El presbítero Diego Pérez del Castillo integra la congregación Dalmanutá.
He sido invitado a participar de este panel organizado por la Comisión Honoraria de la lucha contra el Cáncer, sobre este tema vinculado a la atención de pacientes terminales. Soy consciente de lo específico del ángulo que me toca plantear en este ámbito que es propiamente médico o psicológico. Sin embargo, creo que la persona humana no se divide en especialidades, sino que constituye un todo, en relación al cual la prescindencia de los aspectos espirituales, estaría afectando nuclearmente a la comprensión existencial de este todo que el hombre es.
No es lo común que un sacerdote esté en estos ámbitos hablando a un auditorio que no es la feligresía acostumbrada, pero creo que es interesante –dentro de la atención de un problema humano que incluye tantas esferas, tantas dimensiones-, no excluir la visión espiritual más allá de lo confesional o de la fe a la cual uno adhiera. Creo que es importante incorporar este aspecto, que es libre en su asimilación, pues a muchos de nosotros nos toca de cerca en la vida. Me parece que de esta manera se logra tener una comprensión de lo que es la medicina como salud en su sentido más amplio.
Recién el Dr. Dapueto hablaba precisamente de la salud y este término se equipara con el término salvación, desde el punto de vista de su origen etimológico. La historia de la salvación para los que creemos en esto, es una historia de la salud, es decir de cómo el hombre puede liberarse de aquello que le está impidiendo de un modo u otro ser sí mismo. Evidentemente, la liberación de los trastornos orgánicos, de los padecimientos físicos, parece ser un elemento importante para que, liberándose el hombre de esas afecciones, pueda ser sí mismo como persona. Pero también la liberación del alma, de los aspectos anímicos o espirituales, es de mucha importancia para que el hombre, dentro de las circunstancias que le hayan tocado vivir o le estén tocando en la vida, pueda ser sí mismo.
Agradezco la invitación que se me ha hecho y además estas palabras mías están precedidas por un diálogo que mantuve con el Dr. Eduardo García, quien me ubicó en la inquietud que anima a este evento y en el interés de abordar este tema desde la conjunción de distintos enfoques. Me resulta gratificante poder estar dando una palabra, a la cual se adhiera o no, en este específico servicio médico que justamente va más allá de los resultados médicos y que incluye un respeto por lo que es la vida de la persona en su integridad, más allá de su eventual curación o no.
El tema del acompañamiento de pacientes terminales con cáncer, me es particularmente significativo porque si tengo que hablar de esto, no lo hago por estudios o por historias de otros, sino porque me han tocado en mi vida experiencias directas vinculadas a este padecimiento. Tuve que acompañar a mi padre hace 25 años y a mi madre hace 2 años como pacientes terminales. Y también acompañé, a quien fue mi padre espiritual quien sufrió esta misma enfermedad que hoy nos convoca. Y hoy, particularmente, quiero hacer presente a un compañero mío, sacerdote de mi edad, que está en estos momentos padeciendo también un carcinoma epidermoide de origen pulmonar y comienza el incierto camino de la radio o quimioterapia.
He sido invitado a participar de este panel organizado por la Comisión Honoraria de la lucha contra el Cáncer, sobre este tema vinculado a la atención de pacientes terminales. Soy consciente de lo específico del ángulo que me toca plantear en este ámbito que es propiamente médico o psicológico. Sin embargo, creo que la persona humana no se divide en especialidades, sino que constituye un todo, en relación al cual la prescindencia de los aspectos espirituales, estaría afectando nuclearmente a la comprensión existencial de este todo que el hombre es.
No es lo común que un sacerdote esté en estos ámbitos hablando a un auditorio que no es la feligresía acostumbrada, pero creo que es interesante –dentro de la atención de un problema humano que incluye tantas esferas, tantas dimensiones-, no excluir la visión espiritual más allá de lo confesional o de la fe a la cual uno adhiera. Creo que es importante incorporar este aspecto, que es libre en su asimilación, pues a muchos de nosotros nos toca de cerca en la vida. Me parece que de esta manera se logra tener una comprensión de lo que es la medicina como salud en su sentido más amplio.
