lunes, 27 de abril de 2009

621 - 11-09 - Polis - ¿Cuántos y quiénes votarán en junio? - Daniel Chasquetti

* parte de ciertos consejos
para leer las encuestas, a
tomar en cuenta, red.

En países donde el voto no es obligatorio, como por ejemplo Estados Unidos, España, Francia o Colombia, los ciudadanos que participan en las elecciones presentan atributos más o menos similares: son ciudadanos bastante informados, interesados en política, y con un nivel educativo medio o alto. En nuestro país –y también en casi todo occidente-, el nivel educativo de las personas tiende a correlacionar con el ingreso económico, por lo cual los menos educados (por ejemplo, con sólo primaria concluida) son al mismo tiempo pobres. Este segmento de la población normalmente participa poco de los asuntos públicos y cuando lo hace es porque los partidos son capaces de movilizarlos mediante algún tipo de persuasión de carácter ideológico, político o material. La experiencia internacional indica que los niveles de participación en elecciones con voto no obligatorio suelen ser bajos y oscilar entre el 40% y el 60% de los habilitados. La variación entre uno y otro extremo responde en general al nivel de competencia observado en la contienda.

En nuestro país, la participación ciudadana con voto no obligatorio ha sido poco estudiada, fundamentalmente porque los investigadores radican su interés en las elecciones nacionales, donde se define la presidencia y la composición del parlamento. Los últimos resultados de las encuestas de opinión pública, dejan muy en claro que el nivel de participación será decisivo en las internas de junio. Una mayor participación puede beneficiar a unos y perjudicar a otros. En virtud de esta constatación, me tomo aquí la libertad de ensayar una muy sencilla especulación sobre el nivel de participación que podría alcanzar la elección de junio y las características que pueden tener las personas que en ella participen.

Participación. En el estreno del nuevo sistema electoral, realizado en abril de 1999, participaron 1.289.817 personas, o sea, un 53,7% de los 2.399.707 habilitados. Cinco años más tarde, en junio de 2004, fueron a las urnas 1.134.606 personas, esto es un 45,9% de los 2.471.390 habilitados. Ambos porcentajes son infinitamente más bajos si se los compara con los registrados en las elecciones nacionales con voto obligatorio, donde la población que acude a votar nunca baja del 92%.

En mi opinión, un buen abordaje para saber cuánta gente votará en la próxima elección de junio consiste en considerar a la participación como una función del nivel de competencia que muestren las carreras internas de los partidos. Dicho de otro modo, a mayor competencia intrapartidaria, mayor será el grado de participación en la contienda. Si esto es así, podríamos esperar que en la próxima elección se registren niveles superiores a los alcanzados en las instancias anteriores. Veamos por qué.

En abril de 1999, hubo una gran competencia entre Batlle y Hierro en el Partido Colorado (55% a 44%); una competencia no tan pareja aunque escandalosa, y por tanto muy comentada, en el Partido Nacional, entre Lacalle y Ramírez (48% a 32%); y en el Frente Amplio an sólo una competencia formal entre el candidato oficial, Tabaré Vázquez, y su desafiante, Danilo Astori (82% a 18%). En junio de 2004, el nivel de competitividad de las primarias fue sensiblemente inferior. El Frente Amplio tuvo un candidato único, el Partido Nacional generó la única gran batalla que se definió a favor de Larrañaga (66% a 33%), y en el Partido Colorado la competencia fue ficticia (Stirling alcanzó el 91% y su más inmediato perseguidor, Alberto Iglesias, obtuvo sólo un 7%). Por tanto, en el primer caso tuvimos un partido con una interna competitiva, un segundo partido con una interna moderadamente competitiva y un tercero casi sin competencia. El nivel general de competencia fue entonces moderado y la participación fue algo superior al 53%. En 2004, sólo un partido contó con competencia efectiva, un segundo casi no la tuvo, y un tercero presentó un candidato único. El nivel general de competencia fue mínimo y ello redundó en una tasa de participación del 45%.

Las encuestas recientes muestran que las internas 2009 están siendo mucho más competitivas que sus versiones anteriores. Es cierto que en el Partido Colorado la distancia entre el primero y el segundo es muy holgada, pero en los restantes partidos se mantiene todavía la incertidumbre sobre el resultado final. Con este escenario, cabe esperar un aumento de la proporción de votantes respecto al nivel máximo observado en 1999. Un diagnóstico razonable debería ubicar el piso de participación en un 54% (similar al de abril de 1999) y el techo en un 65%, según lo muestran las últimas encuestas. Estas cifras muestran que el número de participantes puede variar sustantivamente (hasta en diez puntos) y esto, a mi juicio, responde a factores tales como el mantenimiento del nivel actual de competencia hasta la semana previa a la elección, el peso que muestren las maquinarias electorales de los partidos, y la existencia o no de hechos fortuitos (como por ejemplo un día de sol o un día de lluvia).

