miércoles, 27 de mayo de 2009

655 46-09 - Escenarios - El sol del 25 - Brienza/Peña

* dos visiones más sobre el
ingreso al bicentenario, red
*********ENGAÑOSO FESTEJO - Hernán Brienza.
Hemos vivido equivocados. Hemos festejado engañados. Durante 199 años hemos celebrado una fecha patria que no era tal. Todos nuestros actos escolares han sido falsos, nuestras proclamas apócrifas, nuestros libros viciados de apariencia. Nuestra historia está fundada sobre un mito inexacto: el 25 de Mayo de 1810. Antes de seguir quiero convenir en algo: todo lo dicho, todo lo escrito, lo debatido, lo peleado sobre aquellas jornadas inaugurales de este país-maceta forman parte de uno de los debates más ricos de nuestra historia. Equiparado, tal vez, a los combates sobre Juan Manuel de Rosas o sobre el peronismo, ya entrado el siglo XX. El problema no es lo que se diga o deje de decir sobre el 25 de Mayo de 1810, sobre saavedristas y morenistas, sobre paraguas y mazamorras, sobre serenos y patoteros como French y Beruti, sobre pueblos en la calle y cabildos abiertos. La cuestión está en que nuestra patria no nació ese día: los sueños de república, de libertad, de independencia, la Primera Junta en estas tierras no provino de esa ciudadaldea portuaria, atestada de sacerdotes ocultadores, comerciantes rapaces, contrabandistas nocturnos y pensadores liberales. No. La patria fue parida otro día: curiosamente otro 25 de mayo, pero de 1809. Exactamente un año antes. Y en el otro rincón del territorio. Allí en Chuquisaca, en el Alto Perú, en el corazón de la América andina, entre esa gente de rostros cobrizos, de caminar cansino y tonada cadenciosa. Chuquisaca pertenecía, entonces, al Virreinato del Río de la Plata, pero tenía una serie de beneficios propios: autonomía administrativa y poder de policía propios. Su gran tesoro no era la plata potosina ni las regalías de la aduana. Su riqueza era la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier, reconocida como uno de los centros de estudios más importantes del mundo. Era tan importante que era conocida como “la Atenas de América”. En sus aulas estudiaron Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo, entre otros revolucionarios jacobinos. La Universidad de Chuquisaca era el verdadero centro de las luces de principios del siglo XIX. Todo comenzó cuando llegaron a América las noticias de la caída del rey Fernando VII y la instauración de la Junta de Sevilla. La Real Audiencia de Charcas (como también se conocía la ciudad que hoy se llama Sucre en honor al mariscal Antonio José, mano derecha de Simón Bolívar) se opuso y llamó a constituir otras juntas provinciales. En noviembre de 1808, el delegado sevillano, José Manuel de Goyeneche, entró en la ciudad e intentó que ese territorio quedara en manos de Carlota Joaquina Teresa de Borbón, hermana de Fernando y reina regente de Portugal en el Brasil. Los claustros de la Universidad se convirtieron en un polvorín y rechazaron de plano las exigencias de Goyeneche. Poco después, la Audiencia reconoció la autoridad de la Junta sevillana, pero el germen revolucionario ya había despertado.Los meses que siguieron fueron de agitación y conspiraciones. Un panfleto titulado “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos”, escrito por Bernardo de Monteagudo, decía: “Habitantes del Perú… Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia. Vuestra causa es justa, equitativos vuestros designios. Reuníos, pues, corred a dar ripio a la grande obra de vivir independientes”.La revolución estalló el 25 de mayo, a las 18, cuando el presidente de la Audiencia, Ramón García Pizarro, mandó a detener a los conspiradores. Sólo pudo detener a Jaime de Zudánez. Pero el levantamiento no se hizo esperar: el pueblo lo acompañó a la cárcel y comenzó a apedrear los edificios públicos. Fue prácticamente liberado por la multitud que lo llevó en andas hasta la Plaza Mayor. Entre la gente se destacaba, dicen las crónicas de la época, Monteagudo, quien gritaba “Muera el mal gobierno, viva el rey Fernando VII”. García Pizarro renunció el 26 por la madrugada y asumió la “Audiencia gobernadora”. Había nacido la Primera Junta americana en territorio argentino. La Audiencia se enfrentó a todas las fuerzas reaccionarias y cayó unos meses después bajo la despiadada represión militar de Goyeneche. Unos meses después, Buenos Aires iba a tomar el ejemplo de Chuquisaca y se iba a levantar contra el poder peninsular. Ahora bien, ¿por qué no se reivindica en nuestro país la revolución popular de Chuquisaca? ¿Por qué se la desconoce y se la ningunea? ¿Qué significa festejar como mito fundacional la revolución porteña en vez de la de América profunda? ¿Celebrar Mayo de 1810 no es anteponer el comercio a las ideas? ¿El librecambismo al librepensamiento? ¿No es celebrar también las amputaciones a las que fue sometido este continente con complicidad de los directoriales como Juan Martín de Pueyrredón –la Banda Oriental– y de los liberales como Bernardino Rivadavia –Bolivia–? Poner el eje del Bicentenario en el año X –sin recordar Chuquisaca– es achicar otra vez el sueño de los Monteagudo, los Moreno, los San Martín, los Bolívar, los Dorrego y los Artigas.

