La forma tilinga y deformante en que la televisión argentina ataca a nuestra sociedad, y por consiguiente a nuestra cultura, es terriblemente avasalladora, agriamente inmoral y absolutamente contraria a toda Étiva y toda Estética positivas.
Nada enaltecedora, plena de antivalores, nos lanza, bajo la forma de decadentes programas, una descontextualización cabaretera que, me apuro a escribir, da razón al ingreso en escena de acciones responsables de rechazo, que deben entenderse como defensas de la praxis social consensuada y no como censuras catonianas ni inhibiciones o prohibiciones que atenten contra el sistema democrático.
Bien Jorge Denevi – ya lo señalamos en otra crónica – al requerir esa defensa, o como la haya llamado, y, si bien prometo, sin que me lo haya solicitado, un análisis de cada ejemplo de esa práctica prostibularia y mal intencionada, adelantaré algunos conceptos.
Primero, el granhermano propuesto – no me animo a usar las mayúsculas que podrían recordar 1984, la novela de Orwell pionera en anticipar esa invasión de lo íntimo – no es otra cosa que un aburridísimo deambular de personajes despersonalizados y sin interés alguno, que sólo puede atraer a mentalidades voyeur.
Los bailando sólo pueden entenderse como la búsqueda de espectacularidad de figuras y figurines pasados de moda y de siglo, o de jóvenes/jovencitas que necesitan de un rápido ascenso económico y no reparan en realizar cualquier tipo de exorcismo de sus viryudes y caen en lo más bajo que se puede concebir de sus defectos.
La tinellización del lenguaje atenta contra toda socialización y crea una anomia bizarra, inconsistente, casi delictiva, pues lleva al vale cualquier conducta y hasta cualquier hábito.
El mantenimiento en acción de ciertas supuestas divas, anticuallas hiperdecadentes, de-muestra las iniquidades del gusto imperante entre empresarios y programadores televisivos y teatrales, que no soportan las presiones económicas casi mafiosas de quienes mantienen, a costa de ese cementerio andante, un status prodigioso que permite vidas dispendiosas y encapsuladas en un pretendido éxito que no admite el menor análisis.
Los programas de chismes sobre el paupérrimo mundo del espectáculo de la fallida espectacularidad son un ejemplo de la inmoralidad y retroalimentación del sistema megacholulo creado por los vivos que movilizan esa necrópolis. Círculo vicioso, de impostergable anulación mental, los que aparecen aceptando tamaña intromisión en sus vidas íntimas – que es más que privadas – mienten y desmienten sus andanzas, alternando con sus ridículas apariciones en shows con entornos espectaculares, gastos cuantiosos e inquietante falta de profesionalidad y conocimientos de la materia que asumen. En una expresión, son unos perros actuando, bailando, cantando, lo que sea, con perdón a los pobres canes.
Tendríamos más, y lo daremos a conocer puntualmente, pero queda declarada la guerra a esos bodrios inmorales y aestéticos, que deben salir de las programaciones nacionales, que hoy no son tales.
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