viernes, 13 de febrero de 2009

615 - 05-09 - Tendencias - Electrónica y ser humano I y II - Fernando Caputi

ELECTRONICA Y SER HUMANO (I)
Sesos sin resetear

En todos estos últimos años, a cada repetida interrogante¿Desea guardar los cambios hechos a...?, antes de teclear Sí reflexioné en voz alta y clara, para que ella lo oyera, algo así como “Imbécil punto com, ¿para qué te pensás que los marqué?”. O a la pregunta de ¿Confirma que desea eliminar...?, vociferaba “¿Acaso entinté esa parte y apreté Supr porque me pareció divertido?”.
Tal sub/inconciente sesgo peyorativo en los diálogos informática versus gente como yo, que en fin de eso se trata, podría provenir de en su momento haber digerido 2001 Odisea del Espacio, memorable film donde la máquina inteligente pasaba a ganarle a la mente humana en los minutos de descuento (acérrimo defensor del pensamiento, eso me cayó mal) y a un apego no soluble ni con aguarrás sobre lo tradicionalmente probado como eficiente. Hasta hoy soy irreductible en repudiar celular(es), quemado como con grasa hirviendo en el ayer, cuando a mis empleadores les bastaba con la telefonía fija (¿qué hubiese sido con la otra?) para localizarme y arruinar toda paz familiar en los escasos días franco, horas de dormir o vacaciones, y también maldecía; pero, además, por haber comprobado que esos aparatejos móviles envician y me son odiosos porque nadie atiende si uno llama a ellos con premura verdadera.
Empero, entre los mil arrepentimientos que me abruman figura el haber castigado tanto a la abnegada Microsoft Windows ‘95 Copyright 1983/94 y el de, en lugar de recurrir a un técnico, aplicarle un mamporrazo (¡hija del rigor, el recurso siempre funcionó!) toda vez que debía soslayar quebrantos de programa y reiniciar la marcha si –por ejemplo–me ordenaba Ejecute de nuevo la instalación de Windows y yo había dejado no sé dónde el respectivo diskette salvador.
Siento que, de yapa, la ironía abofetea. Porque, habiendo recibido como obsequio familiar tan generoso como conmovedor (premio a mi longevidad, indisimulada en la dimensión cerebral) una deslumbrante laptop Toshiba Vista a la que ni siquiera puede decirse que sólo le falta hablar porque, en realidad, habla, escucha y trasmite para ahí y desde allá, tanto me cuesta dominar el manejo de la moderna vedette que ya me cambia la vida como sacrificar sin anestesia la vieja computadora de disco erecto fijo cuya boca sólo admite prehistóricas piezas auxiliares de 5¼ y 3½. Y respeto a esta pieza de museo porque concubina masoquista por idiosincracia que, el tango asegura, debe ser regularmente aporreada, soportó toda la desahogante iracundia oficinesca sin queja alguna y se mantiene dulcemente servicial. A la obtenida en segundas nupcias, por la soberbia gama de milagros que será capaz de procrear a medida que mi lento desasnaje prospere.
Sólo me pregunto por qué este asombroso engendro de última generación no dispone de un botón de reset providencial. No el ortodoxo de limpiar el sistema y su semblante, la pantalla, para reiniciar la operación incidentalmente obstruída sino otro con la finalidad de insuflarle frescura a la cabeza del usuario –de generación casi tan obsoleta como la Windows ‘95– que le tocó en suerte.
Pero si vivir es aceptar interminable cadena de desafíos, no eludo el que ahora está a mi frente, harto cautivante por adelantado. En tanto –pequeña autoconcesión dirigida a mitigar culpas–, a abrí una transición, la de reivindicar mi primer amor, ese con el que mil veces me excedí en el destrato pero, aún así, mantiene su dignidad e impoluta el alma (no duden que la tenga), por más que hoy se le describa como objeto sin valor alguno de reventa e inhumación prohibida por contaminante.
Fernando Caputi (27.1.2009)