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***********El festejo sano - Fernando Peña

A la gran mayoría de la gente le irritan las fechas patrias. A casi nadie le gusta ir a los desfiles ni a las celebraciones, casi nadie usa escarapela, pocos comen locro y al chocolate con churros lo miramos por tevé. Fernando Peña.
A la gran mayoría de la gente le irritan las fechas patrias. A casi nadie le gusta ir a los desfiles ni a las celebraciones, casi nadie usa escarapela, pocos comen locro y al chocolate con churros lo miramos por tevé. Nadie tiene ganas de fechas patrias, ya no es ningún secreto y tampoco nos da tanta vergüenza aceptar que no nos importan para nada. Siempre me pregunté por qué será esto, ¿serán los ejemplos nefastos que tuvimos de gobernantes? ¿Será que no existe la nacionalidad argentina aún? ¿Que somos rejunte? ¿Será falta de amor por la patria? ¿Sabemos la diferencia entre patria y país? ¿O es simplemente pereza y punto, ganas de descansar y que vaya el otro a poner la jeta y a enchufarse la escarapela? Esto que escribo es un tema viejo y es un bodrio hablar de esto, pero justamente que el tema sea o resulte un bodrio me da de algún modo la razón. Nos está diciendo que no queremos ni hablar ni escuchar del tema. Pero hoy tengo la intención de justificarnos y quedar libres de culpa y cargo para siempre. Es que he notado que en casi todos los países es así. Hasta en los Estados Unidos creo que es ficticio el festejo, lo que sucede es que se responde a un gran show al cual el pueblo no quiere faltar, ¿pero está el sentimiento profundo y concienzudo presente en el pueblo norteamericano? Tal vez en algunos pocos, como en todo siempre hay algunos pocos por suerte.La reacción general de la gente en el día del festejo en casi todos los países en los que me ha tocado estar en fechas patrias, ya sean europeos o americanos, es de hartazgo y de aburrimiento. ¿Está mal que sea así? ¿Está mal que nos harte y no tengamos ganas de ir a los festejos? ¿Es más patriota el que va? ¿Si no tomo chocolate con churros hoy seré menos patriota? ¿Si uso escarapela soy más argentino que el que no la usa? A muchos mis preguntas y mi planteo les puede parecer infantil.Pregunto entonces por qué nos obligaban y siguen obligando en los colegios a usar símbolos patrios y a festejar. ¿No es eso infantil? Muchos usan escarapela para no pasar vergüenza o por miedo a ser mirados como traidores a la patria, descorazonados y es precisamente por eso que se diluye la demostración genuina, espontánea y fogosa. Se nota esa escarapela comprada hace 15 años, esa que está en el tercer cajón de la cómoda y se saca sólo en las fechas. Usar esa cintita raída, mugrosa y triste que parece un malfatti o un moco pegado en la solapa no es patriotismo, es culpa, es miedo, es cumplir y punto. Los que tomarán hoy chocolate con churros en la Catedral tampoco son creíbles sobre todo cuando no pagan lo que deben, “tomá chocolate, pagá lo que debés…”.¿Habrá chocolate? ¿Habrá churros de verdad?¿O estarán las tazas vacías y serán los churros de cartón? ¿Tienen ganas de estar ahí los que están? ¿A cuántos de ustedes les importa realmente festejar su cumpleaños?¿Cuántos de ustedes quieren estar el día de su cumpleaños? Sin embargo se siguen cumpliendo los años sin cesar y no por eso creo que estemos tristes de cumplirlos, es simplemente no tener ganas del festejo. Por eso propongo lejos de querer ser sarcástico e irónico que pensemos si realmente los símbolos puestos por imposición o la asistencia forzada en estos casos no es totalmente contraproducente y desmorona más aún el poco sentimiento verdadero pero en silencio que en algunos queda. El amor a las cosas nace y crece solito y despacito dentro de cada uno. Siempre me chocó que los maestros nos dijeran y nos ordenaran amar a la patria, sentía que creían que éramos tarados, salvajes e insensibles. Tal vez la apatía y el desencanto en estas fechas son consecuencia de un residuo de rebeldía por ese machacar escolar. También reconozco que hay años en los que quiero festejar y años en los que no, y no está necesariamente relacionado con estar contento con quien gobierna. Festejar es finalmente estar con ánimo, si estás animado comprate la mejor escarapela y mostrala orgulloso, tragate miles de churros y empachate con chocolate y si no quedate piola que no solamente no es la muerte de nadie, sino que es tu íntimo y sano respeto hacia vos y hacia tu patria. ¡Salud!

