lunes, 9 de julio de 2007

Papeles y Cenizas - COMO VIVI (MOS) AQUEL 9 DE JULIO - Por Roberto Bussero


Con temores – sin ambages: miedo absoluto -, no tuve otro remedio personal que caminar lentamente por bulevar Artigas y, sin arriesgarme por 18, tomar Colonia. Me acuerdo que pensé “¡lástima que hay pocas vidrieras!”, como si contemplando con mirada atenta un traje, camisas, ropa interior o electrodomésticos pudiera disimular mi destino, igual, supuse con razón, al de decenas de jóvenes y no tanto que apuntaban con sus pasos en igual dirección.

Me lamenté de no haber traído termo y mate – no se porque nunca se nombra a la bombilla, elemento imprescindible para adueñarse de la infusión –, estuve a punto de pedir uno a una pareja que parecía despuntar el vicio en la tarde montevideana. También pensé entrar al único almacén que vi abierto y comprar todo el equipo y una cebadura. Preferí apurar el paso, y con civil apuro desdeñé tres o cuatro escaparates – una fábrica de colchones, otra de guitarras, dos automotoras con algún empleado con cara de “no sé que estoy haciendo acá”.

ESPERANDO A ALE

Finalmente pude encausar mi pensar: Su se había quedado en la casa de los padres. No sabía que era la última vez que iba a ver a Daniel, no tenía capacidad para pensar en crímenes, en bestias, estaba esperando a Alejo. Aún, para ella, todo era felicidad, casi todo, como puede ser la felicidad.
Decidimos que sólo yo acudiría a la cita, “a las cinco de la tarde”, caminaría hasta los lugares (relativamente) seguros más cercanos al lugar establecido. A mi me habían dicho Cuareim y Colonia, me pareció una locura por la “caída” de Cuareim desde 18, quitaba una vía de salida – escape -. Pero era en Cuareim y San José, y se iba a prolongar por toda la avenida - …la ciudad, el país -.

Llegué a la Plaza de Cagancha – nunca estuve tan inclinado a equivocarme y pensarla como “Libertad” - cuatro y veinticinco. Había bastante gente, pocos autos, ninguna vigilancia a la vista. El Sorocabana tenía cerradas las ventanas de la plaza, con cortina metálica y todo. Abierta una de las puertas de la avenida, se escapaba ese olor característico del lugar, mezcla de aroma de café brasileño y baños muy usados y mal higienizados.

Me dieron ganas de entrar y pedir un café, pero en el umbral del local de venta de ropa junto al Soro vi dos tipos con pinta de tiras. “Sabían”. Pero, ¿cómo no iban a saber?

HACIENDO HISTORIA

Crucé con paso ue creí demasiado rápido hasta la plaza y me senté en uno de sus característicos bancos; pese a que la mañana se había presentado nublada, amagando lluvia, en la tarde había asomado un sol firme, no típico del invierno, que obligaba a desprender los botones de las camperas. Susana debía estar en el fondo de Punta Gorda, mis viejos en el nuestro, en Garibaldi.
Ya eran cinco menos cuarto, sentí una sensación de “paz nerviosa”, alternativamente, creía que todos los peatones me lanzaban miradas cómplices de ánimo, “hoy vamos a hacer Historia, ¡dale!, ¡arriba!”, o de inquisidora atención, “hoy los vamos a reventar, ¡no jodan!, ¡rajá!”.

Ruben Castillo había leído a Lorca, “Llanto por Ignacio Sánchez Mejía”, “a las cinco en punto de la tarde”.
“A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de larde…”
La excusa para leer varias veces el poema fue un concurso entre oyentes para adivinar el autor del poema.

La CNT, el Frente Amplio y algunos sectores blancos habían convocado: “a las cinco, en 18, entre la Libertad y la Independencia”.

Cinco menos cinco pasó un desprevenido vendedor de garrapiñada y se instaló a unos metros de donde estaba yo, colocó su cajón, los elementos para cocinarla. Con lentitud que me pareció exasperante, colocó unas ramitas e hizo fuego, también tenía maní crudo, que ubico en una especie de tanque pequeño. Luego sacó unos paquetes de garrapiñada ya confeccionada, parecía fresquita, me tenté. Camine diez pasos, miré el reloj – el que me había regalado Su, con esfera azul, manecillas plateadas y, en el centro, un segundero tipo cronómetro. Eran cinco y un minuto.
¡TIRANOS TEMBLAD!

En esos momentos vi a los primeros conocidos, todos paseando en aparente soledad y, seguramente pensando “estamos todos”, sensación que se expandía cada vez que se encontraba una cara amiga.

Ahí estábamos, “Tiranos temblad”; “se vienen por Agraciada”, sentimos hasta helicópteros. Hacia el otro lado de 18, por julio Herrera y Río Branco, los que llegan de allí dicen que se lucha cuerpo a cuerpo, pero es desigual. Yo me quedé en Paraguay y 18, allí vi a Licandro, dicen que venía con Seregni – que había dado la señal de inició de la protesta – y Zufriateguy. Después me enteré que, cuando ya no tenía sentido que permanecieran en la zona, los dos primeros fueron a la casa de éste último dónde se les detuvo; avisado Zufriateguy, lo llevaron a un apartamento en la rambla, desde dónde se reanudaron contactos con la dirigencia política y sindical.

Una vez atados los nuevos hilos de la (ya imposible) resistencia, Zufriateguy insistió en volver a su casa, junto a su jefe militar, Seregni, pero ya se lo habían llevado, junto a Licandro. También lo detienen y al salir escuchó de sus captores la frase que simbolizaría la represión de ese día: “Operación Zorro concluida, Zorro tres ha sido detenido”.

Todos saben lo que pasó luego, nunca estuve tan cerca del infierno, el aire impregnado de gases lacrimógenos, los ómnibus de Amdet acarreando gente, los “guanacos” y “chanchitas” persiguiendo. Una trampa colosal que no retrocedía.

SEGURO QUE LO VI

Del otro lado, el miedo se volvía indignación, las ganas de esconderse y huir perdían con la creciente irritación masiva, las consignas asomaban, se transformaban y se creaban. Los gritos llegaban al cielo, muy alto, donde no se los podía ya acallar.

Estoy seguro que vi a Daniel, como a 50 metros, capaz que, en la refriega, quizás necesitaba tener cerca familiares, además de los amigos y compañeros que al fin había encontrado. No podíamos responder con la fuerza, pero nos sentíamos respondiendo con la justicia, la moral, la Ética, la Verdad, el Bien Eterno.

Finalmente no pudimos más, cuando volví hacia la plaza, procurando bajar las escalinatas y salir por Rondeau, vi el cajón y el tanque del garrapiñero en medio de un charco de agua y sangre, con maníes y paquetes desparramados bajo una de las palmeras, en un cantero. No pude pensar en ningún desenlace de la vida de ese hombre. No me daba la cabeza.

SALIDA, PERO NO FINAL

No se como, pero ya estaba en Paysandú, opté por salir del Centro cambiando continuamente de dirección, esquivando comisarías y cuarteles. Salí, pero la noche que se acercaba no era la única que caía en nuestras vidas. Su, con Alejo en su hinchadísima barriga, me estaba esperando, un año después, ya los dos en el terrible exilio interno, allí estaría Hernán, así tendríamos al Cacha y el Nano, que vendría al mundo casi al tiempo en que, horriblemente mutilado, lo dejaría Daniel. Muchos pensamos que habíamos perdido, pero no podía ser, la vida, la vida real, verdadera, buena y bella, siempre podrá más, mucho más.

No hay comentarios: