lunes, 25 de junio de 2007

Trastienda - SOBRE VERDAD Y AUSENCIA - Por Santiago Valledor

A propósito de lo expuesto, y sólo demostrado por causa propia, Serrat dijo que la verdad nunca es triste, sólo hay que (saber) perdonarla. Claro que se refirió a ciertas verdades, vinculadas no tanto a la ontología de lo real como a la ontología de lo social.

Y lo de “triste” no tiene que ver sólo con el sentimiento, sino más bien con lo colectivo y la correspondiente objetivización de la verdad, que, en sí, es “alegre” en cuanto no esconde: es como es y no oculta, aunque se la pretenda esconder.
Eso es lo triste: los múltiples procesos de ocultamiento que se desarrollan en una sociedad, incluso en una plural, pluralista, participativa y cívicamente democrática.

Cuidado que ocultar es mucho más grave que rechazar o posponer, que son lógicas consecuencias de los naturales procesos de elección personal y grupal que supone el desarrollo de una sociedad y los “si hubiera (mos)...”, que, en lo colectivo afectivo, podríamos caracterizar como nostalgia de lo que no fue (la nostalgia de lo que fue es otra cosa, quizás más vital, sino piensen en la esencia del tango – “ese pensamiento triste que se baila”, dijera Discépolo).

Lo triste es que una cultura de la mentira, que es ocultar “diciendo” otra cosa, se disfrace de verdades y se prolongue en un acervo mítico – ritual socialmente falso e irremediablemente perdido para la historia.
Como es falso negar al tiempo y al espacio como dimensiones absolutamente humanas (Kant) y no humanizadas, y, por tanto controlables desde una ciudadanía cívica y cultural poderosa en cada comunidad y en la sociedad internacional (izada).ç

En esas dimensiones – por otra parte, únicas en la que vivimos nuestra existencia – la muerte se vuelve una estructura compleja de finales, y hasta de fines, y supera sus propios medios para reducirse al último y muy humano instante de la vida individual.
Ese es el marco en que desaparición y muerte se separan, porque la primera supone ninguna o múltiples, y la segunda culminación necesaria y reanudación de proceso social en otras realidades biopolíticas – biosociales, que aseguran continuidad.

Lo grave de la desaparición forzosa es su esencia social de corte de la continuidad, por lo que también es más que una disfunción o anomia. Con desapariciones humanas por pretendida vía o solución de las contradicciones sociales no sólo se pone un luctuoso misterio sobre el pasado, sino que se compromete el presente y se anula el futuro.

Pensemos que el culto a los muertos es el culto a la continuidad, si Antígona no enterraba a sus hermanos, la historia no sigue, queda míticamente paralizada, y el asesino Creón no podrá reinar, porque la sociedad está empantanada, “a la espera”.
Por eso ausencia es más que “no presencia”, y la ausencia con interrogantes, misterios (negativos) y ocultamientos detiene lo humano, cristaliza malamente lo colectivo y deja en suspenso toda forma de participación civil cultural y civilizatoria, cuyo mejor modelo es la democracia, como estructura moral, ética y jurídica constituyente de una mejor vida para el hombre.

Desde el punto de vista moral, “borrar” a una persona del mundo vivo es más que “simplemente” asesinarla, “borrarla”. Tiene algo de envidia y mucho de terror, además del frío poder de obedecimiento del ejecutor concreto y del montaje de una operación de ese tipo.
Envidia porque se presume en el abusado una característica superior, inalcanzable, algo así como una esencia “de lo mejor” que se debe derribar. Terror porque no se entiende – comprende (tanto intelectual como afectivamente) al supuesto enemigo, y entonces no basta con impedirle actuar, hay que suprimirlo.
Es lo anti heroico, porque implica cierto acatamiento animal – maquinal, insensible y eficiente, similar al de los artificios de las películas de ciencia ficción – sobre todo de las malas películas del género -, y sólo es entendible desde fuera de la ética. No es humano.
Entonces, lo que pasa es que el mundo (“global”, colectivo de los colectividades, el gran colectivo) sigue equivocado, porque las desapariciones y las violaciones a los Derechos Humanos no son un tristre privilegio yorugua o rioplatense.

También está equivocado porque, de bastante más de seis mil millones de humanos, unos cuatro mil millones viven, o mal sobreviven, bajo la línea de pobreza – que parece una línea de indigencia más o menos disfrazada -.
Porque a la brecha digital de una pretendida sociedad global del conocimiento – y, en verdad, en guerra globalizada – se anticipó, y no se ha suturado, una brecha abismal sanitaria, alimentaria y de vivienda.
El no trabajo de millones y el trabajo agotador de otro tanto sustenta el ocio rentable de unos pocos, que dicen trabajar y, vía poder económico y militar, explotan al resto de lo humano – que, por esa situación de perversa dominación, no llega – ni llegó nunca, a constituir Humanidad -.

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