654 45-09 - Ponencia - Apuntes sobre la Revolución de Mayo - José Pablo Feinmann

¡Cuántos puntos de vista hemos trazado sobre la Revolución de Mayo! ¿Tendrá sentido seguir discutiendo? ¿Qué discutimos? Puedo decir qué discutía yo en 1975 cuando escribí Filosofía y Nación y fui duro y crítico con Moreno y los suyos. Durante esos días, la organización político-militar Montoneros se había trenzado en una guerra aparatista –al margen de todo apoyo de masas; al margen, también, de todo intento de recurrir a ellas– con los grupos terroristas de la derecha del peronismo, respaldada por el aparato del Estado que presidía Isabel Martínez de Perón bajo los mandatos de José López Rega. Las discusiones que sosteníamos eran de superficie. No sé si en la Orga se discutiría algo o se sometería todo a la conducción de Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja. Años después, Perdía habría de reconocer que el “pasaje a la clandestinidad” fue el error más grande de la Orga. Fue uno de los tantos, pero determinó la militarización y el accionar violento, la criminalidad indiscriminada, el alejamiento total de las masas, de la población y, sobre todo, del sentimiento popular, que no era el de una guerra de muertes incesantes, muchas inexplicables, o de simples policías a los que –en su totalidad– se había condenado a morir donde se los encontrara. En esta coyuntura atroz se discutió la alternativa a la opción por los fierros, que, como siempre, fue la opción por la política. Pero no hay política en medio de las balas. Y tampoco hay masas ni población que se acerque a algo o que salga con cierta tranquilidad de su casa. Era, Montoneros, la vanguardia armada. No necesitaba del pueblo y el pueblo, para la vanguardia, siempre está al margen de la comprensión profunda de la historia. Puesto a escribir sobre la Revolución de Mayo no me fue difícil llegar a un trazado de historias con similitudes conceptuales, que ayudaran a la comprensión. Moreno y sus amigos eran la vanguardia ilustrada de Buenos Aires. No voy a comparar a Moreno y a Castelli con Firmenich y Perdía, pero la política se hace con los fierros o se hace con los pueblos. Moreno y Castelli no estaban extraviados y posiblemente fueran personajes trágicos, que le pedían a su tiempo algo que no podía entregarles. Grave error político. Un gran músico o un gran escritor puede –según suele decirse– “adelantarse a su tiempo”, pagará su gesto con la soledad y la incomprensión. Estos precios no los puede pagar un revolucionario. Salvo al costo de no hacer una revolución y quedar para la posteridad como un tipo bárbaro, lleno de buenas intenciones, pero fatalmente derrotado por mediocres que no volaban tan alto como él. ¿Pasó esto con Moreno?
Concedo, si quieren, que Moreno era un enemigo del Imperio Británico. Concedo que, en alta mar, según sugiere su hermano Manuel y afirman quienes hacen de Mariano un revolucionario, lo envenenó el capitán de la nave por órdenes del saavedrismo “reaccionario” o del mismísimo Imperio contra el que bravamente había luchado. Confieso que el Plan de operaciones es un gran texto político y que con gusto lo aplicaría hoy mismo en la Argentina. Imagínense: “Centralización de la economía en la esfera estatal, confiscaciones de las grandes fortunas, nacionalización de las minas, trabas a las importaciones suntuarias, control estatal sobre el crédito y las divisas, explotación por el Estado de la riqueza minera” (J. P. F., Filosofía y Nación, p. 36 de la edición de Legasa de 1986. El libro se publicó en 1982. Lo iba a publicar Amorrortu en 1976. Por supuesto no lo hizo). Y luego, en la parte económica del Plan, Moreno propone una de sus medidas más osadas: “Se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que debe evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan”. Sería fascinante traerlo a Moreno al presente argentino. Decirle, por ejemplo, que, en 2008, un gobierno nacional, democrático, perteneciente al partido de masas más grande del país y de América latina, intentó meter levemente su mano en el bolsillo de los señores de la tierra, no confiscarles su propiedades, no controlar el crédito, no nacionalizar nada, sino meramente retenerles un 3 por ciento de la renta de la que gozan y estalló la patria indignada. Tanto, que el gobierno tambaleó y si se mantuvo aún nadie sabe bien por qué, acaso porque esos mismos que quieren tirarlo tienen, a la vez, terror de gobernar el país con la gente que cuentan entre bobos traidores y malandras pendencieros.
Moreno parecía no comprender acabadamente una regla de oro de las revoluciones: nadie hace una revolución sin una base revolucionaria. Si pretendía ser un jacobino tenía que preguntarse –ante todo– si contaba con una burguesía revolucionaria. Jacobino sin burguesía gira locamente en el aire. Tenía, en Buenos Aires, a los que buscaban comerciar libremente con Gran Bretaña (y ya lo hacían a través del contrabando). A los comerciantes españoles, cada vez menos representativos. Y a los ganaderos bonaerenses, que buscaban exportar y miraban a los países del desarrollo europeo. Esto es tan sencillo que nada les ha costado verlo a Mariátegui, Milcíades Peña o José Luis Busaniche. El país tenía que salir de la órbita española. Había que echar de América a ese imperio decadente, inútil. El Plan tiene muchas concesiones a los ingleses. Si quieren no las vemos. Pero, ¿con qué poder pensaba Moreno hacer lo que proponía ese Plan? Puede conmovernos como Guevara en Bolivia. Pero no llevarnos a decir que la de Mayo fue una Revolución. Castelli puede conmovernos a orillas del lago Tiahuanaco, lugar al que convoca a las comunidades indígenas de la provincia de La Paz, a poca distancia del Titicaca. Claro que rechazamos la broma fascista de Hugo Wast que les hace decir a los indios una burrada infame como respuesta al discurso del orador de Mayo: “¿Qué preferís? ¿El Gobierno de los déspotas o el de los pueblos? Decidme vosotros qué queréis”. Y los indios: “¡Aguardiente, señor!”. Pero aun rechazando la injuria, la tomadura de pelo racista, era cierto que los indios no entendían el idioma de Castelli ni éste el de ellos. Es como Inti Peredo aprendiendo quechua en medio de la selva boliviana. O hablándoles a los campesinos de la Revolución Cubana. Lo que lleva a Guevara a confesarse que los campesinos lo miran con una mezcla de incredulidad y temor.
Lo que hizo Moreno fue introducir en el Plata la Razón Iluminista. Esta razón se centra en Buenos Aires y se desplegará desde ahí. Desde este punto de vista (salvo el interregno “bárbaro” de Rosas) será la razón occidental, la razón del tecnocapitalismo, la razón instrumental, la que triunfará en el Plata como triunfa en todo el mundo colonial. El único sentido lateral que hubo en este país ante esa racionalidad conquistadora fue el de las masas federales. (¿Por qué no Artigas antes que Moreno? ¿Por qué regalárselo a los uruguayos, si hasta muchos de ellos dicen que fue el más grande de los caudillos argentinos? ¿Por qué no Artigas, que era un líder de pueblos, un enemigo de portugueses y británicos y partidario de repartir las tierras a los pobres?) Y las masas federales fueron aniquiladas por el poder de Buenos Aires. Poder que –según nada menos que Alberdi– fue el que vino a centralizar la Revolución de Mayo estableciendo un reemplazo del coloniaje, no su sustitución. A partir de Mayo, Buenos Aires fue la metrópoli; las Provincias, la colonia. Esa lucha duró todo el siglo XIX y concluyó en el ’80, con la conquista del desierto y la federalización de Buenos Aires. Luego de aniquilar a los negros, a los gauchos y a los indios, Buenos Aires festeja el centenario de su revolución en 1910. Ahora, el Otro absoluto es nuevo y vino de afuera: es la chusma ultramarina. La opulenta capital también sabrá castigarla siempre que intente tomar o desordenar la casa.

