Miedo a los pobres: aporofobia
No es que Uruguay sólo sea producto de un acuerdo diplomático impulsado por una potencia, tapón entre dos futuros monstruos geopolíticos, pero puede dar la impresión que se nos acerca el momento de la peor inviabilidad, la que deviene de la imposición de las subculturas de las contra, anti y aculturas, que proponen una praxis no solidaria.
En una sociedad donde el 80% de los hogares está de clase media para abajo, con una distribución básica de sus recursos que tiende a la piramidizacón, es plausible que ocurran cosas terribles.
Una sociedad donde la mitad de los sin techo son enfermos psiquiátricos, y gran parte de ellos están ente los 300 montevideanos que, pese al frío que nos acosa, no quieren ir a los refugios públicos. Una sociedad donde la mayoría de ese grupo son menores de 30 años y se drogan con pasta base, lo que supone una menguada expectativa de vida. Las lágrimas entre 25 y 50 pesos, consumidas con avidez en ambientes proporcionados por los propios dueños de las bocas de expedición de la droga.
Es la maldita pasta base, descompensación y agresividad, roban todo y no pueden convivir, ni siquiera en los refugios, donde tendrían la oportunidad de un plato caliente, sopa, un buen baño, ropa limpia, una cama abrigada.. en las refugios se los considera un peligro. Peligro que es el fin de una macabra cadena…, los jefes, los distribuidores, los perros – los vendedores finales, muchos también adictos – y los consumidores finales, con sus pipas de aluminio o lata, o hasta codos de pvc, donde mezclan la droga con ceniza de cigarro con marihuana (el “formidable” y absolutamente destructivo bazoko).
Una sociedad donde en más del 10% de las heces de 1.000 recién nacidos de los hospitales Pereira Rossell y Clínicas se encontraron derivados de la degradación de cocaína y pasta base, un porcentaje mayor al esperable.
Donde la última encuesta de la Junta Nacional de Drogas sobre la cocaína, en 2001, la mostraba como la segunda droga ilegal más utilizada, con un 1,4% de consumidores en la población de entre 12 y 65 años. Mientras tanto, el último estudio realizado en estudiantes de enseñanza media en 2006, indicó que el 1,2% había utilizado esa droga en los últimos 12 meses y el Inau había señalado que es "dramática la situación de las chicas adolescentes que son consumidoras y la de los hijos de madres consumidoras. En estos casos lo más frecuente es que las familias no sean continentes y no resulta viable la reinserción en su lugar de origen".
Entre las acciones a tomar recomendadas, se incluyó el "diseño de protocolos de reducción de daños" entre embarazadas o lactantes consumidoras y sus hijos.
Eso es lo que hay, valor, y esto dos casos son fracasos muchos más grandes que el penal ren el palo del Canario Pablo García o que nuestra presencia olímpica sea insignificante
No es otra lasociedad donde los pobres “meten” miedo, y si uno viene en el coche y le vienen a manguear, o a limpiar los vidrios, o están haciendo malabarismos inexpertos, la respuesta es cerrar los vidrios, mirar duritos pa’ delante y arrancar apenas se pueda. Y no es para menos, se roba y hasta se mata por una cartera, un celular, ni pensarlo por una billetera con plata y tarjetas que le pueden venir bien al dueño de la boca.
Hasta ocurre que a esa deleznable y, para algunos, conveniente actitud se le ha puesto nombre, aporofobia, y se lo introdujo en la Filosofía Ética como un “desafío”.
Pero el difusor de tal concepto y tal disciplina, el español Emilio Martínez Navarro, la tiene clara, porque advirtió (¿avisó?) que las herramientas para superar tal miedo deben serlo las que superen la exclusión que implica “ser pobre”, que, así dicho, parece una categoría metafísica, casi heideggeriana.
El problema es que la categoría mate a su contenido, se cosifique, fosilice, porque si, como dijo Martínez, hoy estamos en condiciones de superar la pobreza extrema, pero, también lo dijo, ello supone sistemas de salud, educación, vivienda y alivio de tensiones que funcionen correctamente y sean accesibles y de calidad. Sistemas sin paternalismos ni asistencialismos y, sin duda, necesita de una refinada capacidad colectiva de sacrificar los intereses individuales y particulares por los colectivos y generales, que implican aportar para el desarrollo de los desfavorecidos.
Hay que decirle a todos, especialmente a los más favorecidos, que no nos podemos llamar uruguayos mientras haya un compatriota pobre. Y hay que decírselo a los políticos. Y habrá ue seguir siendo optimista, aunque socialmente asociemos MIEDO con POBREZA-POBRES, una categoría psicológica en vínculo con una social, lo que sólo es posible cuando se traduce a la segunda en simples intercambio.
Es verdad que el pobre es visto como el que no tiene “nada para intercambiar”, el sumun de la exclusión en un sistema capitalista.
¿Por dónde empezar?
Respondo: por el OPTIMISMO.
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