En un mundo donde se está globalizando la frivolidad, la insensibilidad, la violencia como lenguaje, el consumismo como aspiración de vida y la velocidad al extremo del vértigo como vía de acceso a las realizaciones, es bueno pensar entre todos hacia donde queremos conducir nuestras vidas y qué rumbo deben tomar las políticas sociales, sobre todo entre aquellas personas que, en principio, tienen potestades para definirlas.
En un mundo donde la inmensa mayoría de los lenguajes de derecha o de izquierda hablan de desarrollo, de crecimiento, de competitividad, es bueno definir qué queremos decir cuando hablamos de desarrollo, de crecimiento y de competitividad.
Porque a todas luces está comprobado que el desarrollo sólo se remite al alcance de determinadas macrocifras económicas, el crecimiento sólo se cuantifica en bienes materiales y la competitividad, finalmente, no quiere decir “ser competente” o “capaz”, sino, lisa y llanamente, arrancarle la cabeza al otro para vender más, para ganar más, para lucrar más. Poco se habla de cooperativismo, de colaboración, de solidaridad, de ayuda mutua, de beneficio colectivo, de crecimiento espiritual, de democratización del conocimiento, de colectivización de la información o de producir lo necesario para todos o del bien público o de la pública felicidad. Poco se habla de conversar, de oír, de pensar y aprender a aprender.
Hoy hay muchísima gente que mira pero no ve, que oye pero no escucha, que habla pero no dice nada.
Hoy hay una tendencia al individualismo y al desconocimiento de que somos producto de todo lo bueno y todo lo malo que heredamos y nos ha llevado hasta aquí, y que no se trata siempre de comenzar de nuevo sino de continuar corrigiendo, transformando, creando en procura de construirnos y construir un ser humano autónomo y creativo, cooperativo y solidario, crítico y autocrítico, responsable y co-responsable, como base para la construcción de un ser humano libre, pero en comunidad, un individuo con identidad propia, original y diferente a todos, pero con la identidad cultural colectiva, esa identidad que son esos infinitos lazos que unen a una comunidad a través de su historia, sus hábitos y costumbres, sus anhelos colectivos, sus pilares civiles de ciudadanía, sus reglas de convivencia y, en nuestro caso, nuestras “uruguayeses” y “latinoamericanidades” de las cuales debemos tomar las que nos sirven y son buenas para estos tiempos y los tiempos futuros, y descartar progresivamente las inútiles y negativas.
En este universo de conceptos me quiero referir a la Literatura para niños.
Creo que la Literatura es una sola, pero este género para niños tiene sus reglas, sus códigos, sus lenguajes, sus temas que van cambiando con el tiempo y los lugares geográficos y la historia y, precisamente, esa identidad de un pueblo o una comunidad. Hoy, por ejemplo, hablar ante jóvenes de un liceo de Uruguay del embarazo precoz, seguramente no sea lo mismo que hablar del mismo tema entre los jóvenes suecos, como tal vez no sea igual hablar de suicidio o de desocupación en ambos países.
En nuestro país yo he comprobado algunas cosas a partir de una experiencia empírica concreta y personal que hoy les quiero transmitir.
1) Nadie puede enseñar lo que uno mismo no es. Por lo tanto si quiero que los niños lean, es bueno que nosotros leamos, que la maestra lea, que la lectura tenga un tiempo y un espacio jerarquizado y no sea el último orejón del tarro: “Mi amor, ¿no tenés nada para hacer, por qué no leés alguna cosita?” Moraleja, la lectura es la última alternativa cuando no tengo nada para hacer.
