Hace cuatro semanas el mundo todavía parecía en orden: la economía mundial y los mercados financieros estaban en apogeo. Ahora tenemos un crac bursátil a plazos que desemboca en una crisis del mercado monetario: los bancos centrales no dejan de inyectar capital a los mercados financieros.
En Alemania, la Banca Regional de Sajonia está particularmente en un brete y ha tenido que ser rescatada por cajas de ahorros y otras bancas regionales con una dosis de supervivencia de 17,3 mil millones de euros. El Estado de Sajonia garantiza esta extremadamente desusada suma, que sobrepasa su presupuesto anual.
La clase política se ejercita en conjuros de buena salud, pero todos los concernidos saben que lo peor está por llegar. Como muy tarde, cuando estallan otras burbujas especulativas.
Por ahora, el bello nuevo orden de los mercados financieros internacionales “liberalizados” se ve sometido a una dura prueba. El popular dogma, conforme al cual los mercados financieros –y la economía mundial— son tanto más “eficientes” y “estables”, cuanto más desregulados y liberalizados están, esa fe del carbonero, quedó en suspenso. Por doquier se escucha el clamor de imponer reglas y bridas a los agentes de los mercados financieros.
Más de 5 millones de casas está a la venta en EEUU
¿Qué ha pasado? En EEUU ha estallado una gigantesca burbuja inmobiliaria. Bajos intereses, precios inmobiliarios en constante incremento (hasta un 20% anual en los mejores emplazamientos), un mercado hipotecario en hiperbólica expansión han mantenido al trote la economía de EEUU.
El boom alimentaba el consumo privado, el endeudamiento de los hogares estadounidenses subía desaforadamente hasta llegar, de media, al 120% del ingreso anual, constituido en sus tres cuartas partes por deudas hipotecarias. Los bancos hipotecarios y los fondos inmobiliarios ofrecían de barato crédito a la gente, incluso a quienes nunca habrían podido permitirse poseer casa propia. La previsible ruina de un sinnúmero de pequeños propietarios de viviendas no representaba el menor problema, siempre, claro es, que se mantuviera el boom. Los bancos y las sociedades financieras ganaron fabulosamente con ello, lo mismo que la muchedumbre de gestores inmobiliarios.
Desde hace meses crece la morosidad, y las ventas forzadas suben astronómicamente; más de 5 millones de viviendas están a la venta en EEUU. Por vez primera en diez años comienzan a bajar los precios, y se disparan los intereses. La crisis ha estallado –como no podía ser de otro modo— en el segmento subprime del mercado, entre las familias más pobres con pocos (y en términos reales, descendentes) ingresos. Más de dos millones de norteamericanos han perdido sus casa, hay más de 500 mil millones de dólares acumulados en morosidad: un tsunami de hipotecas fallidas arrasa el país.
Con la espectacular quiebra en junio pasado de dos hedge funds multimillonarios pertenecientes al quinto mayor banco estadounidense de inversiones –Bear Stearns— se perdieron, por lo pronto, 1.600 millones de dólares. Además, las acciones de Bear Stearns se desplomaron, los mismo que las de muchos otros fondos de inversiones, bancos y aseguradoras: más de 200 mil millones de dólares se perdieron de la noche a la mañana. Wall Street se estremeció, y el resto de los mercados de valores del mundo reaccionaron de inmediato. Pues el colapso de los dos fondos hedge era una señal de alarma para todos los iniciados.
Los bolsistas reaccionaron pánica pero lógicamente: pues los créditos morosos se hallan por doquier, y son bombas de tiempo colocadas, no sólo en el sistema financiero estadounidense, sino distribuidas por el mundo entero. Porque la burbuja inmobiliaria sólo podía crecer en la medida en que los financieros siguieran creyendo en la posibilidad de poner a la venta en cualquier momento hasta los peores y más arriesgados créditos hipotecarios.
Esos créditos, lo mismo que todos los demás tipos de deuda, así como los pagos futuros de intereses y las amortizaciones a futuro, se han transformado en mercancías comerciables. De manera que hasta los créditos flojos y aun tambaleantes servían de base a una vertiginosamente expandida sobrestructura de derivados crediticios en manos de especuladores profesionales. Créditos hipotecarios y de otros tipos fueron empaquetados en masa y usados como garantía para nuevos títulos: los bancos hipotecarios vendían esos títulos respaldados por hipotecas (mortgage backed securities) traspasando así su riesgo crediticio a otros, a bancos, fondos de inversiones y aseguradoras. Éstos no se preocupaban de la calidad de la deuda hipotecaria originaria, porque también ellos pretendían vender a su vez esos títulos.
