Nuestro país está enfermo. La dirigencia política, la intelectualidad, la sociedad en general. De cortoplacismo. De categorizaciones ideológicas, perimidas en el mundo pero dominantes en este Uruguay de comienzos del siglo XXI. No hay términos medios. Solo un exultante e irracional maniqueísmo que todo lo niega, que nada construye.
Sin un objetivo estratégico que nos oriente y nos comprometa. Sin planeamiento estratégico, sin consensos básicos que permitan acordar las políticas públicas, los dirigentes políticos marchamos al son de la coyuntura. De los precios internacionales de los productos que exportamos. De la liquidez internacional en el mercado de capitales. Ese contexto nos viene dado y sobre él no podemos incidir mayormente. Pero sí podemos programar el uso de los recursos asignándoles consistencia intertemporal.
Sí podemos reducir nuestras vulnerabilidades para enfrentar los riesgos. Sí podemos, consolidar una estrategia de desarrollo de largo plazo.En este desafío los uruguayos estamos solos. Un primer paso al menos sería identificar nuestras fortalezas y debilidades. Con un mercado interno de algo más de tres millones de habitantes, la clave estratégica de nuestro desarrollo es cómo nos insertamos en el mundo.
Cuando aparece una oportunidad como el TLC con Estados Unidos, inmediatamente surge la contracara: apostemos al Mercosur. ¿Dónde estaba escrito que una cosa suponía negar la otra? Nadie se detuvo a analizar cuánto trabajo y de qué calidad se podía generar por ejemplo en el sector textil, por citar un sector casi en extinción y otrora importante en la generación de empleo. Nuestro Uruguay, "que trajo emigrantes de todos los rincones para darles la tierra prometida", ha dejado de ser el horizonte con que sueñan nuestros hijos. El mundo los tienta. Saben que el futuro que les ofrecemos carece de un paradigma. ¿Para qué quedarse?
Esta es la realidad uruguaya. La apuesta a la mediocridad. Al corporativismo. A enredarnos en discusiones estériles. Es patrimonio de todos desde hace mucho tiempo. Tanto, que ya Carlos Quijano lo sintetizaba magistralmente: "A los orientales nos gusta engañarnos, tomar nuestros vagos y mediocres deseos por realidades, despreciar los hechos cuando perturban nuestra tranquilidad. En el mismo altar de la irrealidad, todos oficiamos, todos hacemos nuestros reverenciales sacrificios, todos convivimos. Es una tácita y común hipocresía".
Nos quedamos atrás. Hay que dar la vuelta la pisada. No es fácil. No por los obstáculos sino por nosotros mismos. Una revolución nos convoca. Ni más ni menos que cambiar nuestra actitud. He ahí el principio de un cambio definitivo y verdadero.
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