Querido dogor, estimado gurú; recuerdo nuestras charlas en el mercado de Guanajuato y en los cafecitos de Mérida, mientras el tekila y el picante – chile era, pero nunca pudimos identificar los tres tipos, uno era el jalapeño, ¿los otros? – hacían sonrojar a tu Susana y a mi Fernanda, que ya pasó…, vós sabés -.
Digo que recuerdo porque una situación cotidiana, que no viene al caso contarte, me trajo a la mente tu pentágono, cuyos puntos eran SER – la base de todo, con sus gradaciones desde Parménides – Heidegger al cambio y su eterna construcción – deconstrucción -, SABER – ENTENDER, CONOCER – COMPRENDER.
Creo que fue en Mérida, en el café al lado de la entrada a tu salón de clase en la universidad, que te pusiste a discutir sobre Derrida con una pareja de yanquis – habían entrado a tu clase invitados por aquel decano alcahuete, no quiero recordar su nombre, muy compuesto, a lo mexicano -, y de allí salió el tema de tu pentágono y al árbol deconstruyente.
Esto es: MORAL – ESTÉTICA – ÉTICA, o sea: conducta, arte y regla. ¿Qué otra cosa es la monumental obra de Joaquín Torres García que un intento de construir y deconstruir, vós decías “metafísicamente”, al hombre uno. Recuerdo cuando ejemplificabas – mostrabas el pescado torregarciano; la cabeza es el triángulo de la acción; el cuerpo el cuadrado de la razón; la cola, el corazón emotivo emocional.
Hoy, se que la vida te y nos golpeó, Fernanda anda por Europa, enseñando tai chi, creo que en Holanda. Vós extrañás a tus nietos e hijos, yo vivo otra vida, vós tenés a tu “Cito” o “Mima” (¿la seguís llamando así?).
Pero los conceptos no varían. ¿Tenés alguna extensión teórica del pentágono y del árbol? Perdoná, se que insistías en que esos eran esquemas, irrepetibles, para entender – recordar, pero los utilizo como fórmulas del momento para traer aquellos tiempos.
Más, estos nuevos tiempos de la democracia liberal necesitan deconstruirse, vinos nuevos en odres viejos, para llegar a la nueva democracia social, que capaz que es un socialismo – eso de usar “capaz” es bien tuyo, los mexicanos no te lo entendían nada, supongo que menos los gallegos y franceses, todos prefieren el prosaico “quizás” –.
El problema que yo siento y te quiero contar después de este preámbulo es este: ¿Qué hacemos con las marcas de los exilios? En el no tan libre Méjico del PRI, vós me decías que en una dictadura le terminás teniéndole miedo a los hijos, que pueden contar, inocentemente, con quien te ves, quién va a tu casa, de qué hablan, qué libros tenés…
Más en ese ambiente bipolar que crea toda dictadura, todos maniacos depresivos, los que apoyan – tus odiados rinocerontes, los civiles genuflexos fueron los peores – y los que corremos tras la esperanza del regreso del pentágono y, sobre todo, del árbol.
Porque en una dictadura se cortan las ramas de la conducta, del arte y su inoculta dialéctica entre sujeto artista y objeto, de las escalas de valores, arrodilladas por la prepotencia.
Yo sigo siendo marxista de los viejos, la “guardia”, como gustaba decirnos Alayón, el anciano portero de la casa de León Trotski, donde me hiciste dar aquel curso sobre economía de la cultura. Vós, te lo largo, seguís siendo un marxista-estructuralista del siglo 21, la historia siempre vino a tu encuentro, a mi me empezó a dejar en 1989 (a vos lo del siglo corto de Howsban te encantó, a mi me pareció una cruel bobada, a propósito, ¿en qué siglo andás?, porqué lo de las torres gemelas seguro que empezó otro, al menos el 22…).
Así no se puede jugar limpio, y seguirás creyendo que soy un poco amargado. Y, mirá adónde llego, creo que Tabaré quiere fair play, pero muchos están dando golpes bajos, dentro y fuera del gobierno. Pensalo, mirá tu árbol y el pentágono en perspectiva, no tengas miedo a amargarte y no extrañes a tus nietos y, a veces, jugá un poco sucio.
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