Recién el Dr. Dapueto hablaba precisamente de la salud y este término se equipara con el término salvación, desde el punto de vista de su origen etimológico. La historia de la salvación para los que creemos en esto, es una historia de la salud, es decir de cómo el hombre puede liberarse de aquello que le está impidiendo de un modo u otro ser sí mismo. Evidentemente, la liberación de los trastornos orgánicos, de los padecimientos físicos, parece ser un elemento importante para que, liberándose el hombre de esas afecciones, pueda ser sí mismo como persona. Pero también la liberación del alma, de los aspectos anímicos o espirituales, es de mucha importancia para que el hombre, dentro de las circunstancias que le hayan tocado vivir o le estén tocando en la vida, pueda ser sí mismo.
Agradezco la invitación que se me ha hecho y además estas palabras mías están precedidas por un diálogo que mantuve con el Dr. Eduardo García, quien me ubicó en la inquietud que anima a este evento y en el interés de abordar este tema desde la conjunción de distintos enfoques. Me resulta gratificante poder estar dando una palabra, a la cual se adhiera o no, en este específico servicio médico que justamente va más allá de los resultados médicos y que incluye un respeto por lo que es la vida de la persona en su integridad, más allá de su eventual curación o no.
El tema del acompañamiento de pacientes terminales con cáncer, me es particularmente significativo porque si tengo que hablar de esto, no lo hago por estudios o por historias de otros, sino porque me han tocado en mi vida experiencias directas vinculadas a este padecimiento. Tuve que acompañar a mi padre hace 25 años y a mi madre hace 2 años como pacientes terminales. Y también acompañé, a quien fue mi padre espiritual quien sufrió esta misma enfermedad que hoy nos convoca. Y hoy, particularmente, quiero hacer presente a un compañero mío, sacerdote de mi edad, que está en estos momentos padeciendo también un carcinoma epidermoide de origen pulmonar y comienza el incierto camino de la radio o quimioterapia.
EN DIRECTO
Este acercamiento directo a la enfermedad me ha hecho sentir de un modo muy particular mi intervención como sacerdote en el acompañamiento a personas que tienen aparentemente contados los días de su vida. En este sentido, existen tres elementos que quiero destacar en torno a lo vivido en torno a esto.
Uno es la confrontación con el dolor de un ser querido, la experiencia de ver a alguien que sufre, lo cual constituye un aspecto nuevo dentro de la relación cotidiana que uno tiene con un familiar o con un amigo; cambia en cierto sentido la modalidad del vínculo. Simultáneamente se produce el descubrimiento de un sufrimiento en quien está compartiendo ese dolor y compadeciéndose de ese dolor, es decir padeciendo-con.
En segundo lugar, otro aspecto importante es el testimonial, en cuanto la dignidad y altura espiritual que se tiene para sobrellevar lo doloroso y angustiante de estos momentos de la vida. Esto significa ver a una persona apelar a atributos nuevos para una nueva situación existencial, y más allá de lo doloroso de una instancia, demostrar el valor de una vida interior y el testimonio de una “esperanza contra toda esperanza” como dice San Pablo. Esto, para mí, ha sido muy gratificante en los hechos, porque hace que el padecer una enfermedad de este tipo, constituyendo un dolor profundo, no sea necesariamente una tragedia. Yo entiendo que lo trágico se da cuando un dolor profundo, vital, visceral, se vive sin sentido. Cuando el dolor se vive con un sentido ulterior al mismo dolor padecido, estamos frente a la vivencia corporal, psicológica y espiritual del sufrimiento. No podemos decir que la vida de alguien sea trágica por una enfermedad, porque es parte de la naturaleza humana el que estas cosas tarde o temprano, de un modo u otro, ocurran en la existencia de todos. Y yo agradezco –podría decir a la vida, podría decir a Dios, podría decir a quienes me dieron ese testimonio-, el poder haber encontrado vida plena de significación en esas instancias en que todo parecería ser un ocaso, todo parecería ser un absurdo que habría que tratar de olvidar lo más rápidamente posible para poder seguir “viviendo”. Es decir que podemos apreciar cómo un ser que pasando por el momento que tiene vivir y el sufrimiento que tiene que experimentar, lo hace con altura, con dignidad, está trasmitiendo algo que es un legado para quienes quedamos, mayor que las herencias y que los recuerdos concretos, porque de una vida que se va sigue quedando vida, más allá del próximo fin de la existencia física.
