jueves, 6 de septiembre de 2007

221/ACT - justiciero versus grandes superficies - Por Fernando Caputi

Europeo valida objetos, bienes y dinero con ajuste a un no desperdicies, arreglate para sobrevivir resultante de acuciantes situaciones bélicas por las que el siglo pasado atravesaran sus países. Y yo, uruguayo 100%, ese cariz de conservación impuesto por mi abuela materna francesa, de quien mi madre argentina estaba clonada, lo adopté y adapté a mi rebeldía con arreglo a un reglamento mental muy propio, lo cual no asegura mi subsistencia en esta economía de hoy, también de guerra, pero algo reivindica el derecho personal al pataleo.

¿Propinas en restaurantes o bares? Proporcionales a la calidad de servicio. Nada o una moneda si la atención fue pésima, pero –no machete porque sí, que eso es feo– generoso hasta de más cuando el servicio satisface.

Nunca, desde niño, vuelvo a donde me intentan pasar y divulgo el hecho buscando imitadores.

Y dentro de ese cuadro de valores, mientras mi esposa circula por el supermercado como titular (lleva la lista mayor como libreto, yo la más simple), practico el hobbie de comparar precios, edad y aspecto de los productos, sobre todo perecibles, para conocer ritos de engaño y abuso de los cuales rehuyo ser víctima.

Es elemental que en las góndolas y freezers siempre aparezca más a mano aquello (1) de vencimiento no registrado, caduco o casi, (2) de lo cual la empresa quiere librarse por provenir de compras mayoristas con poca salida, y/o (3) deteriorado (cárnicos desangrados o butifarras de color subido por efecto de heladeras desconectadas en la noche, etc.).

Vengador voluntario en genérica defensa del consumidor, por lo pronto me dedico a invertir el lugar de lo que al fondo, siempre más fresco, con el de la mercedería agonizante colocada al frente.

Por otra parte, en los 90 había advertido que un supermercado medio, allá por Pedro Francisco Berro casi Gabriel Antonio Pereira, desplumaba incautos anunciando grandes ofertas que dejaban de serlo al ignorar las cajeras cualquier descuento. Así que pasé a anotar los precios mentirosos, me hice valer al pagar y nunca más volví.
Ocurrió lo mismo en otro, Carlos María Maggiolo y José H. Figueira, con el inusitado agregado de que las registradoras redondeaban no sólo el importe final de una compra sino –olímpicamente– también el de los artículos uno por uno, typeando $ 29 si, por ejemplo, estaba marcado $ 28,50. Reclamé, pagué lo que correspondía sin el RPG (Recargo por Gil) y me borré.

Pero, mayormente, los uruguayos tienen alma de mártires, sólo se quejan a posteriori entre amigos y vecinos sin reivindicar derechos individual ni colectivamente como sucede en países lejanos y cercanos de mayor enjundia.
Descartando comercios piratas, volví a las grandes superficies para constatar que también en ellas montan ofertas truchas, con el detalle extra de que pomposamente inducen a comprar, por ejemplo, solución de hipoclorito de sodio en cantidades que –el buen observador puede comprobar– salen, por litro, más onerosas que en tamaños no ofertados.

Las papas, con precio de joyería como pasó a ocurrir con zanahorias, puerros, ajíes, zapallitos, tomates, berenjenas y hasta los antiguamente desahuciados nabos y perejil, dejó de ser vendida por quilo en el Disco del Punta Carretas Shopping y el Devoto de Luis de la Torre, y aparece en redesillas de mayor cantidad, donde se esconde –disimula– que, a veces y en gran parte, el tubérculo que contienen está literalmente podrido.
Años atrás, del primero de esos establecimientos llevé por descuido pan viejo y reclamé por escrito sin consecuencia alguna, y hace poco, en el segundo accedí a publicitada chance de usufructuar un formulario (Su opinión vale mucho.¿Qué sugerencia o reclamos le gustaría hacernos? Porque saber lo que Usted piensa es estar cada vez más cerca. Precio y calidad siempre.) que llené expresando mi frustración una mañana que las máquinas verificadoras de precios no funcionaban y, en particular, las prepizzas en yunta las cobraban a un valor que no coincidía con ninguno de otros dos, diferentes, adheridos al correspondiente anaquel.
Tampoco nadie llamó por teléfono ni hubo respuesta por escrito mientras las prepizzas siguieron otras tres semanas luciendo más de un precio a la vez.
¿Cuál era el propósito de la invitación a formular sugerencias o reclamos? ¿Saber lo que piensa el cliente para estar cada vez más cerca? ¿Más cerca de qué y para qué?
Por último, Devoto optó por la tarifa más alta de las prepizzas el sábado 1º de setiembre, día en el cual, como que adivinando mi rutina, un funcionario de la casa se acercó para, en espontánea confidencia, narrar que venía de remarcar productos esenciales salvo leche y derivados, sobre todo quesos, en los que la suba ya estaba incorporada en las operaciones internas de fraccionar y pesar.

Por una vez, el vengador no se sintió solitario, pero, al abonar un primer anticipo de la inflación correspondiente al mes Nº 9, reafirmó su exacta noción de quiénes son los imponen, en definitiva, el arbitrio.

La noche del lunes 3 (sesenta horas después), los informativos adujeron que “los precios se disparan”, noticia anexada a la “honda preocupación” del gobierno frente al notorio encarecimiento de los alimentos, una vez más irreversible.

Fernando Caputi (3.9.07)

No hay comentarios: