombrar una tipografía con el nombre de un país, aunque se intentaba asociar la tipografía al promocionado "Diseño suizo u objetivo"; y al final se resolvió por el actual Helvética.
El éxito de esta tipografía es tal que la transforma en una de las más utilizadas. Incluso durante la década del 60 fue la única usada por el movimiento tipográfico suizo, argumentando que todo se podía diseñar con una única tipografía. Esta imposición un poco dogmática generó tanto adeptos como detractores.
Parmalat y Nestlé; American Airlines, Lufthansa y la vieja PanAm; BMW y GM; Toyota y Kawasaki; Olympus, AGFA, Panasonic, Samsung, Sanyo, EMI, Basf, 3M y Bayer. Todos estos logotipos están compuestos con esta tipografía. Como una H está ahí, en todas partes, sin que se note demasiado. Esa, una de sus mayores virtudes, es también el punto más criticado: su falta de carácter, o mejor dicho, la austeridad de su carácter.
Una tipografía representa una época, un espíritu determinado, una necesidad de representar el mundo y las cosas. Y la Helvética vino a ocupar ese espacio que estaba en el aire, que muchos estaban buscando o necesitando en momentos en que otros tipógrafos buscaban caminos similares, como el también suizo Adrian Frutigen con la Univers.
UN NUEVO LIBRO. Un año más tarde del promocionado cumpleaños se edita el libro Helvetica forever (Story of a Typeface) publicado por Victor Malsy y Lars Müller, con tapa dura forrada en tela y un diseño limpio y depurado propio de un homenaje a la tipografía.
Esta misma editorial ya había publicado otro libro, de un formato más pequeño (12 x 16 cm), HELVETICA. Homage to a typeface, que tiene la particularidad de estar dividido en dos partes: por un lado ejemplos de piezas diseñadas con esta tipografía por algunos popes del diseño: Otl Aicher, Ikko Tanaka, Paul Rand, Emil Ruder, Josef Müller-Brukmann y Alan Fletcher entre otros; y por otro lado tomas fotográficas de la calle o circunstanciales donde aparece la tipografía en diversos usos y abusos.
Uno de los puntos altos del nuevo libro -más allá de un encuadre referencial de la época y una interesante tabla de comparación con otras tipografías- es la reproducción facsimilar y completa del primer cuaderno de la tipografía. En él se visualiza el proceso de gestación, varias pruebas y anotaciones o correcciones de Edouard Hoffmann de puño y letra: "La Y mayúscula es muy estrecha", "la A mayúscula también es muy delgada". Lo cual evidencia la importancia de Hoffmann en el desarrollo del proyecto y la claridad con respecto a lo que pretendía de la tipografía.
Además, indirectamente pone en tela de juicio el concepto de "originalidad" vinculado al diseño y más concretamente al diseño tipográfico, donde interviene una larga cadena de involucrados hasta llegar al resultado final. Casi como una carrera de postas.
La creación de una fuente tipográfica no es un acto solitario y personal. Es un arduo trabajo, con muchísimas condicionantes y con muy poco margen para caprichos, máxime si se pretende componer algo más que el nombre propio de la tipografía. La Helvética sobrepasó ampliamente ese límite y sigue tan campante.

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