En tercer lugar, se encuentra la asimilación que se hace de todo esto; es decir cómo, quienes estamos acompañando a un paciente, a un familiar, a un ser querido, asimilamos para provecho de nosotros y del paciente, esto que la vida nos está mostrando. Porque la enfermedad afecta corporalmente a quien la padece en su propio organismo, pero también afecta psicológica y espiritualmente al entorno más cercano del paciente.
Luego de esta introducción yo quisiera hacer una reseña en torno al ámbito que a uno le ha tocado actuar. Voy a señalar cuatro aspectos que me interesa desarrollar.
El primer aspecto se refiere al acompañamiento en el dolor.
En segundo lugar quiero considerar lo que llamaría la esencialización de la vida en el sufrimiento; es decir, cómo cuando tantas cosas desaparecen desde el punto de vista personal, desde el punto de vista de los vínculos, etc., también junto con lo que desaparece, hay una mayor captación mayor para lo esencial que parece resurgir en esa instancia. Como dice Jesús en el Evangelio: “si el grano de trigo no muere, no da fruto”.
En tercer lugar quiero hablar de la dignidad para la muerte, lo cual involucra muchos aspectos y pienso que se relaciona con lo que el Dr. Johnson hablará mañana en relación a los Aspectos éticos del paciente terminal.
En cuarto lugar trataré de algo que, evidentemente no tiene por qué ser compartido por todo el auditorio, pero algo acerca de lo cual yo no puedo prescindir cuando considero este tema, que es la creencia que se tenga en lo que ocurra más allá de la muerte.
Este acercamiento directo a la enfermedad me ha hecho sentir de un modo muy particular mi intervención como sacerdote en el acompañamiento a personas que tienen aparentemente contados los días de su vida. En este sentido, existen tres elementos que quiero destacar en torno a lo vivido en torno a esto.
Uno es la confrontación con el dolor de un ser querido, la experiencia de ver a alguien que sufre, lo cual constituye un aspecto nuevo dentro de la relación cotidiana que uno tiene con un familiar o con un amigo; cambia en cierto sentido la modalidad del vínculo. Simultáneamente se produce el descubrimiento de un sufrimiento en quien está compartiendo ese dolor y compadeciéndose de ese dolor, es decir padeciendo-con.
En segundo lugar, otro aspecto importante es el testimonial, en cuanto la dignidad y altura espiritual que se tiene para sobrellevar lo doloroso y angustiante de estos momentos de la vida. Esto significa ver a una persona apelar a atributos nuevos para una nueva situación existencial, y más allá de lo doloroso de una instancia, demostrar el valor de una vida interior y el testimonio de una “esperanza contra toda esperanza” como dice San Pablo. Esto, para mí, ha sido muy gratificante en los hechos, porque hace que el padecer una enfermedad de este tipo, constituyendo un dolor profundo, no sea necesariamente una tragedia. Yo entiendo que lo trágico se da cuando un dolor profundo, vital, visceral, se vive sin sentido. Cuando el dolor se vive con un sentido ulterior al mismo dolor padecido, estamos frente a la vivencia corporal, psicológica y espiritual del sufrimiento. No podemos decir que la vida de alguien sea trágica por una enfermedad, porque es parte de la naturaleza humana el que estas cosas tarde o temprano, de un modo u otro, ocurran en la existencia de todos. Y yo agradezco –podría decir a la vida, podría decir a Dios, podría decir a quienes me dieron ese testimonio-, el poder haber encontrado vida plena de significación en esas instancias en que todo parecería ser un ocaso, todo parecería ser un absurdo que habría que tratar de olvidar lo más rápidamente posible para poder seguir “viviendo”. Es decir que podemos apreciar cómo un ser que pasando por el momento que tiene vivir y el sufrimiento que tiene que experimentar, lo hace con altura, con dignidad, está trasmitiendo algo que es un legado para quienes quedamos, mayor que las herencias y que los recuerdos concretos, porque de una vida que se va sigue quedando vida, más allá del próximo fin de la existencia física.