2) Es imprescindible reconocer que todos somos creadores y que, por lo tanto, en cada uno de nosotros hay un artista, un músico, un poeta, un escultor, un bailarín, un dramaturgo, un cuentista, un novelista. Especialmente en los niños debe primar ese reconocimiento porque ellos, además, todavía no han recibido en toda su plenitud las infamias del mundo adulto hoy, las mezquindades y mediocridades del mundo adulto que vive autoeliminándose a diario, que agrede su propia casa y destruye la mano que le da de comer, la propia Tierra o que está plagado de envidias y avaricias y búsquedas de parecer, en lugar de ser, o de confundir ser con tener o de confundir precio con valor o de concebir el arte con la mercancía o de entreverar la hipocresía con la autenticidad.
3) La Literatura, entonces, debe entretener, sí, debe ser un gozo leerla, sí, debe hacer reír, sí, si es el caso, pero también debe hacer pensar, deber abrir espejos y ventanas que nos permitan ver lo que miramos, debe abrir voces que nos permitan oír lo que escuchamos, debe abrir bocas que nos permitan decir cosas que tengan más sentido que el silencio, que ya es un mérito muy importante saber guardarlo, cuando las palabras se convierten en charlatanería, en tinta inútil, en páginas mentirosas. Pero ustedes dirán ¿quién es este hombre para juzgar? Y entonces aparece la maravillosa idea de que todo sirve, de que todo está permitido, de que vale todo. No. Lejos estoy de cualquier censura, lo grito a viva voz, pero tampoco creo que todo valga o sirva o deba estar a nombre de la libertad que esconde la mentira, el engaño y las manipulaciones de los poderes de unos sobre otros.
4) Las políticas sociales no me deben decir qué debo hacer o cómo. Las políticas sociales me deben dar los tiempos, los espacios, las herramientas y los conocimientos y los reconocimientos para que yo haga, cree, transforme y por lo tanto crezca, aprenda, experimente, caiga y me vuelva a levantar, encuentre manos que me ayuden, me vea en los otros y en las otras, me permitan territorios para crecer y afianzar mi individualidad en el marco de la sociedad en este tiempo y en este lugar y con estas condiciones.
5) Creo que es necesario, entonces, que esas políticas sociales incorporen la posibilidad de crear clubes de lecturas, de narración oral, de creación de cuentos, de poesía, de teatro (esa gran asamblea de todas las artes). Allí los niños deben hallar un lugar entretenido, lúdico, agradable, seductor, atractivo, de esos en los que da unas ganas bárbaras estar. Creo que es imprescindible que los actores recorran el país leyendo, actuando, formando elencos; que los escritores tomen contacto con los niños, que se hagan concursos donde los mismos concursantes elijan los cuentos que les parezcan mejores para publicar en una hojita o en un boletín o en un libro. Creo que debemos crear el diario de clase que quizá sea una tabla en la pared donde colocar las noticias del día, del bario, de la escuela, del país, de la ciudad, del deporte, del mundo, de la vida social, de quién se arregló con quién en el recreo. Creo que debemos unir las palabras con la música, con los colores, con el cuerpo, con las manos.
6) Creo que es necesario hablar de hadas y de duendes y de historias maravillosas y mágicas y hechizadas, pero también de la realidad inmediata. Una vez hicimos una obra de teatro con jóvenes recién liberados y la presentamos el 9 de setiembre del año 2004 y el guión lo hicieron ellos y las canciones las cantaron ellos y eligieron poemas de Líber Falco, el poeta de la noche y del Montevideo duro, para incorporar a su obra que ellos mismos titularon “Los jóvenes de la calle”. “¿Por qué escribieron sobre eso?” preguntó un fiscal que los había procesado. “¿Y de qué vamos a escribir si no sabemos otra cosa?” respondió Darío, de 17 años.
Creo sí, definitivamente, que las políticas sociales deben incorporar la Literatura en su más vasta extensión, con planes concretos, participativos, democráticos, respetuosos de lo que son capaces de hacer los que todavía no han hecho nada. Más aún. Creo que las políticas sociales y la Educación son en parte vacías si no incorporan el arte en todas sus manifestaciones. Creo que su incorporación debe ir desde el aula hasta el barrio, desde los centros comunales hasta las organizaciones sociales, los sindicatos, las cooperativas, las agremiaciones.
