viernes, 29 de mayo de 2009

657 48-09 - Dialéctica - ¡TRAICIÓN A LAS COSAS! - Roberto Bussero

Múltiples universos y la novedad imposible

No perdí las casi dos horas en que intenté explicar a mis nietos qué implicaba “una película de “cowboys” o “vaqueros”. Deliciosa e infructuosa tarea emprendida mientras corría “La diligencia” de John Ford. En la larga escena del robo de caballos y aislamiento de los sufridos protagonistas, incluido John Wayne, la inocente interrogante acerca de por qué los sitiados no utilizaban sus celulares para pedir auxilio me llevó por una digresión ausente de infantilismo.
Este camino lamentablemente adulto me motivó al menos tres interrogantes: (1) la que refiere a la irreconciliable multiplicidad de tiempos intraculturales (entre subculturas – tribus - y generaciones/edades); (2) la que hace a la imposibilidad de la novedad – que supone una especie de paulatino agotamiento de la historia, pero no su fin, como presentía Fukiyama -; y (3) la que podría enunciarse de este modo: ¿no se ha dado una especie de “traición a las cosas”, provocada por su multiplicidad de utilidades/usos?
En realidad, estimado lector, usted podría cortar tal desarrollo proponiéndome una única interrogante, algo así como que: en una sociedad global/mundial diversificada y segmentada, cruzada por múltiples corrientes migratorias, ¿no es “natural” que el predominio de las visiones “individualistas” – subjetivas o grupales – (1), se agoten en un repertorio “finito” de creencias, valores y conductas (2), y se perciba a los contenidos objetivos como simples eventuales vínculos, y nada más (3)?
Incluso, si la respuesta a la tercera fuera afirmativa, uniéndola con las anteriores, cada grupo mantendría su identidad no por su ”ser/existir” sino por su capacidad de “exprimir” determinados contenidos de su entorno y de rechazar otros.
Más aun, podría decírseme que la mentada “traición a las cosas” sólo implica un apego al uso inicial de una “denominación de objeto”. Ejemplo: existe la máquina fotográfica, ¿a usted le molesta que yo saque instantáneas con mi celular?, si existe el televisor – mis nietos no entienden como sería la vida sin él, pura lectura y radio (¡qué belleza!) y tampoco la convivencia con un “aparato blanco/negro y sin control remoto -, ¿por qué ver TV en el PC?
Sin embargo, la pregunta de mis nietos también deriva a una cuestión ética que podría calificad como “maravillosamente humana. Pido la oportunidad de empezar por el principio, lo que, aunque parezca raro y hasta imposible, no ocurre siempre.
HOMBRE ¿NATURAL?
Permítaseme manejar un texto de Jean-Marie Schaeffer (i). Por un lado, asegura que desde hace por lo menos un siglo y medio, sabemos, que los humanos somos “seres vivientes entre otros seres vivientes (…) y que la unidad de la humanidad es la de una especie biológica”.
Entonces “la llegada a la existencia de la humanidad se inscribe en la historia de lo viviente en un planeta de mediana dimensión de ‘nuestro’ sistema solar”. Como diría Goethe, estamos a caballo sobre una piedra que gira alrededor de otra piedra más grande. Según esto, “no podríamos separarnos del conjunto complejo e inestable de las formas de vida que coexisten actualmente sobre la Tierra. Esta vida no humana constituye mucho más que nuestro ‘entorno’: ella es constitutiva de nuestro ser, que no es otra cosa que una de sus encarnaciones pasajeras”.
La otra tesis/posición es defendida por la mayor parte “de aquellos que se proponen estudiar al ser humano desde una perspectiva filosófica o en su dimensión social y cultural” y afirma que “el hombre constituye una excepción entre los seres que pueblan la Tierra, incluso que constituye una excepción entre los seres -o el ser- a secas”. Esta excepción supondría que, “en su esencia propiamente humana, el hombre poseería una dimensión ontológica emergente, en virtud de la cual trascendería a la vez la realidad de las otras formas de vida y su propia ‘naturalidad’”. Esta es la que Schaeffer llama la tesis de la excepción humana.
Esta Tesis adopta tres formas mayores: el “yo” como un “sujeto”, radicalmente autónomo; el hombre social, como “no natural”, hasta “anti natural”, y la tercera sostiene que es la “cultura” (la creación de sistemas simbólicos) lo que constituye la identidad propiamente humana del ser humano, y que la trascendencia cultural se opone a la “naturaleza” y a lo “social”.
¡ABRITE QUE SE CAE!
A pesar de las repreguntas del lector, y sobre las precisiones/tesis reseñadas, creo poder vincular esa “traición a las cosas” con ciertos procesos de desmantelamiento éticomoral de la sociedad occidental. Me apuro a aclarar que no establezco una relación “esencial” sino fenoménico (que “aparece”) y posiblemente accidental.
Quizás termine sólo refiriendo a la vertiginosa aceleración del tiempo-ciencia, que podría superar la capacidad del tiempo-psiquis, más que nada en su “imposible” versión de un yo aislado. En sí, el tiempo es sucesión de acontecimientos y, por tanto, toda sucesión de ese tipo es social y funciona por oposiciones, convergencias/divergencias.
Más allá de esa reducción, entiendo que ese tipo de proceso de alteración – altamente divergente – compromete la identidad ética y dificulta la vinculación de ésta con las acciones puntuales, que deberían poder “catalogarse” como buenas o malas.
No quiero decir que la generación de mis nietos crece hacia una impericia ética y un fracaso moral inevitables. Sí digo que prestar atención a las unidades de conducta y valor y, justamente, “valorizarlas” como formas culturales deseables por y más allá de los grupos de pertenencia – sobre todo en y desde los más inmediatos: familia, estudios, barrio – no vendría mal para el desarrollo de una sociedad “acelerada”.
Sin duda, la atención recomendada, que podría iniciarse por un “reconocimiento de las cosas”, abre expectativas para evitar traiciones mayores, sobre todo las que terminan hiriendo la convivencia, la paz y, ¿por qué no decirlo?, la participación democrática en lo local y las posteriores ”universalidades“ políticas societales.
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(i) Jean-Marie Schaeffer El fin de la excepción humana

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