Las autoridades educativas anunciaron algunos cambios que se proponen introducir en la enseñanza media a partir del año que viene. Uno de ellos consiste en eliminar los exámenes obligatorios en Bachillerato.
Si la reforma se aplica, las asignaturas podrán ser aprobadas tras alcanzar una calificación suficiente, tal como ocurre en el Ciclo Básico.
¿Se trata de una buena o de una mala idea? La respuesta depende del contexto en el que se instale.
Si tuviéramos una educación secundaria de calidad, con planteles docentes muy profesionalizados y sistemas de evaluación bien desarrollados, tal vez podríamos permitirnos el experimento. Pero el problema es que tenemos una educación secundaria con graves problemas de calidad, planteles docentes cada vez menos estables y mecanismos de evaluación muy rudimentarios. En ese contexto, lo más probable es que la propuesta tenga efectos negativos.
En primer lugar, la modificación reforzaría un mal mensaje que nuestro sistema educativo ya transmite. Ese mensaje dice que lo que importa no es el resultado final sino el proceso. Y esa idea sencillamente es falsa. Por supuesto que el esfuerzo merece reconocimiento y que los procesos son importantes, pero si tengo que contratar a un electricista o consultar a un médico, no importa demasiado el punto del que partió sino el punto al que llegó. Si la instalación eléctrica se prende fuego o el tratamiento me mata, todo lo demás se vuelve irrelevante. Los exámenes nos recuerdan que los resultados cuentan. Eliminarlos es transmitir el mensaje contrario.
Los exámenes también preparan para enfrentar situaciones que son frecuentes en la vida profesional. Aprobar un examen no sólo requiere haber incorporado conocimientos sino ser capaz de organizarlos, recordarlos en tiempo oportuno y presentarlos de manera mínimamente ordenada en una situación de relativa presión psicológica.
Y eso es exactamente lo que tiene que hacer alguien que se propone una venta difícil, que debe defender un proyecto ante una junta directiva o, más simplemente, que debe hablar en público. Los exámenes entrenan músculos que vamos a necesitar, a menos que tengamos una vida profesional carente de desafíos.
Por último, los exámenes son un mecanismo de control de la labor docente. En un examen intervienen varios profesores, y el nivel de exigencia debe pactarse entre ellos. Y si bien la solidaridad corporativa puede perdonar muchas cosas, existen ciertos límites a la tolerancia que un docente puede exigir a sus colegas. Eliminar los exámenes nos dejaría más desprovistos de lo que ya estamos de mecanismos de control docente.
Todas estas razones recomiendan mirar con reservas la decisión que se anuncia.
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