653 44-09 - La razón natural - Jaime Szpilka

* difícil, pero abarcable, hacia
un nuevo concepto de estructura
mental, red
El sentido común y lo inconsciente
La idealización de la naturaleza y de lo natural culmina con una lógica acerca del derecho natural, de la ética natural y de la significación natural: naturalidades todas que encuentran su expresión máxima en lo que podríamos llamar la lógica del sentido común, no cuestionado, inmediato, y que crea el cobijo del compartir con el otro el placer gozoso de lo familiar, de lo heimlich, del estar en casa. Lógica que esconde, detrás de su aparente inocencia, la negación absoluta de lo inconsciente. Su posición represora instituye un ser; como toda institución, instituye una lógica represiva, obtura lo que el inconsciente mismo instala y delata: la ruina y la imposibilidad del ser.
Vale la pena insistir en que uno de los más trascendentes descubrimientos freudianos fue el de la destitución del júbilo de la palabra. Las promesas que ese júbilo prometía a lo largo del desarrollo del pensamiento occidental –la verdad y el saber del ser– se delataron finalmente en su propia imposibilidad; lo que la propia promesa había abierto es lo que, finalmente, la hizo devenir imposible.
Pero detrás de ese heimlich, detrás de ese placer gozoso de compartir un sentido común, como lo más natural del mundo, se esconde siempre una dosis de violencia contra un tercero necesario como víctima, lo Unheimlich negado. Como que el sentido común implica siempre una complicidad narcisista, sea en la amistad, en la pareja, en los que comparten una patria, una religión, un equipo de fútbol, una ideología política, un esquema referencial, que solamente se sostiene contra un tercero hostil que implica siempre la posibilidad de una perspectiva ajena que amenaza la unidad imaginaria instituida en la complicidad.
Otro ojo, otra mirada, otra significación, otro sentido, otro significante, ponen siempre en riesgo el abrigo narcisista de lo compartido, lo común, que inevitablemente se constituye sobre algo ajeno y no común, rechazado y temido.
Por eso el psicoanálisis no puede entrar a la manera común en la clásica discusión entre el racionalismo y lo irracional, justamente porque plantea la cuestión de frontera donde lo irracional no es más que la diferencia perenne entre la razón y la verdad, entre lo que se puede decir porque se dice y lo que no se puede decir porque se dice, diferencia cuyo producto es la consideración del deseo inconsciente. Desde esta perspectiva, planteamos discutir la clásica tesis aristotélica, que define al hombre como animal racional, sustituyéndolo por: el hombre es el animal deseante.
Renegar esa falta en ser, renegar de que el ser es un efecto mítico retrospectivo por efecto del habla, constituye la esencia del pensamiento y de la ideología fascista, en tanto presenta un ser que es por naturaleza, un ser que es frente a otro ser inferior que no es y que debe ser aniquilado para no contaminar la perfección del ser superior.
Pero eso, tan evidente y caricaturesco en el fascismo burdo, también acompaña a todo pensamiento anclado sólo en el sentido común y a toda razón que se pretenda autoritaria y absoluta, que se disimula tantas veces en la complicidad gozosa de los que comparten una misma perspectiva, un determinado sentido común, una posición que puede disfrazarse tantas veces de amor, de altruismo y de ideal compartido. La razón absoluta y totalitaria es la razón que se olvida del inconsciente, del cual se olvida también el fascismo y toda formación totalitaria que implique un abrigo narcisista común, aunque se llame enamoramiento. La razón absoluta “sabe” lo que el ser es: lo que es un hombre, una mujer, una patria, una religión, el bien, el mal. En la razón totalitaria, se sabe lo que el significado significa.
Por eso desde estas posiciones absolutas y totalitarias se cree en la naturaleza, como se cree en el Paraíso. Se olvida que el paraíso es una construcción a posteriori, paraíso perdido que solamente queda constituido por la pérdida. Igual ocurre con el concepto de naturaleza, engendrado por el mito romántico de un antes construido después de su imposibilidad. No hay nada menos natural que la naturaleza, concebida como si fuera una existencia real perdida y corrompida por el hombre.
* Texto extractado de Crítica de la razón natural. La mentalidad moderna, el sentido común y lo inconsciente.