En tercer lugar, se encuentra la asimilación que se hace de todo esto; es decir cómo, quienes estamos acompañando a un paciente, a un familiar, a un ser querido, asimilamos para provecho de nosotros y del paciente, esto que la vida nos está mostrando. Porque la enfermedad afecta corporalmente a quien la padece en su propio organismo, pero también afecta psicológica y espiritualmente al entorno más cercano del paciente.
Luego de esta introducción yo quisiera hacer una reseña en torno al ámbito que a uno le ha tocado actuar. Voy a señalar cuatro aspectos que me interesa desarrollar.
El primer aspecto se refiere al acompañamiento en el dolor.
En segundo lugar quiero considerar lo que llamaría la esencialización de la vida en el sufrimiento; es decir, cómo cuando tantas cosas desaparecen desde el punto de vista personal, desde el punto de vista de los vínculos, etc., también junto con lo que desaparece, hay una mayor captación mayor para lo esencial que parece resurgir en esa instancia. Como dice Jesús en el Evangelio: “si el grano de trigo no muere, no da fruto”.
En tercer lugar quiero hablar de la dignidad para la muerte, lo cual involucra muchos aspectos y pienso que se relaciona con lo que el Dr. Johnson hablará mañana en relación a los Aspectos éticos del paciente terminal.
En cuarto lugar trataré de algo que, evidentemente no tiene por qué ser compartido por todo el auditorio, pero algo acerca de lo cual yo no puedo prescindir cuando considero este tema, que es la creencia que se tenga en lo que ocurra más allá de la muerte.
EL ACOMPAÑAMIENTO
Primer aspecto. Voy a decir algunas palabras acerca del acompañamiento en el dolor. En primer lugar, debemos entender lo que es el compadecer, lo cual no es lo mismo que el sentimiento de conmiseración, de lástima por una persona, sino la experiencia de estar llevando un padecimiento con otro. La construcción de la palabra compadecer así lo consigna: padecer-con. Sólo podemos establecer un vínculo con alguien si, como matriz de ese vínculo, tenemos algo en común que simultáneamente sea una vivencia de la persona con quien me vinculo y también una vivencia mía; entonces, en ese momento, estamos compadeciendo con alguien.
Creo que pueden haber dos actitudes opuestas, y a mi criterio negativas, en torno al acompañamiento en el dolor en el caso de una enfermedad terminal. Por un lado se puede dar un mecanismo de negación al que ya se hizo alusión hoy aquí; o sea, decir que no pasa nada, que todo se va a superar, el no querer hablar del tema. Tampoco se debe caer en el otro extremo como decía el Dr. Dapueto de “ir toreando” a la muerte. Este mecanismo de negación al que me refiero, creo que impide el verdadero vínculo que se puede tener con alguien que sufre, y por esa negación también se corta el nivel de comunicación que puede ser muy rico en ese momento tan especial. Además, pienso que el mecanismo de negación se da más que por una dificultad del paciente, por una resistencia del entorno más directo en asumir en ellos mismos el dolor de una enfermedad terminal y de una eventual muerte inminente del ser querido. Entonces, la angustia que se provoca, no tanto en el paciente sino en quien lo acompaña, hace que muchas veces quienes están en el entorno de esa persona, asuman ese mecanismo evasivo, ese mecanismo de defensa.
La segunda actitud negativa sería la de acompañar al paciente, identificándose con su sufrimiento, lo cual yo lo diferencio del compadecerse. En este caso, uno está tan puesto en el lugar del paciente que falta una conciencia adecuada que pueda iluminar la situación con una palabra que pueda ayudar a la persona enferma con una actitud de ánimo distinta. Esta actitud de identificación exagerada con el dolor del otro se puede ver muchas veces en modalidades psicológicas trágicas, en las cuales se percibe un cierto “morbo” en el dolor. Creo que es tan negativa esta actitud como la primera señalada del mecanismo de negación.