Esta es una de las principales facetas de las transformaciones, de la búsqueda de la utopía de la plena libertad, de los cambios progresistas en un franco tránsito de múltiples vías, desde las autoridades a la gente y de la gente a las autoridades. Reconozcamos, de una vez por todas, que los niños deben ser la prioridad nacional número uno. Si ellos son peores, si viven peor que nosotros algo hicimos mal. Pero además, reconozcamos que pueden ser nuestros grandes maestros y que de ellos podemos aprender como de la Naturaleza misma, aprendiendo, en principio a observarlos, a entenderlos, condiciones ambas que hacen a un verdadero respeto.
No votan, no, y quizá por eso interesan poco a muchas autoridades del mundo, pero esos chicos no son el futuro, son el aquí y ahora, son la prueba fehaciente de nuestras conductas morales y de todo nuestro universo ético e ideológico. Dime cómo te conduces con los niños y te diré qué conducta tienes con el mundo.
“Lo más lindo del mundo es imaginarse las cosas” me dijo un niño de la escuela 128, del pueblo Conciliación, y yo me imagino hoy que de una vez y para siempre pongamos el verdadero punto final a la pobreza con carita de niño o de niña o de joven. Esa es la prioridad número uno, ese es el principal entendimiento que reconozco entre todos los uruguayos ahora. En esa misma escuela me dijeron que lo peor del mundo, antes que la guerra, peor que el sida, más terrible que el hambre, eran los gritos de la maestra. Si grito sólo enseñaré a gritar. Si pego sólo enseñaré a pegar. Si no soy, sólo enseñaré a no ser. Si leo enseñaré a leer. Si gozo leyendo transmitiré gozar al leer. Si creo transmitiré crear. Si río contagiaré la risa y si lloro también.
“Si nosotros somos el futuro qué vas a hacer mientras tanto” me dijo una niña de apenas 9 años, y el mientras tanto es lo que ustedes, yo, todos hagamos en nuestra vida cotidiana para que las cosas cambien en serio. Mientras tanto es crear esos pequeños grandes mundos donde la Literatura y la creación sean una herramienta posible de transformaciones, pero esas transformaciones comienzan por nosotros mismos, aquí y ahora.
“¿Qué es para voz la paz?” preguntó la abuela Helena a su nietita. “La paz es estar tranquila” respondió la niña de 5 años y creo que no hay mejor definición que esa y si no pregúntenle a los niños iraquíes.
“Yo me voy a ir” dijo Rodrigo de 5 años, enfermo de cáncer terminal que lo mató a los pocos días, “pero mirá que no voy a estar muy lejos, papá” y el Pancho, su padre, deshecho por la inminente pérdida, recuperó por un instante un delgadito rayito de luz.
Esto, todo esto, absolutamente todo esto es quizá parte de la mejor literatura, sin detenerme demasiado en los valores literarios que se los dejo para su estudio a los catedráticos de la facultad de Humanidades. Esto, todo esto, es lo que creo que hay que incorporar a las políticas sociales para llenarlas de la imprescindible sensibilidad que nos conduzca a las transformaciones profundas para los cambios verdaderos y duraderos.
Esto, amigas y amigos, esto y mucho más es lo que está detrás de cada puerta en cada niño y en cada niña. Nuestra responsabilidad es quizá sólo abrirlas, porque tal vez, la expresión “abrir puertas” sea la mejor síntesis de una buena parte de las políticas sociales. Federico dijo alguna vez “Yo quiero un teatro que me de alas, no pezuñas”. Yo quiero políticas sociales que nos permitan levantar vuelo y no seguir aferrados a los caminos de piedras.
(Intendencia Municipal de Montevideo – 28 y 29 de junio de 2007 - “El lugar de las expresiones artísticas en las políticas sociales”)
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