ELECTRONICA Y SER HUMANO (II)
Los sustitutos de Gutenberg se miden en bites

Ni siquiera quienes se marginalizan del envolvente proceso discuten que la informática mandata una era universal sin límites ni reversión.
Glosando el cotidiano de esa verdad absoluta, en noviembre último The New York Times reconocía que pasamos gran parte de nuestro tiempo entre una pantalla y otra. De la computadora al teléfono celular, del televisor a la sala de cine, del GPS al reproductor de música. Cambio global –del alfabetismo a la visualidad– de paradigma similar al suscitado al irrumpir la imprenta.
El diario formula un planteamiento crucial: los medios electrónicos ¿destruirán la lectura?
Lo que parecen hacer, se responde, es redefinir lo que significa leer, acción que –argumenta– se transforma en pasar de consumir un capítulo a hacer click. Y mientras leen en líneas, los niños aprenden a investigar e interpretar videos e imágenes.
En 2009, añade, más de 50 países pondrán a prueba estas habilidades con un componente electrónico en los exámenes de evaluación de lectura, matemática y ciencias. “Definida desde Homero a Shakespeare y García Márques, la lógica lineal de un libro, producto de la imprenta, podría ya no serlo. Pero a los jóvenes, una lectura que no siga una línea no les molesta tanto como a algunos de los que tenemos mayor edad”, y “eso es bueno, porque el mundo no transcurre linealmente ni está organizado en compartimientos”.
El razonamiento del NYT es congruente con la por los hechos corroborada presunción original de que, amén de despoblar bibliotecas, Internet acabaría poco a poco con los archivos o bancos de datos de los medios de prensa modestos, como en gran parte son los uruguayos, que aceptan el cambio corriendo porque ello contempla su prioridad: economizar. Una tendencia integrada a la de contratar, por pesos flacos y períodos cortos para obviar obligaciones legales, comunicadores verdes o simplemente incoloros y por consiguiente ingenuos en demasía, prescindiendo de periodistas más caros por ser en todo sentido avezados. Y esto violenta los resultados a partir de una alteración en la confiabilidad de las fuentes utilizables, con catastrófica pérdida en calidad.
Contra la adopción de este criterio lo fácil sería parafrasear a Manrique (diarios eran los de antes), pero tampoco me cierra que tantos medios se suscriban, atados de pies y manos, a un sistema proveedor de antecedentes cuestionable en su ética y seriedad.
Digitadores anónimos llevan sus histriónicas ocurrencias gráficoescritas a Internet con casi tan alta demanda como el tema pornográfico, que amenaza pudrirle no apenas el mate a la gente menuda y la involucra sin que aparezca una solución efectiva para terminar con el sublevante mercado del sexo contra natura. La red de redes recoge sin discernimiento todo material bien o mal inspirado que cualquier hijo de vecino se proponga cranear en tema a su elección. Un procedimiento abierto que, en apariencia democrático, por sí mismo se estaría definiendo como atentatorio y tendencioso en cuanto –valga como ejemplo– allí encuentran infinita pero desprevenida audiencia pública quienes manipulan la Historia para travestir con ropaje heroico a los villanos de ayer.
De Internet, correspondería discernir qué es lo veraz y/o culturalmente válido, pero son escasas las chances de verificarlo para así atender, entre otras exigencias, al ABC del periodista experto y realmente profesional que, por el contrario, inclusive desarrollando al efecto un sentido extra, por lo general aprendió a seleccionar sus informantes (personas con nombre y apellido aunque estos datos los mantenga en reserva, entidades, impresos y documentos debidamente acreditados) como parte de su culto a la honestidad.
Los estudiantes de hoy a que alude el NYT corren riesgos parecidos con Internet aunque, asimismo se sientan venalmente triunfadores recurriendo, para copiar en un examen, ya no a los clásicas trampas de otrora, ferrocarriles o diminutos manuscritos en la palma de la mano, sino a recursos electrónicos activados por cómplices a distancia.
Por obvia extensión natural, el buen libro exige no ser despojado de su hábitat y vigencia inconmovibles en territorios culturales. ¿Acaso nos trae Internet clonaciones medianamente aceptables de Miguel de Cervantes, Edgar Poe, Franz Kafka, Rogelio Sinan o –sumemos talentos sin salir de casa– Horacio Quiroga, Florencio Sánchez, José Enrique Rodó y Juan Zorrilla de San Martín? Los textos de estudio que reproduce ¿son probadamente confiables?
De todo ello, ¿nos aporta subrogantes a altura, tan siquiera remedos o nada?
Fernando Caputi (29.1.2009)

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