Junto con la actitud de enfrentar el dolor al que no lo queremos idealizar sino que lo estamos constatando como real, evidentemente, que desde una visión espiritual de la vida, se quiere también la salud del cuerpo. La vida es un don, y por más que tengamos esperanza en una vida del más allá, eso de ninguna manera niega el valor de la salud que podemos y queremos tener acá. Pero simultáneamente hay cosas que son inevitables y no pueden ser de otro modo, por más intentos de luchar por la salud que tengamos.
A mi criterio, en la vida diaria es tan negativa esa pasividad que hace que uno se abandone y se entregue a ese destino inminente, como también esa lucha estoica por negar lo que en el organismo está sucediendo y que a veces uno no quiere aceptar en su propia comprensión de lo que va viviendo. La conjunción entre la lucha por la salud, pero también la aceptación de lo que misteriosamente va ocurriendo, es una forma sabia de no entregarse negativamente a eso. El estado de ánimo tiene un efecto explícito sobre la salud del paciente, pero también, la ansiedad por una mejoría, ese vitalismo unilateral que hace que lo único que se quiere es vivir en esta vida –y eso no siempre coincide con los hechos-, puede tener un efecto contraproducente en cómo el paciente pueda estar preparándose para ese momento.
También el sufrimiento, el dolor, desde el punto de vista espiritual, anímico y psicológico, no es un asunto que se trate solamente de soportarlo, sino de vivirlo con un sentido liberador. Nietzsche –un filósofo, ni muy católico, ni muy creyente-, dice que quien dispone de un por qué por el cual vivir es capaz de soportar cualquier cómo. Entonces en la vivencia del sufrimiento, de dolor, no se trata de inventarse los por qué, pero de repente aparecen y hacen que ese dolor tenga un sentido ulterior al padecimiento mismo.
Juan Pablo II escribió hace varios años una carta sobre el sentido del sufrimiento humano y allí nos habla de los distintos tipos de sufrimiento y de las variadas reacciones frente a esta experiencia:
“Lo que expresamos con la palabra sufrimiento parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido destinado a superarse a sí mismo, y de alguna manera misteriosa es llamado a hacerlo.
“Fruto de esta conversión es no solo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.”
Segundo aspecto: Cuando hablamos, desde esta perspectiva de la vida, de asimilar, de asumir un dolor, no estamos hablando de un estoicismo, en donde yo me esfuerzo para aceptar todo, sino que estamos hablando de una actitud trascendente de la vida por la cual detrás de lo que acontece se puede ver algo más allá. Y en este sentido entramos en el segundo punto que yo quería comentarles: la esencialización del sufrimiento.
En esto se trata de cómo el sufrimiento que estamos considerando implica un desprendimiento de toda una vida anterior; en estos casos cambian los vínculos, cambia mi referencia conmigo mismo. Aquí hoy hay doctores, psicólogos, enfermeras, etc... que el día de mañana cuando cada uno de nosotros nos encontremos en una situación terminal de vida, ya el ser doctor, psicólogo o enfermera no va a ser parte constitutiva de nuestra persona. Es un vínculo social que entonces va a perder peso, porque lo que importa es mi esencia personal y no mis vínculos profesionales y sociales que me acompañaron en la vida y sirvieron para mi desarrollo, pero no fueron por sí mismos los que definieron esencialmente mi persona. Hay siempre algo más en cada uno de nosotros que el rol que desempeñamos en la sociedad.
ESENCIALIZACION DE LAS COSAS
Por lo tanto, creo que el sufrimiento junto con todos los síntomas psicológicos que vimos en la ponencia anterior –y que no quiero excluir-, puede apuntar a una esencialización de las cosas. Se trata de ver qué queda en cada una de nuestras personas cuando empezamos a desprendermos de todas las instancias sociales y laborales en las cuales estuvimos viviendo.