652 43-09 - Alkimia- Nuestro Mario Benedetti - Daniel Viglietti

Ante la pérdida de nuestro Mario Benedetti estamos todos consternados, como escribía él cuando la muerte del Che. Nos quedamos sin Mario, pero su pluma nos deja el alma llena de versos sencillos, sencillos en la altura, como aquéllos del cubano José Martí que él tanto admiraba. Y nos deja ramas del mismo árbol fecundo, la novela, el cuento, el ensayo, la obra teatral, el periodismo, la canción. Una pluma mágica y multifacética que generó, sin premeditación, desde todos esos géneros, modelos de conducta, un rigor ético equilibrado con la belleza de lo estético. Como se sabe, ética cabe dentro de la palabra estética, eso nos lo demostró Mario desde su creación. Imposible separar al Benedetti persona de la obra generada, de la página nacida. En ese sentido, Mario es una unidad dialéctica difícil de encontrar en otros territorios de lo cultural.
Todos sabemos que era un ser ejemplar en su modestia, en su auténtica sencillez, en su valiente ternura, en su solidaridad.
Mario no necesita que lo idealicemos porque es un ideal en sí mismo, toda su obra está tocada por un horizonte utópico en que el arriba se inquieta y el abajo se mueve indócil.
Desde su coherencia nos ha enseñado cómo el humor puede ser fértil, cómo el amor y la lucha pueden ser cómplices, cómo la confianza en el hombre, en el otro, en la otra, tiene que anteponerse a toda desconfianza. El creía en el prójimo sin necesidad de mayores pruebas. Creía, sin laberintos, en los otros y los traía cerca. A nadie le cabe duda de que, como en su poema, defendía la alegría a ultranza. Construía puentes de alegría para oponerse a la tristeza y a la muerte. Era un extremista del optimismo y de la esperanza, sin dejar de lado un agudo sentido crítico y una profunda preocupación por la gente. Un hombre, ya lo dijimos, de una modestia ejemplar, que su amigo Eduardo Galeano explica diciendo que Mario Benedetti no se daba cuenta de que era Mario Benedetti.
Los ríos de gente manifestaron su enorme cariño hacia Mario. Fue emocionante ver las largas filas de personas de diferentes generaciones y clases sociales, todo un pueblo subiendo las escaleras de entrada al Palacio Legislativo, llegando hasta las cercanías del cuerpo sin vida del poeta. ¿Sin vida? Su admirado César Vallejo decía: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”. Sin embargo, Mario logra sobrevivir en los demás por lo que ha pensado, por lo que ha escrito. Por lo que ha amado: recordemos a Luz, su compañera de toda una vida, tras cuya muerte Mario empezó a irse de a poquito. Por el cariño hacia su hermano Raúl, a quien tanto protegió siempre. Por la cantidad de amigos que fue abrazando aquí y en tierras lejanas.
Sobrevive en los demás también por su compromiso en la lucha política, antes y durante los años de plomo, cuando entre sus amigos contaba al paso del tiempo con Raúl Sendic, Zelmar Michelini, Líber Seregni.
Su permanente lucha contra la injusticia y la impunidad se manifestó recientemente en su solidaridad con familiares de detenidos-desaparecidos y su apoyo a la campaña por la anulación de la ley de caducidad.
Mario, como persona, se hacía querer con su rostro tierno, su bigote y jopo invencibles, su mirada limpia, su sonrisa que aun en medio de estos períodos de enfermedad afloraba, consolando o agradeciendo a Ariel, su leal secretario, y a los fieles, trabajadoras y trabajadores, que lo cuidaban sin falla.
Déjenme decir que he perdido a un amigo esencial que mucho me enseñó sobre la vida, sobre el arte, sobre la pasión del cambio. Un ser generoso como pocos. En lo cotidiano tendremos que acostumbrarnos a encontrar, en el recuerdo de su amistad, la fuerza y la calidez de su palabra.

651 42-09 - Papeles y cenizas - Poetas y poesía - José Saramago

* imperdible, piensen en mario - no
vamos a publicar nada de/sobre él que la
siguiente nota de daniel -.aprovecho para
declarar eliminado sección
cuentos y poemas, irán en alkimia, red---
No será con todos ni será siempre, pero a veces ocurre lo que estamos viendo estos días: que, porque ha muerto un poeta, aparecen en todo el mundo lectores de poesía que se declaran devotos de Mario Benedetti, que necesitan un poema que exprese su desconsuelo y tal vez también para recordar un pasado en que la poesía tuvo un lugar permanente, cuando hoy es la economía la que nos impide dormir.
Así, vemos que de repente se establece un tráfico de poesía que habrá dejado perplejos los medidores oficiales, porque de un continente a otro saltan mensajes extraños, de factura original, líneas cortas que parecen decir más de lo que a primera vista se cree.Los descifradores de códigos no dan abasto, demasiadas enigmas para descodificar, demasiados abrazos y demasiada música acompañando sentimientos que son demasiados: el mundo no podría soportar muchos días de esta intensidad emocional, pero tampoco, sin la poesía que hoy se expresa, seríamos enteramente humanos.
Y esto, en pocas líneas, es lo que está sucediendo: murió Mario Benedetti en Montevideo y el planeta se hizo pequeño para albergar la emoción de las personas. De súbito los libros se abrieron y comenzaron a expandirse en versos, versos de despedida, versos de militancia, versos de amor, las constantes de la vida de Benedetti, junto a su patria, sus amigos, el fútbol y algunos boliches de trago largo y noches todavía más largas.Murió Benedetti, ese poeta que supo hacernos revivir nuestros momentos más íntimos y nuestras rabias menos ocultas. Si con sus poemas salimos a la calle - codo a codo somos mucho más que dos -, si leyendo "Geografías", por ejemplo, aprendimos a amar un país pequeño y un continente grande, ahora, según las cartas que llegan a la Fundación, se recuperan momentos de amor que dieron sentido a tiempos pasados, y quién sabe si presentes. Eso también se lo debemos a Benedetti, el poeta que al morir hizo de nosotros herederos del bagaje de una vida fuera de lo común.Tania y Mario: la libertadNo es verdad que el mundo está todo descubierto. El mundo no es sólo la geografía con sus valles y montañas, sus ríos y sus lagos, sus planicies, los grandes mares, las ciudades y las calles, los desiertos que ven pasar el tiempo, el tiempo que nos ve pasar a todos. El mundo es también las voces humanas, ese milagro de la palabra que se repite todos los días, como un corona de sonidos viajando en el espacio. Muchas de esas voces cantan, algunas cantan verdaderamente. La primera vez que oí cantar a Tania Libertad tuve la revelación de las alturas de la emoción a que puede llevarnos una voz desnuda, sola delante del mundo, sin ningún instrumento que la acompañara. Tania cantaba a capella "La paloma" de Rafael Alberti, y cada nota acariciaba una cuerda de mi sensibilidad hasta el deslumbramiento.Ahora Tania Libertad canta a Mario Benedetti, ese gran poeta a quien tan bien le sentaría el nombre de Mario Libertad...Son dos voces humanas, profundamente humanas, que la música de la poesía y la poesía de la música han reunido. De él la palabras, de ella la voz.Oyéndolas estamos más cerca del mundo, más cerca de la libertad, más cerca de nosotros mismos.(*) Escritor portugués. Premio Nobel de Literatura 1998.