Participantes. Sabemos que en una interna sin voto obligatorio participa normalmente el público más informado e interesado en política. En este conjunto están los ciudadanos con definición ideológica y proximidad a los partidos. Por ejemplo, en noviembre de 2006, el Frente Amplio realizó la elección de su Plenario Nacional y participaron más de 200 mil ciudadanos. Al año siguiente, los partidos tradicionales realizaron las elecciones juveniles y participaron en cada colectividad más de 40 mil personas. Este público integra el núcleo duro del sistema político y es seguro que se hará presente el último domingo de junio. Pero el público interesado en política no se agota entre los adherentes y simpatizantes de los partidos. Este segmento es algo mayor que el anterior y cuenta con algunos rasgos muy específicos: un nivel educativo medio y alto, ingresos también medios y altos. Para este segmento la elección de junio suele ser más un deber que un derecho.

Pero normalmente en las internas también participará otro segmento del electorado que no tiene nada que ver con el descripto anteriormente. Me refiero al público poco interesado en política, con poca educación y bajos niveles de ingresos. Este público es bastante mayor que el anterior y concurre a votar sólo si existe una razón sustantiva. Quien ofrece esos argumentos suelen ser los partidos, a través de su militancia cara a cara. Por esa razón, el porcentaje de ciudadanos pertenecientes a este segmento que puede concurrir a votar variará según la intensidad de la campaña electoral y la capacidad de penetración de las estructuras partidarias. Despertar a este público –ponerlo al tanto del asunto público- tiene un costo grande que algunos candidatos parecen haber asumido. Las bicicleteadas de Mujica en zonas periféricas de la capital están orientadas a cumplir con esa meta. Un atajo bastante eficaz es la publicidad televisiva, porque este público consume ávidamente la cajita mágica. Sin embargo, nada sustituye al cultivo sistemático (recorrida por los barrios y diálogo cara a cara) de estos sectores.

Finalmente, para este público, la concurrencia a votar en una elección no obligatoria representa obviamente un costo, ya sea en pérdida de tiempo o en inversión monetaria para pagar un boleto de ómnibus. Por esa razón, los partidos políticos que deseen movilizarlo deberán asumir la nada sencilla tarea de trasladarlos y solventar los gastos. Las maquinarias electorales de los partidos pueden en este aspecto, hacer una diferencia.
Para los candidatos que cuenten con poca estructura, la estrategia más lógica será la disputa de los sectores medios y medio-altos. Llegar con su voz a este segmento no representa un costo tan alto porque en ese sentido, los medios de comunicación y la publicidad en las grandes arterias, facilitan las cosas. Deberían saber esos candidatos que el costo de movilizar a los sectores más pobres y menos educados de la población tiene un costo alto, aunque como ya se ha dicho, quien lo logre tendrá una ventaja sustantiva que puede llegar a determinar la victoria.

Veamos como funciona todo esto en las dos internas más competitivas.

Partido Nacional. Las encuestas muestran que Lacalle le gana a Larrañaga con comodidad en los segmentos altos de la población. En cambio, Larrañaga vence apretadamente a Lacalle en los estratos bajos. Los sectores medios son el escenario principal de disputa en la interna blanca. Las maquinarias electorales del Herrerismo y de Alianza Nacional están desde hace tiempo orientadas a conseguir ese voto, sobre todo en el interior del país, donde la estructura de caudillos y dirigentes intermedios se mantiene intacta. Pero en esos despliegues, las maquinarias parecen también estar operando sobre los sectores bajos, en virtud de que ellos saben que quién los consiga ganará la elección interna. La lucha seguirá siendo palmo a palmo pese a la pequeña ventaja que el ex presidente ha sacado. No existen razones para creer que la contienda ya tiene un ganador.

Frente Amplio. Las encuestas muestran que Mujica destroza a sus rivales en el segmento menos educado y por tanto más pobre de la población. Gana en forma ajustada en los sectores medios, y pierde con Astori en los altos. Para ganar, el líder del MPP deberá efectivamente movilizar a los sectores más pobres y mantener su ventaja en los sectores medios. La estructura del electorado de Astori es exactamente al revés. Para ganar, el líder de Asamblea Uruguay deberá revertir su situación en los estratos medios y esperar que la maquinaria electoral emepepista-comunista no tenga grandes éxitos en junio. Esto funciona más o menos así. Si en junio vota, por ejemplo, el 60% de los habilitados y el Frente Amplio consigue algo más del 45% de los votos, la candidatura presidencial será para aquél candidato que supere los 380 o 400 mil votos. El único antecedente que tenemos para razonar en estos términos son las elecciones del Plenario Nacional del año 2006, cuando el MPP y el PCU lograron el apoyo de casi 100 mil ciudadanos, en su gran mayoría interesadas en política y cercanos al Frente Amplio como partido. En esa oportunidad no se elegía el candidato a la presidencia y el entusiasmo y compromiso de la militancia era obviamente menor. Con una máquina más afinada, como creo que tendrán estos sectores, el resultado garantizado podría ser tal vez la movilización del doble de votantes. El resto de la votación de Mujica saldría de los sectores medios y bajos de la población que irían por su propia convicción a votar. La estrategia de Mujica parece estar enfocada en ese rumbo. La batalla con Astori estará entonces planteada en el primer segmento, aunque el esfuerzo militante de los partidarios emepepistas estará seguramente en el segundo.

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