domingo, 25 de noviembre de 2007

395/Retinas - La democracia como piel - Por Mariano Grondona

Cuando José Ortega y Gasset escribió su célebre ensayo sobre la historia de Roma, incluyó un breve capítulo que llevaba por título "El Estado como piel". Los romanos no concebían la libertad como los modernos, esto es, como el principio que protege la sagrada privacidad de los individuos contra los abusos del Estado, sino como el derecho que tienen los ciudadanos de que las leyes del Estado los envuelvan como un traje a medida, como un ropaje que, si de un lado ajusta y ordena, del otro les permite sentirse libres dentro de él, como si fuera su propia piel.
Esta feliz coincidencia entre las instituciones y los ciudadanos da lugar según Ortega a "la vida como libertad". Cuando el Estado impone en cambio una vestimenta tan ajustada que oprime a la musculatura social, da lugar a otra clase de vida: "la vida como adaptación".
Con la democracia, que se difundió otra vez entre los latinoamericanos en los años ochenta, el Estado nos devolvió nuestra piel, renunciando al militarismo y a las dictaduras que habían condenado a los latinoamericanos a ponerse el traje asfixiante del autoritarismo.
Entre la vida como libertad y la vida como adaptación, media la frontera de la democracia. En ella, uno se siente tan libre como "dentro de su piel". Fuera de ella, uno siente al Estado cual si fuera un aparato ortopédico.
¿Cómo definiríamos entonces a la democracia? ¿Cuándo diremos que ella reina entre nosotros? Cuando sus gobernantes cumplen tres condiciones. La primera, el haber sido electos en comicios libres y honestos. Esta es la condición propiamente democrática de la democracia. La segunda que, una vez elegidos, los gobernantes no invadan desde el Poder Ejecutivo la esfera de los poderes Legislativo y Judicial, cuya misión es controlarlo. La tercera condición es que los gobernantes no pretendan la reelección consecutiva más allá de lo dispuesto por la Constitución. La segunda y la tercera condición son los componentes republicanos de la democracia.
En países como Uruguay, Brasil y Chile, donde se cumplen las tres condiciones, sus ciudadanos viven la vida como libertad. En la Argentina, donde el Gobierno parece haber encontrado el 28 de octubre último la posibilidad de obtener reelecciones indefinidas mediante la alternancia matrimonial, se ha abierto una duda inquietante sobre el futuro de la democracia. En Venezuela, donde el presidente Chávez pretenderá implantar el próximo 2 de diciembre mediante un referendo reelecciones consecutivas sin término, sólo el pueblo, votando contra Chávez, podrá salvar a la democracia.
En Uruguay y Chile, el freno al reeleccionismo proviene de la prohibición de la reelección consecutiva del presidente. Esta era también la norma argentina antes de la reforma constitucional de 1994. En Brasil, una reforma constitucional acercó al país al modelo norteamericano permitiendo al presidente, después de cuatro años, la posibilidad de una sola reelección consecutiva. Son formas diferentes de encauzar la misma intención democrática: que ningún presidente pueda vulnerar impunemente la valla salvadora de los plazos. "¿Salvadora" de qué? De la frontera de la democracia, que empieza a desvanecerse cuando un presidente puede participar sin restricciones de la carrera por el poder con la ayuda abrumadora del Estado, como si fuera el caballo del comisario.
Esta es la tentación en la que no podrá caer por su baja popularidad la presidenta Bachelet y en la que no deberán caer pese a su popularidad los presidentes Lula y Tabaré Vázquez.
El método de Hugo Chávez en Venezuela es, por su parte, abierto y descarado. Ya ha superado la valla republicana de la división de los poderes. Cuando hace votar inclina, además, la cancha. Sólo le falta ahora aniquilar los plazos.
En la Argentina, los presidentes Kirchner han elegido un método más sutil y en el fondo insincero, que tiene a su favor, en cambio, la posibilidad de que en 2011 den marcha atrás si las encuestas de opinión empiezan a desfavorecerlos, echando mano de la excusa que nadie creerá pero a muchos aliviará de que nunca fue su intención convertirse en déspotas vitalicios a la manera de su par venezolano.
Pero el análisis de estas variaciones en nuestra región, así como los tanteos chavistas en Ecuador y Bolivia, muestra que a la vida como libertad que estamos ensayando los latinoamericanos le falta aprobar una asignatura para que podamos sumarnos a la caravana de los países avanzados. A esta asignatura pendiente podríamos llamarla, simplemente, "Plazos".

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