650 41-09 - Papeles y cenizas -Llamale H - Gustavo Wojciechowski

* un texto que puede parecer extraño,
pero ubica, red.
EXISTEN TRES grandes revoluciones en la historia de la tipografía. La primera fue 1500 años antes de Cristo, cuando un pueblo semita, los fenicios, crean el primer alfabeto, es decir: la construcción de un sistema donde cada signo representa cada uno de los sonidos consonantes. Antes de esto teníamos pictogramas, figuras o dibujos que representaban cosas o situaciones.
De aquellos primarios 22 signos que guardaban cierta similitud con la escritura hierática egipcia, se pasa por vía comercial a los griegos, y de estos a los etruscos, hasta desembocar en el imperio romano y la columna trajana. Y si bien todavía quedan por aparecer algunos signos y las minúsculas, ya está la base de lo que es la representación gráfica del lenguaje.
La segunda revolución se produjo en Maguncia, Italia, a mediados de la década de 1450. Se trata de la impresión de la llamada Biblia de 42 líneas del orfebre Johannes Gutenberg y con ello la invención de los tipos móviles (al menos para Occidente, ya que en China se había trabajado con los tipos móviles de cerámica desde el siglo XI).
Dicho invento posibilitó el inicio de la popularización del material impreso y por consiguiente del libro. La humanidad entra en una nueva dimensión.
Finalmente, en 1984 sale al mercado la primera computadora Apple Maccintosh. La creación de una nueva tecnología cambia radicalmente el desarrollo de la tipografía.
Esta nueva herramienta hizo mucho más rápido y accesible el trabajo con las letras, ya sea en la utilización o manejo de los textos, como en la creación de fuentes. Deja de ser exclusiva de unos pocos conocedores del oficio (tipógrafos, diseñadores e imprenteros) y pasa a ser una cosa mucho más cotidiana. Cualquiera desde su casa puede escribir un texto y adjudicarle una fuente, un tamaño (cuerpo) y hasta un ancho (condensar y expandir), con todos los beneficios y problemas o atentados que se puedan cometer a la forma de las letras.
Posiblemente todavía estemos en medio de las ondas expansivas de esa explosión, como para poder calibrar su alcance. Pero es notorio que desde mediados de la década del 80 a la fecha se diseñaron muchísimas más fuentes tipográficas que a lo largo del resto de la historia de la humanidad.
En medio de esos estertores -con muchísimas personas interesadas en las letras, transformándose en un mercado posible- el año pasado se cumplieron 50 años de la creación de la Helvética y como nunca antes el cumpleaños de una tipografía ocupó la atención de medios de prensa.
Para la ocasión el MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York) realizó una exposición monográfica en su homenaje y adquirió para su colección permanente un juego original de tipos de plomo de 36 puntos, con su correspondiente caja de madera. Exposiciones similares se realizaron en Europa y en el resto del mundo. Se estrenó el documental Helvetica (www.helveticafilm.com) de Gary Hustwit, impecablemente realizado, con muchísima información, buen ritmo y bellísima fotografía. Incluye además entrevistas a algunos de los más prestigiosos diseñadores como Massimo Vignelli (quien diseñó la señalización del Metro de Nueva York utilizando esta tipografía), o maestros tipógrafos como Hermann Zapf y Matthew Carter.
A todo esto habría que agregar infinidad de artículos periodísticos y de merchandising: lapiceras, gorritos, camisetas, bolsos, paraguas, etc.
GÉNESIS DE UNA TIPOGRAFÍA. La Helvética nace a partir de un encargo realizado por Edouard Hoffmann, de la Fundición Hass (Muenchenstein, Suiza), para modernizar la tipografía Haas Grotesk (una tipografía de estilo "lineal", grotesca).
Se denomina "lineal" (o "palo seco" o "sans serif" ) al estilo de las tipografías que no tienen remate o serif. El otro gran grupo es el de las tipografías serifadas, entre las que se encuentran todas las llamadas romanas, como por ejemplo Times New Roman, la tipografía que el lector está leyendo en este momento.
Las tipografías de estilo lineal a su vez se subdividen en grotescas, geométricas y humanísticas. El auge de estas tipografías en el siglo XX surge a partir de la Underground, diseñada por el maragato Edward Johnston para el logotipo del Metro de Londres. Y tiene un desarrollo importante a partir de los años veinte, con tipógrafos como Eric Gill (creador de la Gill Sans), Paul Renner (Futura) y Jan Tschichold, entre otros. Se las llamó "la nueva tipografía" y se hizo un paralelismo con la nueva arquitectura (Le Corbusier, Walter Gropius y la Bauhaus), el Constructivismo ruso, De Stijl y todo el espíritu de las vanguardias. Esquemáticamente, las tipografías lineales simbolizaron lo "moderno" mientras que las romanas el mundo clásico.
En un principio la Helvética (de formas bastante redondeadas, de buena legibilidad y contundencia para títulos e imagen institucional o corporativa) se llamó "Neue Haas Grotesk", nombre que mantuvo hasta 1961 cuando la Fundición Stempel (de Alemania) adquiere los derechos de los diseños originales y amplía la familia incluyendo una serie más completa de pesos y anchos.
El primer nombre no resultaba muy apropiado para ingresar al mercado norteamericano y se propuso en principio sustituirlo por "Helvetia" (nombre latino de Suiza), pero tampoco parece oportuno nombrar una tipografía con el nombre de un país, aunque se intentaba asociar la tipografía al promocionado "Diseño suizo u objetivo"; y al final se resolvió por el actual Helvética.
El éxito de esta tipografía es tal que la transforma en una de las más utilizadas. Incluso durante la década del 60 fue la única usada por el movimiento tipográfico suizo, argumentando que todo se podía diseñar con una única tipografía. Esta imposición un poco dogmática generó tanto adeptos como detractores.
Parmalat y Nestlé; American Airlines, Lufthansa y la vieja PanAm; BMW y GM; Toyota y Kawasaki; Olympus, AGFA, Panasonic, Samsung, Sanyo, EMI, Basf, 3M y Bayer. Todos estos logotipos están compuestos con esta tipografía. Como una H está ahí, en todas partes, sin que se note demasiado. Esa, una de sus mayores virtudes, es también el punto más criticado: su falta de carácter, o mejor dicho, la austeridad de su carácter.
Una tipografía representa una época, un espíritu determinado, una necesidad de representar el mundo y las cosas. Y la Helvética vino a ocupar ese espacio que estaba en el aire, que muchos estaban buscando o necesitando en momentos en que otros tipógrafos buscaban caminos similares, como el también suizo Adrian Frutigen con la Univers.
UN NUEVO LIBRO. Un año más tarde del promocionado cumpleaños se edita el libro Helvetica forever (Story of a Typeface) publicado por Victor Malsy y Lars Müller, con tapa dura forrada en tela y un diseño limpio y depurado propio de un homenaje a la tipografía.
Esta misma editorial ya había publicado otro libro, de un formato más pequeño (12 x 16 cm), HELVETICA. Homage to a typeface, que tiene la particularidad de estar dividido en dos partes: por un lado ejemplos de piezas diseñadas con esta tipografía por algunos popes del diseño: Otl Aicher, Ikko Tanaka, Paul Rand, Emil Ruder, Josef Müller-Brukmann y Alan Fletcher entre otros; y por otro lado tomas fotográficas de la calle o circunstanciales donde aparece la tipografía en diversos usos y abusos.
Uno de los puntos altos del nuevo libro -más allá de un encuadre referencial de la época y una interesante tabla de comparación con otras tipografías- es la reproducción facsimilar y completa del primer cuaderno de la tipografía. En él se visualiza el proceso de gestación, varias pruebas y anotaciones o correcciones de Edouard Hoffmann de puño y letra: "La Y mayúscula es muy estrecha", "la A mayúscula también es muy delgada". Lo cual evidencia la importancia de Hoffmann en el desarrollo del proyecto y la claridad con respecto a lo que pretendía de la tipografía.
Además, indirectamente pone en tela de juicio el concepto de "originalidad" vinculado al diseño y más concretamente al diseño tipográfico, donde interviene una larga cadena de involucrados hasta llegar al resultado final. Casi como una carrera de postas.
La creación de una fuente tipográfica no es un acto solitario y personal. Es un arduo trabajo, con muchísimas condicionantes y con muy poco margen para caprichos, máxime si se pretende componer algo más que el nombre propio de la tipografía. La Helvética sobrepasó ampliamente ese límite y sigue tan campante.

