viernes, 13 de febrero de 2009

612 - 01-09 - Retinas - Servicio a bordo - Fernando Caputi

Fast foods, menúes balanceados de vanguardia e inanición

Desde mucho antes de la sobrepuesta crisis financiera irradiada desde Estados Unidos, la decadencia de la aeronáutica comercial se profundizaba. En muchas compañías, el personal de a bordo se manifiesta cada vez más ávido y propenso a negociar, dólares cash, la oferta de free port o en ponerle quinta marcha al carro con bebidas y atravesar raudamente el pasillo que en servir (algo) de comer, menestercito que va ocupando los últimos minutos del viaje.
Los bienes de grifa llevados al cielo para sobrevolar la codicia impositiva son harto promovidos en revistas de a bordo y catálogos específicos, unas y otros de lujosa realización gráfica contrastante con la modestísima carte, si acaso impresa en delgada cartulinita o tan escueta que basta mencionarla al pasar en altavoces como añadido intrascendente al tiempo estimado del vuelo y la altura en que se desplaza el aparato. Al parecer en vías de extinción, lo que sobra de aquella consistente invitación a degustar de otros tiempos puede llega a disgustar.
A falta de opciones que hasta hace poco tiempo eran lo mínimo en vuelos de medio y largo alcance (panecillos, galletitas, manteca, ensalada con opción a buenos aderezos, pasta con pollo o plato de carne bovina y guarnición, postre), American Airlines se ciñe a estrecho menú y en paralelo volantea otra pieza promocional en la que interroga al pasajero de esta suerte:
Hungry? Snacks and Fresh Lights Meals Available, con llamativa aclaración sobre fondo rojo: American now accepts credit and debir cards. Traducción libre: si no querés llegar a destino con la barriga vacía pagá, aunque sea con tarjeta. Y añadiendo fotos en colores a la manera de cualquier cadena en tierra de fast food (¿quién mencionó la comidachatarra?) ofrece, por ejemplo, Breakfast Bagel Sandwich, Club Croissant Sandwich, Italian Wrap, Turkey and Cheese Ciabatta o Asian Chicken Wrap a seis dólares cada ítem, aclarando que en vuelos domésticos de tres horas o más de duración, uno de tales paliativos gastronómicos es concedido en la mañana y otro en la tarde/noche sin cargo. ¿Qué podría ocurrir y cuál el tribunal competente para entender en eventual litigio si un vuelo estimado en dos horas y 50 se prolonga a tres horas diez, abriendo pie, así, al reclamo de algún insatisfecho? Y, en las mismas condiciones (pero un solo producto a financiar por la línea aérea en vuelos trascontinentales o a Hawai, excepto si salen de Toronto), la oferta comercial incluye Turkey & Imported Swiss Cheese o Rotisserie Chiken & Fontina Cheese, cuyo precio de contado aplicable si por ejemplo saliste de Toronto, es de U$S 10 por unidad.
Para su vuelo sin escalas del DF (Ciudad de México) a Buenos Aires, AeroMéxico sustituyó la comida nocturna de fondo que en tácito pero desbordante quórum viajeros de múltiple origen suponían inminente por un refrigerio que el comandante de la nave describió como “cena fría”, consistente en: “Plato principal, sandwich de jamón y queso manchego en pan de avena” – un leve cuadradito de 9x9cm con tímidas muestras de jamón, queso y lechuga–, y, como “postre, pastel de cajeta” (nadie se alarme, minúsculo budincito de dulce de leche).
Para el desayuno tras larga noche, “plato de frutas de estación” tripartito (transparente tajadita de melón, otra, no mayor, de ananá, y ¡una! uva). Como “plato principal, enchiladas de jamón y queso en salsa ligera de chile pasilla”, para el goce exclusivo de la picosa minoría de pasajeros mexicanos y a plena satisfacción de la empresa, ufana al proclamar triunfalmente por escrito que “nuestros chefs están orgullosos de ofrecerle durante el vuelo un menú balanceado compuesto por platillos de la más alta calidad culinaria, inspirados en recetas vanguardistas, enriquecidas con los ingredientes característicos de la gastronomía nacional” (sic).
Esta cara, visible al usuario, de las angustias financieras que vive la aviación comercial sepulta –ahondando saudades– atenciones que eran habituales en tiempos no tan lejanos, como la de entregar vouchers para el restaurante principal del aeropuerto donde se producía una demora y/o, de prolongarse la espera, trasladar los pasajeros a pernoctar en un buen hotel financiado por la empresa. Hoy, los aeródromos son ante todo improvisados dormitorios.
Nadie piense, pues, que los avatares aerolineales son exclusivos de Uruguay y Argentina. Tampoco, que el estándar de otrora será rápidamente recuperado. Entonces, a inexperientes que proyecten una incursión aérea de cierto aliento cabe recomendarles abordar la nave bien comidos y bebidos sin, por ejemplo, llevar desde casa milanesa en dos panes o factura amasada por el panadero de la otra cuadra, porque rígidos códigos internacionales inhiben el transporte de alimentos y vegetales, y la enmienda puede resultar peor que el soneto.
Fernando Caputi (20 enero 2009)

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