Patalean unos contra otros, pero todos hacen lo mismo: repiten y repiten lo peor de cada canal
Desde el monstruo de Frankenstein -un ser vivo hecho de retazos de cadáveres- hasta las performances de los diyeis -que creen parir obras nuevas por el solo hecho de mezclar y superponer discos ya conocidos-, la tentación de cortar en pedacitos cosas ya hechas para unirlas arbitrariamente con otras es una obsesión cada vez más recurrente en el hombre actual.
Desde el monstruo de Frankenstein -un ser vivo hecho de retazos de cadáveres- hasta las performances de los diyeis -que creen parir obras nuevas por el solo hecho de mezclar y superponer discos ya conocidos-, la tentación de cortar en pedacitos cosas ya hechas para unirlas arbitrariamente con otras es una obsesión cada vez más recurrente en el hombre actual.
Los collages en las artes plásticas, los remixados en la música, la intertextualidad en la literatura, la clonación en la biología y hasta la transversalidad en la política están hechos de una misma sustancia: fragmentos preexistentes que, combinados con otros, aspiran a convertirse en una nueva materia. Quienes los manipulan se sienten con derechos de autor por el solo hecho de mezclar lo que ya existía. La TV argentina es el campo de batalla donde estos raros procederes se registran con inusitada intensidad, un lugar donde empiezan a ser menos los programas originales que los copiados y armados a base de sobras de los primeros. El morderse continuamente la cola de ese medio, el ácido regurgitar constante de bocados ya digeridos, que se volvió hábito imparable en nuestra pequeña pantalla, amenazó hace unos días con hacer llegar la sangre al río. Pero si la Argentina fuese un país más serio, Luis Majul nunca habría tenido necesidad de reclamarle, primero mediáticamente y luego por carta documento, a Diego Gvirtz, productor de TVR , por haberle usurpado en cuestión de minutos su "exclusiva" entrevista a Charly García, emitida originalmente por La cornisa (América) del sábado 15 de septiembre y reproducida un rato más tarde en sus partes fundamentales por TVR (Canal 13). Al cierre de esta edición podría estar suscitándose una situación similar con el reportaje a Omar Chabán que Majul le realizaba en América, otro bocado tentador y a tiro del voraz apetito de TVR . Si la Argentina fuese un país más serio, PNP (el programa de bloopers televisivos de la familia Portal, que se vio aquí en los años 90) no habría tenido necesidad de litigar por plagio contra TVR ni, a su vez, Miguel Rodríguez Arias, el pionero en la materia, habría demandado a los dos programas mencionados porque nunca habrían salido a la luz. En ninguna nación desarrollada existen programas confeccionados por otros preexistentes y presentados a manera de comida recalentada. Es que hacen cumplir sus leyes de propiedad intelectual y nadie puede apropiarse sin permiso del material de un tercero.
Si la Argentina fuese un país en serio, por eso mismo, tampoco existirían ciclos como Duro de domar, Maldita TV, RSM, Ran 15, Zapping y la mayoría de los programas (con especial predilección los matutinos y los chimenteros, que se demuelen mutuamente por la tarde) que basan su existencia pura y exclusivamente en la reproducción constante y obsesiva de fragmentos de otros programas, un artilugio que pergeñó Rodríguez Arias en 1983 cuando vio, escuchó y grabó al entonces candidato a vicepresidente de la Nación por el Partido Justicialista al pronunciar un memorable lapsus línguae que terminó siendo premonitorio: "La opción es liberación o dependencia -había dicho entonces don Deolindo Felipe Bittel- y nosotros ya elegimos la dependencia". Aun en aquella época, de muchísima menos polución mediática que la actual, esa desopilante y desoladora aseveración, en su fugacidad, había pasado inadvertida y Rodríguez Arias intuyó entonces un filón valioso para hacer reflexionar a la sociedad sobre los intrincados laberintos del discurso político y se lanzó a armar unos videos con sus primeros hallazgos. La derivación industrial de ese formato tuvo su segundo acto en 1994, cuando PNP aligeró ese primer cometido y lo redujo a meras reproducciones de errores televisados. Cinco años más tarde, el productor Diego Gvirtz encontró un camino intermedio entre el afán intelectual original de Rodríguez Arias y el entretenimiento leve de los Portal al proponer un noticiero de la TV argentina que presentaba humorísticamente informes que compaginaban lo más llamativo de la semana televisiva. En pocos años, y a medida que la televisión se fue tornando cada vez más en un negocio inestable para pocos e inviable para los demás, el recurso de repetir fragmentos de distintos programas a toda hora comenzó a convertirse en un "llenaespacios" ideal y barato. En el tiempo que ha corrido en lo que va del siglo XXI el fenómeno proliferó como peste en compaginaciones cada vez más atrevidas y cínicas, sin respeto por el horario de protección al menor, con repeticiones hasta el hartazgo de nimiedades de una increíble zoncera y hasta procacidades de muy difícil digestión. Así, la TV con el beneplácito de sus permisionarios, que aceptan este virtual cuatrerismo televisivo; del público, que al ver este tipo de programas les aporta rating, y de los publicitarios, que pagan tarifas carísimas por avalar con sus avisos y marcas tan desordenado estado de cosas, ha quedado devastada con tanta repetición constante de golpes bajos, insultos y escenas de franco mal gusto. Son horas y horas, que los canales se roban unos a otros, aceptando el escarnio de sus propios programas y figuras, que empobrece y degrada su menú. Se diluye la identidad clara que antes distinguía a un canal de otro y se vuelve cada vez más inestable la fidelidad de las audiencias. Los efectos sobre sus contenidos son letales: los géneros tradicionales se tornan frágiles y están en vías de extinción. Lo peor de ese medio se potencia en su repetición compulsiva y provoca actitudes imitativas. La ley Nº 11.723 de propiedad intelectual, en su artículo 31, sólo autoriza las reproducciones de materiales cuando se relacionan "con fines científicos, didácticos y en general culturales o con hechos o acontecimientos de interés público o que se hubieran desarrollado en público". La cantidad de zafadurías que se ven a diario en la TV varias veces repetidas no parecen adecuarse a las excepciones que marca la ley en la materia.
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