649 40-09 - Ponencia -El “fin de la historia” y las encrucijadas del presente - Ricardo Foster

*Las consecuencias sociales de las ideas que fundamentaron la hegemonía neoliberal en los ’90 y su supervivencia bajo la forma de un “sentido común” construido por los grandes medios de comunicación.

Durante la década de los ’90 proliferaron los anuncios del fin de la historia y de la muerte de las ideologías. Francis Fukuyama, aquel empleado norteamericano-japonés del Departamento de Estado, escribió, teniendo como telón de fondo la caída del Muro de Berlín y la agonía de la Unión Soviética, un artículo que recorrió las geografías más distantes del planeta y en el que, declarándose heredero de Hegel, confirmaba que estábamos asistiendo al entierro de una época del mundo dominada por la lógica del conflicto, para dejar paso a la entrada en la era de la expansión ilimitada y definitiva del mercado y de la democracia liberal. Fukuyama realizaba unas extrañas piruetas teóricas para apuntalar su visión del fin de la historia; para ello recurría a un poco conocido, al menos fuera de los círculos intelectuales, filósofo ruso-francés llamado Alexander Kojève, quien a lo largo de unos seminarios dictados en el París de los años ’30 interpretaba de un modo harto original a Hegel, inscribiéndolo en esa perspectiva que anunciaba la llegada de un tiempo caracterizado por el reinado de la razón burguesa expandida hacia todos los confines. Lo que en Hegel era una compleja reflexión sobre la travesía del Espíritu Absoluto en la época de la Revolución Francesa y de la expansión napoleónica, y en Kojève una ardua y genial relectura del filósofo alemán a la luz de los acontecimientos de principios de siglo XX signados por la guerra, la revolución social y el ascenso de los fascismos, en el empleado del Departamento de Estado era la apología del libre mercado y de la función imperial norteamericana como punto de cierre de la historia y de sus vicisitudes.
Fukuyama desplegó su hipótesis del fin de la historia en el momento de la hegemonía neoconservadora, en esos años finales de la década del ’80 dominados por la figura bifronte y reaccionaria de Reagan y Thatcher, quienes vinieron a expresar un gravísimo giro del capitalismo que iniciaba el crepúsculo de su era bienestarista para introducirse de lleno en su etapa especulativo-financiera, esa que ha entrado en una crisis casi terminal en 2008, arrasando las expectativas neoliberales y reintroduciendo ideas y prácticas supuestamente arrojadas a los sótanos de una historia clausurada. Para Fukuyama, el final del mundo bipolar traía como resultado la evaporación de cualquier alternativa viable a la hegemonía del capitalismo, creando a su vez las condiciones para un despliegue inmisericorde y salvaje de la especulación financiera que venía a poner en evidencia que la nueva forma de acumulación ya no pasaría necesariamente por la esfera productiva. Entramos de lleno en la era de los flujos financieros, de los paraísos fiscales, de los planes de ajuste recetados por el FMI a los gobiernos del Tercer Mundo y del desmantelamiento del Estado como instrumento de control y regulación de ese mismo capital que ahora se preparaba para zambullirse en las aguas de la más absoluta de las especulaciones. Se trataba de cantar loas a una globalización que permitía la libre circulación de las mercancías, pero que clausuraba a cal y canto las fronteras de los países ricos para que entraran hombres y mujeres, en especial aquellos que provenían de las regiones más pobres del planeta y que buscaban huir de la miseria extrema generada por esas mismas políticas neoliberales. El fin de la historia venía de la mano con el triunfo, aparentemente irrefrenable, de un capitalismo despojado de cualquier eufemismo a la hora de exaltar como el bien supremo de la humanidad a la riqueza y a sus detentadores. La apología de los “ricos y famosos” se convirtió en el nuevo modelo de una ciudadanía restringida.
Pero esa época dominada por la retórica del fin de la historia y la muerte de las ideologías no tuvo sólo consecuencias económicas devastadoras principalmente para los países periféricos, multiplicando la pobreza y la marginalidad y acrecentando el proceso de concentración de la riqueza, sino que también, y de un modo radical y decisivo, desplegó aquello que podría ser denominado como una profunda revolución cultural que logró naturalizar su propia visión del mundo, arrasando con tradiciones e identidades político-culturales que quedaron reducidas a ser piezas del museo de la historia, restos arqueológicos de un pasado definitivamente cerrado a nuestras espaldas. El giro cultural-simbólico se hizo aprovechando el advenimiento de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, tecnologías que, de la mano de las grandes corporaciones mediáticas, fueron imprimiéndoles a la vida de las personas nuevas significaciones. El gigantesco esfuerzo ideológico (aunque esta palabra estaba prohibida en el diccionario de los neoconservadores) apuntó a horadar el sentido común hasta adecuarlo a la construcción de nuevos imaginarios y nuevos modos de producción de la subjetividad que quedarían asociados a las demandas y exigencias del mercado, transformado ahora en la verdad última y revelada de la vida social.