San Pablo –un hombre creyente, pero también un antropólogo-, en la segunda carta a los Corintios dice:
“Aunque nuestro hombre exterior se va destruyendo día tras día, nuestro hombre interior se va renovando día tras día. Esto es para aquellos que creemos no en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es permanente o eterno.”
Cuando hablamos del hombre interior, cuando hablamos de la esencialización de la vida, estamos diciendo que hay algo intangible, que es real porque se vive como trasfondo de todo lo fisiológico, lo biológico, lo psicológico y lo social, lo cual no se excluye; pero, para quienes en esa dimensión de la vida nos hemos jugado todo como único capital fundamental, este hombre interior constituye el soporte interno que permite una comprensión existencial de todo.
Desde este punto de vista y bajo este ángulo, nuestra vida puede ser muy distinta según cómo nosotros entendamos el problema del sufrimiento; es decir, si nos hundimos con el sufrimiento o crecemos con el sufrimiento.
Un filósofo contemporáneo, Karl Jaspers, habla de las “situaciones límites” en la vida, que son aquellos momentos en los cuales todo se desmorona y se desestructura y sin embargo algo nuevo se puede reestructurar. Hablamos de una novedad en la vida que no es simplemente la novedad por una noticia nueva, por algo nuevo de lo cual yo me entere, sino la novedad por un nuevo modo vivir que es trascendente a esta historia aunque la vivimos en esta historia. Cito a Jaspers en su libro La Filosofía:
“Las situaciones límites –la muerte, el acaso, la culpa y la desconfianza que genera el mundo- me enseñan lo que es fracasar. ¿Qué haré en vista de este fracaso absoluto, a la visión del cual no puedo sustraerme cuando me represento las cosas honradamente?.... Es decisiva para el hombre la forma en que experimenta el fracaso: el permanecerle oculto, dominándole al cabo sólo fácticamente, o bien el poder verlo sin velos y tenerlo presente como límite constante de la propia existencia, o bien el echar mano a soluciones y una tranquilidad ilusorias, o bien el aceptarlo honradamente en silencio ante lo indescifrable. La forma en que experimenta su fracaso es lo que determina en qué acabará la existencia del hombre. En las situaciones límites, o bien hace su aparición la nada, o bien se hace sensible lo que realmente existe a pesar y por encima de todo evanescente ser mundanal.”
LA PREPARACION
Tercer aspecto: Quiero referirme ahora a todo lo que es la preparación para la muerte digna como un hecho que es el único del cual cada uno de los que estamos acá no podemos dudar que nos va a ocurrir. Lo único seguro que cada uno de nosotros tenemos como constitutivo de nuestra existencia de aquí en más es que un día no vamos a estar más, vamos a morir. Por lo tanto, integrar el aspecto de la muerte en lo cotidiano de la vida me parece un dato de objetividad básica, no con el fin de ser masoquistas, ni morbosos, ni autocastigarnos, sino para decir lo que va a pasar.
Entonces, yo, ante este hecho, de algún modo me ubico existencialmente. Lo puedo negar como en la cultura actual en la cual, habiendo desaparecido tantos tabúes, sigue existiendo el tabú a la muerte, y esta cultura me dice que es un tema de mal gusto para tratarlo en una conversación familiar. O, de lo contrario, si no quiero negar la realidad de la muerte, me puedo preparar para ella. Heidegger presenta tres actitudes posibles del hombre ante la realidad de la muerte: unos la niegan en sus propias vidas, otros se resignan y otros la precursan. Estos últimos serían los que se preparan para la muerte, la adelantan –y no porque estén pensando en un suicidio o porque se quieran automutilar-, sino porque incorporan en la filosofía de sus vidas el factor de la muerte como elemento de consideración; es decir precursan la muerte. Esto es, dicho en términos filosóficos, lo que creemos también en la tradición cristiana.