Mientras se mantiene un boom inmobiliario, esos títulos son lucrativas inversiones monetarias, los hedge funds se los disputan, la securitization de todo tipo de deudas y la emisión de esos títulos hipotecariamente respaldados se convierte en una rama en auge, a la que se abalanzan fondos especiales. El comercio a escala planetaria con esos derivados se da al margen de las bolsas, la concurrencia entre los grandes hedge funds dispara sus precios, de manera que, sobre la burbuja inmobiliaria, se forma una nube de ulteriores burbujas de derivados.
¿Qué ocurre, empero, cuando todos los créditos que se hallan en la base fallan en masa?
Entonces se hace imperiosamente claro para los concernidos que están cabalgando sobre una ola de valores ficticios generada por ellos mismos. Puesto que las garantías no lo son de nada, se desvanece el valor de los títulos garantizados, los bancos quieren la devolución de los dineros prestados a corto plazo, los hedge funds no pueden seguir vendiendo sus títulos y entran en bancarrota. Con lo que también aquellos bancos, aseguradoras y fondos de inversiones que financiaron la especulación con esos derivados se ven en muy serios aprietos. Puesto que esos derivados fueron comercializados a escala planetaria, se ven también súbitamente en dificultades bancos que jamás financiaron una hipoteca en EEUU.
Pero participaron –como la IKB, como la Westdeutsche y el Banco Regional de Sajonia y muchos otros— en hedge funds, cuando no crearon los propios, que especulaban con tales derivados crediticios. Sus pérdidas repercutieron a través de las cotizaciones de los mercados de valores; en todo el mundo, los valores financieros se desplomaron, y, esperando una ola de quiebras, los inversores huyeron en masa. También los bancos que juegan en primera división, y que nada tienen que ver con la especulación inmobiliaria, se ven ahora en aprietos.
Las economías exportadoras china y alemana y el fin de los mercados estadounidenses
Caídos los primeros bancos, como en EEUU, o penosamente rescatados, como en Alemania, comienza el siguiente acto del drama: la crisis del mercado monetario. Puesto que los bancos saben que todos los demás están empantanados, pero no con qué profundidad, ponen límites severos al préstamo interbancario, exigiendo muy elevados intereses para créditos a corto plazo. En otras palabras: el sector más estable de los mercados financieros, el tráfico crediticio interbancario, se contrae súbitamente. Sólo los bancos centrales pueden entonces intervenir como lender of last resort –como prestamistas últimos—, lo que han hecho masivamente durante días.
El Banco Central Europeo (BCE) inyectó más de 200 mil millones de euros para créditos a corto plazo en el mercado monetario, la FED estadounidense abrió la espita crediticia menos generosamente, pero bajo claramente los intereses y alargó el plazo de los créditos a corto plazo. En todo el mundo se ha seguido el ejemplo. Aun si con eso pareciera al pronto superada la crisis del mercado monetario, lo cierto es que la crisis financiera mundial no ha hecho sino comenzar.
Para cubrir pérdidas, los hedge funds y los bancos venden los títulos que aún conservan algo de valor; títulos petrolíferos o títulos de metales. No tardan entonces en caer el precio del petróleo y los precios de los metales por doquier. Muchos inversores conservadores del mundo entero huyen buscando refugio en títulos seguros, es decir, en bonos estatales. Simultáneamente, se interrumpe la ola de fusiones y tomas de control empresariales –que en lo que va 2007 se elevaba ya, en el conjunto del planeta, a más de 3 billones de dólares—, puesto que los bancos restringen drásticamente sus condiciones crediticias. Puesto que ahora resulta arriesgado y muy caro conducir con la marcha larga del crédito, muchos megadeals previstos o ya en marcha, cuando no rotos, aplazados; los bancos experimentan enormes dificultades a la hora de seguir suministrando créditos multimillonarios ya concedidos.
Las operaciones en los mercados de valores se aplazan, el mercado de nuevas emisiones se viene abajo, el segundo motor del rallye bolsístico entra en tremolina, adiós a las acciones en alza.
El final del túnel dista aún por mucho de estar a la vista. Los mercados de valores señalan actualmente el descenso de las cotizaciones más abrupto desde hace años. Bancos y hedge funds en el mundo entero siguen quitándose de encima derivados crediticios preñados de riesgo que habían financiado con dinero japonés barato; los créditos tienen que ser devueltos en yenes, al pronto se dispara hacia arriba el cambio del yen y se hunden las cotizaciones en Tokio. Vendrá ahora la crisis del dólar, y con ella, la crisis del comercio mundial, así que a las economías exportadoras china y alemanas se les acaben los mercados estadounidenses.
Michael Krätke estudió economía y ciencia política en Berlín y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y economía) y de la nueva edición crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (Marx-Engels Gesamtausgabe, nueva MEGA). Investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos libros sobre economía política internacional.
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