No se trató, por lo tanto, pura y exclusivamente de un giro económico ultraliberal capaz de reconfigurar el conjunto de las relaciones internacionales a partir del paradigma del libre mercado y de la lucha frontal contra toda forma de proteccionismo (claro que eso no dejó de ser una imposición hecha a los países pobres mientras fue apenas un gesto retórico en los países ricos que mantuvieron a rajatabla sus políticas proteccionistas); se trató, antes bien, de una transformación que involucró los núcleos duros de la economía del capitalismo junto con una intensa mutación de las prácticas sociales y culturales de la mano de los lenguajes de la industria del espectáculo y de la información que, herederas de la vieja usina hollywoodense –en especial la que proyectó sobre las geografías más distantes el sueño estadounidense y su estilo de vida– e incorporando las enseñanzas extraídas de la apropiación que el fascismo hizo de las tecnologías audiovisuales como ejes de su ejercicio propagandístico, supieron incidir en la producción de una nueva manera de concebir el mundo y la vida, penetrando hasta el fondo mismo de las conciencias de época.
Comprender el giro neoliberal es salirse de la simple constatación de aquello que se modificó en el plano de la realidad material para penetrar en aquellos ámbitos de la vida privada y de la fabricación de valores y modelos paradigmáticos, desentrañando la decisiva importancia que, en esa construcción novedosa, en tanto generalizada y hegemónica, tuvieron los medios de comunicación. Es inimaginable el mapa de las últimas décadas desprendido de los lenguajes comunicacionales. En el tiempo de la desideologización y de la neutralización de la política transformada en lenguaje empresarial y puramente administrativo, el eje articulador de sentido, la argamasa con la que sellar los bloques de la dominación, pasó de las viejas estructuras político-ideológicas, lo que tradicionalmente se llamaron los partidos políticos, a la máquina comunicacional-informativa que se convirtió, a partir de ese giro económico-cultural, en garante de la reproducción del sistema y de su lógica.
Lo que en el comienzo de los años ’60 Guy Débord definió como la “sociedad del espectáculo”, acabó siendo lo más propio y decisivo de nuestra propia época, el eje alrededor del cual giró la mayor parte de la vida y el ámbito principal a la hora de producir nuevas formas de la sensibilidad adaptadas a las necesidades de un capitalismo en vías de metamorfosis. Devaluadas las derechas tradicionales, astilladas las estructuras partidarias de representación, debilitadas las formas conservadoras emanadas de las retóricas moralizantes de las instituciones religiosas, fueron las corporaciones mediáticas, las grandes empresas del espectáculo y de la comunicación, las que asumieron la enorme tarea de generar una nueva “opinión pública” capaz de sentirse identificada con los valores emanados de la forma neoliberal que asumió el capitalismo contemporáneo.
La alquimia entre mercado, valores hiperindividualistas, espectacularización mediática, fragmentación social, privatización generalizada y desintegración de lo público posibilitó, entre otras cosas, que un modelo inédito en su capacidad de generar desigualdad e injusticia acabase convirtiéndose en referencia ineludible y verdadera de una sociedad capturada por las más diversas formas del prejuicio y la sospecha. Tal vez por eso resulte tan arduo modificar usos y costumbres a la hora de buscar alternativas a un modelo que, si bien hace agua por todos lados, sigue habitando el fondo de las conciencias hasta el punto de oscurecer cualquier vía de salida. Nada más difícil que ir contra el sentido común, que intentar romper la hegemonía del discurso neoliberal que viene desplegando “su imagen del mundo” desde hace varias décadas. Nada más complejo y desafiante que poner en cuestión aquello que nos habita y que se despliega entre los pliegues de nuestra cotidianidad hasta el punto de volverse indiscernible de lo que pensamos e imaginamos. Nada más arduo que ejercer la crítica contra nosotros mismos, en especial cuando esa crítica tiene como destino permitirnos ver de otro modo aquello que está aconteciendo alrededor nuestro. De eso mismo que no podemos ver allí donde seguimos capturados por un “sentido común” que transforma en impostura y ficción aquello que, en nuestro país, y desde mayo de 2003 viene pujando, con enormes dificultades y contradicciones, por doblegar el mandato neoliberal y su prolongación en esas nuevas derechas que hoy se ofrecen, a través de la corporación mediática, como los representantes de una genuina República “democrática” afirmada en la lógica de la rentabilidad de unos pocos, esos mismos que, sin decirlo, desean regresar a ese armonioso fin de la historia que, entre no-sotros, habitó la década del ’90.
* Doctor en Filosofía, profesor