La muerte digna es la preparación a que se tiene derecho cuando a ésta se la va más cerca que en lo cotidiano de la vida. La muerte digna no es plantear morbosamente el tema de la muerte pero tampoco es eludirlo, porque ella está allí. La muerte digna es también todo lo que desde el punto de vista médico se pueda hacer para aliviar un dolor físico, un dolor anímico y un dolor espiritual.
Por eso, otro tema que quiero señalar aquí es la dignidad de la muerte en torno a lo que puede ser bueno como los elementos para el alivio del dolor físico y los aspectos éticos que ello comporta en la hora concreta de la cercanía de la muerte de alguna persona. Es un tema vinculado a la eutanasia y a la prolongación artificial de la vida cuando ya no hay esperanza de vida. Son puntos que teóricamente podemos tener muy claros en cuanto a conceptos éticos, pero que no siempre son tan claros a la hora de definirlos en cada caso particular. Esto constituiría todo un tema para desarrollarse con más amplitud, pero no quería soslayarlo aquí al hacer referencia a la dignidad de la muerte.
Cuarto aspecto: Este cuarto aspecto tiene que ver con la inmortalidad o la vida más allá de la muerte. Tengo que decir que yo me ubicaría distinto en la vida si el factor inmortalidad está presente o si no lo está. La inversión que yo haría en la vida sin la creencia en la inmortalidad sería muy distinta a la inversión que de hecho hice; es decir, vería las cosas desde otra perspectiva. En ese sentido, por un lado hay argumentos filosóficos a favor de la inmortalidad que yo aquí no quiero manejar. Pero desde el punto de vista práctico, yo no puedo dar otro testimonio que el de la fe, más allá de los razonamientos. Existen dos puntos de vista radicalmente distintos. Por un lado, quien porque no tiene fe, porque su concepción de la vida es así, piensa que en la muerte algo se interrumpe definitivamente; o, por otro lado, quien porque tiene fe en una vida ultraterrena cree que el término de estos días no constituye un fin definitivo, sino un paso misterioso, desconocido, pero una realidad trascendente, verdadera y en la cual se cree.
CREER O REVENTAR
Hay una propaganda de una conocida marca de neumáticos que dice “creer o reventar”. Para quienes nos encontramos enfrentados al hecho de creer o no, muchas veces en las situaciones límites de la vida, o creemos o reventamos. No tengo ningún otro argumento práctico, pero doy testimonio de la importancia y del beneficio aún psicológico de esta actitud. Quiero recalcar que esto no es argumentar contra nadie, sino simplemente decir que así como uno prueba un medicamento y dice que le sirvió, yo también debo decir lo mismo en lo que me pasa en la práctica pastoral. Incluso, a veces, esta actitud ha actuado como factor resucitador de la vida.
Recalco cómo la atención a esos aspectos inmortales, espirituales o trascendentes, a veces producen la salud. Esto no es una ley, pero yo tengo testimonios directos de ello. A veces, la angustia por lo orgánico hace que el objeto de atención - la energía psíquica, la libido en el sentido amplio del término-, esté concentrada en el organismo y se desatiendan otros factores de la persona que también están vivos en ese momento; entonces la angustia se desplaza unilateralmente hacia la preocupación por la salud orgánica y el mismo paciente se resiente. De lo contrario, una actitud espiritual produce efectivos beneficios sobre la misma salud física.
Quiero terminar estas reflexiones citando nuevamente a Jaspers, quien como decíamos ha profundizado sobre lo que él llamó estas situaciones límites:
“Nada hay que esperar, si me figuro por adelantado la dicha tangible como una perfección sobre la tierra, como un paraíso de relaciones humanas; hay que esperarlo todo, si se trata de las profundidades del hombre que se abren con la fe en la Divinidad. No hay que esperar nada, si sólo lo espero de fuera; hay que esperarlo todo, si me confío al origen de la trascendencia.
“Si filosofar es aprender a morir, este saber morir es justamente la condición de la vida recta. Aprender a vivir y saber morir es uno y lo mismo.”.
Quiero terminar agradeciendo la oportunidad de compartir con ustedes este momento y estas reflexiones y pidiendo por la salud de todos en su sentido más integral. Muchas gracias.
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