viernes, 20 de julio de 2007

Papeles y cenizas - Dicen que murió Fontanarrosa, ¡lo que inventan! - Por Roberto Bussero

Vós sabés que me lo figuré.

Los ví venir como agachados, tristones, como puchereando.

El Inodoro no podía hablar, se rascó la alpargata y se dejo desacomodar la camisa, abierta, mostrando su recia contextura, más galán que los galanes ciudadanos del café El Cairo.
¿Qué le pasa Pereyra?, le aspeté, como sabiendo algo, incluido en la interrogante que sólo encontró unos ojos mudos de dolor.


Mendieta, sacándose sabiamente un pulgón de este tamaño, quiso responder, pero le salió un lagrimón que terminó ahogando al imputado insecto, y a otros más que jugaban esperando la nieve.

Al final, no se si uno de los dos dijo algo o si me enteré porque Boogie estaba descargando cientos de metrallas que deshacían cuadros y globos en una libertad nunca buscada, no querida.
¡Qué lo parió!, ¿no era que el Negro era inmortal?, ¿por qué engañan así a la gente?, ¡no puede ser!

Roberto Fontanarrosa se murió, y no sólo dejó vacía una silla de café y guachos a unos cuántos lápices, a los galanes del feca y a su ordenador. Dejó tantas interrogantes que afirmaron su mundo y lo convertían en palabras, palabras.

¿Sabe una cosa?, le dije conversando con grabador apagado en un sabroso aparte durante una feria libresca, usted me confirma que es al verre, que una palabra vale por mil imágenes, y que la vista también escucha, lo único que son sonidos planos, apagados…
Me miró omo diciendo eso ya lo pensé yo; no, no lo pensé, no necesité pensarlo, es parte de mi inconsciente.

Le hice saber de esa percepción, simpatía o empatía, coincidencia, y, con mano firme aún, dibujo en un mantelito un estilizado caballero medioeval, con peto y lanza, yelmo y guantes, y escribió es todo uno, imagen y palabra, ¡pobre del que cierra los ojos, escucha y no ve!, es el verdadero ciego, o el verdadero sordo.
Recordé aquello de que Inodoro no encontraba mulita para hacer su charango, por lo que debió utilizar la caparazón de una tortuga, ¿y ahora qué?, le preguntó su inseparable Mendieta, sólo toco cosas lentas.

Y por eso la mentada defensa de inexistencia sobre las malas palabras, que en todo caso serían algunas agresivas, que anduvieran por el mundo pegándose o pegando a líneas, signos, símbolos. En esa instancia, un foro sobre lengua hispana y post apología cervantina quijotana, Fontanarrosa había dicho que el tema era darle, o no darle, fuerza a las palabras. Dirigirlas cuando y cómo se dejan dirigir (yo pienso que las palabras luchan por el equilibrio entre el dicente y el idioma, entre la circunstancia-oportunidad y el diccionario de la lengua, pero debe interpretarse lucha como juego, un juego mítico muy humano, el lenguaje es algo lúdico, y el Negro fue su campeón, llevando la camiseta canalla a lo más alto).

Entonces, sigo en el foro, dijo que la palabra mierda no es lo mismo dicha con la fuerza de mierrrrrda, como los rioplatenses o los gallegos enojados, que el tímido achinado mielda de los cubanos – al que RF atribuyo los problemas de la revolución fidelista.

Ahora, en pro de sus palabras, imágenes y, sobre todo, silencios, uno se siente tentado a pedir que dejen sus lápices, sillas de café, chistes y chismes, camisetas oro y azul, personajes y memoria en la paz de los justos, que no lo jodan haciéndole decir, ver, escribir, dibujar y pensar lo que no puede.

En un diario rosarino alguien dibujó-escribió a un niño haciendo ver a su nadre la graciosa forma de algunas nubes, ella le respondió que, seguramente, el Negro – que, en serio era un laburante neto y nato –ya estaría trabajando en el cielo. Agrego yo, vigilado por Boogie – dicen que el paraíso es seguro, pero uno nunca sabe -, con Inodoro Pereyra cebando un mate y el Mendieta, a falta de pulgas por las cuales rascarse (esas van todas al infierno), puteando, para escándalo de los ángeles y solaz de los dioses, necesitados de un aire terrenal. Que así sea.

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